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No me molesté por explicarle nada a mis hermanos y corrí escaleras arriba preguntándome qué podría haber ocurrido.

Hallé a madre de pie en el salón principal de sus aposentos, su expresión contraída en un gesto de indignación que pocas veces le viera y su esencia agria de furia. Frente a ella, mi hermana mantenía la cabeza gacha y la vista baja, las manos cruzadas con fuerza contra su falda, en una actitud suplicante que no le sentaba en absoluto a su temperamento orgulloso.

Lenora se apresuró a cerrar la puerta a mis espaldas, dejándonos solos.

—¿Qué sucedió? —exclamé agitado.

—Tu hermana aquí estaba molesta por lo que tuvo que hacer por la mañana —dijo madre con acento cortante—. Y como no tiene las agallas de confrontarte al respecto, tuvo la brillante idea de desahogarse con tu pequeñ

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