Marisa habría abofeteado a Leonidas si éste no hubiera ido conduciendo.
Hay una parada de taxis en Double Bay. Puedes dejarme ahí.
Leonidas apretó el volante con más fuerza de la necesaria. Algo primario se agitó en su interior al pensar que había sido el primer amante de Marisa . Reprimió el deseo que surgió de inmediato. Ya no era un adolescente incapaz de controlarse. Pero aquella mujer tenía la capacidad de poner a prueba su control, cosa que lo irritaba. Los recuerdos que tenía de ella le habían impedido dormir bien muchas noches y lo habían estropeado para cualquier otra mujer con la que pudiera haberse acostado. Y había varias entre las que podía elegir.
Pero el recuerdo de Marisa le había impedido disfrutar de ellas.
Te llevaré a casa cuando hayamos hablado.
No tenemos nada de que hablar.
Leonidas se volvió hacia ella.
Claro que tenemos cosas de que hablar.
¿Sueles insistir en diseccionar lo sucedido con todas las mujeres con que te acuestas?
El semáforo cambió y Leonidas pisó el acelerador sin decir nada. Finalmente detuvo el coche ante la entrada del hotel Ritz, pidió al mozo del hotel que lo aparcara y luego condujo a Marisa hasta la cafetería. Un camarero los condujo hasta una mesa, tomó nota de lo que querían beber y se fue.
¿Podemos acabar con esto cuanto antes? -preguntó Marisa con toda la frialdad que pudo.
¿Por qué te fuiste?
Marisa bajó la mirada instintivamente. Habían pasado doce semanas después de aquella fatídica noche y sin embargo no había olvidado el más mínimo detalle de lo sucedido, la magia de las caricias de Stavros, las emociones que despertó en ella...
¿Cómo iba a haber sido capaz de quedarse y mirarlo a la cara por la mañana? Le habría resultado imposible levantarse, vestirse, compartir el desayuno con él y luego marcharse como si no hubiera pasado nada.
Aquella increíble experiencia había cambiado por completo su vida.
No había motivo para que me quedara.
No me dijiste tu nombre ni me dejaste tu número de teléfono.
No sabía que hubiera un protocolo a seguir. ¿Qué te habría gustado que escribiera en la nota? ¿Que habías estado magnífico? ¿Que me llamaras para repetir la experiencia? ¿Habría alimentado eso lo suficiente tu ego? ¿Habría calmado tu conciencia?
Leonidas no se movió, pero Marisa intuyó que estaba tenso como un muelle.
Me entregaste tu virginidad. Eso tuvo que significar algo.
Marisa apenas pudo reprimir un estremecimiento al recordar la incredulidad de Stavros, la maldición que masculló y la delicadeza con que a continuación le hizo conocer un placer que jamás habría creído posible.
No fue para tanto -mintió.
¿No?
El preservativo se rompió, ¿recuerdas?
El camarero se acercó a dejar las bebidas.
Y si no estabas tomando nada, supongo que evitaste cualquier posibilidad de embarazo tomando la pastilla del día después, ¿no? -dijo Stavros.
No lo consideré necesario -estúpidamente, añadió para sí Marisa .
¿Y fue innecesario?
¡Cielo santo! ¿Cómo iba a responder a aquello!
La mirada de Leonidas se oscureció mientras el silencio se prolongaba entre ellos.
¿Marisa ? -insistió.
Mi cuerpo es mi responsabilidad -contestó ella con toda la calma que pudo.
Te recuerdo que no estabas sola en la cama?
¿Qué quieres que diga? ¿Acaso temes que te meta en un litigio por paternidad y que te exija una fuerte compensación económica a cambio de no acudir a la prensa para arrastrar el nombre Kantis por el fango?
No estaría mal que empezaras por contarme la verdad.
Marisa sostuvo la mirada de Stavros. ¿La verdad?
Me hice la prueba del embarazo hace tres semanas y el médico me confirmó el resultado positivo al día siguiente.
Leonidas esperó un momento antes de ha
¿Y no pensabas decírmelo?
Al igual que no sabías mi nombre, tú tampoco me diste el tuyo.
¿Has...?
¿Abortado? No. Este niño es responsabilidad mía.
También mía. Me aseguraré de que tengas un buen médico y me ocuparé de todos los gastos.
No quiero nada de ti.
Si crees que voy a huir de mi ciudad, estás equivocada.
No tienes derecho a.
Sí lo tengo.
Marisa no había pensado en ningún momento en la posibilidad de compartir al niño.
Tengo intención de criarlo sola.
No.
No eres tú quien tiene que tomar esa decisión.
El niño llevará el apellido Kantis .
Lannier -corrigió Marisa .
Kantis -insistió Stavros.
Ya que no tengo intención de cambiar mi apellido, el que aparecerá en su certificado de nacimiento será Lannier
Ha sido una tarde memorable. Tu abuela sospecha que estoy jugando con Cris y ha sido implacable en su interrogatorio. Por si eso no fuera poco, tú me obligas a acompañarte para seguir donde ella lo ha dejado.
Siéntate.
Vete al diablo.
Siéntate, por favor.
Voy a pedir al conserje que llame a un taxi. Si tratas de detenerme...
¿Qué harás? -preguntó Leonidas en tono irónico.
Llamar a seguridad y denunciarte por acoso.
Será mejor que te lo pienses.
¿Por qué? Estás empeñado en retenerme contra mi voluntad.
Habría sido mejor mantener esta conversación en privado.
Ya hemos dicho todo lo que había que decir.
No. No lo hemos hecho.
Marisa estaba cansada, le dolía la cabeza y ya se había hartado.
Es muy sencillo. Voy a tener el bebé. No quiero tu ayuda, ni económica ni de ninguna clase. Y preferiría no volver a verte.
Negarte a verme no es una opción -dijo Leonidas con calma-. Y tampoco lo es renunciar a mi ayuda.
A Marisa no le gustó su actitud imperturbable. Pero Leonidas Kantis no tenía ningún poder sobre ella, ni medios para obligarla a hacer lo que no quería.
De manera que, ¿por qué tenía la sensación de que estaba empeñado en controlar la situación? Con o sin su consentimiento.
Era una locura.
Sin decir nada, giró sobre sus talones y fue a recepción para que le pidieran un taxi.
Cuando ya se alejaba en él vio que Leonidas salía del hotel
Cualquier sensación de triunfo se desvaneció cuando Marisa se hizo consciente de que Leonidas Kantis ya sabía quién era y dónde vivía su hermana. Su anonimato ya no existía.
¿El tipo con el que te acostaste y el hermano de Cris son el mismo? Estás bromeando, ¿no? -preguntó Alice con expresión desconcertada mientras almorzaban en un café cercano al puerto.Estaban celebrando que a Marisa le habían confirmado una sustitución de tres semanas en una farmacia local. También existía la posibilidad de que le ofrecieran un trabajo a tiempo parcial durante las vacaciones de verano.Increíble -añadió Alice, moviendo la cabeza.Marisa suspiró.Fue una tarde realmente memorable -dijo con ironía-. A la abuela de Cris sólo le faltaba echar fuego por la boca.Un auténtico dragón, ¿no?Oh, sí. Desde luego.¿Y? -insistió Alice.Marisa suspiró.Leonidas se empeñó en llevarme a casa. En el camino paramos a tomar café y a hablar. Le conté la verdad. El me ofreció su ayuda y yo la rechacé. Luego, me fui y pedí un taxi.No creo que ésa fuera la mejor táctica.Me pareció que era lo mejor que podía hacer.¿Y qué va a suceder ahora?Espero que nada.¿Crees que ese hombre va a pas
Eran más de las cuatro cuando regresaron a casa. Stavros estaba estudiando y Alice y Marisa estaban a punto de empezar a preparar la cena cuando llamaron al timbre.Alice fue a abrir y regresó unos momentos después con un gran ramo de rosas.Son para ti.Marisa sintió que se le encogía el estómago mientras leía la tarjeta que acompañaba a las flores. En ella sólo aparecía un nombre.Stavros.Entregó la tarjeta a su hermana a la vez que suspiraba.¿Qué te parece si nos olvidamos de preparar la cena y salimos a por unas hamburguesas? -sugirió-. Yo invito.¡Sí! -exclamó Stavros desde su cuarto.Antes termina tus deberes -dijo Alice.Mientras iban a la hamburguesería, Marisa apagó su móvil.-¿Crees que eso va a servir de algo? -preguntó Alice.-Al menos es algo que puedo controlar.El entusiasmo de Stavros por salirse de la rutina era contagioso, y su tendencia al buen humor hizo que no dejaran de reír durante el trayecto de regreso a casa.Hasta que llegaron y Marisa vio el Mercedes de L
El domingo por la mañana, el sol brillaba en un cielo totalmente despejado. Soplaba una cálida brisa mientras Leonidas maniobraba el barco para sacarlo del puerto.Guau!, había sido la exclamación de aprecio de Stavros cuando Leonidas los había llevado hasta el barco aquella mañana.Marisa estuvo de acuerdo. El barco era lo suficientemente cómodo como para que varios pasajeros deambularan cómodamente por su cubierta. Además estaba espléndidamente diseñado. Era un barco que sólo podía permitirse alguien con mucho dinero.-Podrías vivir aquí e ir a cualquier parte -dijo Stavros , que no se despegaba de Stavros.-No suelo tener oportunidad de utilizarlo a menudo. Casi siempre está alquilado para el entretenimiento privado.A un precio exorbitante, sin duda, pensó Marisa .-Stavros parece haber elegido a Leonidas como su nuevo ídolo -dijo Marisa .-No suele tener mucha oportunidad de estar con hombres.-Pues hoy está con dos -dijo Marisa mientras Cris se ocupaba del timón para que Leonida
En retrospectiva, fue un día agradable y ameno y Marisa disfrutó viendo a su hermana tan relajada mientras Stavros disfrutaba tanto. Aquello compensó sus nervios por haber pasado tantas horas en compañía de Stavros.¿Sabría éste cuanto la afectaba su presencia? Esperaba que no. Pero su innata honradez la impulsaba a reconocer que quería volver a experimentar la emoción... el éxtasis que había experimentado entre sus brazos.¿Cómo podía ser tan vulnerable? ¿Tan débil? Era ridículo.Consecuentemente, sintió un gran alivio cuando finalmente atracaron en el puerto.-¿Necesitas limpiar la sentina? -preguntó Stavros mientras desembarcaban, claramente ansioso por ayudar.Leonidas le revolvió el pelo.-De eso se ocupan los empleados del puerto. Pero, si quieres, puedes acompañarme a devolver las llaves a las oficinas mientras Cris acompaña a tu madre y a Marisa al coche.-Creo que ha pasado de ser un ídolo a un dios -murmuró Marisa cuando fueron al aparcamiento.-Stavros es un gran chico -dij
Mientras miraba en torno a la elegante galería, Marisa pensó que el principal propósito de la mayoría de los asistentes a la exposición, pertenecientes a la élite social de la ciudad, era ser vistos en acontecimientos como aquél.La galería exponía los cuadros de tres conocidos pintores del país.-Cuánto me alegro de verte por aquí, Alice.Marisa miró al hombre que había saludado a su hermana y sonrió cuando ésta hizo las presentaciones.-Te presento a Craig Mitchell, mi jefe.Marisa notó el ligero rubor que cubrió las mejillas de su hermana y alzó una ceja con expresión especulativa cuando el hombre se alejó.-No quiero comentarios -advirtió Alice en voz baja, y Marisa sonrió.-¿Algún interés oculto?-No.Y las vacas volaban, pensó Marisa mientras dedicaba a su hermana una especulativa mirada.-Es toda una reunión, ¿verdad? -dijo Alice.Marisa asintió.-Debe de estar toda la gente guapa de la ciudad con sus mejores galas.-Hablando del rey de Roma -susurró Alice-, una de las mujer
Marisa permaneció en silencio mientras centraban su atención en los cuadros ante los que estaban pasando.¿Sería consciente Leonidas de su estado emocional, del torbellino que despertaba en su interior... y en sus hormonas?-¿Qué te parece este paisaje? -preguntó él unos momentos después.Marisa se fijó en los atrevidos cofres del lienzo, que describían una ambigua escena que desataba la imaginación.-Necesitaría una habitación para él solo -dijo.La conversación derivó hacia el arte, un terreno mucho más seguro que el de las emociones, y Leonidas demostró estar muy al tanto de las características de los pintores que exponían en la galería.-Tengo entradas para asistir el jueves por la tarde a la representación de The Merry Widow -dijo cuando terminaron de ver todos los cuadros.-¿Me estás invitando a salir? -preguntó Marisa .-Sí. ¿Necesitas pensártelo?Al ver la burlona mirada de Stavros, Marisa le dedicó una brillante sonrisa.-No. Me apetece ir al teatro.En aquel momento destelló
El telón se alzó y, durante los siguientes minutos, Marisa se concentró en la magia de la acción que se desarrollaba en escena y en el canto de los actores.El descanso llegó demasiado pronto, rompiendo el embrujo.Angelie se puso en pie.-¿Salimos a tomar algo?-Yo no -dijo Marisa , y dedicó a Leonidas una sonrisa-. Pero no te quedes por mí.-¿Stavros? -dijo Angelie con un matiz de impaciencia que él prefirió ignorar.-No esperes por nosotros.Angelie se encogió imperceptiblemente de hombros y se fue.-Andarse con jueguecitos tiene un precio -dijo Stavros.-¿En serio? Angelie parece llevar un cartel en la frente que dice mío cada vez que está cerca de ti. No me digas que no lo has notado.-Es dueña de una boutique en Double Bay y nos relacionamos socialmente. Nada más.-¿De verdad?-¿Me crees?-Yo no he dicho eso.-Si hubiera estado con otra mujer, nunca se me habría ocurrido...-¿Seducirme? -concluyó Marisa por él.-Si no recuerdo mal, lo que sucedió entre nosotros aquella noche
Leonidas contempló el rostro de Marisa y sintió ganas de darle su merecido al hombre que sin duda la había hecho sufrir.-Mis orígenes son griegos aunque nací en Perth. Estudié en Sydney y luego pasé dos años en Nueva York y otros dos en Atenas. Volví a Sydney cuando mi padre y mi abuelo murieron en un accidente de coche.-No me has mencionado a las mujeres de tu vida -dijo Marisa solemnemente.Leonidas sonrió.-Seguro que esperas que diga que ha habido muchas, cuando lo cierto es que son menos de las que imaginas.-Supongo que eso depende de la interpretación de la palabra menos -Marisa terminó su té y miró su reloj-. Se está haciendo tarde.-¿Qué te parece si cenamos juntos el sábado? -preguntó Leonidas mientras regresaban.-¿Otra cita? ¿Tan pronto?-Considéralo un preparativo para la comida del domingo con Milena y Sofía.Por un momento Marisa había olvidado la reunión.-¿Estará Cris?-¿Quieres que te devuelva el favor como aliado?Marisa se quedó petrificada. Leonidas no podía sab