Cuando miro a Stavros, sé que mi vida no valdría nada sin él -dijo Alice-. Es mi luz, mi risa, mi alegría. Supongo que debería reconocer que emocionalmente sería más fácil compartir la responsabilidad con un compañero, pero si lo que quieres es que te confirme que una madre sola puede salir adelante, te lo confirmo sin dudarlo.
Lo sé.
Alice tomó las manos de su hermana entre las suyas.
Estoy segura de que, tomes la decisión que tomes, será la correcta.
¿Para mí o para el bebé?, se preguntó Marisa. Aquello era algo que la había mantenido en vela varias noches. Sabía que debía tomar una decisión... y pronto.
Si te estás planteando llevar adelante el embarazo, podrías venir a vivir conmigo y seguir con tus estudios en una universidad de por aquí.
Los ojos de Marisa se llenaron de lágrimas. El amor incondicional de su hermana no tenía precio.
Gracias.
¿Pero...?
Si elijo seguir adelante, la responsabilidad será sólo mía.
Suponía que dirías algo así -Alice tomó distraídamente un poco de té e hizo una mueca de desagrado-. Se ha enfriado. Voy a preparar más.
Marisa miró su reloj.
No querrás llegar tarde a recoger a Stavros .
Alice gimió.
Es cierto. Y tengo que llevarlo a su clase de tenis.
Podemos beber algo mientras entrena.
Así lo hicieron, y el entusiasta recibimiento que Stavros dispensó a Marisa aligeró un poco el corazón de ésta mientras aplaudía con tanto fervor como su hermana los golpes de raqueta de su sobrino.
¿Se encontraría ella en una situación parecida diez años más tarde, animando a su hijo o su hija desde las gradas?
Concebir aquel niño había sido un error. Sin embargo, ya existía. Pero si seguía adelante con el embarazo, su hija o su hijo nunca conocerían a su padre. Y qué pensaría de ella si le contara alguna vez que su existencia era el resultado de una aventura de una noche con un desconocido?
¿Has visto el revés que acaba de dar? -preguntó Alice.
Pura poesía en movimiento -dijo Marisa, a pesar de que apenas se había fijado.
En aquel momento le llegó un mensaje al móvil. Cuando lo leyó, frunció el ceño.
¿Algún problema? -preguntó Alice.
Nada que no pueda manejar.
Pero no es algo que te apetezca especialmente, ¿no?
Es... extraño.
Explica extraño.
El mensaje es de Cris, uno de mis compañeros de clase. Su familia vive en Sydney. Tiene diecinueve años y no ha revelado a su familia que es gay.
Alice entrecerró los ojos.
¿Por qué tengo la impresión de que hay algo más de lo que me estás contando?
Es un chico muy agradable.
¿Y despierta tu instinto de protección?
Marisa pensó en el joven alto y desgarbado que la hacía reír y que compartía con ella un alto coeficiente de inteligencia y una memoria fotográfica.
Valoro su amistad. Vamos a varias clases juntos y solemos salir. Me ha invitado a cenar en casa de sus padres el jueves por la tarde.
Creo que deberías ir -dijo Alice-. ¿Qué problema puede suponer?
Tal vez Alice tuviera razón. Además, Marisa sabía que, si rechazaba la invitación alegando que estaba ocupada, sería inevitablemente trasladada a otra tarde.
Unos minutos después, envió un mensaje a Cris aceptando la invitación y él le respondió con otro en que decía que pasaría a recogerla a las seis.
Será divertido -dijo Alice.
Marisa no estaba tan segura. Al día siguiente estuvo a punto de cancelar la cita y el miércoles llegó a descolgar el teléfono para hacerlo, pero volvió a colgarlo enseguida.
El jueves se vistió con especial esmero. Zapatos de tacón alto, un clásico vestido negro y unos discretos pendientes. Para completar su imagen, se recogió el pelo y dejó algunos mechones sueltos a la altura de sus sienes.
No vayas, susurró una vocecita en su interior mientras tomaba su bolso para salir.
No seas tonta, se dijo Marisa. No va a pasar nada. Además, era muy capaz de cuidar de sí misma.
Estás muy guapa.
Marisa dedicó una sonrisa a su sobrino de nueve años.
¿Tú crees?
Desde luego que sí -declaró Stavros .
Tu amigo acaba de llegar -dijo Alice, que estaba junto a la ventana.
Marisa puso los ojos en blanco expresivamente.
Ojalá fuera una cita menos formal.
La idea del inminente encuentro con la familia de Cris empezaba a pesarle.
Seguro que la familia de tu compañero es encantadora -dijo Alice.
El apellido Kantis tenía gran prestigio entre la alta sociedad de Sydney y, dada la versión de Cris de su familia, el adjetivo encantadora no parecía el más adecuado. Tenía un hermano mayor llamado Leonidas que dirigía la empresa Kantis con puño de hierro. Su madre viuda, Sofía, tenía mucho carácter, pero Milena, la matriarca de la familia y abuela paterna de Leonidas y Cris, tenía aún más.
Marisa respiró profundamente cuando sonó el timbre de la puerta.
Hola
Cris era un joven atractivo y sonriente de intensa mirada. Su estatura y sus rasgos ya hablaban del hombre en que iba a convertirse.
Tras las presentaciones de rigor, Marisa salió con él y, unos momentos después, estaba sentada en el asiento del pasajero del Porche en que había acudido Cris a recogerla.
¿Es tuyo? -bromeó mientras Cris ponía el coche en marcha.
Pertenece a mi hermano.
¿Te lo presta?
Cuando estoy en casa -Cris se encogió de hombros despreocupadamente-. Tiene otros.
Marisa sintió un estremecimiento que no tenía explicación lógica.
Tal vez estaría bien que me pusieras al tanto sobre los planes para la tarde.
Cris le dedicó una penetrante mirada tras detener el coche frente a un semáforo.
Eres una amiga a la que tengo en gran estima.
Una amiga platónica -aclaró Marisa. Cris sonrió.
Eso es exactamente lo que he contado en casa.Bien.Te adorarán. ¿Cómo no iban a hacerlo?Marisa sonrió con esfuerzo. Le habría encantado que Cris la llevara de vuelta a casa de su hermana en aquel mismo momento, pero se contuvo. Aunque le diera pereza el esfuerzo que suponía relacionarse socialmente, Cris era amigo suyo y no quería decepcionarlo.El barrio en que estaba la casa de Cris era uno de los más elegantes y refinados de la ciudad, y la casa ante la que detuvo el coche más habría podido considerarse una mansión que una casa. Para redondear la imagen, el último y opulento modelo creado por Mercedes se hallaba aparcado a la entrada.-Estás impresionada - dijo Cris. Fue más una afirmación que una pregunta.-¿Debería estarlo?La expresión de Cris se volvió impenetrable.-Son sólo cosas. Posesiones materiales que han pasado de una generación a otra como manifestación visual de éxito empresarial.-Algo que odias.-No. Simplemente prefiero no aferrarme a los faldones de la familia -
MlA hizo un esfuerzo sobrehumano por calmarse y conservar la compostura.Leonidas -murmuró.Leonidas era un hombre de unos treinta y cinco años de apariencia sofisticada y con aspecto de estar acostumbrado a todo tipo de sutilezas sociales.Sin embargo, Marisa había captado un destello del hombre que había tras aquella fachada... alguien que había destruido sus elaboradas defensas con una facilidad inusitada. Y lo peor era que ella le había permitido que lo hiciera.De manera que se llamaba Marisa , pensó Stavros. Era la mujer que había logrado obsesionarlo como no lo había hecho ninguna otra. Haber disfrutado de ella aquella inolvidable noche lo había vuelto loco de anhelo.¿Tendría idea de cómo se sintió al despertar y descubrir que ya no estaba a su lado?¿O de sus inútiles esfuerzos posteriores por tratar de localizarla?Había ocasiones en que se preguntaba si lo habría soñado todo, pero lo cierto era que recordaba con detalle su aroma, la delicadeza de su piel bajo sus manos bajo
Marisa habría abofeteado a Leonidas si éste no hubiera ido conduciendo.Hay una parada de taxis en Double Bay. Puedes dejarme ahí.Leonidas apretó el volante con más fuerza de la necesaria. Algo primario se agitó en su interior al pensar que había sido el primer amante de Marisa . Reprimió el deseo que surgió de inmediato. Ya no era un adolescente incapaz de controlarse. Pero aquella mujer tenía la capacidad de poner a prueba su control, cosa que lo irritaba. Los recuerdos que tenía de ella le habían impedido dormir bien muchas noches y lo habían estropeado para cualquier otra mujer con la que pudiera haberse acostado. Y había varias entre las que podía elegir.Pero el recuerdo de Marisa le había impedido disfrutar de ellas.Te llevaré a casa cuando hayamos hablado.No tenemos nada de que hablar.Leonidas se volvió hacia ella.Claro que tenemos cosas de que hablar.¿Sueles insistir en diseccionar lo sucedido con todas las mujeres con que te acuestas?El semáforo cambió y Leonidas pis
¿El tipo con el que te acostaste y el hermano de Cris son el mismo? Estás bromeando, ¿no? -preguntó Alice con expresión desconcertada mientras almorzaban en un café cercano al puerto.Estaban celebrando que a Marisa le habían confirmado una sustitución de tres semanas en una farmacia local. También existía la posibilidad de que le ofrecieran un trabajo a tiempo parcial durante las vacaciones de verano.Increíble -añadió Alice, moviendo la cabeza.Marisa suspiró.Fue una tarde realmente memorable -dijo con ironía-. A la abuela de Cris sólo le faltaba echar fuego por la boca.Un auténtico dragón, ¿no?Oh, sí. Desde luego.¿Y? -insistió Alice.Marisa suspiró.Leonidas se empeñó en llevarme a casa. En el camino paramos a tomar café y a hablar. Le conté la verdad. El me ofreció su ayuda y yo la rechacé. Luego, me fui y pedí un taxi.No creo que ésa fuera la mejor táctica.Me pareció que era lo mejor que podía hacer.¿Y qué va a suceder ahora?Espero que nada.¿Crees que ese hombre va a pas
Eran más de las cuatro cuando regresaron a casa. Stavros estaba estudiando y Alice y Marisa estaban a punto de empezar a preparar la cena cuando llamaron al timbre.Alice fue a abrir y regresó unos momentos después con un gran ramo de rosas.Son para ti.Marisa sintió que se le encogía el estómago mientras leía la tarjeta que acompañaba a las flores. En ella sólo aparecía un nombre.Stavros.Entregó la tarjeta a su hermana a la vez que suspiraba.¿Qué te parece si nos olvidamos de preparar la cena y salimos a por unas hamburguesas? -sugirió-. Yo invito.¡Sí! -exclamó Stavros desde su cuarto.Antes termina tus deberes -dijo Alice.Mientras iban a la hamburguesería, Marisa apagó su móvil.-¿Crees que eso va a servir de algo? -preguntó Alice.-Al menos es algo que puedo controlar.El entusiasmo de Stavros por salirse de la rutina era contagioso, y su tendencia al buen humor hizo que no dejaran de reír durante el trayecto de regreso a casa.Hasta que llegaron y Marisa vio el Mercedes de L
El domingo por la mañana, el sol brillaba en un cielo totalmente despejado. Soplaba una cálida brisa mientras Leonidas maniobraba el barco para sacarlo del puerto.Guau!, había sido la exclamación de aprecio de Stavros cuando Leonidas los había llevado hasta el barco aquella mañana.Marisa estuvo de acuerdo. El barco era lo suficientemente cómodo como para que varios pasajeros deambularan cómodamente por su cubierta. Además estaba espléndidamente diseñado. Era un barco que sólo podía permitirse alguien con mucho dinero.-Podrías vivir aquí e ir a cualquier parte -dijo Stavros , que no se despegaba de Stavros.-No suelo tener oportunidad de utilizarlo a menudo. Casi siempre está alquilado para el entretenimiento privado.A un precio exorbitante, sin duda, pensó Marisa .-Stavros parece haber elegido a Leonidas como su nuevo ídolo -dijo Marisa .-No suele tener mucha oportunidad de estar con hombres.-Pues hoy está con dos -dijo Marisa mientras Cris se ocupaba del timón para que Leonida
En retrospectiva, fue un día agradable y ameno y Marisa disfrutó viendo a su hermana tan relajada mientras Stavros disfrutaba tanto. Aquello compensó sus nervios por haber pasado tantas horas en compañía de Stavros.¿Sabría éste cuanto la afectaba su presencia? Esperaba que no. Pero su innata honradez la impulsaba a reconocer que quería volver a experimentar la emoción... el éxtasis que había experimentado entre sus brazos.¿Cómo podía ser tan vulnerable? ¿Tan débil? Era ridículo.Consecuentemente, sintió un gran alivio cuando finalmente atracaron en el puerto.-¿Necesitas limpiar la sentina? -preguntó Stavros mientras desembarcaban, claramente ansioso por ayudar.Leonidas le revolvió el pelo.-De eso se ocupan los empleados del puerto. Pero, si quieres, puedes acompañarme a devolver las llaves a las oficinas mientras Cris acompaña a tu madre y a Marisa al coche.-Creo que ha pasado de ser un ídolo a un dios -murmuró Marisa cuando fueron al aparcamiento.-Stavros es un gran chico -dij
Mientras miraba en torno a la elegante galería, Marisa pensó que el principal propósito de la mayoría de los asistentes a la exposición, pertenecientes a la élite social de la ciudad, era ser vistos en acontecimientos como aquél.La galería exponía los cuadros de tres conocidos pintores del país.-Cuánto me alegro de verte por aquí, Alice.Marisa miró al hombre que había saludado a su hermana y sonrió cuando ésta hizo las presentaciones.-Te presento a Craig Mitchell, mi jefe.Marisa notó el ligero rubor que cubrió las mejillas de su hermana y alzó una ceja con expresión especulativa cuando el hombre se alejó.-No quiero comentarios -advirtió Alice en voz baja, y Marisa sonrió.-¿Algún interés oculto?-No.Y las vacas volaban, pensó Marisa mientras dedicaba a su hermana una especulativa mirada.-Es toda una reunión, ¿verdad? -dijo Alice.Marisa asintió.-Debe de estar toda la gente guapa de la ciudad con sus mejores galas.-Hablando del rey de Roma -susurró Alice-, una de las mujer