Capítulo VIII

Eran más de las cuatro cuando regresaron a casa. Stavros estaba estudiando y Alice y Marisa estaban a punto de empezar a preparar la cena cuando llamaron al timbre.

Alice fue a abrir y regresó unos momentos después con un gran ramo de rosas.

Son para ti.

Marisa sintió que se le encogía el estómago mientras leía la tarjeta que acompañaba a las flores. En ella sólo aparecía un nombre.

Stavros.

Entregó la tarjeta a su hermana a la vez que suspiraba.

¿Qué te parece si nos olvidamos de preparar la cena y salimos a por unas hamburguesas? -sugirió-. Yo invito.

¡Sí! -exclamó Stavros desde su cuarto.

Antes termina tus deberes -dijo Alice.

Mientras iban a la hamburguesería, Marisa apagó su móvil.

-¿Crees que eso va a servir de algo? -preguntó Alice.

-Al menos es algo que puedo controlar.

El entusiasmo de Stavros por salirse de la rutina era contagioso, y su tendencia al buen humor hizo que no dejaran de reír durante el trayecto de regreso a casa.

Hasta que llegaron y Marisa vio el Mercedes de Leonidas aparcado.

-Guau -dijo Stavros. Ese cochazo está aparcado justo delante de casa.

Marisa maldijo en silencio mientras trataba de controlar sus repentinos nervios al ver que Leonidas salía del coche.

-Déjame salir antes de que metas el coche en el garaje -dijo a su hermana-. Voy a librarme de él.

-Sé prudente.

Marisa salió del coche y se volvió hacia Leonidas mientras la puerta del garaje se cerraba a sus espaldas.

Era tan alto, tenía los hombros tan anchos... Aquel hombre era demasiado. Los vaqueros y la camisa que habían sustituido al traje del día anterior no disminuían en lo más mínimo el aura de poder y fuerza que lo rodeaba.

Marisa contó hasta cinco para tratar de controlar los latidos de su corazón.

A veces, el ataque era la mejor forma de defensa.

-¿Qué haces aquí?

-No me has dejado más opción que venir. El contestador de tu hermana no estaba activado y tu móvil tampoco.

-Estábamos fuera. Anoche ya dijimos todo lo que había que decir.

-No -dijo Stavros-. No es así. Te fuiste antes de que acabáramos de hablar.

Marisa apretó los puños.

-No tengo nada más que decirte.

-Sugiero que tengamos esta conversación en otro sitio.

-¿Por qué?

Marisa era increíblemente consciente de la sensualidad de aquel hombre y del efecto que ejercía sobre ella. Potente, devastador e infinitamente peligroso. Recordaba con detalle sus besos, sus caricias, lo que la hizo sentir...

Pero no quería entrar en aquello. No quería recordar. No a la luz del día. Ya era bastante malo verse perseguida y poseída por los recuerdos durante la noche.

-Vamos a tener un hijo.

-Soy yo la que está embarazada -dijo Marisa con firmeza-. Soy yo la que lo va a parir, la que lo va a alimentar y cuidar.

-Más motivo aún para que nos tomemos el tiempo necesario para conocernos mejor.

-Creo que de eso ya nos hemos ocupado.

Leonidas alzó una ceja.

-Una noche de intimidad no constituye una relación.

-No va a haber ninguna relación.

-De amistad -corrigió Stavros-. Sería un comienzo, ¿no te parece?

-¿Un comienzo de qué? ¿Vamos a compartir una comida ocasional y a observar el protocolo social? No creo.

-¿De qué tienes miedo?

-No creo que fuera a servir para nada.

-No has respondido a mi pregunta.

Marisa oyó un ruido a sus espaldas y se volvió. Alice estaba en la puerta con una educada sonrisa en su atractivo rostro.

-Hola, soy Alice. Tú debes de ser Leonidas -la sonrisa se ensanchó un poco-. He pensado que tal vez os gustaría seguir con la conversación dentro mientras tomáis un café.

¿Café? ¿Dentro? ¿Te has vuelto loca?, preguntó Marisa en silencio.

-Gracias -dijo Stavros.

Afortunadamente, el entusiasmo de Stavros sirvió de distracción mientras Marisa  seguía a Alice a la cocina.

-Traidora -susurró mientras sacaba platos y tazas.

-No podíais seguir ahí fuera indefinidamente.

-¿Quieres apostar algo?

El café estuvo listo enseguida y Stavros se puso de pie de un salto en cuanto Alice apareció en el cuarto de estar.

-Leonidas tiene un yate -dijo con ojos brillantes-. ¡Y adivina qué! ¡Ha dicho que podemos ir todos con él el próximo domingo! Si no hay problema, claro.

-Es muy amable por su parte.

¿Amable? Marisa dedicó a Leonidas una torva mirada para hacerle saber que sabía exactamente a qué estaba jugando.

-Podemos ir, ¿verdad? -insistió Stavros .

Marisa vio que Alice se estaba ablandando rápidamente.

-¿Marisa ? -dijo Alice

Aquello era auténtica lealtad fraterna, pues daba a Marisa  la oportunidad de rechazar la propuesta. Por el ligero reto evidente en la mirada de Stavros, estaba claro que esperaba que rechazara la invitación.

-¿Cómo iba a ser yo la que decepcionara a mi sobrino favorito? 

Stavros soltó un grito de júbilo y empezó a dar botes de alegría.

Un día en compañía de Stavros. A fin de cuentas estaría con Alice y Stavros , se dijo Marisa , de manera que no podía ser tan malo.

Leonidas terminó su café y se puso en pie.

-Pasaré a recogeros el domingo a las nueve, ¿de acuerdo?

Misión cumplida, pensó Marisa mientras Alice lo acompañaba a la puerta y ella se ocupaba de llevar las tazas a la cocina.

Alice se reunió con ella unos momentos después.

-No te contengas -dijo Marisa

-Si te sirve de algo que te lo diga, no creo que tengas la más mínima oportunidad de alejar a ese hombre de tu vida.

-¿Y has llegado a esa conclusión después de haber pasado tan sólo diez minutos en su compañía?

-Intuición -dijo Alice a la vez que miraba su reloj-. Voy a preparar a Stavros  para la cama. Dame diez minutos.

-¿Quieres más café? ¿O té?

-Un té estará bien.

Marisa se ocupó de prepararlo y estaba sirviéndolo cuando Alice entró en la cocina.

-Nos llevamos las tazas al cuarto de estar y ponemos una película, ¿o quieres hablar?

Marisa dedicó a su hermana una compungida sonrisa.

-Prefiero ver una película.

-De acuerdo.

Se sentaron cómodamente ante el televisor y, cuando terminaron de ver la película, se acostaron.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP