CAPÍTULO 20

Alya se quedó en la azotea, tratando de calmar su respiración y ordenar sus pensamientos. Sabía que no podía quedarse allí para siempre, pero necesitaba un momento para recomponerse.

Después de un rato, se levantó y decidió que lo mejor sería regresar a su dormitorio y hablar con Clara. Necesitaba el apoyo de su amiga más que nunca.

Al llegar, Clara la recibió con una sonrisa, pero esta se desvaneció al ver la expresión en el rostro de Alya.

—¿Qué pasó? —preguntó Clara, preocupada.

Alya se dejó caer en el sofá y comenzó a contarle todo, desde su decisión de hablar con Christian hasta el momento en que lo vio besándose con Laura. Clara escuchó en silencio, su rostro reflejando una mezcla de sorpresa y enojo.

—No puedo creer que te haya hecho eso —dijo Clara finalmente, abrazando a Alya con fuerza—. No merece ni un segundo más de tu tiempo.

Alya asintió, sintiendo el consuelo en las palabras de su amiga. Pero aún así, el dolor seguía ahí, latente.

—Sé que tienes razón, pero duele tanto —murmuró Alya, dejando que las lágrimas cayeran de nuevo.

Clara la sostuvo, susurrando palabras de ánimo y apoyo. Sabía que Alya necesitaba tiempo para sanar, pero también sabía que su amiga era fuerte y que eventualmente superaría esto.

—Vamos a salir de esta, Alya. Juntas —dijo Clara con determinación.

Alya sonrió débilmente, agradecida por tener a Clara a su lado. Sabía que el camino por delante no sería fácil, pero con su amiga a su lado, sentía que podría enfrentarlo.

Después de un rato, Alya se secó las lágrimas y respiró hondo. Sabía que Clara tenía razón. No podía seguir dejándose llevar por el dolor y la confusión. Tenía a Enrique, su novio, quien siempre había estado a su lado, apoyándola y amándola incondicionalmente. No podía permitir que los sentimientos por Christian nublaran su juicio y pusieran en riesgo su relación con Enrique, a pesar de que él también la había engañado en el pasado.

—Tienes razón, Clara —dijo Alya, con una nueva determinación en su voz—. No puedo seguir así. Tengo a Enrique y debo enfocarme en él. No puedo caer en tentaciones.

Clara frunció el ceño, recordando el dolor que Enrique le había causado a Alya.

—Alya, sé que lo perdonaste, pero no olvides lo que te hizo. No quiero que vuelvas a sufrir por él.

Alya asintió, comprendiendo la preocupación de su amiga.

—Lo sé, Clara. Pero también sé que quiero darle una oportunidad. No puedo dejar que el pasado controle mi presente.

Clara suspiró, resignada pero aún preocupada.

—Solo prométeme que serás cuidadosa. No quiero verte herida de nuevo.

—Lo prometo —dijo Alya, sintiendo una renovada esperanza. Sabía que el camino no sería fácil, pero con Clara y Enrique a su lado, estaba segura de que podría superar cualquier obstáculo.

Alya caminaba por el campus, tratando de concentrarse en sus estudios y dejar atrás el tumulto emocional de los últimos días.

Sin embargo, su tranquilidad se vio interrumpida cuando vio a Christian acercándose. Su corazón se aceleró, pero se obligó a mantener la calma.

—Alya, tenemos que hablar —dijo Christian, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

—No tenemos nada de qué hablar —respondió ella, tratando de pasar de largo.

Christian la detuvo, su mano firme en su brazo.

—¿Ya se te olvidó lo bien que te hice sentir con un beso? —susurró, acercándose peligrosamente.

Alya lo miró con desdén.

—Sí, tan bien que hasta vomité. Deberías olvidar eso, porque para mí no fue algo importante. Tengo a mi novio Enrique. Aléjate de mí.

Christian frunció el ceño, pero no soltó su agarre.

—¿Ahora sí te importa tu noviecito ese? —preguntó con sarcasmo.

—Aléjate de mí. Vete con esa chica, Laura —repitió Alya, su voz firme.

Christian la observó con una mirada oscura y una sonrisa de lado.

—¿Acaso estás celosa? —provocó.

Alya lo ignoró, tratando de liberarse de su agarre.

—Pero no habías dicho que no éramos nada. ¿Por qué te pones así? Solo déjate llevar —insistió Christian.

Fue entonces cuando Alya lo miró directamente a los ojos, su paciencia agotada.

—Vete a la m****a y déjame en paz —dijo con firmeza, alejándose rápidamente.

Christian se quedó allí, observándola irse, su mandíbula apretada por la frustración. Mientras la veía desaparecer en la distancia, una oscura determinación se asentó en su mirada.

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