El sonido del motor acercándose hizo que mi corazón diera un vuelco. Sabía que el tiempo que habíamos ganado con ese beso se había evaporado. No teníamos margen para errores, ni para más momentos robados. Vicente se enderezó rápidamente, mirando hacia la puerta de la fábrica como si esperara ver un fantasma atravesarla de un momento a otro. El silencio de su seguridad me inquietaba más que cualquier palabra.—Vamos, Valeria. —Su tono volvía a ser firme, el Vicente calculador y distante estaba de nuevo—. No podemos quedarnos aquí.Me giro hacia él, con un nudo en el estómago. No sé a dónde vamos ni cómo saldremos de este embrollo. Solo sé que cada minuto que pasa me acerca más al caos. Una parte de mí aún se siente traicionada, desgarrada por la cantidad de secretos que me ha ocultado, pero otra, la más irracional, sigue atrapada en lo que sentimos, en lo que no podemos admitir abiertamente.Nos escabullimos por la salida trasera de la fábrica, y la noche nos envuelve con su fría compl
El camino por delante parece interminable, y una sensación de inevitabilidad me oprime el pecho. No sé cómo saldremos de esto, pero sé que, de alguna manera, todo está a punto de explotar. Y cuando lo haga, no habrá lugar donde escondernos.De repente, suena el celular de Vicente, rompiendo la tensa calma. Lo saca del bolsillo y frunce el ceño al ver quién llama.—Es uno de mis hombres, —me informa, y aunque su tono parece casual, sé que no lo es. Se lleva el celular al oído, con esa actitud de siempre, como si estuviera a punto de dar una orden que cambiará todo—. ¿Qué pasa?Me quedo en silencio, observando su rostro mientras la llamada se desarrolla. No puedo oír lo que le dicen al otro lado, pero puedo ver el cambio en su expresión. Al principio, su ceño se frunce más, luego sus labios se tensan, y finalmente, su rostro se oscurece con algo que no es más que puro enfado.—Mierda. —Murmura mientras cuelga el celular.—¿Qué pasa? —pregunto, mi estómago revolviéndose de anticipación.
Me arrepiento de la pregunta en cuanto las palabras salen de mi boca. Pero no puedo evitarlo. Mi cabeza está a punto de explotar de tantas dudas, y mi corazón no está mejor.Vicente me lanza una mirada rápida, y por un segundo creo ver dolor en sus ojos, pero se desvanece antes de que pueda confirmarlo. Vuelve a concentrarse en la carretera.—Tú siempre fuiste lo único real, —murmura, apenas audible. Sus palabras son como una bofetada suave, inesperada, pero no menos intensa. Me dejan sin aire, aunque no sé si quiero creerle.Antes de que pueda responder, el coche frena bruscamente, y mi cuerpo es lanzado hacia adelante, retenido solo por el cinturón de seguridad. El chirrido de las llantas es ensordecedor en la quietud de la madrugada.—¿Qué pasa? —pregunto, con el corazón acelerado. Miro por la ventana y mi sangre se congela.Delante de nosotros, en la carretera desierta, hay dos SUV negros, bloqueándonos el paso. Las luces altas nos ciegan, y mi estómago se hunde al darme cuenta de
El sonido de la bala se escucha antes de que pueda procesar lo que está pasando. Es como si el tiempo se congelara. Mi grito queda atrapado en el aire, mientras veo cómo todo a mi alrededor se desmorona. El impacto del proyectil golpea a Vicente justo en el costado, un estallido sordo que reverbera en mis oídos como si todo el mundo se hubiera quedado en silencio, solo con ese maldito sonido flotando en el aire.—¡Vicente! —grito de nuevo, esta vez con más desesperación, pero mi voz se quiebra.Vicente se tambalea, pero se mantiene en pie. Sus ojos me buscan mientras su mano se aferra a la herida, intentando contener la sangre que se escapa, pero lo veo—sé que está perdiendo la lucha contra el dolor.—Corre, Valeria..., —murmura, su voz apenas un susurro entre disparos y caos. Pero no me muevo. No puedo.Mi cuerpo se niega a obedecer esa orden. Todo lo que quiero hacer es correr hacia él. Puedo ver la sangre manchando su camisa, esa maldita sangre que no para de brotar. Mi corazón se
Luca corre hacia mí, sus movimientos rápidos y calculados, como siempre lo ha sido en la vida de Vicente. El tipo que nunca ha mostrado una pizca de emoción, pero esta vez sus ojos están llenos de algo que no había visto antes: urgencia.—Tenemos que sacarlo de aquí, Valeria, —me dice con dureza, pero veo la duda en sus ojos. Sabe lo que yo ya sé, aunque no quiero aceptarlo.—Llévalo al coche. —Luca da la orden y sus hombres levantan a Vicente con cuidado. Lo veo desvanecerse en sus brazos, sus ojos cerrados, su rostro pálido.Subimos al coche con él, y mis manos no lo sueltan ni por un segundo. La sensación de su sangre tibia en mis dedos me quema, como si cada gota que pierde fuera una parte de mi alma que se va con él.—Aguanta, Vicente. —Mis palabras son más para mí que para él. Mi corazón late con la desesperación de saber que el hombre que me ha protegido, el que me ha hecho sentir tantas cosas a la vez, se está apagando.—Llévenlo al refugio, rápido. —Luca ordena a los demás, y
Mi corazón se detiene por un momento. Vicente, el hombre que siempre se escondió detrás de una fachada de frialdad, que nunca dejó ver lo que realmente sentía, acaba de decirme lo que más temía y deseaba escuchar al mismo tiempo.—No, no me digas eso ahora, —le susurro, negando con la cabeza mientras las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas. No quiero que esto sea una despedida. No puede serlo.Pero él me mira con esos ojos oscuros y profundos, y sé que, aunque intente negarlo, esta es nuestra despedida. Esos tres pequeños segundos de sinceridad antes de que todo desaparezca.El coche se detiene de golpe, y los hombres de Luca abren la puerta de inmediato, listos para sacar a Vicente y llevarlo adentro. Pero sé que es inútil. Ellos también lo saben, aunque se aferran a esa esperanza vana que acompaña a todo ser humano en estos momentos críticos.—¡Rápido, llévenlo adentro! —grita Luca, pero yo no puedo moverme. Mis manos siguen aferradas a Vicente, como si dejarlo ir fuera equi
El sol apenas comienza a despuntar en el horizonte cuando me alejo de esa casa, sintiendo el frío en la piel, pero sobre todo en el corazón. El peso de la noche anterior sigue aplastándome, pero sigo caminando. No sé hacia dónde, solo sé que no puedo quedarme ahí, en ese lugar que se ha convertido en un cementerio de todo lo que solía ser.La vida sigue, como siempre, con o sin Vicente. Pero para mí, la vida dejó de tener sentido en el momento en que su pecho dejó de moverse bajo mis manos.Sigo caminando durante horas, hasta que mis pies ya no pueden más, hasta que el dolor en mis piernas es lo único que siento. Me encuentro en la mitad de la nada, una carretera desierta que se extiende ante mí como una promesa de olvido. Tal vez, si sigo caminando, el dolor eventualmente se desvanecerá.Pero entonces, un sonido rompe el silencio. El motor de un coche que se aproxima desde la distancia. No le presto atención. No me importa quién sea.Sin embargo, el coche desacelera a mi lado, y cuan
Ah, el amor. Esa cosa maravillosa que la gente insiste en buscar como si fuera la cura para todos los males del mundo. Yo, sin embargo, siempre he tenido claro que el amor es una transacción. Algo que se negocia, se vende, se compra. Y, hablando de compras, ahí es donde entra él: Vicente "El Toro" Mendoza.Vicente, mi querido y obcecado Toro, es de esos tipos que huelen a dinero desde tres cuadras de distancia. Llega al cabaret todas las noches como si fuera el dueño del lugar —y para ser justos, probablemente lo es. La forma en la que los camareros le abren paso y los otros clientes se callan cuando pasa... todo eso me dice que este hombre tiene más poder del que debería tener cualquier ser humano. Yo, mientras tanto, solo muevo mis caderas al ritmo de la música, con la precisión de quien sabe exactamente cuánto vale cada movimiento. Él me mira desde su mesa VIP con sus ojitos de tiburón, creyendo que me tiene en la palma de su mano, y yo finjo que no lo noto.Vicente me quiere. No,