53.

Alba

Tenía la pequeña esperanza de que la partida de la isla fuese muy problemática, pero Gian estaba tan empecinado en llevarme con él que ni siquiera se le vio alterado al subirnos al ferri. Todo lo contrario; mantenía el temple, la cordura y, aunque me miraba con odio, no dejaba de vigilarme. El silencio fue nuestro principal acompañante durante el camino, uno en el que me habría gustado tener presente a Lucrecia para no sentirme tan asustada y a la deriva. Gian se había apoderado de todos mis objetos personales, incluyendo mi celular, el cual estaba segura de que revisaría como un enfermo en cuanto tuviera oportunidad. Ya no podría encontrar nada, todo estaba eliminado, pero sabiendo su rabia, el no encontrar nada significaría que me torturaría demasiado.

—Estoy mareada —le dije cuando estábamos a punto de llegar al puerto.

—¿Y qué? ¿Qué quieres que haga? —me preguntó con frialdad, sin mirarme siquiera—. A partir de ahora, tienes que cuidarte bien.

—Lo sé, solo… solo lo decía p
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