—No puedes hacerme daño más de lo que ya lo has hecho —respondo con firmeza, manteniendo mi mirada fija en la suya—. Y si crees que puedes detenerme, estás subestimando lo que soy capaz de hacer.Vicente se queda inmóvil por un segundo, como si no pudiera procesar lo que acabo de decir. Pero sé que me cree. Sabe que no soy como las otras mujeres que ha intentado controlar. Sabe que, si me empuja demasiado, puede acabar siendo él quien sufra las consecuencias.Suelta mi brazo, pero no retrocede. Se queda frente a mí, mirándome con esos ojos oscuros y peligrosos que siempre han tenido el poder de desarmarme. Pero esta vez, no lo hacen.—Te arrepentirás de esto —dice en voz baja, una promesa tan fría que me atraviesa la piel.—Tal vez —le respondo con una leve sonrisa—. Pero prefiero arrepentirme de lo que hago que de lo que no hago.Doy un paso atrás, apartándome de él, rompiendo ese espacio cargado de tensión. Vicente no me sigue, pero su mirada sigue siendo una advertencia, un recorda
Estoy sola. Completamente sola.Es una sensación que debería asustarme, pero en lugar de eso, me siento extrañamente aliviada. Sin Vicente tratando de controlarme, sin el miedo constante de lo que podría hacer. Aunque claro, el alivio dura poco.No han pasado ni cinco minutos desde que llegué cuando alguien llama a la puerta.Mi corazón se detiene. Miro hacia la entrada, mis piernas pesadas, como si ya supiera quién está ahí, esperando del otro lado. No necesito abrir la puerta para saber que Vicente no ha dejado que las cosas terminen así de fácil.Dudo por un segundo, pero luego camino hacia la puerta. No es miedo lo que siento, es una mezcla de adrenalina y resignación. Abro lentamente, y ahí está. No Vicente, sino uno de sus hombres.Alto, corpulento, con esa expresión impenetrable que me dice que no está aquí para charlar. Lo conozco. Es uno de los que siempre está cerca de Vicente en las reuniones importantes, un perro leal que solo responde a él.—Señorita Valeria —su voz es pr
28. Ya no.Me acerco, esta vez con más determinación, aunque el aire entre nosotros está cargado de peligro.—No soy tu prisionera —digo, midiendo mis palabras—. No tienes poder sobre mí.Vicente se pone de pie, dejando su copa en la mesa de vidrio con un golpe seco. Sus ojos oscuros están fijos en mí, y la tensión entre nosotros se convierte en algo más denso, casi tangible.—Valeria, mi querida Valeria —susurra mientras se acerca lentamente, como un depredador acechando a su presa—. Nadie puede alejarte de mí, ni siquiera tú.El espacio entre nosotros se reduce a nada, y el aire se vuelve más pesado. Puedo sentir su respiración, su presencia dominante llenando cada rincón de la habitación. Pero esta vez no retrocedo, no bajo la mirada.—Ya no tienes ese poder sobre mí, Vicente —le digo, mi voz tan firme como puedo.Él sonríe, una sonrisa llena de peligro y algo más.—Siempre lo he tenido —murmura antes de inclinarse hacia mí.El aire entre nosotros se vuelve insoportablemente denso
Vicente no responde de inmediato. Me arrastra hacia el salón, su agarre firme, su mirada fija en la puerta del fondo. Sé lo que hay ahí: su oficina privada. El lugar donde planea sus movimientos más oscuros, donde guarda todos sus secretos. Me lleva allí como si fuera un trofeo que está a punto de exhibir.—Voy a mostrarte algo —dice con esa calma aterradora que solo él puede manejar en momentos como este—. Algo que quizás te haga reconsiderar tu idea de libertad.Trato de soltarme, pero es inútil. Vicente me empuja hacia dentro de la oficina y cierra la puerta detrás de nosotros. El sonido de la cerradura me da una sensación de encierro, pero también me enfurece. No voy a dejar que me vuelva a encerrar, no después de todo lo que he peleado para salir de su control.—¿Qué estás haciendo, Vicente? —le exijo, mi voz más fuerte ahora—. Esto no va a funcionar.Él camina hasta su escritorio y abre un cajón, sacando algo que no puedo ver desde donde estoy. Cuando se gira, en su mano hay una
Vicente me mira, su expresión triunfante.—Es todo lo que necesitas saber para entender que nunca te vas a liberar de mí, Valeria. Porque siempre he estado un paso adelante. Y siempre lo estaré.Me quedo de pie, mirando las fotos y los documentos, sintiendo cómo el suelo se desmorona bajo mis pies. Esto no es solo control. Esto es dominio total. Y me doy cuenta de que Vicente no solo ha jugado conmigo, sino que ha construido una red tan intrincada que escapar de él no va a ser tan fácil como pensé.Pero aun así, no me doy por vencida.Cierro la carpeta lentamente y lo miro a los ojos.—Esto no cambia nada —digo, aunque mi voz suena más frágil de lo que quisiera.Vicente da un paso hacia mí, su rostro a centímetros del mío.—Cambia todo —murmura, con una sonrisa oscura—. Y lo sabes.Nos quedamos así, cara a cara, en una batalla silenciosa. Y aunque sé que esto está lejos de terminar, hay una parte de mí que no está dispuesta a rendirse. Porque, aunque Vicente cree que tiene el control,
Es en ese momento que lo entiendo completamente. Vicente no está amenazándome solo a mí; está amenazando a cualquiera que me rodee, a cualquiera que intente acercarse o ayudarme. Y, como siempre, su mensaje es claro: si quiero que la gente a mi alrededor esté a salvo, tengo que quedarme con él.Por un instante, me siento atrapada de nuevo. La rabia, la frustración, la impotencia me golpean con fuerza. Quiero gritarle, golpearlo, arrancar esa sonrisa arrogante de su rostro. Pero sé que eso no servirá de nada. No con Vicente. Él es el tipo de hombre que vive para las batallas psicológicas, que disfruta viendo a sus oponentes retorcerse en la incertidumbre.Doy un paso atrás, buscando espacio, aire. Mi mente corre buscando una salida, algo que pueda usar en su contra, pero las posibilidades parecen infinitas y todas imposibles.Vicente, viéndome acorralada, da otro paso adelante.—Sabes que es la verdad, Valeria. Si te alejas de mí, haré que todos los que se crucen en tu camino paguen el
Ah, el amor. Esa cosa maravillosa que la gente insiste en buscar como si fuera la cura para todos los males del mundo. Yo, sin embargo, siempre he tenido claro que el amor es una transacción. Algo que se negocia, se vende, se compra. Y, hablando de compras, ahí es donde entra él: Vicente "El Toro" Mendoza.Vicente, mi querido y obcecado Toro, es de esos tipos que huelen a dinero desde tres cuadras de distancia. Llega al cabaret todas las noches como si fuera el dueño del lugar —y para ser justos, probablemente lo es. La forma en la que los camareros le abren paso y los otros clientes se callan cuando pasa... todo eso me dice que este hombre tiene más poder del que debería tener cualquier ser humano. Yo, mientras tanto, solo muevo mis caderas al ritmo de la música, con la precisión de quien sabe exactamente cuánto vale cada movimiento. Él me mira desde su mesa VIP con sus ojitos de tiburón, creyendo que me tiene en la palma de su mano, y yo finjo que no lo noto.Vicente me quiere. No,
Ahí está. Su gran oferta. Su propuesta indecente envuelta en papel brillante. Yo, la bailarina de cabaret, rescatada por el gran mafioso. Como si todo lo que quiero en la vida fuera que él me ponga en una jaula dorada. Cierro los ojos por un segundo, para no rodarlos en su cara.—¿Y qué te hace pensar que quiero ser "protegida"? —le pregunto, levantando una ceja. Él se ríe, como si mi pregunta fuera un chiste, y me agarra la mano, apretándola un poco más de lo que me gusta.—Porque te conozco, Valeria. Sé lo que necesitas. Tú solo tienes que confiar en mí.Confiar. Esa palabra ridícula que solo usan los hombres que creen que tienen el control. Pero la ironía es que mientras él cree que me está acorralando, yo ya tengo la red lista para atraparlo. Porque lo que Vicente no sabe, lo que ni siquiera ha sospechado, es que mientras él me observa, yo también lo observo a él. Sé cosas. Cosas que podría usar en su contra. Cosas que valen más que todas las joyas y autos que me ha dado.Sonrío,