Capítulo XXXV

La tarde fue muy ajetreada. Marisa hizo algunas llamadas, convenció sin dificultad a su hermana para que le echara una mano y pidió salir una hora antes del trabajo.

Alice la estaba esperando cuando llegó al apartamento.

-Tú ve a ducharte -dijo Alice en cuanto entraron-. Yo me ocupo de la mesa y de calentar la comida.

Media hora más tarde, Marisa salió del baño maquillada, peinada y vestida con unos elegantes pantalones negros y una blusa de tirantes de seda.

-Estás guapísima -dijo Alice-. Yo ya he acabado y será mejor que me vaya cuanto antes.

-Gracias, hermanita -Marisa le dio un sonoro beso-. No lo habría logrado sin ti.

Tenía cinco o diez minutos antes de que llegara Stavros. Un rápido vistazo a la mesa en el comedor le reveló que todo estaba en su sitio, incluyendo las velas de la mesa.

Cuando oyó el sonido de la llave en la cerradura, respiró profundamente para calmar sus nervios.

En cuanto entró, Leonidas se encaminó hacia ella, la rodeó con los brazos por la cintura y la besó
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