Capítulo VI

Marisa habría abofeteado a Leonidas si éste no hubiera ido conduciendo.

Hay una parada de taxis en Double Bay. Puedes dejarme ahí.

Leonidas apretó el volante con más fuerza de la necesaria. Algo primario se agitó en su interior al pensar que había sido el primer amante de Marisa . Reprimió el deseo que surgió de inmediato. Ya no era un adolescente incapaz de controlarse. Pero aquella mujer tenía la capacidad de poner a prueba su control, cosa que lo irritaba. Los recuerdos que tenía de ella le habían impedido dormir bien muchas noches y lo habían estropeado para cualquier otra mujer con la que pudiera haberse acostado. Y había varias entre las que podía elegir.

Pero el recuerdo de Marisa le había impedido disfrutar de ellas.

Te llevaré a casa cuando hayamos hablado.

No tenemos nada de que hablar.

Leonidas  se volvió hacia ella.

Claro que tenemos cosas de que hablar.

¿Sueles insistir en diseccionar lo sucedido con todas las mujeres con que te acuestas?

El semáforo cambió y Leonidas pisó el acelerador sin decir nada. Finalmente detuvo el coche ante la entrada del hotel Ritz, pidió al mozo del hotel que lo aparcara y luego condujo a Marisa hasta la cafetería. Un camarero los condujo hasta una mesa, tomó nota de lo que querían beber y se fue.

¿Podemos acabar con esto cuanto antes? -preguntó Marisa con toda la frialdad que pudo.

¿Por qué te fuiste?

Marisa bajó la mirada instintivamente. Habían pasado doce semanas después de aquella fatídica noche y sin embargo no había olvidado el más mínimo detalle de lo sucedido, la magia de las caricias de Stavros, las emociones que despertó en ella...

¿Cómo iba a haber sido capaz de quedarse y mirarlo a la cara por la mañana? Le habría resultado imposible levantarse, vestirse, compartir el desayuno con él y luego marcharse como si no hubiera pasado nada.

Aquella increíble experiencia había cambiado por completo su vida.

No había motivo para que me quedara.

No me dijiste tu nombre ni me dejaste tu número de teléfono. 

No sabía que hubiera un protocolo a seguir. ¿Qué te habría gustado que escribiera en la nota? ¿Que habías estado magnífico? ¿Que me llamaras para repetir la experiencia? ¿Habría alimentado eso lo suficiente tu ego? ¿Habría calmado tu conciencia?

Leonidas no se movió, pero Marisa intuyó que estaba tenso como un muelle.

Me entregaste tu virginidad. Eso tuvo que significar algo.

Marisa apenas pudo reprimir un estremecimiento al recordar la incredulidad de Stavros, la maldición que masculló y la delicadeza con que a continuación le hizo conocer un placer que jamás habría creído posible.

No fue para tanto -mintió.

¿No?

El preservativo se rompió, ¿recuerdas?

El camarero se acercó a dejar las bebidas.

Y si no estabas tomando nada, supongo que evitaste cualquier posibilidad de embarazo tomando la pastilla del día después, ¿no? -dijo Stavros.

No lo consideré necesario -estúpidamente, añadió para sí Marisa .

¿Y fue innecesario?

¡Cielo santo! ¿Cómo iba a responder a aquello!

La mirada de Leonidas se oscureció mientras el silencio se prolongaba entre ellos.

¿Marisa ? -insistió.

Mi cuerpo es mi responsabilidad -contestó ella con toda la calma que pudo.

Te recuerdo que no estabas sola en la cama?

¿Qué quieres que diga? ¿Acaso temes que te meta en un litigio por paternidad y que te exija una fuerte compensación económica a cambio de no acudir a la prensa para arrastrar el nombre Kantis por el fango?

No estaría mal que empezaras por contarme la verdad.

Marisa sostuvo la mirada de Stavros. ¿La verdad?

Me hice la prueba del embarazo hace tres semanas y el médico me confirmó el resultado positivo al día siguiente.

Leonidas esperó un momento antes de ha

¿Y no pensabas decírmelo?

Al igual que no sabías mi nombre, tú tampoco me diste el tuyo.

¿Has...?

¿Abortado? No. Este niño es responsabilidad mía.

También mía. Me aseguraré de que tengas un buen médico y me ocuparé de todos los gastos.

No quiero nada de ti.

Si crees que voy a huir de mi ciudad, estás equivocada.

No tienes derecho a.

Sí lo tengo.

Marisa no había pensado en ningún momento en la posibilidad de compartir al niño.

Tengo intención de criarlo sola.

No.

No eres tú quien tiene que tomar esa decisión.

El niño llevará el apellido Kantis .

Lannier -corrigió Marisa .

Kantis -insistió Stavros.

Ya que no tengo intención de cambiar mi apellido, el que aparecerá en su certificado de nacimiento será Lannier

Ha sido una tarde memorable. Tu abuela sospecha que estoy jugando con Cris y ha sido implacable en su interrogatorio. Por si eso no fuera poco, tú me obligas a acompañarte para seguir donde ella lo ha dejado.

Siéntate.

Vete al diablo.

Siéntate, por favor.

Voy a pedir al conserje que llame a un taxi. Si tratas de detenerme...

¿Qué harás? -preguntó Leonidas en tono irónico.

Llamar a seguridad y denunciarte por acoso.

Será mejor que te lo pienses.

¿Por qué? Estás empeñado en retenerme contra mi voluntad.

Habría sido mejor mantener esta conversación en privado.

Ya hemos dicho todo lo que había que decir.

No. No lo hemos hecho.

Marisa estaba cansada, le dolía la cabeza y ya se había hartado.

Es muy sencillo. Voy a tener el bebé. No quiero tu ayuda, ni económica ni de ninguna clase. Y preferiría no volver a verte.

Negarte a verme no es una opción -dijo Leonidas con calma-. Y tampoco lo es renunciar a mi ayuda.

A Marisa no le gustó su actitud imperturbable. Pero Leonidas Kantis no tenía ningún poder sobre ella, ni medios para obligarla a hacer lo que no quería.

De manera que, ¿por qué tenía la sensación de que estaba empeñado en controlar la situación? Con o sin su consentimiento.

Era una locura.

Sin decir nada, giró sobre sus talones y fue a recepción para que le pidieran un taxi.

Cuando ya se alejaba en él vio que Leonidas salía del hotel 

Cualquier sensación de triunfo se desvaneció cuando Marisa se hizo consciente de que Leonidas Kantis ya sabía quién era y dónde vivía su hermana. Su anonimato ya no existía.

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