28. Ya no.Me acerco, esta vez con más determinación, aunque el aire entre nosotros está cargado de peligro.—No soy tu prisionera —digo, midiendo mis palabras—. No tienes poder sobre mí.Vicente se pone de pie, dejando su copa en la mesa de vidrio con un golpe seco. Sus ojos oscuros están fijos en mí, y la tensión entre nosotros se convierte en algo más denso, casi tangible.—Valeria, mi querida Valeria —susurra mientras se acerca lentamente, como un depredador acechando a su presa—. Nadie puede alejarte de mí, ni siquiera tú.El espacio entre nosotros se reduce a nada, y el aire se vuelve más pesado. Puedo sentir su respiración, su presencia dominante llenando cada rincón de la habitación. Pero esta vez no retrocedo, no bajo la mirada.—Ya no tienes ese poder sobre mí, Vicente —le digo, mi voz tan firme como puedo.Él sonríe, una sonrisa llena de peligro y algo más.—Siempre lo he tenido —murmura antes de inclinarse hacia mí.El aire entre nosotros se vuelve insoportablemente denso
Vicente no responde de inmediato. Me arrastra hacia el salón, su agarre firme, su mirada fija en la puerta del fondo. Sé lo que hay ahí: su oficina privada. El lugar donde planea sus movimientos más oscuros, donde guarda todos sus secretos. Me lleva allí como si fuera un trofeo que está a punto de exhibir.—Voy a mostrarte algo —dice con esa calma aterradora que solo él puede manejar en momentos como este—. Algo que quizás te haga reconsiderar tu idea de libertad.Trato de soltarme, pero es inútil. Vicente me empuja hacia dentro de la oficina y cierra la puerta detrás de nosotros. El sonido de la cerradura me da una sensación de encierro, pero también me enfurece. No voy a dejar que me vuelva a encerrar, no después de todo lo que he peleado para salir de su control.—¿Qué estás haciendo, Vicente? —le exijo, mi voz más fuerte ahora—. Esto no va a funcionar.Él camina hasta su escritorio y abre un cajón, sacando algo que no puedo ver desde donde estoy. Cuando se gira, en su mano hay una
Vicente me mira, su expresión triunfante.—Es todo lo que necesitas saber para entender que nunca te vas a liberar de mí, Valeria. Porque siempre he estado un paso adelante. Y siempre lo estaré.Me quedo de pie, mirando las fotos y los documentos, sintiendo cómo el suelo se desmorona bajo mis pies. Esto no es solo control. Esto es dominio total. Y me doy cuenta de que Vicente no solo ha jugado conmigo, sino que ha construido una red tan intrincada que escapar de él no va a ser tan fácil como pensé.Pero aun así, no me doy por vencida.Cierro la carpeta lentamente y lo miro a los ojos.—Esto no cambia nada —digo, aunque mi voz suena más frágil de lo que quisiera.Vicente da un paso hacia mí, su rostro a centímetros del mío.—Cambia todo —murmura, con una sonrisa oscura—. Y lo sabes.Nos quedamos así, cara a cara, en una batalla silenciosa. Y aunque sé que esto está lejos de terminar, hay una parte de mí que no está dispuesta a rendirse. Porque, aunque Vicente cree que tiene el control,
Es en ese momento que lo entiendo completamente. Vicente no está amenazándome solo a mí; está amenazando a cualquiera que me rodee, a cualquiera que intente acercarse o ayudarme. Y, como siempre, su mensaje es claro: si quiero que la gente a mi alrededor esté a salvo, tengo que quedarme con él.Por un instante, me siento atrapada de nuevo. La rabia, la frustración, la impotencia me golpean con fuerza. Quiero gritarle, golpearlo, arrancar esa sonrisa arrogante de su rostro. Pero sé que eso no servirá de nada. No con Vicente. Él es el tipo de hombre que vive para las batallas psicológicas, que disfruta viendo a sus oponentes retorcerse en la incertidumbre.Doy un paso atrás, buscando espacio, aire. Mi mente corre buscando una salida, algo que pueda usar en su contra, pero las posibilidades parecen infinitas y todas imposibles.Vicente, viéndome acorralada, da otro paso adelante.—Sabes que es la verdad, Valeria. Si te alejas de mí, haré que todos los que se crucen en tu camino paguen el
Me quedo mirando la carpeta que ahora yace en el suelo, como si fuera un pedazo del pasado que acabara de desmoronarse ante mis ojos. Vicente cree que con esas fotos, esos documentos y sus amenazas, puede controlar todo lo que soy, lo que hago. Pero lo que no entiende es que mi libertad no depende de lo que haya hecho antes o de las personas que han pasado por mi vida. Depende de lo que yo decida hacer ahora.Recojo la carpeta, y por un segundo, me planteo destruirla. Romper cada hoja, quemar cada prueba de su poder sobre mí. Pero no lo hago. No quiero que Vicente piense que estoy actuando por rabia, que me ha ganado la partida emocionalmente. No, si voy a salir de esta, será a mi manera, fría y calculadora. Como a él le gusta jugar. Pero en mi propio tablero.Dejo la carpeta sobre el escritorio y salgo de la oficina sin mirar atrás. Siento el peso de las amenazas de Vicente todavía colgando sobre mí, pero también
Esa misma noche, mientras la ciudad duerme, mi vida comienza a desmantelarse, pedazo a pedazo. Cierro cuentas, desconecto celulars, y veo cómo cada hilo que me ataba a mi vida anterior se corta. Mi apartamento quedará vacío, como si nunca hubiera existido. Y en pocas horas, dejaré de ser Valeria, la mujer que Vicente cree que controla.Pero lo que Vicente nunca va a entender es que siempre fui libre, incluso bajo su dominio. Y ahora, esa libertad será total, lejos de él.Miro una última vez por la ventana, hacia las luces lejanas de la ciudad. Vicente no lo sabe todavía, pero ha perdido. Y cuando lo descubra, será demasiado tarde. Porque para entonces, yo ya habré desaparecido.La noche parece más oscura de lo normal mientras miro por la ventana, sabiendo que es la última vez que veré esta vista, este lugar que he llamado hogar, aunque solo fuera una fachada. Mi contacto sigue a
El coche sigue avanzando por las carreteras vacías. Miro por la ventana, viendo cómo los árboles y los campos pasan rápidamente, tratando de concentrarme en lo que viene después. Un nuevo nombre, un nuevo lugar, una nueva vida. Pero aunque me estoy alejando físicamente de Vicente, sé que él seguirá siendo una sombra en mi mente, al menos por un tiempo. Porque escapar físicamente es una cosa, pero liberarse del miedo es otra muy distinta.Después de varias horas, llegamos a una pequeña pista de aterrizaje privada. Un avión pequeño, discreto, nos espera. Mi contacto me guía hacia el avión sin decir una palabra. Me doy cuenta de que este es el momento en el que realmente dejo todo atrás.—El piloto tiene las instrucciones —dice, mientras me entrega un sobre con mi nueva identidad—. No hay vuelta atrás después de esto, Valeria.<
Horas después, aterrizamos en un pequeño aeródromo, apenas una pista iluminada por unas cuantas luces amarillentas. Me despierto con una sacudida suave mientras el avión rueda hacia un hangar aislado. El piloto, tan silencioso como siempre, baja del avión y me hace un gesto para que lo siga. La noche está fría, pero no tanto como la atmósfera que dejo atrás. Al bajar del avión, un coche oscuro me espera, y un hombre de aspecto serio, vestido de negro, me abre la puerta. No pregunta, no se presenta. Perfecto. En este momento, la discreción es mi mayor aliada. Subo al coche, y en cuanto la puerta se cierra, comenzamos a avanzar por una carretera desierta, sin un destino visible en el horizonte. Este viaje ya no tiene vuelta atrás, y aunque una parte de mí sigue tensa, vigilante, siento una especie de alivio al saber que, al menos por ahora, estoy fuera de su alcance. Pero no puedo permitirme bajar la guardia, no con Vicente en la ecuación. Mientras el coche avanza por caminos sinuosos