Mientras yo servía y cortaba su cena, para que pudiera comer a pesar de la cinta que cubría sus ojos, Risa me refirió lo que hablara con la humana. Yo la escuchaba sonriendo, porque recordaba los nombres y posiciones de las humanas que trataba como si las conociera de siempre.
—Hace unos días le di a Almendra, la mujer que limpia la sala de Tilda, un té para su alergia, y anoche Helga… Helga es la antigua intendenta, que ahora me trae la cena para que confíe que no está envenenada, pobre. —Hizo una pausa para comer con apetito—. Helga comentó que el té le había hecho bien a Almendra, y le insinué que puedo preparar las medicinas que me enseñó Tea para quien las necesite. Hoy me trajo esto. —Palpó la mesa hasta dar con una página escrita y me la tendió—. ¿Entiendes su letra? Me temo que todavía no sé lo suficiente para comprender todo lo que leo.
—Déjame ver —murmuré, tomando la hoja.
Risa se entretuvo comiendo mientras yo descifraba la letra apretada y puntiagud
Salía de mis habitaciones cuando un alboroto en la galería me obligó a detenerme. Antes que pudiera girar para ver qué ocurría, un cachorro chocó contra mi pierna, y luego otro. Recuperaron el equilibrio sin detenerse y continuaron corriendo con un tercer cachorro. Tras ellos venía una de las hijas de Milo, corriendo también, y luchando por alcanzarlos sin tropezar en los ruedos de su vestido. Le indiqué que se detuviera y me volví hacia los cachorros conteniendo la risa.—¡Alto!Los tres se detuvieron bruscamente, encogiéndose en un apretado montón con gemidos ahogados. Seguramente era su primera experiencia con la voz de mando, porque si conocía a mi hermano, debía permitir que los cachorros brincaran en su cabeza cuando y como quisieran.Me acerqué a acuclillarme ante ellos y aguardé a que me enfrentaran. Movieron la cola al reconocerme, y trataron de saltarme encima y jugar, pero los señalé con un dedo y retrocedieron, volviendo a echarse.—G
Me sorprendió que Milo regresara pasado el mediodía, porque no lo esperaba hasta el anochecer. Sin embargo, un vistazo a la sonrisa radiante de Finoa, en contraste con el evidente agotamiento de Milo, me hizo reír de buena gana. Finoa siempre había sido una gran corredora, esbelta y atlética, y era evidente que se había desquitado por la temporada de encierro cuidando a sus cachorros.—Creo que me llevaré a mi hermana al norte y te dejaremos a ti de niñero —dije divertido.—Muy gracioso —gruñó Milo jadeante—. Iré a vestirme y te traeré la carta.—Si no se desmaya por el camino —se mofó Fiona, alejándose al trote hacia los baños como si regresara de un paseo por el prado.—Te pediré algo de comer —dije, riendo por lo bajo del suspiro de mi hermano.Llegaba a mi estudio cuando vi que Brenan se acercaba, haciéndome señas de que lo esperara. Me detuve y lo saludé, para que supiera que lo escuchaba.—¿Has visto a Risa? —me preguntó entusiasmado.<
Madre nos recibió recostada en un cómodo diván frente al hogar, bien arropada bajo la manta que las niñas le tejieran para Navidad. Solía dormir una siesta después de su baño, pero la había pospuesto para recibirme.Nos sentamos en la alfombra junto a sus piernas, para que nuestras cabezas estuvieran a la misma altura que la suya, y le referí lo que acababa de compartir con Milo sobre la situación de los lobos. Mientras hablaba, vi que la expresión de madre se ensombrecía. Me interrumpió con un gesto y adivinamos que hablaba con alguien.—Aguardemos a Marla —dijo—. Prefiero que aclare cualquier duda que tenga contigo, que ya has leído la carta.La jefa de sanadoras no tardó en presentarse. Tuvimos que hacerle lugar para que hincara una rodilla y besara la mano de madre, toda arrebolada y vibrante de alegría. Yo mantenía un contacto tan estrecho y constante con ella que a veces olvidaba que, para el resto de la manada, pasar tiempo con nuestra Luna resultaba algo
Al anochecer, Mora me hizo saber que ya le había enviado a Risa los vestidos nuevos, como prometiera.—Planeaba correrse hasta la cocina antes de cenar, para entregar las medicinas de las mujeres de este turno —agregó.Con eso en mente, comí temprano, me puse presentable y bajé con sigilo, para que el agudo oído de mi pequeña no me descubriera. La escuché salir hablando con la mujer que le llevaba la cena. Tan pronto cerraron la puerta, me colé dentro de la habitación. Además del olor a comida, percibí el perfume anisado de loción para el cabello, que Risa no usaba desde que llegara al castillo.Me asomé al corredor con cautela, y luego de asegurarme que las sanadoras ya se habían retirado, me sentí lo bastante audaz para colgar la cinta negra del pestillo de la puerta, del lado de afuera. Luego me recosté a esperar a mi pequeña.
Desayunaba solo, organizando las tareas del día, cuando Milo entró en mi estudio seguido por Garnik. El muchacho se había quedado descansando en el Bosque Rojo después de entregarle la carta de Noreia a mi hermano, y había llegado al castillo con las primeras luces, listo para reunirse con nosotros.—¿Tú también estás listo para trabajar? —le pregunté a Milo burlón—. Creí que dormirías dos días más.—Cállate, que no siento las piernas —gruñó, dejándose caer en su silla y frotándose los muslos—. En verdad necesito entrenar con los muchachos antes de la ofensiva.Aunque no tenía información urgente para nosotros, Garnik sí tenía información valiosa.Cuando recibiera mi último mensaje, autorizándolo a aguardar el regreso de Noreia, Mende
Milo y yo nos reunimos con Ronan en la mañana lluviosa, inclemente, y nos sentamos frente al fuego mientras nos hablaba de lo que hicieran durante el invierno allá en el norte, especialmente los movimientos de los parias y sus vasallos.—Es como si supieran que este verano será distinto —explicó con ceño adusto—. Si me lo preguntas, creo que están preparándose para dejar números que nos hagan creer que opondrán resistencia, pero en realidad se llevarán a sus mejores guerreros al oeste, para expandirse en esa dirección.—No vendría mal asegurar nuestras posiciones orientales antes de barrerlos hacia el norte —terció Milo.—El problema es que se hagan fuertes en el oeste, y en el invierno nos caigan encima en una maniobra envolvente que aísle los puestos de avanzada —murmuré.—Sólo podemos mantenerno
Acorralado, sin saber qué hacer para que nadie advirtiera la verdadera situación, opté por enfadarme. Mi enojo por aquel encuentro distaba de ser fingido, sólo me limité a exagerarlo. Me planté donde estaba y le gruñí a mi pobre pequeña, mostrándole los dientes y rogándole a Dios que me sacara de ese aprieto.La esencia de Risa se agrió de miedo instantáneamente, y se inclinó ante nosotros temblando.—Ya, Mael, tampoco es para tanto —gruñó Mendel.—Regresaremos luego, o mañana —agregó Milo, y se cerró para que sólo yo lo escuchara—. Contrólate, quieres. Has vuelto a asustarla.Me aferré a la excusa que me ofrecían y di media vuelta, encaminándome de regreso a los vestidores sin prestar atención a las disculpas de las humanas.Esa noche, apenas me
—¡Por favor, mi pequeña!Su lengua remontó mi ingle con lentitud deliberada, haciéndome estremecer. Mis dedos se movieron más aprisa en su cuerpo para transmitirle mi urgencia, y Risa alzó la cabeza, disfrutando agitada mis caricias. Mis caderas se alzaron sin consultarme, reclamándola, y me dejó hundirme en su boca, su lengua apretada contra mi erección, sosteniéndome con puño firme cuando me dejé ir.Sin molestarme por recuperar el aliento, le sujeté la cintura y la alcé para hacerla sentar sobre mi cara. Fue mi turno de hacerla gemir y estremecerse y rogar mientras yo me embriagaba con su deseo. Y cuando se deshizo contra mi lengua, todo su cuerpo en tensión, la cabeza caída hacia atrás, los nudillos blancos en torno al espaldar de la cama, su sabor hizo saltar mi corazón en mi pecho.Porque la madreselva ya no era sólo un