Capítulo II

Alice se inclinó hacia delante en la mesa y apoyó una mano sobre la de su hermana.

¿Qué pasó?

La evidente preocupación de Alice casi hizo llorar a Marisa, que vivía hacía unas semanas en una especie de montaña rusa emocional. Un minuto estaba bien y al siguiente se desmoronaba.

Supongo que el responsable será guapísimo, ¿no? -añadió Alice con una sonrisa traviesa. Sobre todo teniendo en cuenta que ha logrado persuadirte para que dejes atrás tus convicciones respecto a las relaciones sexuales antes del matrimonio.

Su imagen surgió de pronto en la mente de Marisa, haciéndole recordar la excitación, el éxtasis que había compartido con él... y su afán por volver a experimentarlo una y otra vez. Había sido una alumna totalmente dispuesta.

Es increíble -dijo, consciente del rubor que cubrió sus mejillas.

Alice la miró con curiosidad.

A pesar de que hablamos casi todas las semanas, no me habías dicho que estabas saliendo con alguien.

No estoy saliendo con nadie.

Alice entrecerró los ojos.

Si no me lo cuentas todo, ¡voy a verme forzada a entrar en acción!

Marisa logró sonreír.

¿No te conformas con la versión corta?

¡Ni se te ocurra pensarlo!

Marisa comprendió que no le quedaba más remedio que empezar por el principio.

Se suponía que había quedado con una amiga para ir a una fiesta -le hacía falta un poco de diversión después de varias semanas de duro estudio. Aquello también le dio la oportunidad de vestirse un poco y olvidar por un rato los típicos vaqueros y las camisetas de siempre-. Pero cuando ya estaba allí mi amiga me envió un mensaje por el móvil diciendo que tenía gripe. No conocía a nadie más allí y estaba a punto de irme cuando me fijé en un tipo que estaba solo en un extremo del salón.

Un hombre cuya magnética presencia había hecho que todo y todos los que la rodeaban se volvieran insignificantes.

Incluso de lejos tuvo un efecto alarmante sobre su equilibrio. Inquietante, perturbador, letal. Marisa supo en aquel instante que su vida emocional estaba a punto de verse alterada.

Pero jamás habría podido imaginar cómo acabaría la noche ni sus consecuencias.

Y jamás habría creído posible caer tan fácil y rápidamente bajo el embrujo de un hombre.

No pasaba un día, una hora, en la que no se cuestionara su salud mental por haber cedido tan fácilmente a la tentación. Sin embargo había sido totalmente consciente de sus actos y la honradez exigía que reconociera que había participado voluntaria y anhelantemente en lo sucedido.

¿Quedaste con él?

No exactamente.

La expresión de Alice se endureció.

¿Qué quieres decir con eso? -preguntó, y a continuación abrió los ojos de par en par-. ¿Te acostaste con él esa misma noche? -al ver que su hermana no decía nada, murmuró-: ¡Cielo santo, Marisa! ¿En qué estabas pensando?

Marisa cerró los ojos, angustiada.

Ese es el problema. No pensé en nada.

Alice entrecerró los ojos.

Supongo que fue de mutuo acuerdo, ¿no?

Oh, sí -la mente de Marisa se llenó de imágenes de aquella noche. Todo lo sucedido había quedado indeleblemente grabado en ella.

Alice movió la cabeza.

¿Te acostaste con un hombre al que no conocías? -preguntó, incrédula-. ¿Tú, que eres tan celosa de tu cuerpo que te negaste a acostarte con el hombre que quería casarse contigo?

Marisa no sabía cómo explicar que había bastado una mirada para sentir que se le derretían los huesos.

Alguien debió echarte algo en la bebida -dijo Alice, que no lograba encontrar otra explicación.

No bebí nada.

¿Le has dicho que estás embarazada?

¿Cómo iba a habérselo dicho si ni siquiera sabía cómo se llamaba ni dónde vivía?

El silencio de Marisa fue suficiente respuesta para Ah.

¿Está casado?

No lo sé.

¿Y mantuviste relaciones con él sin utilizar protección? ¿Te has vuelto loca?

Uno de los preservativos se rompió.

Alice abrió los ojos de par en par.

¿Uno de los preservativos? -repitió-. Oh, cielo santo...

El sexo había sido increíble para Marisa. ¿Le habría sucedido lo mismo a él? Después no dijo nada al respecto, pero ella tampoco... sobre todo porque no habría sido capaz de pronunciar palabra.

¿No sabes cómo se llama? ¿No sabes nada de él?

Parecía una locura admitir que ni siquiera se habían dicho el nombre. En aquellos momentos, no había parecido importante.

-Me fui mientras aún estaba dormido -confesó Marisa tras un agónico silencio, sin mencionar el bochorno que sintió ni el sigilo con que salió de la habitación del hotel.

¿Cómo fue capaz de tirar por la borda la moralidad que había defendido toda su vida por pasar una noche con un hombre al que nunca había visto y al que nunca volvería a ver?

Y ni siquiera podía alegar que se había comportado así a causa del alcohol.

¿Te has planteado abortar?

Marisa sintió que se le encogía el corazón. Quería tener al niño. Tanto que no podía soportar la idea de abortar. Formaba parte de ella..., de él. Era el recuerdo más vívido de lo que habían compartido.

¿Crees que no me he devanado los sesos a diario pensando en eso?

-¿Y?

Dadas las circunstancias, abortar sería lo más prudente, pero no me siento capaz de hacerlo -Marisa alzó una mano y apartó un mechón de pelo de su frente.

A pesar de la confianza que sentía con su hermana, no se animaba a admitir que lo que inicialmente había achacado a un momento de lujuria incontrolable había sido algo mucho más profundo que la mera necesidad de una liberación física. Su corazón y su alma también se habían visto afectados a un nivel que jamás habría considerado posible.

El niño que llevaba dentro representaba parte de aquello.

¿No vas a echarme una reprimenda por querer traer un niño al mundo para criarlo como madre soltera? -preguntó.

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