CAPÍTULO 6

Esa noche, la fiesta en la casa de la fraternidad estaba en pleno apogeo. La música retumbaba y las luces parpadeaban, creando un ambiente casi hipnótico. Alya y Clara, ya bastante borrachas, reían y bailaban sin preocuparse por nada más.

Alya se tambaleó ligeramente mientras intentaba mantener el equilibrio. Clara, a su lado, no estaba en mejor estado. Un grupo de chicos se acercó a ellas, con intenciones que no eran del todo inocentes.

—¿Por qué no nos vamos a un lugar más tranquilo, chicas? —dijo uno de los chicos, sonriendo de manera insinuante.

—No, gracias. Estamos bien aquí —respondió Alya, riendo.

Antes de que los chicos pudieran insistir, Christian apareció, con el ceño fruncido y una mirada de desaprobación. A su lado, su amigo Marco, quien también parecía preocupado.

—Creo que es hora de que se vayan —dijo Christian con voz firme.

—¿Y tú quién eres para decirnos qué hacer? —replicó otro de los chicos, desafiante.

—Somos sus amigos. Y no creemos que quieran irse con ustedes —intervino Marco.

Los chicos, al ver la determinación en los ojos de Christian y Marco, decidieron retroceder. Christian se acercó a Alya, quien lo miraba con una mezcla de sorpresa y gratitud.

—Eres... eres muy sexy, ¿sabes? Pero también muy misterioso —dijo Alya con voz arrastrada.

Christian no pudo evitar sonreír ligeramente ante el comentario de Alya, aunque su preocupación por ella era evidente.

—Vamos, Alya. Es hora de que te vayas a casa —suspiró Christian.

—¡Sí, vamos! ¡La fiesta se acabó para nosotras! —rió Clara.

Christian y Marco ayudaron a las chicas a salir de la casa de la fraternidad. Mientras caminaban hacia los dormitorios de la universidad, Alya no podía dejar de mirar a Christian, sus palabras anteriores resonando en su mente. Había algo en él que la intrigaba profundamente, algo que no podía ignorar.

A medida que se alejaban de la fiesta, Alya se dio cuenta de que, aunque Christian era un enigma, había algo en su presencia que la hacía sentir segura. Y en ese momento, decidió que quería conocer más sobre él, sin importar lo difícil que pudiera ser.

El sábado por la mañana, Alya y Clara despertaron con una resaca monumental. La luz del sol que se filtraba por las cortinas les resultaba insoportable y sus cabezas latían con fuerza.

—¿Qué pasó anoche? —murmuró Clara, frotándose las sienes.

—No lo sé, pero mi cabeza va a explotar —respondió Alya, tratando de recordar los eventos de la noche anterior.

De repente, un recuerdo fugaz cruzó su mente: Christian. El chico misterioso ahora tenía un nombre, y recordaba vagamente que él y su amigo Marco las habían llevado de vuelta a los dormitorios.

—Christian... —dijo Alya en voz baja.

—¿Qué? —preguntó Clara, levantando una ceja.

—El chico misterioso. Se llama Christian.

Él y Marco nos trajeron de vuelta anoche.

Clara se quedó pensativa por un momento antes de asentir lentamente.

—Sí, ahora lo recuerdo. Pero, ¿cómo conoce Marco a Christian? —preguntó Clara, intrigada.

Decidieron buscar a Marco para obtener respuestas. Lo encontraron en la cafetería, tomando un café y leyendo un libro.

—¡Marco! —exclamó Clara, acercándose a él—. Necesitamos hablar contigo.

Marco levantó la vista, sorprendido por la urgencia en la voz de Clara.

—Claro, ¿qué pasa? —dijo, cerrando su libro.

—Anoche... —comenzó Alya—. Nos trajiste de vuelta con Christian. ¿Cómo lo conoces?

Marco sonrió ligeramente y se recostó en su silla.

—Christian y yo somos amigos desde la secundaria. Nos conocimos en un campamento de verano y hemos sido inseparables desde entonces.

—¿Y por qué nunca nos dijiste nada sobre él? —preguntó Clara, cruzando los brazos.

—Christian es... complicado —admitió Marco—. No le gusta socializar mucho y prefiere mantenerse al margen. Pero es un buen tipo, solo necesita tiempo para abrirse.

Alya asintió, recordando la indiferencia de Christian la noche anterior.

—¿Por qué estaba tan molesto anoche? —preguntó Alya.

—Estaba preocupado por ustedes —respondió Marco—. Vio que esos chicos no tenían buenas intenciones y quiso asegurarse de que estuvieran a salvo.

Alya sintió una mezcla de gratitud y curiosidad. Christian seguía siendo un enigma, pero ahora tenía más razones para querer conocerlo mejor.

—Gracias, Marco —dijo Alya, sonriendo—. Creo que necesito hablar con Christian.

—Buena suerte con eso —dijo Marco, sonriendo—. No es fácil, pero vale la pena.

Más tarde, Alya decidió buscar a Christian por la universidad. Mientras caminaba por los pasillos, su teléfono vibró con un mensaje de Enrique, su novio a distancia.

—Alya, tenemos que hablar. Es importante.

Alya sintió un nudo en el estómago. No podía evitar preocuparse por lo que Enrique quería decirle, pero en ese momento, su prioridad era encontrar a Christian y agradecerle por la noche anterior.

Finalmente, lo vio sentado en un banco, leyendo un libro. Se acercó con cautela, sin saber cómo iniciar la conversación.

—Hola, Christian —dijo, tratando de sonar casual.

Christian levantó la vista y la miró con una expresión neutral.

—Hola, Alya. ¿Cómo te sientes hoy?

—Un poco mejor, gracias. Quería agradecerte por anoche. Tú y Marco nos ayudaron mucho.

Christian asintió, pero no dijo nada. Alya sintió la tensión en el aire y decidió ser directa.

—¿Por qué eres tan distante? —preguntó, mirándolo a los ojos.

Christian suspiró y cerró su libro.

—No es fácil para mí abrirme a la gente. Pero me alegra que estés bien.

Alya sonrió ligeramente, sintiendo que había dado un pequeño paso hacia conocer mejor a Christian. Sin embargo, la preocupación por el mensaje de Enrique seguía rondando en su mente.

—Gracias, Christian. De verdad.

Christian asintió de nuevo y volvió a su libro, mientras Alya se alejaba, pensando en la conversación que tendría que tener con Enrique.

Alya se sentó en su cama, su teléfono en la mano, mirando el mensaje de Enrique. Con un suspiro profundo, decidió llamarlo. Necesitaba saber qué era tan importante.

—Hola, Enrique —dijo, tratando de mantener la voz firme.

—Alya, tenemos que hablar —respondió Enrique, su tono serio.

—¿Qué pasa? —preguntó, sintiendo un nudo en el estómago.

—No puedo con la distancia —dijo Enrique, suspirando—. Por eso te sugerí una relación abierta. Anoche salí con mis amigos y... no pude resistirme. Terminé acostándome con una chica.

Alya sintió como si el suelo se desmoronara bajo sus pies. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras trataba de procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Cómo pudiste? —susurró, su voz quebrándose—. Pensé que podíamos superar esto juntos.

—Lo siento, Alya. De verdad lo siento. Pero creo que es mejor que terminemos. No quiero seguir haciéndote daño.

Alya colgó el teléfono sin decir una palabra más. Se quedó sentada en silencio, las lágrimas corriendo por su rostro. Después de unos minutos, se levantó y salió de su habitación, dirigiéndose a la azotea de la universidad. Necesitaba estar sola.

Al llegar a la azotea, se sentó en una banca y dejó que las lágrimas fluyeran libremente. Miró al cielo, preguntándose por qué le pasaba esto. ¿Por qué no había terminado esa relación antes? Siempre había sentido que Enrique nunca la había tomado en serio, que estaban juntos más por costumbre que por amor verdadero.

—¿Por qué me pasa esto? —murmuró, hablando sola—. ¿Por qué no terminé con él antes? Sabía que no me tomaba en serio...

Pasó una hora en la azotea, sumida en sus pensamientos y en su dolor. Finalmente, decidió que era hora de dejar ese lugar. Se levantó y se dirigió hacia la puerta, sin saber que alguien la había estado observando y escuchando todo el tiempo.

Christian, apoyado contra la pared, apagó su cigarro y la miró con una mezcla de preocupación y curiosidad. Había escuchado cada palabra, y aunque no quería entrometerse, no podía evitar sentir una conexión con el dolor de Alya.

Alya, sin darse cuenta de la presencia de Christian, se alejó de la azotea, sintiéndose un poco más ligera después de haber dejado salir sus emociones. Christian la observó hasta que desapareció de su vista, pensando en cómo podría ayudarla sin invadir su espacio.

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