MlA hizo un esfuerzo sobrehumano por calmarse y conservar la compostura.
Leonidas -murmuró.
Leonidas era un hombre de unos treinta y cinco años de apariencia sofisticada y con aspecto de estar acostumbrado a todo tipo de sutilezas sociales.
Sin embargo, Marisa había captado un destello del hombre que había tras aquella fachada... alguien que había destruido sus elaboradas defensas con una facilidad inusitada. Y lo peor era que ella le había permitido que lo hiciera.
De manera que se llamaba Marisa , pensó Stavros. Era la mujer que había logrado obsesionarlo como no lo había hecho ninguna otra. Haber disfrutado de ella aquella inolvidable noche lo había vuelto loco de anhelo.
¿Tendría idea de cómo se sintió al despertar y descubrir que ya no estaba a su lado?
¿O de sus inútiles esfuerzos posteriores por tratar de localizarla?
Había ocasiones en que se preguntaba si lo habría soñado todo, pero lo cierto era que recordaba con detalle su aroma, la delicadeza de su piel bajo sus manos bajo su boca.
Y la respuesta de ella, la sorpresa, la sensualidad que demostró, su generosidad al entregarse a él tan completamente.
Marisa captó el momentáneo oscurecimiento de la mirada de Stavros, su ligero matiz burlón y algo más que no fue capaz de definir. ¿Rabia? ¿Por qué rabia?
Siéntate, por favor -Sofía señaló una silla cercana y Marisa obedeció, aliviada.
¿Qué te apetece beber?
Marisa habría bebido algo fuerte, pero en su estado no podía hacerlo.
Un vaso de soda, o agua mineral, por favor -dijo, muy consciente de la atenta mirada de Cris y de la abuela de éste.
Cris nos ha hablado muy bien de ti -dijo Sofía tras servirle agua en un vaso.
Asistimos juntos a varias clases en la universidad.
¿Cuántos años tienes? -preguntó sin preámbulos Milena Kantis, que se ganó una silenciosa mirada de protesta por parte de Sofía.
Veintisiete -contestó Marisa mientras se preguntaba si las cosas podrían empeorar aún-. ¿Quiere ver mi carné de conducir?
Los ojos de la anciana brillaron.
Veo que eres muy atrevida. Eso me gusta -entrecerró los ojos-. ¿Qué ves en mi nieto de diecinueve años?
Marisa alzó levemente la barbilla.
Un amigo.
Hmm.
Ya basta, abuela -dijo Leonidas cariñosamente-. Estás avergonzando a nuestra invitada.
Milena miró atentamente a Marisa .
¿Estás avergonzada, niña?
¿Le gustaría que lo estuviera?
La comida está servida.
El oportuno anuncio de Costas hizo que Marisa sintiera un ligero alivio. Pero apenas le duró, pues cuando se sentó descubrió que la habían situado frente a Stavros. Probablemente con intención de que éste pudiera echar un buen vistazo a la amiga de su hermano pequeño para deducir si había algún motivo interesado en aquella amistad.
Aquel hombre la afectaba mental y emocionalmente. Era casi como si cada célula de su cuerpo lo reconociera a un nivel primario, básico, y tuvo que esforzarse por mantener la compostura, algo realmente complicado teniéndolo tan cerca.
La idea de tener que comer hizo que se sintiera enferma, pero los buenos modales le exigieron probar un poco de cada plato.
¿Eres una de esas estudiantes perpetuas empeñadas en obtener éxitos académicos sin llevar nunca la teoría a la práctica?
Si hubiera sabido que iba a interesarse tanto por mí, podría haber traído mi currículum para que lo inspeccionara.
El primer asalto para mí, pensó Marisa , y oyó la suave risa de Cris.
¿Vas a dejarlo ya, abuela?
Milena alzó una ceja.
¿Me has visto alguna vez dejar algo? -preguntó, y de inmediato volvió a prestar su atención a Marisa -. ¿En qué terreno trabajabas antes de elegir graduarte en farmacia?
Era asesora de cosméticos.
¿En unos grandes almacenes?
Enseñaba a los pacientes de cirugía a utilizar los cosméticos para minimizar las desfiguraciones faciales.
Supongo que era una actividad gratificante -dijo Sofía, interesada-. ¿Trabajabas también con niños, o sólo con adultos?
Con ambos.
Cuando llegaron los postres, Marisa se limitó a tomar fruta.
Una hora más, pensó, y podría alegar que debía irse.
¿Estás decidida a seducir a mi nieto?
¡Menuda pregunta!
Leonidas deslizó un dedo por el borde de su vaso de vino mientras esperaba a ver cómo manejaba Marisa aquella pregunta.
No.
Supones un cambio refrescante respecto a las otras cazafortunas, empeñadas en atraer la atención de mi nieto.
Marisa agradeció una vez más la llegada del mayordomo.
El café está servido en el salón, señora.
Afortunadamente, la tarde parecía haber llegado casi a su fin. Marisa empezaba a sentirse como un espécimen siendo diseccionado bajo un microscopio.
Cuando terminó de tomar su café, se levantó, dio las gracias a Sofía y Milena y se volvió hacia Cris.
¿Te importaría pedirme un taxi?
No seas ridícula -protestó él de inmediato.
Yo llevaré a Marisa a casa -dijo Stavros.
Un silencioso grito surgió y murió en la garganta de Marisa . ¡Oh, no! No quería estar a solas con él. ¡No quería tener nada que ver con él.
Puedo ir perfectamente en taxi -dijo, y trató de suavizar su tono con una educada sonrisa.
Pero si creía que iba a escaparse fácilmente, estaba equivocada. Leonidas se levantó y besó a su abuela y a su madre en la mejilla.
Buenas noches. Estaré en contacto.
Marisa lanzó a Cris una mirada desesperada, pero éste alzó una ceja como preguntando cuál era el problema.
¡Si él supiera!
No hacía falta que te molestaras -dijo Marisa unos minutos después mientras Leonidas le abría la puerta del coche.
¿Quieres inquietar a mi madre empezando una discusión en la entrada de su casa?
Marisa le dedicó una torva mirada antes de entrar. Cuando Leonidas ocupó el asiento del pasajero a su lado estuvo a punto de salir corriendo.
Acepto que me lleves hasta la parada de taxis más cercana.
¿Tienes miedo, Marisa ?
No
Deberías tenerlo.
No veo por qué.
¿No? ¿Acaso quieres hacerme creer que lo que compartimos fue una simple aventura de una noche?
El corazón de Marisa latió con fuerza en su pecho.
Algo así. No
Marisa habría abofeteado a Leonidas si éste no hubiera ido conduciendo.Hay una parada de taxis en Double Bay. Puedes dejarme ahí.Leonidas apretó el volante con más fuerza de la necesaria. Algo primario se agitó en su interior al pensar que había sido el primer amante de Marisa . Reprimió el deseo que surgió de inmediato. Ya no era un adolescente incapaz de controlarse. Pero aquella mujer tenía la capacidad de poner a prueba su control, cosa que lo irritaba. Los recuerdos que tenía de ella le habían impedido dormir bien muchas noches y lo habían estropeado para cualquier otra mujer con la que pudiera haberse acostado. Y había varias entre las que podía elegir.Pero el recuerdo de Marisa le había impedido disfrutar de ellas.Te llevaré a casa cuando hayamos hablado.No tenemos nada de que hablar.Leonidas se volvió hacia ella.Claro que tenemos cosas de que hablar.¿Sueles insistir en diseccionar lo sucedido con todas las mujeres con que te acuestas?El semáforo cambió y Leonidas pis
¿El tipo con el que te acostaste y el hermano de Cris son el mismo? Estás bromeando, ¿no? -preguntó Alice con expresión desconcertada mientras almorzaban en un café cercano al puerto.Estaban celebrando que a Marisa le habían confirmado una sustitución de tres semanas en una farmacia local. También existía la posibilidad de que le ofrecieran un trabajo a tiempo parcial durante las vacaciones de verano.Increíble -añadió Alice, moviendo la cabeza.Marisa suspiró.Fue una tarde realmente memorable -dijo con ironía-. A la abuela de Cris sólo le faltaba echar fuego por la boca.Un auténtico dragón, ¿no?Oh, sí. Desde luego.¿Y? -insistió Alice.Marisa suspiró.Leonidas se empeñó en llevarme a casa. En el camino paramos a tomar café y a hablar. Le conté la verdad. El me ofreció su ayuda y yo la rechacé. Luego, me fui y pedí un taxi.No creo que ésa fuera la mejor táctica.Me pareció que era lo mejor que podía hacer.¿Y qué va a suceder ahora?Espero que nada.¿Crees que ese hombre va a pas
Eran más de las cuatro cuando regresaron a casa. Stavros estaba estudiando y Alice y Marisa estaban a punto de empezar a preparar la cena cuando llamaron al timbre.Alice fue a abrir y regresó unos momentos después con un gran ramo de rosas.Son para ti.Marisa sintió que se le encogía el estómago mientras leía la tarjeta que acompañaba a las flores. En ella sólo aparecía un nombre.Stavros.Entregó la tarjeta a su hermana a la vez que suspiraba.¿Qué te parece si nos olvidamos de preparar la cena y salimos a por unas hamburguesas? -sugirió-. Yo invito.¡Sí! -exclamó Stavros desde su cuarto.Antes termina tus deberes -dijo Alice.Mientras iban a la hamburguesería, Marisa apagó su móvil.-¿Crees que eso va a servir de algo? -preguntó Alice.-Al menos es algo que puedo controlar.El entusiasmo de Stavros por salirse de la rutina era contagioso, y su tendencia al buen humor hizo que no dejaran de reír durante el trayecto de regreso a casa.Hasta que llegaron y Marisa vio el Mercedes de L
El domingo por la mañana, el sol brillaba en un cielo totalmente despejado. Soplaba una cálida brisa mientras Leonidas maniobraba el barco para sacarlo del puerto.Guau!, había sido la exclamación de aprecio de Stavros cuando Leonidas los había llevado hasta el barco aquella mañana.Marisa estuvo de acuerdo. El barco era lo suficientemente cómodo como para que varios pasajeros deambularan cómodamente por su cubierta. Además estaba espléndidamente diseñado. Era un barco que sólo podía permitirse alguien con mucho dinero.-Podrías vivir aquí e ir a cualquier parte -dijo Stavros , que no se despegaba de Stavros.-No suelo tener oportunidad de utilizarlo a menudo. Casi siempre está alquilado para el entretenimiento privado.A un precio exorbitante, sin duda, pensó Marisa .-Stavros parece haber elegido a Leonidas como su nuevo ídolo -dijo Marisa .-No suele tener mucha oportunidad de estar con hombres.-Pues hoy está con dos -dijo Marisa mientras Cris se ocupaba del timón para que Leonida
En retrospectiva, fue un día agradable y ameno y Marisa disfrutó viendo a su hermana tan relajada mientras Stavros disfrutaba tanto. Aquello compensó sus nervios por haber pasado tantas horas en compañía de Stavros.¿Sabría éste cuanto la afectaba su presencia? Esperaba que no. Pero su innata honradez la impulsaba a reconocer que quería volver a experimentar la emoción... el éxtasis que había experimentado entre sus brazos.¿Cómo podía ser tan vulnerable? ¿Tan débil? Era ridículo.Consecuentemente, sintió un gran alivio cuando finalmente atracaron en el puerto.-¿Necesitas limpiar la sentina? -preguntó Stavros mientras desembarcaban, claramente ansioso por ayudar.Leonidas le revolvió el pelo.-De eso se ocupan los empleados del puerto. Pero, si quieres, puedes acompañarme a devolver las llaves a las oficinas mientras Cris acompaña a tu madre y a Marisa al coche.-Creo que ha pasado de ser un ídolo a un dios -murmuró Marisa cuando fueron al aparcamiento.-Stavros es un gran chico -dij
Mientras miraba en torno a la elegante galería, Marisa pensó que el principal propósito de la mayoría de los asistentes a la exposición, pertenecientes a la élite social de la ciudad, era ser vistos en acontecimientos como aquél.La galería exponía los cuadros de tres conocidos pintores del país.-Cuánto me alegro de verte por aquí, Alice.Marisa miró al hombre que había saludado a su hermana y sonrió cuando ésta hizo las presentaciones.-Te presento a Craig Mitchell, mi jefe.Marisa notó el ligero rubor que cubrió las mejillas de su hermana y alzó una ceja con expresión especulativa cuando el hombre se alejó.-No quiero comentarios -advirtió Alice en voz baja, y Marisa sonrió.-¿Algún interés oculto?-No.Y las vacas volaban, pensó Marisa mientras dedicaba a su hermana una especulativa mirada.-Es toda una reunión, ¿verdad? -dijo Alice.Marisa asintió.-Debe de estar toda la gente guapa de la ciudad con sus mejores galas.-Hablando del rey de Roma -susurró Alice-, una de las mujer
Marisa permaneció en silencio mientras centraban su atención en los cuadros ante los que estaban pasando.¿Sería consciente Leonidas de su estado emocional, del torbellino que despertaba en su interior... y en sus hormonas?-¿Qué te parece este paisaje? -preguntó él unos momentos después.Marisa se fijó en los atrevidos cofres del lienzo, que describían una ambigua escena que desataba la imaginación.-Necesitaría una habitación para él solo -dijo.La conversación derivó hacia el arte, un terreno mucho más seguro que el de las emociones, y Leonidas demostró estar muy al tanto de las características de los pintores que exponían en la galería.-Tengo entradas para asistir el jueves por la tarde a la representación de The Merry Widow -dijo cuando terminaron de ver todos los cuadros.-¿Me estás invitando a salir? -preguntó Marisa .-Sí. ¿Necesitas pensártelo?Al ver la burlona mirada de Stavros, Marisa le dedicó una brillante sonrisa.-No. Me apetece ir al teatro.En aquel momento destelló
El telón se alzó y, durante los siguientes minutos, Marisa se concentró en la magia de la acción que se desarrollaba en escena y en el canto de los actores.El descanso llegó demasiado pronto, rompiendo el embrujo.Angelie se puso en pie.-¿Salimos a tomar algo?-Yo no -dijo Marisa , y dedicó a Leonidas una sonrisa-. Pero no te quedes por mí.-¿Stavros? -dijo Angelie con un matiz de impaciencia que él prefirió ignorar.-No esperes por nosotros.Angelie se encogió imperceptiblemente de hombros y se fue.-Andarse con jueguecitos tiene un precio -dijo Stavros.-¿En serio? Angelie parece llevar un cartel en la frente que dice mío cada vez que está cerca de ti. No me digas que no lo has notado.-Es dueña de una boutique en Double Bay y nos relacionamos socialmente. Nada más.-¿De verdad?-¿Me crees?-Yo no he dicho eso.-Si hubiera estado con otra mujer, nunca se me habría ocurrido...-¿Seducirme? -concluyó Marisa por él.-Si no recuerdo mal, lo que sucedió entre nosotros aquella noche