El silencio entre nosotros se alarga, denso, cargado de una tensión que casi podría cortarse con un cuchillo. Vicente me observa con esos ojos oscuros, tratando de leer en mi rostro lo que no le digo. Y por primera vez, esa seguridad que lo caracteriza parece tambalearse. Sé que está intentando entender qué ha cambiado, por qué de repente todo parece escapársele de las manos.Me aparto de él, caminando hacia el ventanal que da a la ciudad. Desde aquí se ve todo su reino: los edificios imponentes, las luces que titilan en la distancia, como pequeñas estrellas artificiales que parpadean en su honor. Él lo controla todo, cada rincón de esta ciudad está a su disposición. Menos yo.—¿Qué estás pensando? —su voz rompe el silencio, pero esta vez no tiene el tono autoritario de antes. Suena más… vulnerable, casi como si estuviera realmente interesado en mi respuesta. Es fascinante ver cómo alguien tan poderoso puede sentir la necesidad de comprender a alguien que, en teoría, debería estar com
El silencio entre nosotros se vuelve insoportable, cargado de esa tensión que amenaza con romperse en cualquier momento. Vicente me sostiene la muñeca con fuerza, como si eso pudiera detener el inevitable desenlace. En sus ojos veo una mezcla de furia y confusión, pero también algo más oscuro: el miedo. No un miedo visceral, sino el tipo de miedo que sienten los hombres como él cuando se dan cuenta de que algo, por primera vez en mucho tiempo, se les está escapando de las manos.—No puedes salirte con la tuya —gruñe, apretando más fuerte, como si su fuerza física pudiera convencerme de lo contrario.Una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios. Es irónico, realmente. Este hombre, que controla el submundo de la ciudad con un simple chasquido de los dedos, está aquí, frente a mí, perdiendo poco a poco la compostura. Todo su poder, su dinero, su influencia… nada de eso sirve ahora. Porque su verdadero talón de Aquiles soy yo, y él lo sabe. Es incapaz de soltarme, pero al mismo tiempo, no
Salgo del edificio, dejando atrás esa jaula dorada que Vicente cree su fortaleza. La noche está fresca, la brisa acaricia mi piel y el sonido de la ciudad a mi alrededor es un bálsamo. Respiro hondo. Cada paso que doy me hace sentir libre. La libertad, la que Vicente jamás entenderá. Mientras camino por las calles iluminadas, siento mi celular vibrar en el bolsillo de mi abrigo. Lo saco, sin prisa, y veo el nombre de uno de los hombres que he estado viendo últimamente. Pablo. Un abogado exitoso, decente, inteligente, que cree que está cerca de conquistarme. Y claro, cree que con un poco más de esfuerzo, seré suya. Ah, qué adorable. Sonrío y guardo el teléfono sin responder. No esta noche. A Vicente no le hace falta saber que Pablo existe... aún. Porque, claro, Vicente ya ha empezado a sospechar, y su pequeño ejército de guardaespaldas seguramente me sigue dondequiera que voy. Pero la parte divertida es que, aunque lo descubra, su reacción será siempre la misma. No es un hombre que
La noche sigue su curso y, mientras dejo que el vino me caliente lentamente, la sensación de control absoluto me envuelve como una segunda piel. Gabriel ya se ha retirado a una esquina del bar, mirándome de reojo como un cazador paciente, pero lo que no sabe es que él no está cazando nada. Yo soy quien mueve los hilos aquí. Afuera, los dos guardaespaldas de Vicente siguen vigilando, creyendo que están cumpliendo su función, sin darse cuenta de que los tengo exactamente donde los quiero. Como Vicente. Como todos. Mi teléfono vibra de nuevo. Esta vez es un mensaje, pero no de Pablo ni de Gabriel. Es de Vicente. Claro. No puede esperar, nunca puede. "Dónde estás." Sin signos de interrogación, sin adornos. No es una pregunta, es una orden disfrazada de inquietud. Podría responder, decirle dónde estoy, jugar el papel de la mujer que "necesita" ser protegida. Pero ¿qué gracia tendría eso? Sonrío y guardo el teléfono en mi bolso sin contestar. A Vicente le gusta pensar que tiene el cont
El interior está cubierto de cuero negro, el aire acondicionado está encendido, y el chofer no dice una palabra. El viaje es silencioso, tenso, pero a mí me relaja. Porque sé que en cuanto cruce la puerta de la oficina de Vicente, el verdadero espectáculo comenzará. Llegamos a una de las mansiones que Vicente usa para "negocios". Es un lugar opulento, lleno de mármol y arte caro, pero frío, sin alma, como la vida que él ha elegido vivir. Me reciben en la puerta, y uno de sus hombres me guía hasta una sala grande, con ventanales que dan a la ciudad. Vicente está de pie frente a una de las ventanas, su silueta oscura recortada contra el brillo de las luces de la ciudad. No se molesta en girarse cuando entro, lo cual, claro, es parte de su dramatismo. Le encanta hacerme esperar, darle peso a su presencia. Pero yo juego a mi manera. —Así que, ¿cuántos hombres más van a seguirme antes de que te des cuenta de que no necesitas tanto espectáculo? —digo, caminando hacia el centro de la habi
El silencio en la sala se vuelve denso, cargado de esa electricidad entre nosotros que parece chispear cada vez que nos encontramos así, tan cerca y a la vez tan distantes. Vicente me mira con esos ojos oscuros que, por más que lo intenten, nunca logran esconder del todo su desesperación. Oh, él lo intenta, claro, pero lo siento en su respiración, en la forma en que su mandíbula se tensa, como si controlarse fuera una batalla constante.Me quedo quieta, observándolo, como quien examina a un animal salvaje que ha caído en una trampa y aún no se ha dado cuenta. Sé que podría romper esta tensión, hacer que todo explote en un segundo, pero eso sería demasiado fácil. Y, sinceramente, me aburre lo fácil.—Valeria, no sabes lo que estás haciendo —dice por fin, su voz baja, tensa.Oh, Vicente, claro que sé lo que estoy haciendo. Lo he sabido desde el primer momento en que me viste sobre ese escenario, cuando pensaste que podías comprarme como a cualquier otra cosa en tu vida. Pero yo no soy u
15. Dejarme ir no es una opción para él.El aire en la habitación parece evaporarse mientras el beso se intensifica, y la tensión entre nosotros alcanza un punto crítico. Cada roce, cada movimiento está cargado de una energía que no es solo física. Es algo más profundo, más oscuro. Es la lucha de dos voluntades que se niegan a ceder.Vicente me empuja contra la pared, sus manos explorando mi cuerpo con esa mezcla de posesión y frustración que lo define. Pero yo no soy una víctima pasiva en este juego. Mis manos también exploran, mis uñas arañan su piel a través de la camisa, arrancándole un gruñido que me hace sonreír contra sus labios.—Nunca serás mía, ¿eh? —murmura con una sonrisa oscura entre beso y beso, su voz ronca por la pasión contenida—. Veremos cuánto dura esa convicción.Me río suavemente contra su boca, sabiendo que este es solo otro capítulo en nuestro interminable juego. Porque, aunque estemos envueltos en este momento de deseo, ninguno de los dos ha olvidado que esto n
Me aparto con una lentitud deliberada, asegurándome de que él sienta cada centímetro de distancia entre nosotros. Me aliso la ropa, tranquilamente, mientras su mirada me sigue, oscura y peligrosa, como si intentara leer mis pensamientos. Pero nunca lo logra. Ese es su mayor fracaso: creer que en algún momento va a entenderme.—¿Te vas a quedar ahí parado como una estatua toda la noche, Vicente? —le pregunto con una sonrisa perezosa, como si nada hubiera pasado.Él no responde de inmediato. Se queda mirándome, con esa expresión impenetrable que ha perfeccionado a lo largo de los años. Pero yo sé lo que hay detrás. El fuego. La rabia contenida. La obsesión. Todo lo que nunca admitirá pero que se refleja en cada uno de sus gestos. Es fascinante verlo debatirse entre esa fachada de control absoluto y la verdad: que está completamente perdido conmigo.—No entiendes lo que haces, Valeria —dice, con una calma que apenas disfraza la tormenta interna—. Crees que esto es un juego.—Porque lo es