Eran más de las cuatro cuando regresaron a casa. Stavros estaba estudiando y Alice y Marisa estaban a punto de empezar a preparar la cena cuando llamaron al timbre.
Alice fue a abrir y regresó unos momentos después con un gran ramo de rosas.
Son para ti.
Marisa sintió que se le encogía el estómago mientras leía la tarjeta que acompañaba a las flores. En ella sólo aparecía un nombre.
Stavros.
Entregó la tarjeta a su hermana a la vez que suspiraba.
¿Qué te parece si nos olvidamos de preparar la cena y salimos a por unas hamburguesas? -sugirió-. Yo invito.
¡Sí! -exclamó Stavros desde su cuarto.
Antes termina tus deberes -dijo Alice.
Mientras iban a la hamburguesería, Marisa apagó su móvil.
-¿Crees que eso va a servir de algo? -preguntó Alice.
-Al menos es algo que puedo controlar.
El entusiasmo de Stavros por salirse de la rutina era contagioso, y su tendencia al buen humor hizo que no dejaran de reír durante el trayecto de regreso a casa.
Hasta que llegaron y Marisa vio el Mercedes de Leonidas aparcado.
-Guau -dijo Stavros. Ese cochazo está aparcado justo delante de casa.
Marisa maldijo en silencio mientras trataba de controlar sus repentinos nervios al ver que Leonidas salía del coche.
-Déjame salir antes de que metas el coche en el garaje -dijo a su hermana-. Voy a librarme de él.
-Sé prudente.
Marisa salió del coche y se volvió hacia Leonidas mientras la puerta del garaje se cerraba a sus espaldas.
Era tan alto, tenía los hombros tan anchos... Aquel hombre era demasiado. Los vaqueros y la camisa que habían sustituido al traje del día anterior no disminuían en lo más mínimo el aura de poder y fuerza que lo rodeaba.
Marisa contó hasta cinco para tratar de controlar los latidos de su corazón.
A veces, el ataque era la mejor forma de defensa.
-¿Qué haces aquí?
-No me has dejado más opción que venir. El contestador de tu hermana no estaba activado y tu móvil tampoco.
-Estábamos fuera. Anoche ya dijimos todo lo que había que decir.
-No -dijo Stavros-. No es así. Te fuiste antes de que acabáramos de hablar.
Marisa apretó los puños.
-No tengo nada más que decirte.
-Sugiero que tengamos esta conversación en otro sitio.
-¿Por qué?
Marisa era increíblemente consciente de la sensualidad de aquel hombre y del efecto que ejercía sobre ella. Potente, devastador e infinitamente peligroso. Recordaba con detalle sus besos, sus caricias, lo que la hizo sentir...
Pero no quería entrar en aquello. No quería recordar. No a la luz del día. Ya era bastante malo verse perseguida y poseída por los recuerdos durante la noche.
-Vamos a tener un hijo.
-Soy yo la que está embarazada -dijo Marisa con firmeza-. Soy yo la que lo va a parir, la que lo va a alimentar y cuidar.
-Más motivo aún para que nos tomemos el tiempo necesario para conocernos mejor.
-Creo que de eso ya nos hemos ocupado.
Leonidas alzó una ceja.
-Una noche de intimidad no constituye una relación.
-No va a haber ninguna relación.
-De amistad -corrigió Stavros-. Sería un comienzo, ¿no te parece?
-¿Un comienzo de qué? ¿Vamos a compartir una comida ocasional y a observar el protocolo social? No creo.
-¿De qué tienes miedo?
-No creo que fuera a servir para nada.
-No has respondido a mi pregunta.
Marisa oyó un ruido a sus espaldas y se volvió. Alice estaba en la puerta con una educada sonrisa en su atractivo rostro.
-Hola, soy Alice. Tú debes de ser Leonidas -la sonrisa se ensanchó un poco-. He pensado que tal vez os gustaría seguir con la conversación dentro mientras tomáis un café.
¿Café? ¿Dentro? ¿Te has vuelto loca?, preguntó Marisa en silencio.
-Gracias -dijo Stavros.
Afortunadamente, el entusiasmo de Stavros sirvió de distracción mientras Marisa seguía a Alice a la cocina.
-Traidora -susurró mientras sacaba platos y tazas.
-No podíais seguir ahí fuera indefinidamente.
-¿Quieres apostar algo?
El café estuvo listo enseguida y Stavros se puso de pie de un salto en cuanto Alice apareció en el cuarto de estar.
-Leonidas tiene un yate -dijo con ojos brillantes-. ¡Y adivina qué! ¡Ha dicho que podemos ir todos con él el próximo domingo! Si no hay problema, claro.
-Es muy amable por su parte.
¿Amable? Marisa dedicó a Leonidas una torva mirada para hacerle saber que sabía exactamente a qué estaba jugando.
-Podemos ir, ¿verdad? -insistió Stavros .
Marisa vio que Alice se estaba ablandando rápidamente.
-¿Marisa ? -dijo Alice
Aquello era auténtica lealtad fraterna, pues daba a Marisa la oportunidad de rechazar la propuesta. Por el ligero reto evidente en la mirada de Stavros, estaba claro que esperaba que rechazara la invitación.
-¿Cómo iba a ser yo la que decepcionara a mi sobrino favorito?
Stavros soltó un grito de júbilo y empezó a dar botes de alegría.
Un día en compañía de Stavros. A fin de cuentas estaría con Alice y Stavros , se dijo Marisa , de manera que no podía ser tan malo.
Leonidas terminó su café y se puso en pie.
-Pasaré a recogeros el domingo a las nueve, ¿de acuerdo?
Misión cumplida, pensó Marisa mientras Alice lo acompañaba a la puerta y ella se ocupaba de llevar las tazas a la cocina.
Alice se reunió con ella unos momentos después.
-No te contengas -dijo Marisa
-Si te sirve de algo que te lo diga, no creo que tengas la más mínima oportunidad de alejar a ese hombre de tu vida.
-¿Y has llegado a esa conclusión después de haber pasado tan sólo diez minutos en su compañía?
-Intuición -dijo Alice a la vez que miraba su reloj-. Voy a preparar a Stavros para la cama. Dame diez minutos.
-¿Quieres más café? ¿O té?
-Un té estará bien.
Marisa se ocupó de prepararlo y estaba sirviéndolo cuando Alice entró en la cocina.
-Nos llevamos las tazas al cuarto de estar y ponemos una película, ¿o quieres hablar?
Marisa dedicó a su hermana una compungida sonrisa.
-Prefiero ver una película.
-De acuerdo.
Se sentaron cómodamente ante el televisor y, cuando terminaron de ver la película, se acostaron.
El domingo por la mañana, el sol brillaba en un cielo totalmente despejado. Soplaba una cálida brisa mientras Leonidas maniobraba el barco para sacarlo del puerto.Guau!, había sido la exclamación de aprecio de Stavros cuando Leonidas los había llevado hasta el barco aquella mañana.Marisa estuvo de acuerdo. El barco era lo suficientemente cómodo como para que varios pasajeros deambularan cómodamente por su cubierta. Además estaba espléndidamente diseñado. Era un barco que sólo podía permitirse alguien con mucho dinero.-Podrías vivir aquí e ir a cualquier parte -dijo Stavros , que no se despegaba de Stavros.-No suelo tener oportunidad de utilizarlo a menudo. Casi siempre está alquilado para el entretenimiento privado.A un precio exorbitante, sin duda, pensó Marisa .-Stavros parece haber elegido a Leonidas como su nuevo ídolo -dijo Marisa .-No suele tener mucha oportunidad de estar con hombres.-Pues hoy está con dos -dijo Marisa mientras Cris se ocupaba del timón para que Leonida
En retrospectiva, fue un día agradable y ameno y Marisa disfrutó viendo a su hermana tan relajada mientras Stavros disfrutaba tanto. Aquello compensó sus nervios por haber pasado tantas horas en compañía de Stavros.¿Sabría éste cuanto la afectaba su presencia? Esperaba que no. Pero su innata honradez la impulsaba a reconocer que quería volver a experimentar la emoción... el éxtasis que había experimentado entre sus brazos.¿Cómo podía ser tan vulnerable? ¿Tan débil? Era ridículo.Consecuentemente, sintió un gran alivio cuando finalmente atracaron en el puerto.-¿Necesitas limpiar la sentina? -preguntó Stavros mientras desembarcaban, claramente ansioso por ayudar.Leonidas le revolvió el pelo.-De eso se ocupan los empleados del puerto. Pero, si quieres, puedes acompañarme a devolver las llaves a las oficinas mientras Cris acompaña a tu madre y a Marisa al coche.-Creo que ha pasado de ser un ídolo a un dios -murmuró Marisa cuando fueron al aparcamiento.-Stavros es un gran chico -dij
Mientras miraba en torno a la elegante galería, Marisa pensó que el principal propósito de la mayoría de los asistentes a la exposición, pertenecientes a la élite social de la ciudad, era ser vistos en acontecimientos como aquél.La galería exponía los cuadros de tres conocidos pintores del país.-Cuánto me alegro de verte por aquí, Alice.Marisa miró al hombre que había saludado a su hermana y sonrió cuando ésta hizo las presentaciones.-Te presento a Craig Mitchell, mi jefe.Marisa notó el ligero rubor que cubrió las mejillas de su hermana y alzó una ceja con expresión especulativa cuando el hombre se alejó.-No quiero comentarios -advirtió Alice en voz baja, y Marisa sonrió.-¿Algún interés oculto?-No.Y las vacas volaban, pensó Marisa mientras dedicaba a su hermana una especulativa mirada.-Es toda una reunión, ¿verdad? -dijo Alice.Marisa asintió.-Debe de estar toda la gente guapa de la ciudad con sus mejores galas.-Hablando del rey de Roma -susurró Alice-, una de las mujer
Marisa permaneció en silencio mientras centraban su atención en los cuadros ante los que estaban pasando.¿Sería consciente Leonidas de su estado emocional, del torbellino que despertaba en su interior... y en sus hormonas?-¿Qué te parece este paisaje? -preguntó él unos momentos después.Marisa se fijó en los atrevidos cofres del lienzo, que describían una ambigua escena que desataba la imaginación.-Necesitaría una habitación para él solo -dijo.La conversación derivó hacia el arte, un terreno mucho más seguro que el de las emociones, y Leonidas demostró estar muy al tanto de las características de los pintores que exponían en la galería.-Tengo entradas para asistir el jueves por la tarde a la representación de The Merry Widow -dijo cuando terminaron de ver todos los cuadros.-¿Me estás invitando a salir? -preguntó Marisa .-Sí. ¿Necesitas pensártelo?Al ver la burlona mirada de Stavros, Marisa le dedicó una brillante sonrisa.-No. Me apetece ir al teatro.En aquel momento destelló
El telón se alzó y, durante los siguientes minutos, Marisa se concentró en la magia de la acción que se desarrollaba en escena y en el canto de los actores.El descanso llegó demasiado pronto, rompiendo el embrujo.Angelie se puso en pie.-¿Salimos a tomar algo?-Yo no -dijo Marisa , y dedicó a Leonidas una sonrisa-. Pero no te quedes por mí.-¿Stavros? -dijo Angelie con un matiz de impaciencia que él prefirió ignorar.-No esperes por nosotros.Angelie se encogió imperceptiblemente de hombros y se fue.-Andarse con jueguecitos tiene un precio -dijo Stavros.-¿En serio? Angelie parece llevar un cartel en la frente que dice mío cada vez que está cerca de ti. No me digas que no lo has notado.-Es dueña de una boutique en Double Bay y nos relacionamos socialmente. Nada más.-¿De verdad?-¿Me crees?-Yo no he dicho eso.-Si hubiera estado con otra mujer, nunca se me habría ocurrido...-¿Seducirme? -concluyó Marisa por él.-Si no recuerdo mal, lo que sucedió entre nosotros aquella noche
Leonidas contempló el rostro de Marisa y sintió ganas de darle su merecido al hombre que sin duda la había hecho sufrir.-Mis orígenes son griegos aunque nací en Perth. Estudié en Sydney y luego pasé dos años en Nueva York y otros dos en Atenas. Volví a Sydney cuando mi padre y mi abuelo murieron en un accidente de coche.-No me has mencionado a las mujeres de tu vida -dijo Marisa solemnemente.Leonidas sonrió.-Seguro que esperas que diga que ha habido muchas, cuando lo cierto es que son menos de las que imaginas.-Supongo que eso depende de la interpretación de la palabra menos -Marisa terminó su té y miró su reloj-. Se está haciendo tarde.-¿Qué te parece si cenamos juntos el sábado? -preguntó Leonidas mientras regresaban.-¿Otra cita? ¿Tan pronto?-Considéralo un preparativo para la comida del domingo con Milena y Sofía.Por un momento Marisa había olvidado la reunión.-¿Estará Cris?-¿Quieres que te devuelva el favor como aliado?Marisa se quedó petrificada. Leonidas no podía sab
-¿OTRA cita con Stavros? -bromeó Stavros cuando Marisa entró en el cuarto de estar unos minutos antes de la hora a la que había quedado en pasar a recogerla Stavros.Aquella mañana había salido a hacer unas compras en las rebajas, algo que le había servido para distraerse y para poner al día su vestuario.-No es una cita. Sólo hemos quedado para hablar -replicó con una sonrisa a la vez que besaba a su sobrino en la frente.-Pues a mí me lo parece.Marisa frunció el ceño.-¿Quieres que te lleve mañana por la mañana a montar a caballo?-De acuerdo, no es una cita.-Gracias.-Dejadlo ya -los reprendió Alice, sonriente. Luego miró a su hermana de arriba abajo-. Estás fabulosa.Marisa había elegido un sencillo pero elegante vestido negro con zapatos de tacón a juego y se había maquillado lo justo.-Realmente fabulosa -añadió Stavros con expresión burlonamente admirativa.-Eres una auténtica amenaza -dijo Marisa con una sonrisa-. Que el cielo proteja a la población femenina dentro de diez
Marisa estuvo a punto de atragantarse con el agua que estaba bebiendo.-¿Disculpa?-Casarnos. Supondría muchas ventajas en comparación con educar al niño entre dos padres con residencias distintas.-Te has vuelto loco.-¿Tú crees?-¿Basas una decisión tan importante en una noche de buen sexo?-No hay duda de que nuestra compatibilidad sexual supone una ventaja.-No.-¿No la consideras una ventaja?-No voy a casarme contigo.-¿Podrías explicarme por qué?-Siempre sabría que me lo habías propuesto porque te sentías obligado a hacerlo.-¿Estás segura de eso?-Por supuesto.-¿Y si te equivocas?-Ya he pasado por eso. Estuve comprometida durante un año. Tal y como resultaron las cosas, tuve que llegar a la conclusión de que apenas conocía al hombre con el que iba a casarme.-En ese caso, ven a vivir conmigo.-¿Disculpa?-Trasládate a mi casa, comparte mi vida y decide si casarte conmigo sería tan horrible.-No creo que sea buena idea.-¿Tienes miedo?-Claro que no -mintió Marisa . Si se ib