La ciudad a la que llego está tranquila, pero eso no me da tranquilidad. Mientras avanzo hacia un hotel de mala muerte, siento el peso de Vicente respirando en mi cuello. Esta es la calma antes de que todo estalle.
Al día siguiente, recibo una nueva actualización de mi contacto. Ferrer está preparando algo grande. Una reunión, una transacción, algo que involucra a varias figuras de poder. No me sorprende. Vicente está buscando apoyo, aliados que le permitan cerrar este círculo que lleva tiempo tejiendo. Su obsesión por tenerme de vuelta no es solo personal; es también un símbolo. Un símbolo de su poder, de que no hay nadie a salvo de su alcance.Pero lo que no sabe es que yo también he aprendido a jugar en las sombras. Ramón Ferrer puede ser la pieza clave para derrotarlo, pero necesito acercarme lo suficiente como para entender cómo encaja todo. Si lo hago bien, puedoLa mañana siguiente llega rápido, y con ella, un plan más claro en mi mente. Voy a irrumpir en esa reunión. Ferrer no tiene idea de lo que está a punto de suceder, y Vicente, en su arrogancia, tampoco lo ve venir. Me preparo con cuidado, vistiendo ropas que no llaman la atención: jeans ajustados, botas negras y una chaqueta de cuero que me permite moverme con facilidad. No soy la misma Valeria que alguna vez se pavoneaba en tacones altos bajo las luces del cabaret, seduciendo a todos con una sonrisa peligrosa. Soy alguien más ahora.Llego al puerto al atardecer. Las sombras son largas y densas, cubriendo el lugar como una manta oscura. El almacén se alza frente a mí, un esqueleto de metal y concreto abandonado que ha visto mejores días. Los muelles están vacíos, excepto por algunos guardias que vigilan de manera casual. Ninguno de ellos espera problemas, lo cual me da ventaja. Me acerco, usando
El disparo retumba en el almacén como el trueno antes de una tormenta, paralizando a todos en su lugar. El eco de la detonación resuena entre los muros de concreto, y por un breve instante, todo parece congelarse. Vicente me mira, sus ojos oscuros parpadean, pero no con miedo. No, él nunca mostraría miedo. Su rostro es una máscara de sorpresa e incredulidad, como si no pudiera comprender que algo estuviera fuera de su control.El guardia que me apuntaba está en el suelo, con un agujero limpio en la frente. Perfecto.Antes de que nadie pueda reaccionar, doy un paso atrás, aprovechando la conmoción para lanzarme hacia la izquierda, donde otro guardia desenfunda su arma demasiado tarde. Le golpeo el brazo, haciendo que la pistola caiga con un ruido metálico al suelo. Me lanzo a por ella, rodando en el piso sucio del almacén, y en un abrir y cerrar de ojos, la tengo en mis manos. Ahora soy yo la que apunta.<
Ferrer me lanza una mirada de odio, pero asiente. Lo tomo del brazo y lo empujo hacia la salida, con el arma apuntando a su espalda. Los guardias no hacen ningún movimiento, intimidados por el caos inesperado de la situación. No es así como esperaban que terminara la noche.—Nos volveremos a ver, Valeria —la voz de Vicente me sigue mientras salimos del almacén, tan fría como el acero—. Esto no ha terminado.—Eso espero —le respondo, sin mirarlo—. Porque la próxima vez, no seré tan misericordiosa.Salgo del almacén, empujando a Ferrer por delante de mí, y desaparecemos en la oscuridad de la noche, mezclándonos con las sombras del puerto. Sé que Vicente me perseguirá. Lo conozco lo suficiente como para saber que no aceptará esta derrota. Pero esta vez, no estoy huyendo. Esta vez, tengo el control. Y con Ferrer en mis manos, tengo el poder de derrumbar su imperio desde los cimientos.Nos dirigimos hacia un coche que había dejado listo, escondido en una esquina del puerto. Ferrer, aún en
Ah, el amor. Esa cosa maravillosa que la gente insiste en buscar como si fuera la cura para todos los males del mundo. Yo, sin embargo, siempre he tenido claro que el amor es una transacción. Algo que se negocia, se vende, se compra. Y, hablando de compras, ahí es donde entra él: Vicente "El Toro" Mendoza.Vicente, mi querido y obcecado Toro, es de esos tipos que huelen a dinero desde tres cuadras de distancia. Llega al cabaret todas las noches como si fuera el dueño del lugar —y para ser justos, probablemente lo es. La forma en la que los camareros le abren paso y los otros clientes se callan cuando pasa... todo eso me dice que este hombre tiene más poder del que debería tener cualquier ser humano. Yo, mientras tanto, solo muevo mis caderas al ritmo de la música, con la precisión de quien sabe exactamente cuánto vale cada movimiento. Él me mira desde su mesa VIP con sus ojitos de tiburón, creyendo que me tiene en la palma de su mano, y yo finjo que no lo noto.Vicente me quiere. No,
Ahí está. Su gran oferta. Su propuesta indecente envuelta en papel brillante. Yo, la bailarina de cabaret, rescatada por el gran mafioso. Como si todo lo que quiero en la vida fuera que él me ponga en una jaula dorada. Cierro los ojos por un segundo, para no rodarlos en su cara.—¿Y qué te hace pensar que quiero ser "protegida"? —le pregunto, levantando una ceja. Él se ríe, como si mi pregunta fuera un chiste, y me agarra la mano, apretándola un poco más de lo que me gusta.—Porque te conozco, Valeria. Sé lo que necesitas. Tú solo tienes que confiar en mí.Confiar. Esa palabra ridícula que solo usan los hombres que creen que tienen el control. Pero la ironía es que mientras él cree que me está acorralando, yo ya tengo la red lista para atraparlo. Porque lo que Vicente no sabe, lo que ni siquiera ha sospechado, es que mientras él me observa, yo también lo observo a él. Sé cosas. Cosas que podría usar en su contra. Cosas que valen más que todas las joyas y autos que me ha dado.Sonrío,
Los días pasan, y Vicente sigue actuando como si el mundo fuera suyo y yo fuera su premio mayor, un trofeo que puede ganar. Mi llamada está hecha, las piezas se están moviendo, pero Vicente, en su ceguera arrogante, ni siquiera lo sospecha. Es casi patético, si no fuera tan conveniente.Una noche, cuando termino mi número en el cabaret, me encuentro con la sonrisa de siempre en su mesa VIP. Está con su séquito de gorilas, pero sus ojos están clavados en mí como si yo fuera la única persona en la sala. Y, por primera vez, me siento incómoda. No porque me intimide, claro que no, sino porque sé que el final está cerca. No puedo permitirme el lujo de bajar la guardia, y sin embargo, aquí estoy, dejándome arrastrar de nuevo hacia su red de poder y lujuria.—Ven conmigo —dice, cuando me acerco a su mesa. No es una invitación; es una orden.Asiento, porque ahora mismo es más fácil dejarme llevar que resistir. Lo sigo hasta una de las habitaciones privadas del cabaret, esas que son solo para
El aire en la habitación está cargado, casi sofocante. El deseo que Vicente siente se transforma en algo casi tangible, y su confusión ante mis palabras añade una tensión que electrifica el ambiente. Su mirada se endurece, pero no deja de ser la de un hombre que cree que, al final, todo se resolverá a su favor.Él no entiende que, para mí, este no es más que otro movimiento en el tablero.Su mano, aún en mi cintura, se vuelve más posesiva. Me atrae hacia él, su cuerpo duro contra el mío, y me toma por el cuello suavemente, un gesto a medio camino entre la ternura y el control. Sus labios vuelven a buscar los míos, esta vez con más urgencia, como si el cambio en mi actitud lo hubiera descolocado y ahora intentara reafirmarse. Mis manos recorren su pecho y sus hombros, y aunque estoy jugando mi papel, no puedo negar que hay algo en esta danza entre nosotros que me consume lentamente.La elegante y amplia cama está justo detrás de mí cuando Vicente me empuja hacia ella. Mi espalda toca l
Días después de aquella noche, Vicente sigue actuando como si todo estuviera bajo control, creyéndose dueño de mi cuerpo y mi destino. Pero mientras él juega a ser el protector, los hombres a mi alrededor empiezan a notar lo que Vicente ha pasado por alto: yo nunca he sido exclusiva de nadie.Uno de ellos es Álvaro, el tipo con el que me topé en una fiesta del cabaret. Es un inversor importante, bien vestido y con una sonrisa peligrosa, uno de esos hombres que entiende cómo se mueve el dinero, pero que también sabe disfrutarlo. Le gusta observarme desde la barra, dejándome sentir su mirada cuando bailo, como si me ofreciera algo diferente. Claro, Vicente lo nota, aunque intenta hacerse el desentendido. Pero sé que lo ve. Esa chispa en sus ojos que grita peligro cada vez que Álvaro me ofrece una copa al final de la noche.Otro es Tomás, un fotógrafo que trabaja con las chicas del cabaret, capturando el arte en medio del caos. Él es diferente, más sensible, y me ve como algo más que una