Nunca creí en cuentos de hadas, mucho menos en finales felices. Mi mundo es un cabaret, donde las luces son fugaces, los aplausos son vacíos, y los hombres no ven más allá de mis piernas. Todo lo que quiero es lo que puedo contar: billetes, joyas, lujos. El amor, si es que existe, no paga las cuentas. Pero entonces llegó Vicente "el Toro" Mendoza. Alto, oscuro, peligroso... y completamente obsesionado conmigo. Dice que me quiere, que soy suya. Lo dice con esa voz que podría convencer a una tormenta de detenerse y con esos ojos que me prometen el mundo, aunque sé que ese mundo está teñido de sangre. No puedo negar que me atrae, que me quema con cada mirada y me desarma con cada toque. Pero su amor no es normal; es salvaje, posesivo, capaz de derribar a cualquiera que se interponga. Y yo, con toda mi indiferencia, he aprendido a temerle tanto como desearle. ¿Quién gana cuando un depredador se enamora de una mujer que se niega a ser su presa? ¿Cuánto puedo resistir antes de que su pasión me consuma por completo? En este juego de poder, secretos y deseo, solo sé una cosa: si Vicente Mendoza me ama, eso podría ser mi ruina… o mi salvación.
Leer másEs en ese momento que lo entiendo completamente. Vicente no está amenazándome solo a mí; está amenazando a cualquiera que me rodee, a cualquiera que intente acercarse o ayudarme. Y, como siempre, su mensaje es claro: si quiero que la gente a mi alrededor esté a salvo, tengo que quedarme con él.Por un instante, me siento atrapada de nuevo. La rabia, la frustración, la impotencia me golpean con fuerza. Quiero gritarle, golpearlo, arrancar esa sonrisa arrogante de su rostro. Pero sé que eso no servirá de nada. No con Vicente. Él es el tipo de hombre que vive para las batallas psicológicas, que disfruta viendo a sus oponentes retorcerse en la incertidumbre.Doy un paso atrás, buscando espacio, aire. Mi mente corre buscando una salida, algo que pueda usar en su contra, pero las posibilidades parecen infinitas y todas imposibles.Vicente, viéndome acorralada, da otro paso adelante.—Sabes que es la verdad, Valeria. Si te alejas de mí, haré que todos los que se crucen en tu camino paguen el
Vicente me mira, su expresión triunfante.—Es todo lo que necesitas saber para entender que nunca te vas a liberar de mí, Valeria. Porque siempre he estado un paso adelante. Y siempre lo estaré.Me quedo de pie, mirando las fotos y los documentos, sintiendo cómo el suelo se desmorona bajo mis pies. Esto no es solo control. Esto es dominio total. Y me doy cuenta de que Vicente no solo ha jugado conmigo, sino que ha construido una red tan intrincada que escapar de él no va a ser tan fácil como pensé.Pero aun así, no me doy por vencida.Cierro la carpeta lentamente y lo miro a los ojos.—Esto no cambia nada —digo, aunque mi voz suena más frágil de lo que quisiera.Vicente da un paso hacia mí, su rostro a centímetros del mío.—Cambia todo —murmura, con una sonrisa oscura—. Y lo sabes.Nos quedamos así, cara a cara, en una batalla silenciosa. Y aunque sé que esto está lejos de terminar, hay una parte de mí que no está dispuesta a rendirse. Porque, aunque Vicente cree que tiene el control,
Vicente no responde de inmediato. Me arrastra hacia el salón, su agarre firme, su mirada fija en la puerta del fondo. Sé lo que hay ahí: su oficina privada. El lugar donde planea sus movimientos más oscuros, donde guarda todos sus secretos. Me lleva allí como si fuera un trofeo que está a punto de exhibir.—Voy a mostrarte algo —dice con esa calma aterradora que solo él puede manejar en momentos como este—. Algo que quizás te haga reconsiderar tu idea de libertad.Trato de soltarme, pero es inútil. Vicente me empuja hacia dentro de la oficina y cierra la puerta detrás de nosotros. El sonido de la cerradura me da una sensación de encierro, pero también me enfurece. No voy a dejar que me vuelva a encerrar, no después de todo lo que he peleado para salir de su control.—¿Qué estás haciendo, Vicente? —le exijo, mi voz más fuerte ahora—. Esto no va a funcionar.Él camina hasta su escritorio y abre un cajón, sacando algo que no puedo ver desde donde estoy. Cuando se gira, en su mano hay una
28. Ya no.Me acerco, esta vez con más determinación, aunque el aire entre nosotros está cargado de peligro.—No soy tu prisionera —digo, midiendo mis palabras—. No tienes poder sobre mí.Vicente se pone de pie, dejando su copa en la mesa de vidrio con un golpe seco. Sus ojos oscuros están fijos en mí, y la tensión entre nosotros se convierte en algo más denso, casi tangible.—Valeria, mi querida Valeria —susurra mientras se acerca lentamente, como un depredador acechando a su presa—. Nadie puede alejarte de mí, ni siquiera tú.El espacio entre nosotros se reduce a nada, y el aire se vuelve más pesado. Puedo sentir su respiración, su presencia dominante llenando cada rincón de la habitación. Pero esta vez no retrocedo, no bajo la mirada.—Ya no tienes ese poder sobre mí, Vicente —le digo, mi voz tan firme como puedo.Él sonríe, una sonrisa llena de peligro y algo más.—Siempre lo he tenido —murmura antes de inclinarse hacia mí.El aire entre nosotros se vuelve insoportablemente denso
Estoy sola. Completamente sola.Es una sensación que debería asustarme, pero en lugar de eso, me siento extrañamente aliviada. Sin Vicente tratando de controlarme, sin el miedo constante de lo que podría hacer. Aunque claro, el alivio dura poco.No han pasado ni cinco minutos desde que llegué cuando alguien llama a la puerta.Mi corazón se detiene. Miro hacia la entrada, mis piernas pesadas, como si ya supiera quién está ahí, esperando del otro lado. No necesito abrir la puerta para saber que Vicente no ha dejado que las cosas terminen así de fácil.Dudo por un segundo, pero luego camino hacia la puerta. No es miedo lo que siento, es una mezcla de adrenalina y resignación. Abro lentamente, y ahí está. No Vicente, sino uno de sus hombres.Alto, corpulento, con esa expresión impenetrable que me dice que no está aquí para charlar. Lo conozco. Es uno de los que siempre está cerca de Vicente en las reuniones importantes, un perro leal que solo responde a él.—Señorita Valeria —su voz es pr
—No puedes hacerme daño más de lo que ya lo has hecho —respondo con firmeza, manteniendo mi mirada fija en la suya—. Y si crees que puedes detenerme, estás subestimando lo que soy capaz de hacer.Vicente se queda inmóvil por un segundo, como si no pudiera procesar lo que acabo de decir. Pero sé que me cree. Sabe que no soy como las otras mujeres que ha intentado controlar. Sabe que, si me empuja demasiado, puede acabar siendo él quien sufra las consecuencias.Suelta mi brazo, pero no retrocede. Se queda frente a mí, mirándome con esos ojos oscuros y peligrosos que siempre han tenido el poder de desarmarme. Pero esta vez, no lo hacen.—Te arrepentirás de esto —dice en voz baja, una promesa tan fría que me atraviesa la piel.—Tal vez —le respondo con una leve sonrisa—. Pero prefiero arrepentirme de lo que hago que de lo que no hago.Doy un paso atrás, apartándome de él, rompiendo ese espacio cargado de tensión. Vicente no me sigue, pero su mirada sigue siendo una advertencia, un recorda
El sonido del cristal al romperse contra el suelo parece una especie de punto final, un momento en que todo lo que estaba acumulándose entre nosotros llega a su clímax. La copa de whisky hecha añicos refleja la fragilidad de lo que Vicente y yo hemos estado manteniendo juntos durante tanto tiempo. Me quedo quieta, mirándolo mientras intenta desesperadamente sostener algo que ya no puede controlar: yo.Sus manos buscan las mías, y aunque su toque siempre ha tenido ese poder magnético, esta vez no siento la misma atracción. Siento algo más, algo que nunca antes había sentido con Vicente: lástima. Porque ahora veo a un hombre que, por más fuerte y temido que sea, está completamente perdido. Su necesidad de control, de poseerme, ha acabado con él.Me aparto suavemente, mis dedos deslizándose fuera de su agarre, y sus ojos se oscurecen con una mezcla de ira y desesperación.—No puedes hacer esto, Valeria —su voz es baja, pero hay un filo peligroso detrás de esas palabras. Me doy cuenta de
El trayecto a mi apartamento es tranquilo, pero mi mente no para. El rostro de ese hombre en el Bar Rouge sigue invadiendo mis pensamientos. Esa calma peligrosa, esa seguridad absoluta de que tiene el control. Esas cualidades son las mismas que siempre me han atraído de Vicente, pero también las que, irónicamente, me han empujado a buscar una salida.Al llegar a casa, me quito los zapatos y me desplomo en el sofá. Estoy agotada, pero no por el día, sino por lo que implica. Tomo mi celular de nuevo, sin saber exactamente qué busco. ¿Una señal? ¿Un mensaje? ¿Algo que me indique cuál es el próximo paso?Y justo entonces, mi celular vibra.Es Vicente.Sus mensajes son breves, directos. Como siempre.—“Tenemos que hablar.”Me río entre dientes. Hablar. Qué dulce eufemismo para lo que realmente quiere decir. Vicente nunca ha sido del tipo que “habla” cuando está en esta situación. Probablemente esté en su penthouse, rodeado de su equipo, maquinando su próximo movimiento. Y sabe que necesito
Lo miro fijamente, evaluando cada palabra. No es la primera vez que alguien menciona la posibilidad de quitar a Vicente del tablero, pero la mayoría no vive lo suficiente para hacerlo. Sin embargo, este hombre no parece estar bromeando. Y ahí es donde la intriga se vuelve peligrosa.—¿Y qué sacas tú de todo esto? —pregunto, inclinándome ligeramente hacia él, dejándole saber que no soy tan fácil de convencer.Él sonríe de nuevo, esa sonrisa calculada y perfecta.—El poder siempre encuentra nuevos dueños, Valeria. Y creo que tú y yo podríamos tener una alianza muy… productiva.Mis dedos rozan el borde de mi copa mientras lo miro, sopesando mis opciones. ¿Y si es verdad? ¿Y si este hombre realmente puede liberar a Vicente de su obsesión por mí? O, mejor dicho, ¿liberarme a mí de Vicente?Una parte de mí duda. No porque no quiera deshacerme de Vicente, sino porque sé que cualquier trato con hombres como este siempre tiene un precio. Y a veces, ese precio es más alto de lo que parece.—Ten