Pero antes de que pueda responder, un fuerte golpe en la puerta interrumpe el ambiente. Gabriel frunce el ceño, claramente sorprendido. Nadie espera visitas a esta hora.Me enderezo en el sofá, sintiendo cómo la tensión se cuela en la habitación. No puede ser. ¿Tan rápido ha actuado Vicente? No suelo subestimarlo, pero esta vez lo he hecho.Gabriel se levanta y va hacia la puerta. Cuando la abre, el rostro que aparece del otro lado es todo lo que esperaba y temía: uno de los hombres de Vicente, imponente, frío, con esa mirada que dice "no estoy aquí para jugar".—Gabriel —dice el matón, con una calma que hiela la sangre—. Tenemos que hablar.Y en ese momento, todo se desmorona.Gabriel me lanza una mirada rápida, confundido, tal vez asustado. Pero no tiene idea de lo que realmente está sucediendo. Esto no es una simple advertencia. Esto es Vicente, moviendo las piezas de su tablero, eliminando otra amenaza.—¿Qué demonios está pasando? —pregunta Gabriel, intentando mantener la compost
Ahí está, sentado en silencio, como una sombra de furia contenida. Vicente me mira, y puedo sentir la tensión en su mandíbula. No ha dicho una palabra, pero todo en su postura grita lo que está sintiendo. El aire está cargado de esa energía que siempre hay entre nosotros: deseo, rabia, obsesión. Todo mezclado en un cóctel peligroso.—¿Estás disfrutando de esto? —me pregunta, con esa calma gélida que es más aterradora que los gritos.—¿De qué estás hablando? —le respondo con una sonrisa tranquila, fingiendo inocencia.—De Gabriel —gruñe, sin rodeos. Vicente nunca ha sido del tipo que da vueltas al asunto cuando está al borde de perder el control—. Crees que puedes jugar con él y conmigo al mismo tiempo.—¿No puedo? —le lanzo una mirada juguetona, sabiendo exactamente cómo provocarlo—. No pensé que estabas en la misma categoría que él.Vicente se inclina hacia mí, sus ojos oscuros clavándose en los míos. Puedo sentir su respiración caliente en mi rostro, y por un segundo, el ambiente en
El silencio en el coche es denso, casi tangible. Vicente me mira con esa mezcla de furia y deseo, su mano aún en mi cintura, como si no quisiera soltarme. Y, a decir verdad, tampoco lo hará. No mientras siga obsesionado conmigo. Lo más irónico de todo esto es que, cuanto más intenta controlarme, más se enreda en su propia trampa. Yo siempre tengo la ventaja, aunque él se convenza de lo contrario.El coche se detiene frente a mi apartamento. Vicente no dice nada, pero su mano se aferra a la puerta, como si no quisiera dejarme ir. Está en ese punto de quiebre donde la frustración y la atracción chocan, y no sabe cómo manejarlo.—¿No me vas a invitar a subir? —me pregunta, en un tono que intenta ser casual, pero falla estrepitosamente.Le lanzo una mirada de incredulidad, divertida por su atrevimiento. Después de todo lo que ha pasado esta noche, todavía cree que puede aparecer en mi puerta como si fuera a rendirme a sus pies.—Vicente, cariño —le digo con un tono dulce y venenoso a la v
Después de lo de esta noche, Gabriel estará fuera del mapa. Pero sé que habrá otros. Siempre los hay. Y mientras Vicente siga eliminando a cada uno que se cruce en mi camino, estará cavando su propia tumba. Porque eventualmente, llegará el día en que se dará cuenta de que no puede seguir así, y entonces... entonces todo se derrumbará.Salgo del baño, me envuelvo en una toalla y me sirvo otra copa de vino. Me siento en el alféizar de la ventana, mirando las luces de la ciudad. Es en momentos como este cuando la calma se asienta sobre mí, justo antes de que el caos vuelva a estallar.Mi celular vibra de nuevo. Lo miro, esperando ver el nombre de Vicente en la pantalla, pero no es él. Es un número desconocido:"Espero que estés bien. Quiero verte."Frunzo el ceño. ¿Quién podría ser? No es el estilo de Vicente usar un número desconocido. Y Gabriel... bueno, ya no está en condiciones de enviar mensajes.Contesto con un simple:"¿Quién eres?La respuesta llega casi al instante:"Alguien que
Mientras me preparo para el día, mis pensamientos no se alejan de Vicente. A pesar de sus amenazas, su control, y sus intentos de protegerme de todo y de todos, él sabe tan bien como yo que nunca podrá mantenerme completamente a salvo. No es por falta de poder, sino porque no puede protegerme de mí misma.Durante el día, reviso mi celular un par de veces, pero Vicente está notablemente silencioso. Casi puedo sentirlo mordiéndose las uñas en algún rincón oscuro, furioso por lo que pasó anoche pero sabiendo que no puede apartarse de mí. No, Vicente nunca retrocede, y esa es su mayor debilidad.Llega la tarde, y me decido a ir al Bar Rouge. No por obedecer órdenes, sino porque quiero ver quién es este “alguien”. Y, si tengo suerte, tal vez sea alguien lo suficientemente interesante como para agitar aún más el caos en la vida de Vicente.Me visto para la ocasión. Un vestido rojo ceñido que llama la atención, pero sin ser vulgar. Lo suficiente para que cualquiera me mire dos veces al entra
Lo miro fijamente, evaluando cada palabra. No es la primera vez que alguien menciona la posibilidad de quitar a Vicente del tablero, pero la mayoría no vive lo suficiente para hacerlo. Sin embargo, este hombre no parece estar bromeando. Y ahí es donde la intriga se vuelve peligrosa. —¿Y qué sacas tú de todo esto? —pregunto, inclinándome ligeramente hacia él, dejándole saber que no soy tan fácil de convencer. Él sonríe de nuevo, esa sonrisa calculada y perfecta. —El poder siempre encuentra nuevos dueños, Valeria. Y creo que tú y yo podríamos tener una alianza muy… productiva. Mis dedos rozan el borde de mi copa mientras lo miro, sopesando mis opciones. ¿Y si es verdad? ¿Y si este hombre realmente puede liberar a Vicente de su obsesión por mí? O, mejor dicho, ¿liberarme a mí de Vicente? Una parte de mí duda. No porque no quiera deshacerme de Vicente, sino porque sé que cualquier trato con hombres como este siempre tiene un precio. Y a veces, ese precio es más alto de lo que par
El trayecto a mi apartamento es tranquilo, pero mi mente no para. El rostro de ese hombre en el Bar Rouge sigue invadiendo mis pensamientos. Esa calma peligrosa, esa seguridad absoluta de que tiene el control. Esas cualidades son las mismas que siempre me han atraído de Vicente, pero también las que, irónicamente, me han empujado a buscar una salida.Al llegar a casa, me quito los zapatos y me desplomo en el sofá. Estoy agotada, pero no por el día, sino por lo que implica. Tomo mi celular de nuevo, sin saber exactamente qué busco. ¿Una señal? ¿Un mensaje? ¿Algo que me indique cuál es el próximo paso?Y justo entonces, mi celular vibra.Es Vicente.Sus mensajes son breves, directos. Como siempre.—“Tenemos que hablar.”Me río entre dientes. Hablar. Qué dulce eufemismo para lo que realmente quiere decir. Vicente nunca ha sido del tipo que “habla” cuando está en esta situación. Probablemente esté en su penthouse, rodeado de su equipo, maquinando su próximo movimiento. Y sabe que necesito
El sonido del cristal al romperse contra el suelo parece una especie de punto final, un momento en que todo lo que estaba acumulándose entre nosotros llega a su clímax. La copa de whisky hecha añicos refleja la fragilidad de lo que Vicente y yo hemos estado manteniendo juntos durante tanto tiempo. Me quedo quieta, mirándolo mientras intenta desesperadamente sostener algo que ya no puede controlar: yo.Sus manos buscan las mías, y aunque su toque siempre ha tenido ese poder magnético, esta vez no siento la misma atracción. Siento algo más, algo que nunca antes había sentido con Vicente: lástima. Porque ahora veo a un hombre que, por más fuerte y temido que sea, está completamente perdido. Su necesidad de control, de poseerme, ha acabado con él.Me aparto suavemente, mis dedos deslizándose fuera de su agarre, y sus ojos se oscurecen con una mezcla de ira y desesperación.—No puedes hacer esto, Valeria —su voz es baja, pero hay un filo peligroso detrás de esas palabras. Me doy cuenta de