Capítulo V

MlA hizo un esfuerzo sobrehumano por calmarse y conservar la compostura.

Leonidas -murmuró.

Leonidas era un hombre de unos treinta y cinco años de apariencia sofisticada y con aspecto de estar acostumbrado a todo tipo de sutilezas sociales.

Sin embargo, Marisa había captado un destello del hombre que había tras aquella fachada... alguien que había destruido sus elaboradas defensas con una facilidad inusitada. Y lo peor era que ella le había permitido que lo hiciera.

De manera que se llamaba Marisa , pensó Stavros. Era la mujer que había logrado obsesionarlo como no lo había hecho ninguna otra. Haber disfrutado de ella aquella inolvidable noche lo había vuelto loco de anhelo.

¿Tendría idea de cómo se sintió al despertar y descubrir que ya no estaba a su lado?

¿O de sus inútiles esfuerzos posteriores por tratar de localizarla?

Había ocasiones en que se preguntaba si lo habría soñado todo, pero lo cierto era que recordaba con detalle su aroma, la delicadeza de su piel bajo sus manos bajo su boca.

Y la respuesta de ella, la sorpresa, la sensualidad que demostró, su generosidad al entregarse a él tan completamente.

Marisa captó el momentáneo oscurecimiento de la mirada de Stavros, su ligero matiz burlón y algo más que no fue capaz de definir. ¿Rabia? ¿Por qué rabia?

Siéntate, por favor -Sofía señaló una silla cercana y Marisa obedeció, aliviada.

¿Qué te apetece beber?

Marisa habría bebido algo fuerte, pero en su estado no podía hacerlo.

Un vaso de soda, o agua mineral, por favor -dijo, muy consciente de la atenta mirada de Cris y de la abuela de éste.

Cris nos ha hablado muy bien de ti -dijo Sofía tras servirle agua en un vaso.

Asistimos juntos a varias clases en la universidad.

¿Cuántos años tienes? -preguntó sin preámbulos Milena Kantis, que se ganó una silenciosa mirada de protesta por parte de Sofía.

Veintisiete -contestó Marisa mientras se preguntaba si las cosas podrían empeorar aún-. ¿Quiere ver mi carné de conducir?

Los ojos de la anciana brillaron.

Veo que eres muy atrevida. Eso me gusta -entrecerró los ojos-. ¿Qué ves en mi nieto de diecinueve años?

Marisa alzó levemente la barbilla.

Un amigo.

Hmm.

Ya basta, abuela -dijo Leonidas cariñosamente-. Estás avergonzando a nuestra invitada.

Milena miró atentamente a Marisa .

¿Estás avergonzada, niña?

¿Le gustaría que lo estuviera?

La comida está servida.

El oportuno anuncio de Costas hizo que Marisa sintiera un ligero alivio. Pero apenas le duró, pues cuando se sentó descubrió que la habían situado frente a Stavros. Probablemente con intención de que éste pudiera echar un buen vistazo a la amiga de su hermano pequeño para deducir si había algún motivo interesado en aquella amistad.

Aquel hombre la afectaba mental y emocionalmente. Era casi como si cada célula de su cuerpo lo reconociera a un nivel primario, básico, y tuvo que esforzarse por mantener la compostura, algo realmente complicado teniéndolo tan cerca.

La idea de tener que comer hizo que se sintiera enferma, pero los buenos modales le exigieron probar un poco de cada plato.

¿Eres una de esas estudiantes perpetuas empeñadas en obtener éxitos académicos sin llevar nunca la teoría a la práctica?

Si hubiera sabido que iba a interesarse tanto por mí, podría haber traído mi currículum para que lo inspeccionara.

El primer asalto para mí, pensó Marisa , y oyó la suave risa de Cris.

¿Vas a dejarlo ya, abuela?

Milena alzó una ceja.

¿Me has visto alguna vez dejar algo? -preguntó, y de inmediato volvió a prestar su atención a Marisa -. ¿En qué terreno trabajabas antes de elegir graduarte en farmacia?

Era asesora de cosméticos.

¿En unos grandes almacenes?

Enseñaba a los pacientes de cirugía a utilizar los cosméticos para minimizar las desfiguraciones faciales.

Supongo que era una actividad gratificante -dijo Sofía, interesada-. ¿Trabajabas también con niños, o sólo con adultos?

Con ambos.

Cuando llegaron los postres, Marisa se limitó a tomar fruta.

Una hora más, pensó, y podría alegar que debía irse.

¿Estás decidida a seducir a mi nieto?

¡Menuda pregunta!

Leonidas deslizó un dedo por el borde de su vaso de vino mientras esperaba a ver cómo manejaba Marisa aquella pregunta.

No.

Supones un cambio refrescante respecto a las otras cazafortunas, empeñadas en atraer la atención de mi nieto.

Marisa agradeció una vez más la llegada del mayordomo.

El café está servido en el salón, señora.

Afortunadamente, la tarde parecía haber llegado casi a su fin. Marisa empezaba a sentirse como un espécimen siendo diseccionado bajo un microscopio.

Cuando terminó de tomar su café, se levantó, dio las gracias a Sofía y Milena y se volvió hacia Cris.

¿Te importaría pedirme un taxi?

No seas ridícula -protestó él de inmediato.

Yo llevaré a Marisa a casa -dijo Stavros.

Un silencioso grito surgió y murió en la garganta de Marisa . ¡Oh, no! No quería estar a solas con él. ¡No quería tener nada que ver con él.

Puedo ir perfectamente en taxi -dijo, y trató de suavizar su tono con una educada sonrisa.

Pero si creía que iba a escaparse fácilmente, estaba equivocada. Leonidas se levantó y besó a su abuela y a su madre en la mejilla.

Buenas noches. Estaré en contacto.

Marisa lanzó a Cris una mirada desesperada, pero éste alzó una ceja como preguntando cuál era el problema.

¡Si él supiera!

No hacía falta que te molestaras -dijo Marisa unos minutos después mientras Leonidas le abría la puerta del coche.

¿Quieres inquietar a mi madre empezando una discusión en la entrada de su casa?

Marisa le dedicó una torva mirada antes de entrar. Cuando Leonidas ocupó el asiento del pasajero a su lado estuvo a punto de salir corriendo.

Acepto que me lleves hasta la parada de taxis más cercana.

¿Tienes miedo, Marisa ? 

No 

Deberías tenerlo.

No veo por qué.

¿No? ¿Acaso quieres hacerme creer que lo que compartimos fue una simple aventura de una noche?

El corazón de Marisa latió con fuerza en su pecho.

Algo así. No 

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