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2. Libre para seguir bailando.

Ahí está. Su gran oferta. Su propuesta indecente envuelta en papel brillante. Yo, la bailarina de cabaret, rescatada por el gran mafioso. Como si todo lo que quiero en la vida fuera que él me ponga en una jaula dorada. Cierro los ojos por un segundo, para no rodarlos en su cara.

—¿Y qué te hace pensar que quiero ser "protegida"? —le pregunto, levantando una ceja. Él se ríe, como si mi pregunta fuera un chiste, y me agarra la mano, apretándola un poco más de lo que me gusta.

—Porque te conozco, Valeria. Sé lo que necesitas. Tú solo tienes que confiar en mí.

Confiar. Esa palabra ridícula que solo usan los hombres que creen que tienen el control. Pero la ironía es que mientras él cree que me está acorralando, yo ya tengo la red lista para atraparlo. Porque lo que Vicente no sabe, lo que ni siquiera ha sospechado, es que mientras él me observa, yo también lo observo a él. Sé cosas. Cosas que podría usar en su contra. Cosas que valen más que todas las joyas y autos que me ha dado.

Sonrío, una de esas sonrisas que podría pasar por sincera si no me conocieras.

—Tal vez tengas razón —digo suavemente, dejando que la mentira se deslice de mis labios como seda. Lo veo en sus ojos: ha mordido el anzuelo. Piensa que ha ganado. Que finalmente me tiene en la palma de su mano.

Y es justo en ese momento, mientras él se inclina para besarme, cuando sé que la partida está a punto de terminar. No como él esperaba, claro. Nunca lo es.

Porque yo no soy la chica que se deja salvar. Soy la que pone precio al rescate. Y Vicente, pobrecito, ni siquiera sabe que está a punto de pagar el suyo.

El beso es lento, calculado. Vicente lo saborea como si estuviera probando la victoria, como si estuviera marcando territorio. Me permito seguirle el juego un segundo más, solo lo suficiente para que su confianza crezca como una burbuja lista para explotar. Luego me separo con la sonrisa más dulce que tengo en mi arsenal.

—Necesito pensarlo, Vicente. No es fácil para mí… dejar todo atrás —susurro, casi como si estuviera dudando.

Él se inclina hacia atrás en su silla, seguro de que me tiene atrapada, que solo es cuestión de tiempo antes de que le diga que sí. Yo, por otro lado, ya estoy pensando en la próxima jugada. El reloj está corriendo, y aunque Vicente no lo sabe, su tiempo como el "Toro" está a punto de acabarse.

—Tómate el tiempo que necesites, mi amor. Lo que haga falta. Pero quiero que sepas que ya te he arreglado un lugar… una casa para los dos. No tendrás que preocuparte por nada. Todo será perfecto.

Claro que sí, Vicente. Porque nada dice "perfecto" como estar encerrada en una mansión esperando a que el gran mafioso regrese de sus negocios turbios. Yo asiento, como si la idea no me diera ganas de arrancarme los ojos. Me levanto con gracia, consciente de que sus ojos siguen cada movimiento.

—Es tarde, Vicente. Debería irme —digo, deslizando los dedos por la superficie de la mesa mientras camino hacia la puerta.

—Te llevo —ofrece de inmediato, pero yo lo detengo con un gesto.

—No te preocupes. Ya he llamado un taxi. Necesito pensar sola, despejarme.

Su mirada se endurece por un momento, como si no estuviera acostumbrado a que alguien le diga que no. Pero luego sonríe. Está demasiado confiado, demasiado seguro de que me tiene bajo control.

—Como quieras. Pero no olvides lo que hablamos, Valeria. Te quiero conmigo. Y no voy a aceptar un no por respuesta.

Ahí está de nuevo, la amenaza velada, la promesa de que si no juego según sus reglas, las cosas podrían ponerse feas. Me acerco, apoyando una mano en su pecho, y lo miro a los ojos.

—Lo pensaré. Pero no soy tan fácil de comprar, Vicente.

Él ríe, una risa grave, profunda, como si mi resistencia fuera solo un obstáculo temporal, una piedrecita en el camino hacia su gran "victoria". Y mientras me alejo de su ático, sé que ha caído completamente en la trampa.

Una vez en el taxi, respiro hondo. Sé que esto no puede alargarse mucho más. Vicente es un hombre impaciente, y su obsesión solo lo hará más peligroso con el tiempo. Pero no me preocupa. Porque tengo un as bajo la manga, uno que Vicente nunca vio venir. En las últimas semanas, me he asegurado de tener mis propios "contactos". Y digamos que ciertos competidores de Vicente estarían encantados de conocer algunos detalles de sus operaciones.

Una llamada. Eso es todo lo que me hace falta para que "El Toro" caiga. Una llamada y Vicente Mendoza pasará de ser el cazador a ser la presa. Claro, la traición no es barata, pero yo tampoco. Y cuando todo esté hecho, me aseguraré de estar lo suficientemente lejos como para que nadie pueda seguirme el rastro.

El taxi me deja en mi apartamento, y mientras subo las escaleras, me doy cuenta de que no siento ni una pizca de culpa. ¿Por qué habría de sentirla? Vicente pensaba que podía comprarme, como si yo fuera otra de sus posesiones, pero se olvidó de una cosa importante: yo nunca he estado en venta. Al menos, no para él.

La llamada la hago esa misma noche. Mi contacto, alguien que tiene tanto interés en ver caer a Vicente como yo, me asegura que el plan está en marcha. Todo lo que necesito hacer es esperar.

Y mientras me tumbo en la cama, ya puedo imaginar el titular en los periódicos: "El Toro, derribado". O tal vez ni siquiera eso. Quizás Vicente desaparezca sin dejar rastro, como tantos otros. A mí no me importa. Lo que me importa es que, cuando todo termine, yo estaré libre.

Libre de Vicente, de sus promesas vacías, de su obsesión enfermiza. Libre para seguir bailando… y contando billetes.

Al final del día, eso es lo único que realmente vale la pena.

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