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Aproveché que sabía a Risa en el prado para dejar en su habitación la prenda que le pidiera a Mora. Se trataba de un delicado enagua de tela traslúcida, corpiño bajo cubierto de bordados y larga falda, abierta por delante y por atrás. Solíamos regalarle uno a las recién casadas para su noche de bodas, y se me había ocurrido que a Risa le quedaría hermoso.

También echaba en falta que me bañara. Sabiendo lo sigilosa que Risa podía ser, estaba seguro que podríamos escabullirnos hasta los baños sin que nadie lo advirtiera.

Imaginarla bañándome vistiendo sólo ese enagua, me hizo cosquillear las yemas de los dedos cuando bajé a reunirme con ella. Pero las voces al otro lado del panel me obligaron a contener mi ansiedad. Para variar, Risa conversaba con la mujer que le traía la cena. Aunque escucharlas hablar con familiaridad, y hasta reír, atemperó mi malhumor.

Por suerte, la mujer no tardó en marcharse. Aguardé que Risa me indicara que podía entrar y abrí el panel. P

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