CAPÍTULO 14

Pasaron semanas desde que Enrique se fue, y durante ese tiempo, Alya evitó a Christian a toda costa. Cada vez que él intentaba acercarse, ella encontraba una excusa para alejarse. Esta situación lo frustraba profundamente, y la tensión entre ellos crecía con cada día que pasaba.

Una noche, después de una larga jornada en la universidad, Christian decidió que ya no podía soportarlo más. Sabía que Alya solía quedarse en la biblioteca hasta tarde, así que fue allí con la esperanza de encontrarla. Al entrar, la vio sentada en una mesa al fondo, absorta en sus libros.

—Alya —dijo con firmeza, acercándose a ella.

Ella levantó la vista, sorprendida y un poco nerviosa. Intentó ignorarlo, pero él no se lo permitió. Se sentó frente a ella, su mirada intensa y decidida.

—No podemos seguir así —dijo Christian, su voz baja pero cargada de emoción—. Necesitamos hablar.

Alya suspiró, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que tenía razón, pero también sabía que enfrentarlo significaba abrir una puerta que había estado tratando de mantener cerrada.

—Christian, yo... —comenzó, pero él la interrumpió.

—No, déjame hablar primero —dijo, su tono más dominante—. No entiendo por qué me has estado evitando, pero no puedo seguir fingiendo que no me importa. Cada vez que te veo, siento que me estoy perdiendo a mí mismo.

Alya sintió un nudo en la garganta. Sus sentimientos por Christian eran profundos, pero también estaba atrapada en un compromiso que no podía romper fácilmente. Miró a su alrededor, asegurándose de que nadie los estuviera observando, y luego se inclinó hacia él.

—No es tan simple —susurró, sus ojos llenos de conflicto—. Enrique...

—Enrique no está aquí ahora —la interrumpió Christian, su voz apenas un murmullo—. Solo estamos tú y yo.

La tensión en el aire era palpable. Christian tomó su mano con firmeza, y la calidez de su toque envió una corriente eléctrica por su cuerpo. Alya cerró los ojos, dejándose llevar por el momento. Sabía que estaba jugando con fuego, pero en ese instante, nada más importaba.

Christian se inclinó hacia ella, sus labios a solo un suspiro de los de ella. El deseo en sus ojos era innegable, y Alya sintió que su resistencia se desmoronaba.

—Dime que sientes lo mismo —susurró, su aliento mezclándose con el de ella.

Alya abrió los ojos, encontrando los de él llenos de una mezcla de esperanza y desesperación. Sabía que no podía seguir evitando la verdad. Con un suspiro tembloroso, se apartó ligeramente, dejando que sus palabras cortaran el aire.

—Christian, no puedo hacer esto. No soy infiel. No puedo traicionar lo que siento por alguien más, aunque ya no esté aquí.

Christian la miró, su expresión cambiando de esperanza a frustración. Soltó su mano, sintiendo una mezcla de enojo y desilusión.

—Entonces, ¿qué somos nosotros? —preguntó, su voz cargada de amargura.

Alya se levantó, recogiendo sus libros con manos temblorosas. Lo miró una última vez, sus ojos llenos de tristeza.

—Nunca fuimos nada, Christian. Y nunca seremos nada —dijo, antes de darse la vuelta y salir de la biblioteca, dejando a Christian solo, enojado y frustrado.

Christian se quedó allí, sintiendo una ira creciente. Nadie lo había rechazado así antes. Estaba acostumbrado a tener a cualquier mujer que quisiera, pero Alya era diferente. Esa noche, decidió que no valía la pena seguir rogándole. Salió de la biblioteca y se dirigió a un bar cercano, decidido a encontrar a alguien más para pasar la noche. Necesitaba olvidar, aunque fuera solo por un momento.

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