Capítulo IV

Eso es exactamente lo que he contado en casa.

Bien.

Te adorarán. ¿Cómo no iban a hacerlo?

Marisa sonrió con esfuerzo. Le habría encantado que Cris la llevara de vuelta a casa de su hermana en aquel mismo momento, pero se contuvo. Aunque le diera pereza el esfuerzo que suponía relacionarse socialmente, Cris era amigo suyo y no quería decepcionarlo.

El barrio en que estaba la casa de Cris era uno de los más elegantes y refinados de la ciudad, y la casa ante la que detuvo el coche más habría podido considerarse una mansión que una casa. Para redondear la imagen, el último y opulento modelo creado por Mercedes se hallaba aparcado a la entrada.

-Estás impresionada - dijo Cris. Fue más una afirmación que una pregunta.

-¿Debería estarlo?

La expresión de Cris se volvió impenetrable.

-Son sólo cosas. Posesiones materiales que han pasado de una generación a otra como manifestación visual de éxito empresarial.

-Algo que odias.

-No. Simplemente prefiero no aferrarme a los faldones de la familia -Cris se quitó el cinturón de seguridad y Marisa lo imitó-. De acuerdo. Vamos allá.

Segundos después, ascendían la lujosa escalera de entrada y las puertas fueron abiertas por un mayordomo de aspecto impecable.

Buenas tardes -saludó Marisa.

Te presento a Costas -dijo Cris-. Lleva años con nosotros.

La familia está reunida en el salón -dijo el mayordomo formalmente.

Marisa y Cris lo siguieron hasta una puerta ante la que el mayordomo se detuvo.

Señora, su hijo y su invitada están aquí.

En el salón, espacioso y exquisitamente amueblado, había dos mujeres sentadas y un hombre que se hallaba de perfil junto a unas puertas correderas que daban al jardín.

Un hombre cuya altura y actitud le resultaron familiares a Marisa , aunque no le dio importancia a pesar de la aprensión que sintió al verlo.

La más joven de las dos mujeres se levantó y avanzó hacia Marisa  con una sonrisa.

Cuánto me alegro de conocerte por fin, Marisa .

Mi madre, Sofía Kantis -dijo Cris-. Marisa Lannier.

Permite que te presente a mi suegra -Sofía se volvió hacia la mujer que seguía sentada-. Milena Kantis .

Marisa pensó que debía de ser difícil que a alguien con una mirada tan penetrante se le pudiera pasar algo por alto.

Marisa -se limitó a decir la anciana con un leve asentimiento de cabeza.

Mi hijo mayor, Leonidas -dijo Sofía. Al volverse, Marisa sintió que su corazón dejaba de latir.

¡No! El silencioso grito surgió de lo más profundo de su alma. No era posible...

Tenía que haber un error. ¿Cómo era posible que el hermano de Cris y el hombre con el que había pasado aquella increíble noche de sexo desenfrenado fueran la misma persona?

Sin embargo, no había duda al respecto. Sus rasgos faciales, su altura, su fuerte mandíbula, sus ojos oscuros, aquella sensual y seductora boca.., eran los mismos.

El mero recuerdo de lo sucedido entre ellos hizo que sintiera que los huesos se le empezaban a derretir. El instinto la impulsó a girar sobre sí misma para salir corriendo, pero se contuvo a base de coraje.

-Marisa .

Su nombre en los labios de aquel hombre hizo que la sangre corriera rauda por sus venas y acalorara su cuerpo. A pesar de todo, logró asentir levemente con la cabeza.

¿Habría captado su incomodidad? O peor aún, ¿la habrían captado los demás?

Se enfureció con el destino por ser tan injusto. Ya había tenido bastante con asumir que había tirado por la borda las ideas morales que había sustentado durante toda su vida de adulta y que estaba embarazada de un desconocido.

Pero aquélla era la peor pesadilla imaginable.

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