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5. Cegado por su obsesión.

Días después de aquella noche, Vicente sigue actuando como si todo estuviera bajo control, creyéndose dueño de mi cuerpo y mi destino. Pero mientras él juega a ser el protector, los hombres a mi alrededor empiezan a notar lo que Vicente ha pasado por alto: yo nunca he sido exclusiva de nadie.

Uno de ellos es Álvaro, el tipo con el que me topé en una fiesta del cabaret. Es un inversor importante, bien vestido y con una sonrisa peligrosa, uno de esos hombres que entiende cómo se mueve el dinero, pero que también sabe disfrutarlo. Le gusta observarme desde la barra, dejándome sentir su mirada cuando bailo, como si me ofreciera algo diferente. Claro, Vicente lo nota, aunque intenta hacerse el desentendido. Pero sé que lo ve. Esa chispa en sus ojos que grita peligro cada vez que Álvaro me ofrece una copa al final de la noche.

Otro es Tomás, un fotógrafo que trabaja con las chicas del cabaret, capturando el arte en medio del caos. Él es diferente, más sensible, y me ve como algo más que una mujer que baila para el entretenimiento de otros. Siempre encuentra excusas para acercarse, mostrándome las fotos, buscando conversación. Lo suyo no es poder ni dinero; es admiración, lo que lo convierte en el más peligroso de todos. Para Vicente, alguien como Tomás es una amenaza más difícil de eliminar, porque no lo puede comprar ni intimidar.

Y luego está Rodrigo, el dueño del club donde trabajo. Él siempre ha tenido algo por mí, pero mantiene sus distancias, sabiendo lo que Vicente representa. Sin embargo, últimamente, su mirada ha cambiado. Se ha vuelto más intensa, más posesiva, como si estuviera dispuesto a arriesgarse a cruzar esa línea.

No tengo que hacer mucho para avivar las llamas. Es el poder del juego. Solo una sonrisa aquí, una mirada prolongada allá, y de repente, me encuentro rodeada de hombres que creen que pueden ofrecerme algo mejor que lo que Vicente tiene.

Pero Vicente… ah, Vicente no comparte. No acepta competencia. Cuando finalmente se entera —y, claro, lo hace porque tiene ojos en todas partes—, lo primero que hace es ir directo a Álvaro. Lo de él fue demasiado descarado para que lo pasara por alto. Vicente siempre ha sido territorial, y cuando alguien cruza su línea, no hay advertencias ni segundas oportunidades.

Álvaro aparece muerto en las noticias días después, un "accidente" de tráfico. Nadie sospecha de Vicente, pero yo lo sé. Lo sé porque Vicente me invita a cenar la misma noche, y su tono es demasiado casual, demasiado despreocupado, como si estuviera probando hasta dónde puede llegar conmigo.

—Una pena lo de Álvaro, ¿no? —dice, mientras corta su filete en el restaurante más caro de la ciudad. La forma en que lo menciona, con esa sonrisa casi imperceptible, me confirma lo que ya temía.

—Sí, una pena —respondo, sin mirarlo, sabiendo que está esperando que me asuste, que me retire del juego.

Pero no me detengo. Porque soy Valeria. Y aunque Vicente cree que tiene control, lo que no sabe es que ya es demasiado tarde para él.

Tomás es el siguiente. Vicente es más sutil con él. No lo mata de inmediato, no. Primero, lo amenaza. Una advertencia suave que llega a través de los hombres de Vicente, en las sombras, mientras Tomás camina a casa una noche después del trabajo. Le rompen la cámara y le dicen que "mantenga la distancia". Pero Tomás, en su ingenuidad, no se rinde. Él no entiende cómo funcionan los hombres como Vicente. Cree que si no hace caso, todo se arreglará. Y es ahí donde comete su error.

Una semana después, Tomás desaparece. Ninguno de los chicos del cabaret lo ha visto. No aparece en el trabajo, y sus amigos dicen que salió de la ciudad. Pero yo sé la verdad. Lo que Vicente me deja entrever con sus comentarios casuales, sus miradas satisfechas. El mensaje es claro: cualquier hombre que se acerque a mí está condenado.

Rodrigo, por su parte, es un hueso más duro de roer. Él no es un simple fotógrafo o un inversor. Tiene poder, contactos, influencia. Vicente no puede deshacerse de él tan fácilmente, y lo sabe. Así que cambia de táctica. En lugar de eliminar a Rodrigo, decide destruir su negocio. Empieza a presionar a los proveedores, a sabotear las licencias del club, todo lo necesario para hacer que Rodrigo pierda el control de su imperio.

Y es aquí donde las cosas empiezan a volverse más peligrosas. Vicente, en su obsesión, está dispuesto a arrasarlo todo. Y yo, atrapada en medio, me doy cuenta de que este juego ha llegado demasiado lejos. No puedo permitir que todo esto siga escalando, pero tampoco puedo retroceder ahora. Porque sé que Vicente no dejará que me vaya sin luchar.

Una noche, después de que los problemas de Rodrigo empeoran, Vicente me lleva a su ático de nuevo. Esta vez, su actitud es diferente. Está más agresivo, más controlador, como si estuviera intentando reafirmar su dominio sobre mí y todo lo que me rodea. Se inclina hacia mí, sus ojos oscuros y peligrosos.

—¿Qué pasa, Valeria? —susurra mientras me toma por la cintura, su agarre demasiado firme—. ¿Es que no te has dado cuenta? No puedes escapar de mí. Todos los que se acerquen a ti acabarán muertos, o peor.

Su amenaza cuelga en el aire, y por primera vez, siento una presión real. No es miedo, porque no le temo a Vicente. Es algo más, una conciencia de que las cosas han llegado al límite. Lo miro a los ojos, sin mostrar debilidad, porque eso es lo que espera.

—¿De verdad crees que puedes controlar todo? —le digo, mi voz suave pero desafiante—. No eres tan poderoso como crees, Vicente.

La tensión entre nosotros es palpable, y sé que esta vez no hay vuelta atrás. Mi plan para destruirlo está en marcha, pero Vicente, cegado por su obsesión, no se da cuenta de que está a punto de perderlo todo.

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