Inicio / Romance / Amor y Poder / 3. No todavía.
3. No todavía.

Los días pasan, y Vicente sigue actuando como si el mundo fuera suyo y yo fuera su premio mayor, un trofeo que puede ganar. Mi llamada está hecha, las piezas se están moviendo, pero Vicente, en su ceguera arrogante, ni siquiera lo sospecha. Es casi patético, si no fuera tan conveniente.

Una noche, cuando termino mi número en el cabaret, me encuentro con la sonrisa de siempre en su mesa VIP. Está con su séquito de gorilas, pero sus ojos están clavados en mí como si yo fuera la única persona en la sala. Y, por primera vez, me siento incómoda. No porque me intimide, claro que no, sino porque sé que el final está cerca. No puedo permitirme el lujo de bajar la guardia, y sin embargo, aquí estoy, dejándome arrastrar de nuevo hacia su red de poder y lujuria.

—Ven conmigo —dice, cuando me acerco a su mesa. No es una invitación; es una orden.

Asiento, porque ahora mismo es más fácil dejarme llevar que resistir. Lo sigo hasta una de las habitaciones privadas del cabaret, esas que son solo para los peces gordos como él. La puerta se cierra detrás de nosotros, y el ambiente cambia de inmediato. La música queda amortiguada al otro lado de las paredes, el aire se siente más denso. Me acerco a la barra, como si no pasara nada, y me sirvo una copa de whisky, mientras él me mira con una intensidad que podría quemar.

—Valeria… —su voz es baja, ronca, cargada de deseo y frustración—. ¿Por qué te haces tanto la difícil?

Le doy un trago a mi whisky, dejando que el alcohol me caliente el pecho. Me giro para mirarlo, y ahí está, el cazador que nunca ha tenido que esforzarse por obtener lo que quiere. Está acostumbrado a que las cosas vengan a él, y yo… bueno, yo soy la excepción que no sabe manejar.

—¿Difícil? —le contesto, alzando una ceja—. Vicente, no se trata de dificultad. Se trata de valor.

—¿Valor? —se acerca a mí en dos zancadas, hasta que estamos a un suspiro de distancia. Puedo oler el cigarro que fumó antes de entrar, el perfume caro que no logra ocultar lo crudo de su naturaleza. Su mano se desliza por mi cintura, y me atrapa contra la barra antes de que pueda apartarme—. Te lo he dado todo.

Su respiración se acelera, sus manos fuertes y firmes me recorren como si estuviera reclamando territorio. Hay una urgencia en su tacto, una especie de desesperación que no había sentido antes. Me tensa saber que él percibe que algo está cambiando, aunque aún no entiende qué.

—Y yo te he dado exactamente lo que has pagado —respondo, mi tono suave pero afilado, mientras paso mis manos por sus hombros, fingiendo que estoy cediendo.

Sus ojos se oscurecen, y en un instante su boca está sobre la mía. Es un beso cargado de furia, de necesidad. Lo dejo avanzar, dejo que piense que está ganando, que me tiene donde quiere. Pero en mi mente, todo sigue siendo parte del juego.

Sus manos son expertas, recorren mi cuerpo como si ya fueran dueñas de él. Me empuja contra la barra, y el frío del mármol se mezcla con el calor de su cuerpo contra el mío. El deseo en él es palpable, como una bestia que ha estado contenida demasiado tiempo. Yo, por mi parte, sigo fingiendo. Sigo siendo la bailarina que él cree que está a punto de rendirse a sus pies.

Su boca se desliza por mi cuello, su respiración se vuelve más rápida, más pesada. Mi corazón late con fuerza, pero no por las razones que él piensa. Sé que este es el principio del fin, que lo que está sucediendo aquí es su última victoria antes de que todo se derrumbe. Y, sin embargo, algo dentro de mí reacciona a su toque. Una chispa, un destello de deseo que no debería estar ahí. Es peligroso, casi tanto como él.

—Eres mía, Valeria —gruñe contra mi piel, su mano firme en mi cadera, su cuerpo presionándome con fuerza.

Cierro los ojos un momento, dejando que esa mezcla de poder y lujuria me inunde. Sé que debería detener esto, pero también sé que esto es lo que él quiere, lo que necesita. Y, si soy honesta conmigo misma, hay una parte de mí que también lo necesita. No es amor, nunca lo ha sido, pero hay algo primitivo en este juego que me mantiene atrapada, aunque solo sea por un momento.

Mis dedos se enredan en su cabello, tirando de él ligeramente, mientras mis labios buscan los suyos con la misma intensidad. Es una batalla de voluntades, una guerra que se libra en cada caricia, en cada beso que nos damos.

Nos movemos hacia la cama, y el ambiente se vuelve aún más cargado. Sus manos son impacientes, y el deseo entre nosotros es eléctrico, casi violento, es excitante, es intimidante. Me deja sin aliento, y por un segundo, solo un segundo, dejo de pensar en las consecuencias, en el plan, en la traición. En este momento, solo somos él y yo, dos fuerzas colisionando, sin importarnos el caos que se viene después.

Pero, al final, siempre soy yo quien recupera el control. Me aparto ligeramente, solo lo suficiente para que mi mente vuelva a la realidad, para recordarme a mí misma que esto es solo un paso más hacia el desenlace que estoy orquestando. Sus ojos, aún llenos de deseo, me buscan, pero yo ya estoy de vuelta en el juego. Mi juego.

—No te equivoques, querido Vicente —susurro, mi voz suena más fría de lo que espera mientras lo miro desde arriba—. Esto nunca ha sido tuyo. 

Su mirada se endurece, confundida, pero no dice nada. No todavía.

Su respiración entrecortada me dice lo excitado que se encuentra. 

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo