El silencio en la sala se vuelve denso, cargado de esa electricidad entre nosotros que parece chispear cada vez que nos encontramos así, tan cerca y a la vez tan distantes. Vicente me mira con esos ojos oscuros que, por más que lo intenten, nunca logran esconder del todo su desesperación. Oh, él lo intenta, claro, pero lo siento en su respiración, en la forma en que su mandíbula se tensa, como si controlarse fuera una batalla constante.Me quedo quieta, observándolo, como quien examina a un animal salvaje que ha caído en una trampa y aún no se ha dado cuenta. Sé que podría romper esta tensión, hacer que todo explote en un segundo, pero eso sería demasiado fácil. Y, sinceramente, me aburre lo fácil.—Valeria, no sabes lo que estás haciendo —dice por fin, su voz baja, tensa.Oh, Vicente, claro que sé lo que estoy haciendo. Lo he sabido desde el primer momento en que me viste sobre ese escenario, cuando pensaste que podías comprarme como a cualquier otra cosa en tu vida. Pero yo no soy u
15. Dejarme ir no es una opción para él.El aire en la habitación parece evaporarse mientras el beso se intensifica, y la tensión entre nosotros alcanza un punto crítico. Cada roce, cada movimiento está cargado de una energía que no es solo física. Es algo más profundo, más oscuro. Es la lucha de dos voluntades que se niegan a ceder.Vicente me empuja contra la pared, sus manos explorando mi cuerpo con esa mezcla de posesión y frustración que lo define. Pero yo no soy una víctima pasiva en este juego. Mis manos también exploran, mis uñas arañan su piel a través de la camisa, arrancándole un gruñido que me hace sonreír contra sus labios.—Nunca serás mía, ¿eh? —murmura con una sonrisa oscura entre beso y beso, su voz ronca por la pasión contenida—. Veremos cuánto dura esa convicción.Me río suavemente contra su boca, sabiendo que este es solo otro capítulo en nuestro interminable juego. Porque, aunque estemos envueltos en este momento de deseo, ninguno de los dos ha olvidado que esto n
Me aparto con una lentitud deliberada, asegurándome de que él sienta cada centímetro de distancia entre nosotros. Me aliso la ropa, tranquilamente, mientras su mirada me sigue, oscura y peligrosa, como si intentara leer mis pensamientos. Pero nunca lo logra. Ese es su mayor fracaso: creer que en algún momento va a entenderme.—¿Te vas a quedar ahí parado como una estatua toda la noche, Vicente? —le pregunto con una sonrisa perezosa, como si nada hubiera pasado.Él no responde de inmediato. Se queda mirándome, con esa expresión impenetrable que ha perfeccionado a lo largo de los años. Pero yo sé lo que hay detrás. El fuego. La rabia contenida. La obsesión. Todo lo que nunca admitirá pero que se refleja en cada uno de sus gestos. Es fascinante verlo debatirse entre esa fachada de control absoluto y la verdad: que está completamente perdido conmigo.—No entiendes lo que haces, Valeria —dice, con una calma que apenas disfraza la tormenta interna—. Crees que esto es un juego.—Porque lo es
Salgo de la mansión, los tacones resonando contra el mármol del suelo como una declaración silenciosa de victoria. El aire nocturno es refrescante, y sonrío para mí misma mientras me alejo. Afuera, uno de los guardaespaldas de Vicente me abre la puerta de un coche oscuro. —¿A dónde la llevo, señorita? —pregunta con ese tono sumiso que todos los hombres de Vicente parecen adoptar automáticamente. —No importa —respondo mientras subo al coche y me recuesto en el asiento de cuero—. Conduce. El coche se mueve, y yo cierro los ojos, dejando que las luces de la ciudad parpadeen a través de mis párpados cerrados. Estoy pensando en lo que vendrá después. En el próximo hombre que aparecerá en mi vida, el próximo peón en este juego interminable. ¿Será Gabriel? ¿O tal vez alguien más? No importa realmente. Lo que sé es que, mientras Vicente siga creyendo que puede poseerme, seguirá cayendo en su propia trampa. Y yo, como siempre, disfrutaré de cada segundo de su inevitable derrota. El coche a
Pero antes de que pueda responder, un fuerte golpe en la puerta interrumpe el ambiente. Gabriel frunce el ceño, claramente sorprendido. Nadie espera visitas a esta hora.Me enderezo en el sofá, sintiendo cómo la tensión se cuela en la habitación. No puede ser. ¿Tan rápido ha actuado Vicente? No suelo subestimarlo, pero esta vez lo he hecho.Gabriel se levanta y va hacia la puerta. Cuando la abre, el rostro que aparece del otro lado es todo lo que esperaba y temía: uno de los hombres de Vicente, imponente, frío, con esa mirada que dice "no estoy aquí para jugar".—Gabriel —dice el matón, con una calma que hiela la sangre—. Tenemos que hablar.Y en ese momento, todo se desmorona.Gabriel me lanza una mirada rápida, confundido, tal vez asustado. Pero no tiene idea de lo que realmente está sucediendo. Esto no es una simple advertencia. Esto es Vicente, moviendo las piezas de su tablero, eliminando otra amenaza.—¿Qué demonios está pasando? —pregunta Gabriel, intentando mantener la compost
Ahí está, sentado en silencio, como una sombra de furia contenida. Vicente me mira, y puedo sentir la tensión en su mandíbula. No ha dicho una palabra, pero todo en su postura grita lo que está sintiendo. El aire está cargado de esa energía que siempre hay entre nosotros: deseo, rabia, obsesión. Todo mezclado en un cóctel peligroso.—¿Estás disfrutando de esto? —me pregunta, con esa calma gélida que es más aterradora que los gritos.—¿De qué estás hablando? —le respondo con una sonrisa tranquila, fingiendo inocencia.—De Gabriel —gruñe, sin rodeos. Vicente nunca ha sido del tipo que da vueltas al asunto cuando está al borde de perder el control—. Crees que puedes jugar con él y conmigo al mismo tiempo.—¿No puedo? —le lanzo una mirada juguetona, sabiendo exactamente cómo provocarlo—. No pensé que estabas en la misma categoría que él.Vicente se inclina hacia mí, sus ojos oscuros clavándose en los míos. Puedo sentir su respiración caliente en mi rostro, y por un segundo, el ambiente en
El silencio en el coche es denso, casi tangible. Vicente me mira con esa mezcla de furia y deseo, su mano aún en mi cintura, como si no quisiera soltarme. Y, a decir verdad, tampoco lo hará. No mientras siga obsesionado conmigo. Lo más irónico de todo esto es que, cuanto más intenta controlarme, más se enreda en su propia trampa. Yo siempre tengo la ventaja, aunque él se convenza de lo contrario.El coche se detiene frente a mi apartamento. Vicente no dice nada, pero su mano se aferra a la puerta, como si no quisiera dejarme ir. Está en ese punto de quiebre donde la frustración y la atracción chocan, y no sabe cómo manejarlo.—¿No me vas a invitar a subir? —me pregunta, en un tono que intenta ser casual, pero falla estrepitosamente.Le lanzo una mirada de incredulidad, divertida por su atrevimiento. Después de todo lo que ha pasado esta noche, todavía cree que puede aparecer en mi puerta como si fuera a rendirme a sus pies.—Vicente, cariño —le digo con un tono dulce y venenoso a la v
Después de lo de esta noche, Gabriel estará fuera del mapa. Pero sé que habrá otros. Siempre los hay. Y mientras Vicente siga eliminando a cada uno que se cruce en mi camino, estará cavando su propia tumba. Porque eventualmente, llegará el día en que se dará cuenta de que no puede seguir así, y entonces... entonces todo se derrumbará.Salgo del baño, me envuelvo en una toalla y me sirvo otra copa de vino. Me siento en el alféizar de la ventana, mirando las luces de la ciudad. Es en momentos como este cuando la calma se asienta sobre mí, justo antes de que el caos vuelva a estallar.Mi celular vibra de nuevo. Lo miro, esperando ver el nombre de Vicente en la pantalla, pero no es él. Es un número desconocido:"Espero que estés bien. Quiero verte."Frunzo el ceño. ¿Quién podría ser? No es el estilo de Vicente usar un número desconocido. Y Gabriel... bueno, ya no está en condiciones de enviar mensajes.Contesto con un simple:"¿Quién eres?La respuesta llega casi al instante:"Alguien que