Inicio / Romance / Amor y Poder / 1. Y ahí está el problema.
Amor y Poder
Amor y Poder
Por: WJRalde
1. Y ahí está el problema.

Ah, el amor. Esa cosa maravillosa que la gente insiste en buscar como si fuera la cura para todos los males del mundo. Yo, sin embargo, siempre he tenido claro que el amor es una transacción. Algo que se negocia, se vende, se compra. Y, hablando de compras, ahí es donde entra él: Vicente "El Toro" Mendoza.

Vicente, mi querido y obcecado Toro, es de esos tipos que huelen a dinero desde tres cuadras de distancia. Llega al cabaret todas las noches como si fuera el dueño del lugar —y para ser justos, probablemente lo es. La forma en la que los camareros le abren paso y los otros clientes se callan cuando pasa... todo eso me dice que este hombre tiene más poder del que debería tener cualquier ser humano. Yo, mientras tanto, solo muevo mis caderas al ritmo de la música, con la precisión de quien sabe exactamente cuánto vale cada movimiento. Él me mira desde su mesa VIP con sus ojitos de tiburón, creyendo que me tiene en la palma de su mano, y yo finjo que no lo noto.

Vicente me quiere. No, "me quiere" no es la palabra correcta. Está obsesionado. Esa clase de obsesión que solo puede tener un hombre con demasiado dinero y demasiado tiempo libre. Él piensa que puede comprarlo todo, y yo, para ser franca, lo dejo creer que tiene razón. Me manda flores, joyas, autos. Cosas brillantes que me arrancan una sonrisa, aunque no tanto por el valor sentimental sino por el valor de reventa, claro.

—Eres mía, Valeria —me dice una noche mientras me toma del brazo, justo cuando termino mi número de baile. "Eres mía" como si fuera a escribir su nombre en mi piel con un tatuaje de mal gusto.

—Soy de quien pague mejor —le contesto con una sonrisa que él, pobre iluso, confunde con coquetería. La verdad es que me da más pereza que miedo.

Y ahí está el problema: Vicente no entiende que yo no estoy en este negocio para que alguien me rescate. No quiero que me saquen del cabaret ni que me lleven a una mansión en las colinas. A mí me gustan los billetes, no los anillos. Pero Vicente, con su cabecita de matón romántico, piensa que me puede "salvar" de esta vida, como si yo fuera una princesa en una torre y no una mujer que disfruta la danza… y los fajos de billetes.

Él sigue enviándome regalos, y yo sigo aceptándolos con gratitud moderada. Pero el problema es que Vicente no se cansa. Está convencido de que todo esto es un juego, uno en el que tarde o temprano yo cederé y caeré rendida a sus pies. Cree que sus malditos Rolex y su colección de autos deportivos son pruebas de afecto, cuando lo único que prueban es que tiene pésimo gusto para comprarme cosas. Si me conociera realmente, sabría que prefiero los zapatos caros.

Pero, claro, los hombres como él no ven más allá de sus narices. Él sigue viniendo, me sigue persiguiendo, y yo sigo bailando. A veces me pregunto cuánto tiempo más va a durar esta farsa. ¿Cuánto tiempo hasta que Vicente se dé cuenta de que mi corazón, como mi cuerpo, está en venta? Y que su billetera, por gruesa que sea, no tiene suficiente para comprarlo.

Hasta entonces, seguiré bailando, mientras él me mira con esos ojos de posesión que me hacen rodar los míos cada vez que me da la espalda. Porque, al final del día, siempre hay otro "Toro" dispuesto a pagar un precio más alto. Y Vicente, pobre infeliz, cree que ya ha ganado.

Y ahí está la trampa, ¿no? Vicente, con su aire de macho alfa, está convencido de que esto es una cacería y que yo soy el trofeo. Pero lo que no sabe es que yo cazo mucho mejor que él. Él es un depredador de manual: directo, agresivo, predecible. Yo, en cambio, soy una cazadora paciente. Me gusta observar, medir, calcular. Así que cuando Vicente me invita a su lujoso ático una noche, pienso: ¿Por qué no? Un poco de champán y una cena de cinco platos no le vienen mal a nadie. Además, algo me dice que este podría ser el gran final de nuestro pequeño jueguito.

Me recoge en su auto, una bestia negra con más caballos de fuerza de los que cualquier persona con sentido común debería necesitar. Me abre la puerta como si fuera un caballero y no un mafioso que probablemente ha hecho desaparecer a más personas de las que puedo contar. Su fragancia, esa mezcla abrumadora de cuero caro y algún perfume pretencioso, llena el auto.

—Estás hermosa, Valeria —me dice mientras arranca el motor. Esa sonrisa suya, de tiburón satisfecho, me hace arquear una ceja. Me sé hermosa, pero que lo diga él es como si un perro elogiara un bistec.

—Gracias, Vicente —respondo, dejando que mi tono suene un poco más dulce de lo normal. Un toque de azúcar para balancear el veneno.

Llegamos a su ático, que es tan ridículamente ostentoso como me lo esperaba. Mármol por todas partes, arte contemporáneo que claramente alguien eligió por él, y una vista panorámica de la ciudad que debería quitarme el aliento, pero no lo hace. Vicente, el pobre, piensa que todo esto impresiona, que me tiene deslumbrada, cuando lo único que hago es calcular cuánto cuesta cada m*****a pieza de mobiliario.

La cena transcurre con una conversación que apenas escucho. Él habla de negocios, de tratos sucios y de cómo tiene todo bajo control. Lo de siempre. Yo asiento y sonrío en los momentos adecuados, como una muñeca de porcelana que él puede presumir ante sus socios.

Pero, entonces, llega la parte interesante. Al final de la cena, Vicente se levanta, da una vuelta alrededor de la mesa y se inclina hacia mí. Siento su aliento en mi cuello antes de que susurré esas palabras que siempre supe que llegarían:

—Quiero que dejes el cabaret, Valeria. Te voy a cuidar, a proteger. Te mereces algo mejor.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo