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Mora aseguró que ella se encargaría de que Risa se sumara a las camareras ese mediodía, aunque expresó sus dudas.

—Hasta ahora, hemos logrado que no se mezcle con las elegidas, para que nadie crea que es una humana más —dijo—. ¿Estás seguro que quieres cambiar eso?

—No. Será sólo esta vez —respondí.

Mi hermana se encogió de hombros, poco convencida, y no insistió.

Esperé con velada ansiedad la hora del almuerzo, hasta que al fin llegó el momento de reunirme con mis hermanos para encaminarnos al comedor principal.

En los años desde la muerte de padre había acabado por habituarme a ocupar lo que antes fuera su imponente sillón en la mesa, aunque aún me sentía incómodo sentándome a la cabecera como él hacía. Por eso me ubicaba a un lado, rodeado por mis hermanos,

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