Fue una larga noche insomne para mí, atormentado por mis remordimientos y la incertidumbre de lo que ocurriría en la mañana.
Decidí que si Risa elegía regresar a la aldea, no al castillo, no la detendría. No tenía derecho. Mis sentimientos no importaban. Ya bastante los había antepuesto a su bienestar. La dejaría en libertad, sin volver a incomodarla.
Se me ocurrió que tal vez pudiera pasar a verla después de la ofensiva. Entonces estaría a sólo semanas de cumplir la mayoría de edad. Podría revelarle quién era en realidad y, si aún abrigaba sentimientos por mí, tal vez…
El crujido de ramas a mis espaldas interrumpió los patéticos intentos de hallar cualquier tipo de consuelo. Al mismo tiempo, uno de los caballos atados bajo la cueva despertó inquieto, bufó y pateó. Me incorporé de un salto,
Había pasado una hora bastante ocupada antes de cenar. Tan pronto regresara al castillo, había tenido que apurarme a recoger la ropa que dejara en la habitación de Risa el día anterior, antes que ella o alguien más la encontrara, y cerrar bien el panel. Luego me había reunido con madre y Mora, que me habían referido lo que mi sobrina aceptara confiarles de lo que hablara con mi pequeña durante su escapada al Atalaya.—¡Me regañó! ¡Mi hija! ¿Puedes creerlo? —había exclamado Mora, entre enfadada y divertida—. Pero una vez que se explicó, sólo pude darle la razón.Y madre y yo también lo hicimos después de escucharla. Aine había tenido el gran acierto de preguntarle a Risa qué le gustaría cambiar para que su vida entre nosotros fuera más placentera para ella, y su respuesta había resultado s
—Si lo prefieres, puedo dejar de visitarte hasta que seas mayor de edad. —Tuve que obligarme a pronunciar cada palabra e ignorar el dolor como de zarpazos que me causaban en mi pecho—. Al fin y al cabo, tienes razón, es lo correcto.Risa giró para enfrentarme y sujetó mi cara con ambas manos.—Ya soy mayor de edad como humana, aunque no esté madura para procrear contigo —respondió con dulzura—. Y sería una tortura innecesaria para ti, mi señor.—Pero no para ti —murmuré desalentado.—Claro que sí —replicó sin vacilar, y su acento cálido se tiñó de pena—. Pero no soy lobo, mi señor. Aine me lo hizo ver anoche. Soy tu compañera, mientras tú eres sólo mi amado. Porque es cuanto puedo ofrecerte como humana: mi amor sincero, incondicional, con sus imperfecciones y contradiccione
—Allí están.—Ve por la derecha, yo iré por la izquierda.—Aguarden mi señal.—Sí, sí.Hicimos como Mendel quería y esperamos su señal para atacar a los jabalíes. Dimos buena cuenta de los cinco más corpulentos y dejamos escapar a los demás.—A ver cómo mejoran esto —dijo Mendel satisfecho, aullando para que los muchachos vinieran por nuestras presas.—Seguramente encontraremos uno o dos osos en la carreta —respondió Milo burlón.Kian y sus hermanos de camada se nos unieron con dos alces adultos de imponentes cornamentas, que soltaron junto a nuestros jabalíes con aire triunfal.—Llenaremos nuestra carreta primero —dijo Kian ufano.Apenas terminaba de decirlo, Mora y Ronan llegaron con más jabalíes. Mis sobrinos ya alcanzaban nuestra posici&oacu
Como tantas veces desde que conociera a Risa, fue una noche insomne para mí. Ella dormía profundamente en mis brazos, relajada y distendida, su esencia dulce envolviéndome. Mientras tanto, en mi interior, parecía haberse desatado una verdadera tormenta de sentimientos encontrados.Todo lo que ocurriera ese día luchaba por imponerse y acaparar mi atención: la estúpida competencia con mis primos durante la cacería, mis celos injustificados cuando Milo pidió que Risa lo bañara, mi rabia por tener que tragarme los celos y fingir que nada sucedía, y por último, pero no menos importante, el miedo que me encogiera el estómago ante la perspectiva de que Mendel descubriera mi secreto.Me resultaba imposible separar las distintas cuestiones y ponerlas en perspectiva, y pronto descubrí que el problema era que, en realidad, estaba todo relacionado.Todo se reducía a mi i
Madre seguía ocupada cuando volví a visitarla. Ahora con las niñas, que se sentaran a sus pies, rodeándola para ver de cerca cómo trenzaba tientos verdes en guirnaldas. Su habilidad para hacerlo a ciegas era admirable, y las niñas intentaban en vano imitar sus movimientos rápidos y certeros.Se interrumpieron cuando entré al salón, pero detuve con un gesto a las niñas cuando intentaron marcharse.—Está bien, no es necesario —les dije, sonriendo también—. Aprender cualquier cosa de nuestra Luna siempre es importante.—Ya verás cómo decoraremos el castillo, tío —dijo Adara, una de las hijas de Mora.—Habrá guirnaldas y pendones con los colores de cada clan —agregó entusiasmada Cordelia, una de las hijas de Milo.—Y nosotras mismas serviremos tu mesa —añadió Morgana,
No me molesté por explicarle nada a mis hermanos y corrí escaleras arriba preguntándome qué podría haber ocurrido.Hallé a madre de pie en el salón principal de sus aposentos, su expresión contraída en un gesto de indignación que pocas veces le viera y su esencia agria de furia. Frente a ella, mi hermana mantenía la cabeza gacha y la vista baja, las manos cruzadas con fuerza contra su falda, en una actitud suplicante que no le sentaba en absoluto a su temperamento orgulloso.Lenora se apresuró a cerrar la puerta a mis espaldas, dejándonos solos.—¿Qué sucedió? —exclamé agitado.—Tu hermana aquí estaba molesta por lo que tuvo que hacer por la mañana —dijo madre con acento cortante—. Y como no tiene las agallas de confrontarte al respecto, tuvo la brillante idea de desahogarse con tu pequeñ
Cubrí los ojos de Risa y la tomé en mis brazos con cuidado. Se agitó en sueños, dejando escapar un suspiro entrecortado. Le hice descansar la cabeza en mi pecho, acunándola con la vista perdida en el fuego. Ignoraba qué ocurriría a continuación, y la incertidumbre era tanta que ahogaba cualquier pensamiento coherente. Sólo podía esperar, sosteniendo a mi pequeña junto a mi corazón, donde siempre viviría aun si elegía dejarme.Afuera, el sol cruzó el prado sin prisa a ocultarse tras las montañas. Atardecía. Mis tíos y sus comitivas acampaban para pasar la noche. Saldrían a cazar y cenarían en torno al fuego, como nuestros ancestros hicieran. En el castillo, los míos se reunían a compartir la mesa. Las niñas daban los toques finales a la decoración, los cachorros se acurrucaban contra sus madres para dormir. Los adultos anticipaban la fiesta de bienvenida a los clanes, las humanas departían sobre el trabajo del día, encendiendo candiles para iluminar sus hogares en Iria.Y en la habitaci
La llevé en mis brazos a la cama, donde nos acostamos frente a frente, nuestros cuerpos enredados. Su confianza y sus sacrificios merecían algo más que besos, y se me ocurrió que tal vez era momento de abrirme más a ella. Al fin y al cabo, siempre había querido explicarle, en la medida de lo posible, la situación que aún me obligaba a mantener nuestro amor en secreto.—Mi posición en la manada depende de lo que ocurra este verano —dije, atento a sus reacciones para saber si le importaba lo que pudiera contarle.—¿De tu desempeño en la ofensiva? —inquirió de inmediato, muy seria.Rocé su nariz al asentir, y frunció el ceño cuando sus dedos se alzaron a rozar mis labios contraídos. Aguardó en silencio que continuara, con evidente interés.—Propuse un plan arriesgado —expliqué—. Uno que nadie nunca se atrevió a poner en práctica. Si saliera medianamente bien, nos expandiremos para que el Valle quede definitivamente protegido. Si tuviera éxito, podría invertir las tornas de la guerra. Nos