Gian Las palabras de Alba me quemaban con una fuerza arrasadora. No era que hubiera esperado otra cosa, luego de que esa maldita perra se atreviera a dejarme plantado, a engañarme y encima usar mi debilidad en mi contra, pero dolían tanto que me costó mantener la compostura. La amaba locamente. Teniéndola frente a mí, lo volvía a comprobar. Anhelaba lanzarme sobre ella y suplicarle que olvidáramos todo, que no volviera a huir de mí y que repararía el daño ocasionado. Eso haría que toda mi búsqueda, el tragarme mi miedo al mar y las noches sin dormir, valieran la pena.Por supuesto, no pasaría. El primer obstáculo era mi orgullo. No iba a perdonar tan fácilmente que me arrebatara la ilusión de esa forma, que huyera con mi hijo, que me humillara frente a todos y encima me fuera infiel con Cristel, aunque fuese solo por venganza. El segundo obstáculo sería el suyo. Alba no me perdonaría jamás lo que había hecho.Ninguno de los dos tenía perdón ni redención el uno frente al otro. La úni
Alba Tenía la pequeña esperanza de que la partida de la isla fuese muy problemática, pero Gian estaba tan empecinado en llevarme con él que ni siquiera se le vio alterado al subirnos al ferri. Todo lo contrario; mantenía el temple, la cordura y, aunque me miraba con odio, no dejaba de vigilarme. El silencio fue nuestro principal acompañante durante el camino, uno en el que me habría gustado tener presente a Lucrecia para no sentirme tan asustada y a la deriva. Gian se había apoderado de todos mis objetos personales, incluyendo mi celular, el cual estaba segura de que revisaría como un enfermo en cuanto tuviera oportunidad. Ya no podría encontrar nada, todo estaba eliminado, pero sabiendo su rabia, el no encontrar nada significaría que me torturaría demasiado.—Estoy mareada —le dije cuando estábamos a punto de llegar al puerto. —¿Y qué? ¿Qué quieres que haga? —me preguntó con frialdad, sin mirarme siquiera—. A partir de ahora, tienes que cuidarte bien. —Lo sé, solo… solo lo decía p
Alba Gian no volvió a la habitación, pero se encargó de enviarme cosas para comer. A pesar de odiarme, se preocupaba de que el bebé estuviera bien. Yo también me preocupaba por lo mismo, pero no comí con mucho entusiasmo. No dejaba de intentar imaginar adónde me llevaría Gian. ¿Sería de regreso al país o a un lugar donde nadie nos pudiera encontrar?—Él tiene que regresar, tiene negocios que atender —dije para tranquilizarme mientras me duchaba antes de irme a dormir.El agua tibia relajó un poco mis músculos y decidí dejar de preocuparme por el futuro. Confiaba en que las cosas se calmarían tarde o temprano.El ruido de algo que se cayó en la habitación hizo que apagara la secadora inmediatamente. Gian masculló una maldición y se me tensó el cuerpo porque sospechaba que venía de nuevo a pelear.—¿En dónde demonios estás? —preguntó arrastrando la voz—. Maldita sea, ¿en dónde carajo estás? Con el miedo atenazándome la garganta, corrí hacia la puerta para intentar ponerle seguro; pero
Gian No. No pude haber hecho aquello. Por más daño que Alba me hubiera causado, no pude haber cometido eso.—No, no lo hice, claro que no. Ella y mi hijo estarán bien. Nada les pasará —murmuré mientras caminaba frenéticamente por la habitación.El efecto del alcohol ya se me había pasado, y no podía dejar de recordarlo todo con claridad. Aún resonaba en mi cabeza que ella quería alejarse porque la lastimaba.Me senté en la cama, sintiendo ardor de estómago. Tenía estrictamente prohibido tomar alcohol después de la cirugía y sabía que esto tendría graves consecuencias para mi organismo, pero estaba tan desesperado por la situación que ni siquiera lo pensé. Tener a Alba conmigo y saber que nada era posible entre nosotros me estaba matando.Este amor y este odio me carcomían. Un sentimiento luchaba contra el otro y, al mismo tiempo, se unían para destruirme. No era capaz de alejarme de Alba, pero tampoco de rendirme y pedirle que volviéramos a ser lo que fuimos.Si ella no lo quería, m
AlbaEl vuelo no me causó tantos problemas a nivel físico, pero sí emocionales. Gian había decidido que nuestros asientos estuvieran separados. En un principio, no lo estaban, pero él logró negociar con otra pasajera, una amable mujer mayor que ahora estaba sentada a mi lado y que tejía cosas hermosas. La conversación con ella era agradable, pero eso no aminoraba el dolor que sentía por tener a Gian lejos.—Noto en tu mirada que estás muy triste —me dijo ella de pronto—. ¿Te sucede algo?—No —le mentí con una ligera sonrisa—. Solo estoy cansada.—Es por ese apuesto joven con el que venías y no ha querido sentarse contigo, ¿no es así?—¿Cómo lo…?—Porque lo noté. Noto una energía muy pesada y casi irreconciliable entre ustedes —contestó, bajando más la voz—. Soy buena para ver ese tipo de cosas.—Pues se equivoca —repliqué con tono bromista—. Porque debería quitarle el «casi». Lo nuestro es irreconciliable.—Mmm… Puede ser que no, hija. Porque un amor tan grande no puede morir, por muc
Gian La consulta no era algo a lo que quisiera asistir. Tenía miedo de emocionarme, de volver a quebrarme como lo había hecho afuera, así que me quedé sentado frente al escritorio mientras a Alba le hacían la ecografía.—¿Ese es mi bebé? —jadeó Alba de pronto.Cerré los ojos, odiando mi latido acelerado y mis ganas de levantarme para ver a mi hijo, para tomar la mano de Alba mientras escuchábamos el latido del corazón. Antes de todo esto, lo habría dado todo por ver juntos la nueva vida que habíamos creado con tanto amor, pero ya no había cabida para eso.—Sí, señorita, ese es su bebé. Está muy fuerte. ¿Quiere escuchar su corazón?—No —respondió ella—. No quiero incomodar a…—Hágalo, reprodúzcalo —pedí, aún con los ojos cerrados.—De acuerdo, señor Lefebvre. Lo pondré.Casi de inmediato, un hermoso sonido resonó en el consultorio. Fue inevitable que se me llenaran los ojos de lágrimas y que sollozara en silencio, sin que Alba ni la doctora me vieran. Quería verlo, disfrutar del momen
AlbaHice una mueca al no estar del todo conforme con mi atuendo. Nada me parecía lo suficientemente equilibrado para ir a conocer al hermano de mi novia. Era la primera vez que una de mis parejas me llevaba a conocer a su familia y, para mi mala suerte, tenía que ser un hombre poderoso, dueño de cadenas de hoteles, restaurantes y demás.Mi novia también era dueña de muchas de esas cosas, pero el mando y la administración la tenía él, lo que no le importaba a Cristel, que solo se dedicaba a vivir la vida a su antojo y a no causar demasiado revuelo.Suspiré y lancé mi vestido hacia la cama. Cristel no tardaría nada en pasar por mí y me regañaría por mi poco glamuroso atuendo. La amaba y mucho, pero me fastidiaba su obsesión con lucir perfecta todo el tiempo. Y era por eso por lo que llevaba esta presión encima de verme bien.Nunca había sido especialmente fan de la moda, sino más bien de la comodidad. Tampoco llegaba al grado de verme como una vagabunda, pero sí que lo parecía al lado
AlbaAún no me acostumbraba del todo a este edificio. Cristel me había regalado el departamento por mi cumpleaños y, aun así, no se venía aún a vivir conmigo. Ella decía que quería esperar, y en mí guardaba la esperanza de que quisiera casarse conmigo.Muchas veces fantaseaba con nuestra boda, pero en otras ocasiones tenía pensamientos intensivos y se colaba un hombre a la ecuación. Yo era bisexual, pero con más tendencia a gustar de hombres hasta que llegó Cris a mi vida.Antes de ella, yo no me planteaba el matrimonio con una mujer; añoraba mi vestido blanco y a mi esposo de negro. Fui una tonta por pensar que los hombres eran mi camino, estuve en el sitio equivocado.Las dos nos subimos al auto y charlamos sobre cosas triviales durante el camino, lo típico. Mi nerviosismo me dio tregua cuando Cristel me dijo que lo importante éramos nosotras, que su hermano no debía opinar.Y le creía. Cristel siempre me ponía por encima de todos.Finalmente, llegamos al restaurante, el cual no era