AlbaCasi no pude dormir por los nervios de este día, el cual comenzó soleado y deslumbrante. Papá me despertó con un suave beso en la frente y me dijo que desayunáramos. Había preparado tortitas, tocino, huevos y todo lo que me gustaba para comenzar bien el día. Yo, en realidad, no tenía mucha hambre; el pánico me invadía por lo que iba a hacer.Las cartas para ambos hermanos ya estaban listas, y Nerea había contratado a alguien para que se las entregara a sus correspondientes destinatarios. Yo no podría ir al hotel, simplemente iría a casa de mi madre (quien ya lo sabía todo y me apoyaba) y luego de ahí al aeropuerto, rumbo a mi nuevo destino: España. Lucrecia me estaría esperando en su isla, donde tendría a mi bebé y todo estaría bien. A pesar de que el plan era perfecto para no fallar, algo dentro de mí dolía de manera desgarradora y deseaba renunciar. Sin embargo, no dejaría que el sentimentalismo lo arruinara todo; Gian y Cristel se irían a la mierda con toda y su locura, y yo
CristelLa llamada de Alba, aunque alegre, me había dejado con una sensación de nerviosismo. No me gustaba nada la idea de que me tuvieran que entregar algo. ¿Qué cosa era tan importante que no podía esperar a que nos fuéramos? Mi ansiedad crecía cada vez más y de pronto temí que las cosas no fueran a salir bien, que Gian se diera cuenta de todo y que se dañara nuestro plan.«No, no puede pasar. Alba es cuidadosa», pensé para calmarme.—Señorita Lefebvre. —La voz de una chica me hizo voltear. Mi corazón se aceleró un poco al reconocer a la hermosa rubia a la que confundí con un chico el otro día. Ella también pareció sorprendida, pero pronto se recompuso y carraspeó.—Hola, ¿eres vecina de Alba, cierto? —le pregunté.—Sí, lo soy. Mi nombre es Scarlett —sonrió avergonzada—. También trabajo como repartidora, y bueno, Alba me pidió que te trajera algo. No sé qué sea, solo me dijo que te lo entregara. De su mochila negra sacó un sobre blanco, que no me dio buena espina. ¿Para qué carajo
GianEl día más esperado había llegado por fin, y no podía existir hombre más feliz y nervioso que yo. Todo estaba listo, pero de todos modos verifiqué una y otra vez que nada se saliera de control. La ceremonia sería en los jardines, así que debía cuidar el viento, los insectos y cualquier cosa que incomodara a mi prometida o a los invitados.Para mí no había ningún problema. Podía casarme en medio de un pantano y no me importaría. Tampoco me importaba que Alba llegara disfrazada de hamburguesa gigante, tal y como me había dicho la noche anterior que haría si no le gustaba cómo le quedaba su vestido.Mi felicidad era tal que no pude percibir las cosas que no estaban bien, como el hecho de que nadie de la familia de Alba hubiese llegado todavía. Mamá ya estaba aquí, al igual que muchos de nuestros invitados, quienes eran familiares, socios y clientes importantes. Seguro que más de alguno criticaría en silencio que Alba y yo nos hubiésemos enamorado, pero me daba igual; todos sabían qu
AlbaEl avión aterrizó en Madrid durante la tarde. Yo me encontraba bastante cansada y hambrienta, pero por toda la preocupación que mi cuerpo cargaba, no fui capaz de comer nada al llegar al hotel. Me dediqué a dormir, dormir y dormir hasta la mañana siguiente, donde amanecí mareada y, de haber tenido algo en el estómago, habría hecho un verdadero desastre.No solo era el embarazo lo que me tenía en este estado de perturbación, sino el miedo a todas las implicaciones de lo que había hecho, de imaginar a Gian sufriendo y odiándome más que nunca. Porque lo haría. ¿Quién sería tan idiota para no guardarle rencor a alguien que te dejó plantado en el altar con una carta tan horrible? Había dejado plasmado todo mi odio y mi dolor en esa simple hoja de papel. Si escribirlo fue doloroso, leerlo debía serlo aún más.Por momentos, en medio de mi llanto, imaginaba lo que habría sido si hubiera decidido quedarme para casarme con Gian. Ahora mismo estaría siendo besada y adorada por él en nuestro
GianAlba.Ese nombre era lo primero que pensaba al despertar y lo último en que pensaba antes de cerrar los ojos, así fuera para morir, porque la muerte respiró muy cerca de mí por esa úlcera que no sabía que tenía y que terminó perforando la pared del estómago. Tuve que ser operado de emergencia y perdí horas invaluables para detener a esa maldita mentirosa, a la que por desgracia seguía amando con locura.Necesitaba saber de ella y de mi hijo, pero nadie a mi alrededor cooperaba; nadie sabía nada, y las únicas personas que lo sabían no me iban a decir el paradero de Alba por nada del mundo.Eso incluía a mi propia madre.Seguía sin poder creer que ella aprobara semejante venganza. Por más que estuviese en contra de mis actos, no le correspondía ser la cómplice de Alba, mucho menos darle los recursos para escapar como la maldita cobarde que era.—¿Qué se sabe sobre mi mujer? —le pregunté al detective que había contratado para que la buscara.—Voló a Madrid, señor —respondió—. Pero e
AlbaLa isla a la que llegamos era muy hermosa, el lugar ideal para pasar una luna de miel, una que, desde luego, ya no tendría. Intentaba no pensar en ello, pero cada vez que dirigía la vista hacia el ventanal frente a mi cama y me topaba con el hermoso mar, era inevitable pensarlo.Los primeros días fueron muy difíciles; sin embargo, Lucrecia siempre tenía un as bajo la manga para distraerme y que no pensara demasiado en lo ocurrido. Por supuesto que todo su esfuerzo se iba a la mierda en cuanto me quedaba a solas, pero agradecía su enorme esfuerzo.El contacto con mi familia era poco, dado que la señal no era demasiado buena, además tampoco teníamos internet ilimitado; Lucrecia prefería utilizarlo en cosas muy puntuales y necesarias. Durante los tres primeros días, de verdad me costó, aunque con tantas cosas que hacer y ver, mi necesidad de conectarme con el resto del mundo disminuía de una forma que me sorprendía.Otra cosa que había notado era que en este lugar ella no fumaba, o
AlbaHice una mueca al no estar del todo conforme con mi atuendo. Nada me parecía lo suficientemente equilibrado para ir a conocer al hermano de mi novia. Era la primera vez que una de mis parejas me llevaba a conocer a su familia y, para mi mala suerte, tenía que ser un hombre poderoso, dueño de cadenas de hoteles, restaurantes y demás.Mi novia también era dueña de muchas de esas cosas, pero el mando y la administración la tenía él, lo que no le importaba a Cristel, que solo se dedicaba a vivir la vida a su antojo y a no causar demasiado revuelo.Suspiré y lancé mi vestido hacia la cama. Cristel no tardaría nada en pasar por mí y me regañaría por mi poco glamuroso atuendo. La amaba y mucho, pero me fastidiaba su obsesión con lucir perfecta todo el tiempo. Y era por eso por lo que llevaba esta presión encima de verme bien.Nunca había sido especialmente fan de la moda, sino más bien de la comodidad. Tampoco llegaba al grado de verme como una vagabunda, pero sí que lo parecía al lado
AlbaAún no me acostumbraba del todo a este edificio. Cristel me había regalado el departamento por mi cumpleaños y, aun así, no se venía aún a vivir conmigo. Ella decía que quería esperar, y en mí guardaba la esperanza de que quisiera casarse conmigo.Muchas veces fantaseaba con nuestra boda, pero en otras ocasiones tenía pensamientos intensivos y se colaba un hombre a la ecuación. Yo era bisexual, pero con más tendencia a gustar de hombres hasta que llegó Cris a mi vida.Antes de ella, yo no me planteaba el matrimonio con una mujer; añoraba mi vestido blanco y a mi esposo de negro. Fui una tonta por pensar que los hombres eran mi camino, estuve en el sitio equivocado.Las dos nos subimos al auto y charlamos sobre cosas triviales durante el camino, lo típico. Mi nerviosismo me dio tregua cuando Cristel me dijo que lo importante éramos nosotras, que su hermano no debía opinar.Y le creía. Cristel siempre me ponía por encima de todos.Finalmente, llegamos al restaurante, el cual no era