PASIÓN DESENFRENADA CON EL CEO GRIEGO
PASIÓN DESENFRENADA CON EL CEO GRIEGO
Por: arianbe
Capítulo I

¡Marisa!

Una mujer delgada y casi idéntica a Marisa avanzó hacia ella en cuanto salió de la Terminal del aeropuerto de Sydney, y un instante después la abrazaba con entusiasmo.

¡Hey! -protestó Marisa con una sonrisa-. Sólo hace cinco meses que no nos vemos.

Las dos hermanas eran amigas incondicionales desde muy pequeñas y la muerte de sus padres diez años atrás había reforzado su unión. No existía ni nunca había existido rivalidad entre ellas, y ambas estaban seguras de que nunca la habría.

Ambas de poca estatura, pelo castaño claro y ojos marrones oscuros, su parecido era tal, que a veces las tomaban por gemelas.

Sin embargo Alice era la mayor de las dos, estaba divorciada y tenía un hijo.

Marisa tomó a su hermana por el brazo.

Salgamos de aquí.

Tras recoger el equipaje se sumaron al intenso tráfico de la ciudad en el coche de Alice.

Era magnífico estar de vuelta en el hogar, pensó Marisa , aunque lo cierto era que ella no tenía un hogar como tal. Durante los años anteriores había vivido en el campus de la universidad, donde estudiaba farmacia.

Movió los hombros para liberarlos de la tensión acumulada después de demasiadas noches sin dormir, transcurridas preparando los exámenes de fin de curso. También influía en su cansancio la falta de cafeína y algo más que no tenía nada que ver ni con los estudios ni con la falta de café.

¿No vas a contarme nada? -dijo Alice mientras conducía.

¿Por dónde empezar?, se preguntó Marisa. Aún iban a tardar un rato en llegar al norte de Manly y tal vez sería mejor que le diera la noticia a su hermana cuando estuvieran tranquilamente sentadas tomando un té.

Los exámenes han ido bien -dijo con cautela.

¿Y?

Me alegra estar de vuelta.

Alice la miró de reojo a la vez que detenía el coche ante un semáforo.

Estás pálida y pareces cansada.

Marisa sonrió débilmente.

Gracias. Es justo lo que necesitaba oír.

Nada que no pueda reparar una comida casera y una larga noche de sueño -dijo Alice en tono brioso acompañado de una sonrisa.

Alice era una madraza que se enorgullecía de su comida casera, sus galletas y su pan. Además cosía, tejía, iba a clases de cerámica, esculpía y pintaba. Pertenecía al comité escolar del colegio de su hijo, era presidenta de la asociación de padres y era una magnífica organizadora.

Ayudar a los demás se había convertido en la misión de su vida. Probablemente le compensaba por sus cinco años de matrimonio, durante los cuales su marido se dedicó a hacerle creer que no servía para nada.

Marisa contempló el familiar paisaje de la ciudad a través de la ventanilla del coche. Los edificios antiguos con sus ladrillos rojos se mezclaban con los modernos materiales de los más nuevos, y los típicos olores de la ciudad parecían realzados a causa del calor veraniego reinante.

Miró a su hermana.

¿Cómo está mi sobrino favorito?

Stavros está muy bien. Le va muy bien en el colegio y juega al fútbol y al tenis -dijo Alice con entusiasmo-. Además estudia piano y guitarra y ha empezado a tomar clases de artes marciales.

Alice creía a pies juntillas en la teoría de la mente ocupada y el cuerpo activo. Afortunadamente, su hijo era tan entusiasta como ella al respecto.

Estoy deseando verlo y pasar un buen rato con él.

Te advierto que tiene planes.

Oh, oh. No me digas que también hace puenting y cosas parecidas.

Alice suspiró y movió la cabeza.

Eso ni en broma.

El tráfico era más intenso en el puente del puerto y sólo empezó a despejarse cuando se acercaban a las zonas residenciales del norte, donde Marisa había nacido y se había criado, donde había sobresalido y había sobrevivido, donde había amado y había sido traicionada, sólo para resurgir como una joven fuerte y determinada, totalmente centrada en alcanzar su meta.

Excepto por un pequeño detalle que había tenido el poder de cambiar su vida para siempre.

La casa de Alice estaba situada en una calle con muchos árboles en las aceras. Por fuera era similar a las otras casas de la calle, pero el ambiente interior era realmente cálido y acogedor.

-¿Te apetece un té o un café, o prefieres algo frío? -preguntó Alice mientras entraban en la casa.

Un té estaría bien.

Marisa fue a dejar su equipaje en la habitación de invitados que solía ocupar durante sus vacaciones en la universidad. Tras refrescarse un poco, fue a reunirse con su hermana en la cocina.

Falta una hora para que tenga que ir a por Stavros al colegio -dijo Alice, que había preparado el té y había dejado un plato con galletas caseras en la mesa-. Así que, ya puedes empezar.

Marisa sabía que podía andarse por las ramas para retrasar lo inevitable, pero decidió que no tenía sentido hacerlo.

Estoy embarazada -dijo, y esperó con ansiedad la reacción de Alice, pues ésta conocía muy bien su punto de vista negativo respecto a la práctica del sexo antes del matrimonio.

Habían reído a menudo juntas hablando del tema, de los pros y los contras, de si merecía la pena preservarse para el hombre adecuado o no.

¿Y si el sexo resulta ser... peor de lo que esperabas? ¿Cómo podrás saberlo si no tienes nada con que compararlo?, solía bromear Alice.

A la ansiedad de Marisa se sumó un intenso sentimiento de vulnerabilidad. Todo lo que había creído hasta entonces había quedado abiertamente expuesto a la crítica.

Ya tenía suficiente con las autocríticas que se hacía a diario desde aquella fatídica noche.

Estoy embarazada? ¿Eso es todo? -preguntó Alice, anonadada.

Marisa cerró los ojos y volvió a abrirlos.

Supongo que debo darte más detalles.

Desde luego. Todos los detalles. Y no estaría mal que me anticiparas si debo felicitarte, consolarte, darte el pésame, o alegrarme contigo.

Darme el pésame -admitió Marisa, y no supo si reír o llorar.

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