El coche sigue avanzando por las carreteras vacías. Miro por la ventana, viendo cómo los árboles y los campos pasan rápidamente, tratando de concentrarme en lo que viene después. Un nuevo nombre, un nuevo lugar, una nueva vida. Pero aunque me estoy alejando físicamente de Vicente, sé que él seguirá siendo una sombra en mi mente, al menos por un tiempo. Porque escapar físicamente es una cosa, pero liberarse del miedo es otra muy distinta.
Después de varias horas, llegamos a una pequeña pista de aterrizaje privada. Un avión pequeño, discreto, nos espera. Mi contacto me guía hacia el avión sin decir una palabra. Me doy cuenta de que este es el momento en el que realmente dejo todo atrás.—El piloto tiene las instrucciones —dice, mientras me entrega un sobre con mi nueva identidad—. No hay vuelta atrás después de esto, Valeria.<Horas después, aterrizamos en un pequeño aeródromo, apenas una pista iluminada por unas cuantas luces amarillentas. Me despierto con una sacudida suave mientras el avión rueda hacia un hangar aislado. El piloto, tan silencioso como siempre, baja del avión y me hace un gesto para que lo siga. La noche está fría, pero no tanto como la atmósfera que dejo atrás. Al bajar del avión, un coche oscuro me espera, y un hombre de aspecto serio, vestido de negro, me abre la puerta. No pregunta, no se presenta. Perfecto. En este momento, la discreción es mi mayor aliada. Subo al coche, y en cuanto la puerta se cierra, comenzamos a avanzar por una carretera desierta, sin un destino visible en el horizonte. Este viaje ya no tiene vuelta atrás, y aunque una parte de mí sigue tensa, vigilante, siento una especie de alivio al saber que, al menos por ahora, estoy fuera de su alcance. Pero no puedo permitirme bajar la guardia, no con Vicente en la ecuación. Mientras el coche avanza por caminos sinuosos
Pero, ¿por cuánto tiempo? Sé que Vicente no descansará. Su red es extensa, y aunque he desaparecido, no puedo subestimarlo. No es un hombre que acepte perder fácilmente. Y peor aún, no es alguien que permita que una mujer lo haga quedar en ridículo, mucho menos frente a sus socios y enemigos. La paranoia comienza a colarse en mi mente. ¿Y si ya ha mandado a alguien tras de mí? ¿Y si esta casa, este refugio, no es tan seguro como parece? Reviso cada puerta y ventana, asegurándome de que todo esté cerrado. Mi vida ahora es una rutina de vigilancia constante, una estrategia para mantenerme dos pasos por delante de un hombre que siempre está acechando en las sombras. Me siento en el sofá de nuevo, con los documentos en mis manos, repasando cada detalle de mi nueva identidad. Mi respiración es lenta, pero mi mente no deja de correr. ¿Cuánto tiempo podré sostener esta farsa? Y entonces, suena el celular. Mi corazón se detiene por un segundo. Nadie debería tener este número. Lo dejo sona
Me levanto del sofá, con el corazón martilleando en mi pecho. Mis pensamientos son una tormenta, pero una idea emerge con claridad: tengo que pelear. No puedo seguir corriendo.Con pasos firmes, voy a la pequeña habitación que funciona como cocina y busco en los cajones hasta encontrar lo que necesito: un viejo móvil, uno que no está conectado a nada, sin GPS, sin apps, un trasto que nadie usa ya. Perfecto para lo que necesito hacer. Lo enciendo, marcando un número que no he usado en años.—¿Valeria? —contesta la voz, desconcertada por la llamada inesperada. Es uno de los pocos contactos que Vicente no conoce. Un hombre que me debe mucho más de lo que imagina.—Voy a necesitar un favor —le digo, mi voz firme. No es una petición, es una orden. Estoy más allá de las cortesías, más allá de las excusas. Este favor es la clave para mi sigu
La habitación parece aún más silenciosa después de esa llamada, pero no es el tipo de calma que trae paz. Es la quietud antes de la tormenta, el preludio del caos que Vicente ya está tejiendo. Sé que el tiempo corre en mi contra, pero también sé que si soy lo suficientemente astuta, puedo usar la misma tela de su plan para envolverlo en su propia trampa.El celular que usé para la llamada con mi contacto ya está apagado, destruido y listo para ser enterrado en algún lugar remoto. Nadie podrá rastrear esa conversación. Mi única ventaja en esta partida es la discreción. Vicente es un titán del crimen, sí, pero titanes caen cuando menos lo esperan, y yo estoy decidida a ser quien lo derribe.Horas después, mientras intento aferrarme a cualquier pista o punto débil, mi contacto me envía un mensaje cifrado con un nombre. Ramón Ferrer
La ciudad a la que llego está tranquila, pero eso no me da tranquilidad. Mientras avanzo hacia un hotel de mala muerte, siento el peso de Vicente respirando en mi cuello. Esta es la calma antes de que todo estalle.Al día siguiente, recibo una nueva actualización de mi contacto. Ferrer está preparando algo grande. Una reunión, una transacción, algo que involucra a varias figuras de poder. No me sorprende. Vicente está buscando apoyo, aliados que le permitan cerrar este círculo que lleva tiempo tejiendo. Su obsesión por tenerme de vuelta no es solo personal; es también un símbolo. Un símbolo de su poder, de que no hay nadie a salvo de su alcance.Pero lo que no sabe es que yo también he aprendido a jugar en las sombras. Ramón Ferrer puede ser la pieza clave para derrotarlo, pero necesito acercarme lo suficiente como para entender cómo encaja todo. Si lo hago bien, puedo
La mañana siguiente llega rápido, y con ella, un plan más claro en mi mente. Voy a irrumpir en esa reunión. Ferrer no tiene idea de lo que está a punto de suceder, y Vicente, en su arrogancia, tampoco lo ve venir. Me preparo con cuidado, vistiendo ropas que no llaman la atención: jeans ajustados, botas negras y una chaqueta de cuero que me permite moverme con facilidad. No soy la misma Valeria que alguna vez se pavoneaba en tacones altos bajo las luces del cabaret, seduciendo a todos con una sonrisa peligrosa. Soy alguien más ahora.Llego al puerto al atardecer. Las sombras son largas y densas, cubriendo el lugar como una manta oscura. El almacén se alza frente a mí, un esqueleto de metal y concreto abandonado que ha visto mejores días. Los muelles están vacíos, excepto por algunos guardias que vigilan de manera casual. Ninguno de ellos espera problemas, lo cual me da ventaja. Me acerco, usando
El disparo retumba en el almacén como el trueno antes de una tormenta, paralizando a todos en su lugar. El eco de la detonación resuena entre los muros de concreto, y por un breve instante, todo parece congelarse. Vicente me mira, sus ojos oscuros parpadean, pero no con miedo. No, él nunca mostraría miedo. Su rostro es una máscara de sorpresa e incredulidad, como si no pudiera comprender que algo estuviera fuera de su control.El guardia que me apuntaba está en el suelo, con un agujero limpio en la frente. Perfecto.Antes de que nadie pueda reaccionar, doy un paso atrás, aprovechando la conmoción para lanzarme hacia la izquierda, donde otro guardia desenfunda su arma demasiado tarde. Le golpeo el brazo, haciendo que la pistola caiga con un ruido metálico al suelo. Me lanzo a por ella, rodando en el piso sucio del almacén, y en un abrir y cerrar de ojos, la tengo en mis manos. Ahora soy yo la que apunta.<
Ah, el amor. Esa cosa maravillosa que la gente insiste en buscar como si fuera la cura para todos los males del mundo. Yo, sin embargo, siempre he tenido claro que el amor es una transacción. Algo que se negocia, se vende, se compra. Y, hablando de compras, ahí es donde entra él: Vicente "El Toro" Mendoza.Vicente, mi querido y obcecado Toro, es de esos tipos que huelen a dinero desde tres cuadras de distancia. Llega al cabaret todas las noches como si fuera el dueño del lugar —y para ser justos, probablemente lo es. La forma en la que los camareros le abren paso y los otros clientes se callan cuando pasa... todo eso me dice que este hombre tiene más poder del que debería tener cualquier ser humano. Yo, mientras tanto, solo muevo mis caderas al ritmo de la música, con la precisión de quien sabe exactamente cuánto vale cada movimiento. Él me mira desde su mesa VIP con sus ojitos de tiburón, creyendo que me tiene en la palma de su mano, y yo finjo que no lo noto.Vicente me quiere. No,