54.

Alba

Gian no volvió a la habitación, pero se encargó de enviarme cosas para comer. A pesar de odiarme, se preocupaba de que el bebé estuviera bien. Yo también me preocupaba por lo mismo, pero no comí con mucho entusiasmo. No dejaba de intentar imaginar adónde me llevaría Gian. ¿Sería de regreso al país o a un lugar donde nadie nos pudiera encontrar?

—Él tiene que regresar, tiene negocios que atender —dije para tranquilizarme mientras me duchaba antes de irme a dormir.

El agua tibia relajó un poco mis músculos y decidí dejar de preocuparme por el futuro. Confiaba en que las cosas se calmarían tarde o temprano.

El ruido de algo que se cayó en la habitación hizo que apagara la secadora inmediatamente. Gian masculló una maldición y se me tensó el cuerpo porque sospechaba que venía de nuevo a pelear.

—¿En dónde demonios estás? —preguntó arrastrando la voz—. Maldita sea, ¿en dónde carajo estás?

Con el miedo atenazándome la garganta, corrí hacia la puerta para intentar ponerle seguro; pero
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