Días después de aquella noche, Vicente sigue actuando como si todo estuviera bajo control, creyéndose dueño de mi cuerpo y mi destino. Pero mientras él juega a ser el protector, los hombres a mi alrededor empiezan a notar lo que Vicente ha pasado por alto: yo nunca he sido exclusiva de nadie.
Uno de ellos es Álvaro, el tipo con el que me topé en una fiesta del cabaret. Es un inversor importante, bien vestido y con una sonrisa peligrosa, uno de esos hombres que entiende cómo se mueve el dinero, pero que también sabe disfrutarlo. Le gusta observarme desde la barra, dejándome sentir su mirada cuando bailo, como si me ofreciera algo diferente. Claro, Vicente lo nota, aunque intenta hacerse el desentendido. Pero sé que lo ve. Esa chispa en sus ojos que grita peligro cada vez que Álvaro me ofrece una copa al final de la noche. Otro es Tomás, un fotógrafo que trabaja con las chicas del cabaret, capturando el arte en medio del caos. Él es diferente, más sensible, y me ve como algo más que una mujer que baila para el entretenimiento de otros. Siempre encuentra excusas para acercarse, mostrándome las fotos, buscando conversación. Lo suyo no es poder ni dinero; es admiración, lo que lo convierte en el más peligroso de todos. Para Vicente, alguien como Tomás es una amenaza más difícil de eliminar, porque no lo puede comprar ni intimidar. Y luego está Rodrigo, el dueño del club donde trabajo. Él siempre ha tenido algo por mí, pero mantiene sus distancias, sabiendo lo que Vicente representa. Sin embargo, últimamente, su mirada ha cambiado. Se ha vuelto más intensa, más posesiva, como si estuviera dispuesto a arriesgarse a cruzar esa línea. No tengo que hacer mucho para avivar las llamas. Es el poder del juego. Solo una sonrisa aquí, una mirada prolongada allá, y de repente, me encuentro rodeada de hombres que creen que pueden ofrecerme algo mejor que lo que Vicente tiene. Pero Vicente… ah, Vicente no comparte. No acepta competencia. Cuando finalmente se entera —y, claro, lo hace porque tiene ojos en todas partes—, lo primero que hace es ir directo a Álvaro. Lo de él fue demasiado descarado para que lo pasara por alto. Vicente siempre ha sido territorial, y cuando alguien cruza su línea, no hay advertencias ni segundas oportunidades. Álvaro aparece muerto en las noticias días después, un "accidente" de tráfico. Nadie sospecha de Vicente, pero yo lo sé. Lo sé porque Vicente me invita a cenar la misma noche, y su tono es demasiado casual, demasiado despreocupado, como si estuviera probando hasta dónde puede llegar conmigo. —Una pena lo de Álvaro, ¿no? —dice, mientras corta su filete en el restaurante más caro de la ciudad. La forma en que lo menciona, con esa sonrisa casi imperceptible, me confirma lo que ya temía. —Sí, una pena —respondo, sin mirarlo, sabiendo que está esperando que me asuste, que me retire del juego. Pero no me detengo. Porque soy Valeria. Y aunque Vicente cree que tiene control, lo que no sabe es que ya es demasiado tarde para él. Tomás es el siguiente. Vicente es más sutil con él. No lo mata de inmediato, no. Primero, lo amenaza. Una advertencia suave que llega a través de los hombres de Vicente, en las sombras, mientras Tomás camina a casa una noche después del trabajo. Le rompen la cámara y le dicen que "mantenga la distancia". Pero Tomás, en su ingenuidad, no se rinde. Él no entiende cómo funcionan los hombres como Vicente. Cree que si no hace caso, todo se arreglará. Y es ahí donde comete su error. Una semana después, Tomás desaparece. Ninguno de los chicos del cabaret lo ha visto. No aparece en el trabajo, y sus amigos dicen que salió de la ciudad. Pero yo sé la verdad. Lo que Vicente me deja entrever con sus comentarios casuales, sus miradas satisfechas. El mensaje es claro: cualquier hombre que se acerque a mí está condenado. Rodrigo, por su parte, es un hueso más duro de roer. Él no es un simple fotógrafo o un inversor. Tiene poder, contactos, influencia. Vicente no puede deshacerse de él tan fácilmente, y lo sabe. Así que cambia de táctica. En lugar de eliminar a Rodrigo, decide destruir su negocio. Empieza a presionar a los proveedores, a sabotear las licencias del club, todo lo necesario para hacer que Rodrigo pierda el control de su imperio. Y es aquí donde las cosas empiezan a volverse más peligrosas. Vicente, en su obsesión, está dispuesto a arrasarlo todo. Y yo, atrapada en medio, me doy cuenta de que este juego ha llegado demasiado lejos. No puedo permitir que todo esto siga escalando, pero tampoco puedo retroceder ahora. Porque sé que Vicente no dejará que me vaya sin luchar. Una noche, después de que los problemas de Rodrigo empeoran, Vicente me lleva a su ático de nuevo. Esta vez, su actitud es diferente. Está más agresivo, más controlador, como si estuviera intentando reafirmar su dominio sobre mí y todo lo que me rodea. Se inclina hacia mí, sus ojos oscuros y peligrosos. —¿Qué pasa, Valeria? —susurra mientras me toma por la cintura, su agarre demasiado firme—. ¿Es que no te has dado cuenta? No puedes escapar de mí. Todos los que se acerquen a ti acabarán muertos, o peor. Su amenaza cuelga en el aire, y por primera vez, siento una presión real. No es miedo, porque no le temo a Vicente. Es algo más, una conciencia de que las cosas han llegado al límite. Lo miro a los ojos, sin mostrar debilidad, porque eso es lo que espera. —¿De verdad crees que puedes controlar todo? —le digo, mi voz suave pero desafiante—. No eres tan poderoso como crees, Vicente. La tensión entre nosotros es palpable, y sé que esta vez no hay vuelta atrás. Mi plan para destruirlo está en marcha, pero Vicente, cegado por su obsesión, no se da cuenta de que está a punto de perderlo todo.Vicente se queda mirándome, tiene el ceño fruncido como si no pudiera procesar lo que acabo de decir. Claro, en su mundo perfecto y violento, las mujeres no le contestan. Las mujeres se derriten a sus pies, se mueren por un cumplido suyo, y yo debería estar agradecida de que no me ha reducido a un cadáver más en la lista de "accidentes". Qué noble.—¿Controlar todo? —pregunta, como si no acabara de despacharse a dos tipos por el mero hecho de haberme mirado demasiado rato—. Yo no controlo todo, Valeria. Solo controlo lo que me pertenece.Ah, claro, soy un jarrón Ming para este hombre, un artículo de lujo que exhibe en sus cenas de negocios. O peor, un trofeo de caza, de esos que cuelgan en la pared, con la cabeza embalsamada y esa sonrisa vacía que no significa nada. Decido no responderle directamente, porque jugar con Vicente se trata de elegir los momentos. En lugar de eso, me acerco lentamente, como si su amenaza no hubiera hecho más que excitarme, y le paso una mano por el cuello.
Después de mi provocación, el silencio que queda en la habitación es denso, cargado de una tensión insoportable. Vicente me mira como si intentara decidir si debería besarme o matarme. En sus ojos, esa furia contenida lucha contra el deseo. Su obsesión, su necesidad de control, lo consume, y por un momento parece estar al borde de explotar.De pronto, él da un paso hacia mí, y antes de que pueda reaccionar, sus manos se cierran con fuerza alrededor de mi cintura, tirando de mí hacia su cuerpo con una agresividad que me deja sin aliento. Sus labios chocan contra los míos con una intensidad desesperada, como si intentara reafirmar su poder a través de ese beso, reclamando lo que él cree que le pertenece. Es violento, urgente, como si este fuera su último intento por controlarme, por hacerme ceder.Mi espalda golpea la pared, el frío del mármol contrastando con el calor abrasador de su cuerpo. Sus manos recorren mi espalda, subiendo por mi nuca, enterrándose en mi cabello mientras tira d
Vicente se queda en silencio, con una expresión que no logra descifrar lo que acabo de decirle. Su satisfacción se tambalea, como si algo dentro de él comenzara a dudar. Y es en ese preciso instante cuando sé que lo tengo, que ha caído en mi juego, enredado en una red que nunca llegó a ver venir.Nos quedamos en esa extraña cercanía, su cuerpo aún pegado al mío, como si su contacto físico pudiera reafirmar lo que acaba de pasar. Claro, en su mente, ese momento de pasión ha sellado algo, una especie de pacto no verbal en el que yo, de alguna forma, he cedido a él completamente. Pero lo que Vicente no entiende es que esto no es una cuestión de cuerpos, sino de mentes. Y en esa arena, él ya está derrotado, solo que todavía no lo sabe.Me aparto de él con suavidad, como si no quisiera romper la fantasía que ha construido en su cabeza, y me acomodo el vestido que quedó a medio caer. No hay prisa, porque parte del placer de este juego es prolongar la ilusión, dejarlo pensar que aún tiene la
El silencio entre nosotros se alarga, denso, cargado de una tensión que casi podría cortarse con un cuchillo. Vicente me observa con esos ojos oscuros, tratando de leer en mi rostro lo que no le digo. Y por primera vez, esa seguridad que lo caracteriza parece tambalearse. Sé que está intentando entender qué ha cambiado, por qué de repente todo parece escapársele de las manos.Me aparto de él, caminando hacia el ventanal que da a la ciudad. Desde aquí se ve todo su reino: los edificios imponentes, las luces que titilan en la distancia, como pequeñas estrellas artificiales que parpadean en su honor. Él lo controla todo, cada rincón de esta ciudad está a su disposición. Menos yo.—¿Qué estás pensando? —su voz rompe el silencio, pero esta vez no tiene el tono autoritario de antes. Suena más… vulnerable, casi como si estuviera realmente interesado en mi respuesta. Es fascinante ver cómo alguien tan poderoso puede sentir la necesidad de comprender a alguien que, en teoría, debería estar com
El silencio entre nosotros se vuelve insoportable, cargado de esa tensión que amenaza con romperse en cualquier momento. Vicente me sostiene la muñeca con fuerza, como si eso pudiera detener el inevitable desenlace. En sus ojos veo una mezcla de furia y confusión, pero también algo más oscuro: el miedo. No un miedo visceral, sino el tipo de miedo que sienten los hombres como él cuando se dan cuenta de que algo, por primera vez en mucho tiempo, se les está escapando de las manos.—No puedes salirte con la tuya —gruñe, apretando más fuerte, como si su fuerza física pudiera convencerme de lo contrario.Una pequeña sonrisa se dibuja en mis labios. Es irónico, realmente. Este hombre, que controla el submundo de la ciudad con un simple chasquido de los dedos, está aquí, frente a mí, perdiendo poco a poco la compostura. Todo su poder, su dinero, su influencia… nada de eso sirve ahora. Porque su verdadero talón de Aquiles soy yo, y él lo sabe. Es incapaz de soltarme, pero al mismo tiempo, no
Salgo del edificio, dejando atrás esa jaula dorada que Vicente cree su fortaleza. La noche está fresca, la brisa acaricia mi piel y el sonido de la ciudad a mi alrededor es un bálsamo. Respiro hondo. Cada paso que doy me hace sentir libre. La libertad, la que Vicente jamás entenderá. Mientras camino por las calles iluminadas, siento mi celular vibrar en el bolsillo de mi abrigo. Lo saco, sin prisa, y veo el nombre de uno de los hombres que he estado viendo últimamente. Pablo. Un abogado exitoso, decente, inteligente, que cree que está cerca de conquistarme. Y claro, cree que con un poco más de esfuerzo, seré suya. Ah, qué adorable. Sonrío y guardo el teléfono sin responder. No esta noche. A Vicente no le hace falta saber que Pablo existe... aún. Porque, claro, Vicente ya ha empezado a sospechar, y su pequeño ejército de guardaespaldas seguramente me sigue dondequiera que voy. Pero la parte divertida es que, aunque lo descubra, su reacción será siempre la misma. No es un hombre que
La noche sigue su curso y, mientras dejo que el vino me caliente lentamente, la sensación de control absoluto me envuelve como una segunda piel. Gabriel ya se ha retirado a una esquina del bar, mirándome de reojo como un cazador paciente, pero lo que no sabe es que él no está cazando nada. Yo soy quien mueve los hilos aquí. Afuera, los dos guardaespaldas de Vicente siguen vigilando, creyendo que están cumpliendo su función, sin darse cuenta de que los tengo exactamente donde los quiero. Como Vicente. Como todos. Mi teléfono vibra de nuevo. Esta vez es un mensaje, pero no de Pablo ni de Gabriel. Es de Vicente. Claro. No puede esperar, nunca puede. "Dónde estás." Sin signos de interrogación, sin adornos. No es una pregunta, es una orden disfrazada de inquietud. Podría responder, decirle dónde estoy, jugar el papel de la mujer que "necesita" ser protegida. Pero ¿qué gracia tendría eso? Sonrío y guardo el teléfono en mi bolso sin contestar. A Vicente le gusta pensar que tiene el cont
El interior está cubierto de cuero negro, el aire acondicionado está encendido, y el chofer no dice una palabra. El viaje es silencioso, tenso, pero a mí me relaja. Porque sé que en cuanto cruce la puerta de la oficina de Vicente, el verdadero espectáculo comenzará. Llegamos a una de las mansiones que Vicente usa para "negocios". Es un lugar opulento, lleno de mármol y arte caro, pero frío, sin alma, como la vida que él ha elegido vivir. Me reciben en la puerta, y uno de sus hombres me guía hasta una sala grande, con ventanales que dan a la ciudad. Vicente está de pie frente a una de las ventanas, su silueta oscura recortada contra el brillo de las luces de la ciudad. No se molesta en girarse cuando entro, lo cual, claro, es parte de su dramatismo. Le encanta hacerme esperar, darle peso a su presencia. Pero yo juego a mi manera. —Así que, ¿cuántos hombres más van a seguirme antes de que te des cuenta de que no necesitas tanto espectáculo? —digo, caminando hacia el centro de la habi