Ahí está. Su gran oferta. Su propuesta indecente envuelta en papel brillante. Yo, la bailarina de cabaret, rescatada por el gran mafioso. Como si todo lo que quiero en la vida fuera que él me ponga en una jaula dorada. Cierro los ojos por un segundo, para no rodarlos en su cara.
—¿Y qué te hace pensar que quiero ser "protegida"? —le pregunto, levantando una ceja. Él se ríe, como si mi pregunta fuera un chiste, y me agarra la mano, apretándola un poco más de lo que me gusta. —Porque te conozco, Valeria. Sé lo que necesitas. Tú solo tienes que confiar en mí. Confiar. Esa palabra ridícula que solo usan los hombres que creen que tienen el control. Pero la ironía es que mientras él cree que me está acorralando, yo ya tengo la red lista para atraparlo. Porque lo que Vicente no sabe, lo que ni siquiera ha sospechado, es que mientras él me observa, yo también lo observo a él. Sé cosas. Cosas que podría usar en su contra. Cosas que valen más que todas las joyas y autos que me ha dado. Sonrío, una de esas sonrisas que podría pasar por sincera si no me conocieras. —Tal vez tengas razón —digo suavemente, dejando que la mentira se deslice de mis labios como seda. Lo veo en sus ojos: ha mordido el anzuelo. Piensa que ha ganado. Que finalmente me tiene en la palma de su mano. Y es justo en ese momento, mientras él se inclina para besarme, cuando sé que la partida está a punto de terminar. No como él esperaba, claro. Nunca lo es. Porque yo no soy la chica que se deja salvar. Soy la que pone precio al rescate. Y Vicente, pobrecito, ni siquiera sabe que está a punto de pagar el suyo. El beso es lento, calculado. Vicente lo saborea como si estuviera probando la victoria, como si estuviera marcando territorio. Me permito seguirle el juego un segundo más, solo lo suficiente para que su confianza crezca como una burbuja lista para explotar. Luego me separo con la sonrisa más dulce que tengo en mi arsenal. —Necesito pensarlo, Vicente. No es fácil para mí… dejar todo atrás —susurro, casi como si estuviera dudando. Él se inclina hacia atrás en su silla, seguro de que me tiene atrapada, que solo es cuestión de tiempo antes de que le diga que sí. Yo, por otro lado, ya estoy pensando en la próxima jugada. El reloj está corriendo, y aunque Vicente no lo sabe, su tiempo como el "Toro" está a punto de acabarse. —Tómate el tiempo que necesites, mi amor. Lo que haga falta. Pero quiero que sepas que ya te he arreglado un lugar… una casa para los dos. No tendrás que preocuparte por nada. Todo será perfecto. Claro que sí, Vicente. Porque nada dice "perfecto" como estar encerrada en una mansión esperando a que el gran mafioso regrese de sus negocios turbios. Yo asiento, como si la idea no me diera ganas de arrancarme los ojos. Me levanto con gracia, consciente de que sus ojos siguen cada movimiento. —Es tarde, Vicente. Debería irme —digo, deslizando los dedos por la superficie de la mesa mientras camino hacia la puerta. —Te llevo —ofrece de inmediato, pero yo lo detengo con un gesto. —No te preocupes. Ya he llamado un taxi. Necesito pensar sola, despejarme. Su mirada se endurece por un momento, como si no estuviera acostumbrado a que alguien le diga que no. Pero luego sonríe. Está demasiado confiado, demasiado seguro de que me tiene bajo control. —Como quieras. Pero no olvides lo que hablamos, Valeria. Te quiero conmigo. Y no voy a aceptar un no por respuesta. Ahí está de nuevo, la amenaza velada, la promesa de que si no juego según sus reglas, las cosas podrían ponerse feas. Me acerco, apoyando una mano en su pecho, y lo miro a los ojos. —Lo pensaré. Pero no soy tan fácil de comprar, Vicente. Él ríe, una risa grave, profunda, como si mi resistencia fuera solo un obstáculo temporal, una piedrecita en el camino hacia su gran "victoria". Y mientras me alejo de su ático, sé que ha caído completamente en la trampa. Una vez en el taxi, respiro hondo. Sé que esto no puede alargarse mucho más. Vicente es un hombre impaciente, y su obsesión solo lo hará más peligroso con el tiempo. Pero no me preocupa. Porque tengo un as bajo la manga, uno que Vicente nunca vio venir. En las últimas semanas, me he asegurado de tener mis propios "contactos". Y digamos que ciertos competidores de Vicente estarían encantados de conocer algunos detalles de sus operaciones. Una llamada. Eso es todo lo que me hace falta para que "El Toro" caiga. Una llamada y Vicente Mendoza pasará de ser el cazador a ser la presa. Claro, la traición no es barata, pero yo tampoco. Y cuando todo esté hecho, me aseguraré de estar lo suficientemente lejos como para que nadie pueda seguirme el rastro. El taxi me deja en mi apartamento, y mientras subo las escaleras, me doy cuenta de que no siento ni una pizca de culpa. ¿Por qué habría de sentirla? Vicente pensaba que podía comprarme, como si yo fuera otra de sus posesiones, pero se olvidó de una cosa importante: yo nunca he estado en venta. Al menos, no para él. La llamada la hago esa misma noche. Mi contacto, alguien que tiene tanto interés en ver caer a Vicente como yo, me asegura que el plan está en marcha. Todo lo que necesito hacer es esperar. Y mientras me tumbo en la cama, ya puedo imaginar el titular en los periódicos: "El Toro, derribado". O tal vez ni siquiera eso. Quizás Vicente desaparezca sin dejar rastro, como tantos otros. A mí no me importa. Lo que me importa es que, cuando todo termine, yo estaré libre. Libre de Vicente, de sus promesas vacías, de su obsesión enfermiza. Libre para seguir bailando… y contando billetes. Al final del día, eso es lo único que realmente vale la pena.Los días pasan, y Vicente sigue actuando como si el mundo fuera suyo y yo fuera su premio mayor, un trofeo que puede ganar. Mi llamada está hecha, las piezas se están moviendo, pero Vicente, en su ceguera arrogante, ni siquiera lo sospecha. Es casi patético, si no fuera tan conveniente.Una noche, cuando termino mi número en el cabaret, me encuentro con la sonrisa de siempre en su mesa VIP. Está con su séquito de gorilas, pero sus ojos están clavados en mí como si yo fuera la única persona en la sala. Y, por primera vez, me siento incómoda. No porque me intimide, claro que no, sino porque sé que el final está cerca. No puedo permitirme el lujo de bajar la guardia, y sin embargo, aquí estoy, dejándome arrastrar de nuevo hacia su red de poder y lujuria.—Ven conmigo —dice, cuando me acerco a su mesa. No es una invitación; es una orden.Asiento, porque ahora mismo es más fácil dejarme llevar que resistir. Lo sigo hasta una de las habitaciones privadas del cabaret, esas que son solo para
El aire en la habitación está cargado, casi sofocante. El deseo que Vicente siente se transforma en algo casi tangible, y su confusión ante mis palabras añade una tensión que electrifica el ambiente. Su mirada se endurece, pero no deja de ser la de un hombre que cree que, al final, todo se resolverá a su favor.Él no entiende que, para mí, este no es más que otro movimiento en el tablero.Su mano, aún en mi cintura, se vuelve más posesiva. Me atrae hacia él, su cuerpo duro contra el mío, y me toma por el cuello suavemente, un gesto a medio camino entre la ternura y el control. Sus labios vuelven a buscar los míos, esta vez con más urgencia, como si el cambio en mi actitud lo hubiera descolocado y ahora intentara reafirmarse. Mis manos recorren su pecho y sus hombros, y aunque estoy jugando mi papel, no puedo negar que hay algo en esta danza entre nosotros que me consume lentamente.La elegante y amplia cama está justo detrás de mí cuando Vicente me empuja hacia ella. Mi espalda toca l
Días después de aquella noche, Vicente sigue actuando como si todo estuviera bajo control, creyéndose dueño de mi cuerpo y mi destino. Pero mientras él juega a ser el protector, los hombres a mi alrededor empiezan a notar lo que Vicente ha pasado por alto: yo nunca he sido exclusiva de nadie.Uno de ellos es Álvaro, el tipo con el que me topé en una fiesta del cabaret. Es un inversor importante, bien vestido y con una sonrisa peligrosa, uno de esos hombres que entiende cómo se mueve el dinero, pero que también sabe disfrutarlo. Le gusta observarme desde la barra, dejándome sentir su mirada cuando bailo, como si me ofreciera algo diferente. Claro, Vicente lo nota, aunque intenta hacerse el desentendido. Pero sé que lo ve. Esa chispa en sus ojos que grita peligro cada vez que Álvaro me ofrece una copa al final de la noche.Otro es Tomás, un fotógrafo que trabaja con las chicas del cabaret, capturando el arte en medio del caos. Él es diferente, más sensible, y me ve como algo más que una
Vicente se queda mirándome, tiene el ceño fruncido como si no pudiera procesar lo que acabo de decir. Claro, en su mundo perfecto y violento, las mujeres no le contestan. Las mujeres se derriten a sus pies, se mueren por un cumplido suyo, y yo debería estar agradecida de que no me ha reducido a un cadáver más en la lista de "accidentes". Qué noble.—¿Controlar todo? —pregunta, como si no acabara de despacharse a dos tipos por el mero hecho de haberme mirado demasiado rato—. Yo no controlo todo, Valeria. Solo controlo lo que me pertenece.Ah, claro, soy un jarrón Ming para este hombre, un artículo de lujo que exhibe en sus cenas de negocios. O peor, un trofeo de caza, de esos que cuelgan en la pared, con la cabeza embalsamada y esa sonrisa vacía que no significa nada. Decido no responderle directamente, porque jugar con Vicente se trata de elegir los momentos. En lugar de eso, me acerco lentamente, como si su amenaza no hubiera hecho más que excitarme, y le paso una mano por el cuello.
Después de mi provocación, el silencio que queda en la habitación es denso, cargado de una tensión insoportable. Vicente me mira como si intentara decidir si debería besarme o matarme. En sus ojos, esa furia contenida lucha contra el deseo. Su obsesión, su necesidad de control, lo consume, y por un momento parece estar al borde de explotar.De pronto, él da un paso hacia mí, y antes de que pueda reaccionar, sus manos se cierran con fuerza alrededor de mi cintura, tirando de mí hacia su cuerpo con una agresividad que me deja sin aliento. Sus labios chocan contra los míos con una intensidad desesperada, como si intentara reafirmar su poder a través de ese beso, reclamando lo que él cree que le pertenece. Es violento, urgente, como si este fuera su último intento por controlarme, por hacerme ceder.Mi espalda golpea la pared, el frío del mármol contrastando con el calor abrasador de su cuerpo. Sus manos recorren mi espalda, subiendo por mi nuca, enterrándose en mi cabello mientras tira d
Vicente se queda en silencio, con una expresión que no logra descifrar lo que acabo de decirle. Su satisfacción se tambalea, como si algo dentro de él comenzara a dudar. Y es en ese preciso instante cuando sé que lo tengo, que ha caído en mi juego, enredado en una red que nunca llegó a ver venir.Nos quedamos en esa extraña cercanía, su cuerpo aún pegado al mío, como si su contacto físico pudiera reafirmar lo que acaba de pasar. Claro, en su mente, ese momento de pasión ha sellado algo, una especie de pacto no verbal en el que yo, de alguna forma, he cedido a él completamente. Pero lo que Vicente no entiende es que esto no es una cuestión de cuerpos, sino de mentes. Y en esa arena, él ya está derrotado, solo que todavía no lo sabe.Me aparto de él con suavidad, como si no quisiera romper la fantasía que ha construido en su cabeza, y me acomodo el vestido que quedó a medio caer. No hay prisa, porque parte del placer de este juego es prolongar la ilusión, dejarlo pensar que aún tiene la
El silencio entre nosotros se alarga, denso, cargado de una tensión que casi podría cortarse con un cuchillo. Vicente me observa con esos ojos oscuros, tratando de leer en mi rostro lo que no le digo. Y por primera vez, esa seguridad que lo caracteriza parece tambalearse. Sé que está intentando entender qué ha cambiado, por qué de repente todo parece escapársele de las manos.Me aparto de él, caminando hacia el ventanal que da a la ciudad. Desde aquí se ve todo su reino: los edificios imponentes, las luces que titilan en la distancia, como pequeñas estrellas artificiales que parpadean en su honor. Él lo controla todo, cada rincón de esta ciudad está a su disposición. Menos yo.—¿Qué estás pensando? —su voz rompe el silencio, pero esta vez no tiene el tono autoritario de antes. Suena más… vulnerable, casi como si estuviera realmente interesado en mi respuesta. Es fascinante ver cómo alguien tan poderoso puede sentir la necesidad de comprender a alguien que, en teoría, debería estar com
El silencio entre nosotros se vuelve insoportable, cargado de esa tensión que amenaza con romperse en cualquier momento. Vicente me sostiene la muñeca con fuerza, como si eso pudiera detener el inevitable desenlace. En sus ojos veo una mezcla de furia y confusión, pero también algo más oscuro: el miedo. No un miedo visceral, sino el tipo de miedo que sienten los hombres como él cuando se dan cuenta de que algo, por primera vez en mucho tiempo, se les está escapando de las manos.—No puedes salirte con la tuya —gruñe, apretando más fuerte, como si su fuerza física pudiera convencerme de lo contrario.Una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios. Es irónico, realmente. Este hombre, que controla el submundo de la ciudad con un simple chasquido de los dedos, está aquí, frente a mí, perdiendo poco a poco la compostura. Todo su poder, su dinero, su influencia… nada de eso sirve ahora. Porque su verdadero talón de Aquiles soy yo, y él lo sabe. Es incapaz de soltarme, pero al mismo tiempo, no