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4. No sabrá qué lo golpeó.

El aire en la habitación está cargado, casi sofocante. El deseo que Vicente siente se transforma en algo casi tangible, y su confusión ante mis palabras añade una tensión que electrifica el ambiente. Su mirada se endurece, pero no deja de ser la de un hombre que cree que, al final, todo se resolverá a su favor.

Él no entiende que, para mí, este no es más que otro movimiento en el tablero.

Su mano, aún en mi cintura, se vuelve más posesiva. Me atrae hacia él, su cuerpo duro contra el mío, y me toma por el cuello suavemente, un gesto a medio camino entre la ternura y el control. Sus labios vuelven a buscar los míos, esta vez con más urgencia, como si el cambio en mi actitud lo hubiera descolocado y ahora intentara reafirmarse. Mis manos recorren su pecho y sus hombros, y aunque estoy jugando mi papel, no puedo negar que hay algo en esta danza entre nosotros que me consume lentamente.

La elegante y amplia cama está justo detrás de mí cuando Vicente me empuja hacia ella. Mi espalda toca las sábanas suaves y frías mientras él se coloca encima de mí, sus movimientos más impacientes ahora, más agresivos. Sus manos exploran mi cuerpo, como si estuviera reclamando cada centímetro de piel, y yo dejo que lo haga, estoy jugando el papel de la mujer que se rinde ante su amante.

Sus labios recorren mi cuello, bajando hasta mi clavícula, y la sensación de su boca caliente contra mi piel me provoca un escalofrío que no logro controlar del todo. Siento su respiración agitada contra mi pecho, y el peso de su cuerpo me mantiene fija en la cama, pero mis pensamientos están en otra parte. En el fondo, sé que esta es la última vez. La última vez que él se siente tan seguro, tan triunfante.

Vicente, con la arrogancia propia de alguien que nunca ha tenido que ganarse nada con esfuerzo, me desnuda lentamente, como si estuviera desenvolviendo un regalo que ha esperado demasiado tiempo. Pero lo que él no sabe es que este regalo tiene un precio más alto de lo que está dispuesto a pagar.

—Mírame —susurra, con su voz ronca, es casi una orden.

Obedezco, mis ojos se encuentran con los suyos, llenos de un deseo oscuro que no tiene nada que ver con el amor. Esto es pura obsesión, necesidad de control, de poder. En su mente, yo soy suya, y este momento es la culminación de esa caza en la que él cree haber salido victorioso. Pero lo que no entiende es que, mientras más se acerca a lo que quiere, más rápido está cayendo en su propia trampa.

Su boca desciende por mi vientre, y la sensación de su lengua contra mi piel me hace arquear la espalda. No es que no lo disfrute —después de todo, soy humana—, pero cada movimiento suyo me recuerda lo mucho que subestima lo que soy capaz de hacer.

Mientras él continúa, mis manos se enredan en su cabello, tirando suavemente, guiándolo. Él toma esto como una señal de que tiene el control, y yo lo dejo creerlo, es lo que me conviene. Pero en mi mente, estoy más cerca que nunca de mi victoria final.

Vicente es bueno, tengo que concederle eso. No es torpe ni apresurado; sabe cómo manejar el cuerpo de una mujer, cómo hacer que responda a cada caricia, cada beso. Y por un momento, me pierdo en esa sensación, en el calor de su cuerpo contra el mío, en el ritmo que hemos creado juntos. Mi respiración se acelera, mis manos buscan más de él, y por un segundo, parece que la química entre nosotros es más poderosa que cualquier estrategia o traición que se haya planeado.

Pero entonces, vuelvo a la realidad. Esto no es amor, ni siquiera deseo verdadero. Esto es solo un juego de poder, uno en el que yo tengo la ventaja aunque él no lo sepa.

Cuando el momento culmina, siento su cuerpo temblar sobre el mío, su respiración pesada mientras se desploma a mi lado, agotado. En la oscuridad de la habitación, solo se escucha el sonido de nuestras respiraciones entrecortadas, mientras él se toma unos segundos para recuperarse.

Yo, en cambio, ya estoy pensando en lo que viene después. Sé que, en cuanto salga de esta habitación, todo cambiará. Y cuando lo haga, Vicente no sabrá qué lo golpeó.

Me giro para mirarlo, su rostro relajado por el placer y la autocomplacencia. Él cree que esto es el final de su búsqueda, que me tiene completamente a su merced. Y es ahí donde se equivoca.

—Eres increíble, Valeria —susurra, pasándome una mano por el cabello, mientras me mira con una mezcla de satisfacción y adoración.

Yo le devuelvo la sonrisa, pero por dentro, sé que esto no es más que el preludio de su caída.

—Gracias, Vicente —respondo con suavidad, mi voz es baja, seductora—. Pero recuerda lo que te dije antes. Esto nunca fue tuyo.

Me levanto de la cama lentamente, permitiéndome el lujo de una última mirada hacia él. Todavía no lo sabe, pero en pocas horas, todo lo que ha construido se desmoronará. Y yo estaré lejos, más libre de lo que jamás imaginó.

El juego ha terminado. Y como siempre, soy yo quien se lleva el premio.

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