| 𝐔𝐍 𝐃𝐄𝐒𝐀𝐅𝐈́𝐎 𝐌𝐔𝐒𝐈𝐂𝐀𝐋/𝑼𝑵 𝑺𝑨𝑩𝑶𝑹 𝑨 𝑭𝑬𝑳𝑰𝑪𝑰𝑫𝑨𝑫

—Profesores, ¿qué los trae por aquí? —pregunté, sorprendida por la visita inesperada de los maestros en nuestra sala de práctica.

—Tenemos una sugerencia para ustedes —dijo el profesor Martínez con una sonrisa amable—. Creemos que "Hungarian Dance No. 5 in G Minor" sería una excelente elección para el concurso.

Sentí un nudo formarse en mi estómago.

—No sé... creo que es demasiado difícil para mí —respondí, lanzando una mirada insegura hacia Leonardo.

Leonardo me miró con una mezcla de molestia y confusión.

—Sofía, tienes mucho talento. Esta pieza podría hacernos ganar. Confío en ti, puedes lograrlo.

Las palabras de Leonardo me conmovieron profundamente.

—Lo voy a intentar —dije, tomando los pentagramas que los profesores me extendían con manos temblorosas.

—No, lo vas a hacer —dijo Leonardo, sonriendo con una seguridad que me hizo sentir un poco más valiente—. Vamos a practicar juntos y vamos a hacer que suene increíble.

Le devolví la sonrisa, sintiendo una mezcla de emoción y presión. Cada uno comenzó a practicar su parte por separado, Leonardo con su profesor y yo con el mío.

Mientras practicaba, no podía evitar sentirme un poco presionada y con miedo a fallar. Pero me recordé a mí misma que no debía dejar que esos pensamientos me auto-sabotearan. Yo era capaz de hacerlo, y con la ayuda de Leonardo, íbamos a hacer que sucediera.

Después de unas horas de práctica intensa, los profesores nos dieron un descanso. Leonardo y yo nos encontramos en el pasillo, ambos sudorosos y con las manos temblorosas por el esfuerzo.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Leonardo, con una mirada de preocupación.

—Un poco mejor —respondí, tratando de sonar más segura de lo que realmente me sentía—. Pero aún me cuesta algunas partes.

Leonardo asintió, comprendiendo mis dudas.

—Es normal, Sofía. Esta pieza es un desafío, pero eso es lo que la hace especial. Vamos a superarlo juntos.

Su apoyo constante me daba fuerzas. Decidí que no dejaría que mis miedos me detuvieran.

—Gracias, Leonardo.

Él sonrió y me dio una palmada en el hombro.

—Vamos a ser un gran equipo, ya lo verás.

Volvimos a la sala de práctica y retomamos nuestros instrumentos. Esta vez, decidimos tocar juntos, sincronizando cada nota, cada pausa, cada respiración. La música comenzó a fluir entre nosotros, creando una conexión que nunca antes habíamos sentido.

A medida que avanzábamos en la pieza, sentí cómo mis inseguridades se desvanecían. Leonardo y yo éramos uno con la música, y por primera vez, creí que realmente podíamos ganar el concurso.

Al finalizar la práctica, los profesores nos aplaudieron.

—¡Excelente trabajo! —exclamó el profesor Martínez—. Si siguen así, no tengo dudas de que triunfarán.

Leonardo y yo nos miramos, exhaustos pero satisfechos. Sabíamos que aún quedaba mucho por hacer, pero estábamos dispuestos a darlo todo.

—Vamos a seguir practicando mañana —dijo Leonardo, con determinación en su voz—. No podemos aflojar ahora.

Asentí, sintiendo una renovada confianza.

—Sí, vamos a hacerlo.

Estábamos ensayando juntos en la sala de práctica, con nuestros profesores observando y haciendo sugerencias. La conexión entre Leonardo y yo era palpable, y la música fluía de manera natural. Cada nota, cada pausa, parecía sincronizarse perfectamente.

—Esto es increíble —dijo el profesor Martínez, con una sonrisa de satisfacción—. Han logrado una sincronización perfecta. Están listos para la competencia.

Leonardo y yo nos miramos y sonreímos, satisfechos con nuestro progreso.

Habíamos trabajado duro para llegar a este punto, y escuchar esas palabras era un alivio.

—Vamos a celebrar con una hamburguesa —dijo Leonardo, cuando terminamos el ensayo.

—Me encantaría —respondí, sintiendo cómo mi estómago rugía—. He estado soñando con una hamburguesa todo el día.

—¿Qué te parece si vamos al mismo restaurante de comida rápida de siempre? —sugirió Leonardo.

—Perfecto —dije, sin poder ocultar mi entusiasmo—. Me encanta ese lugar.

Al entrar al restaurante, el aroma familiar de la comida nos envolvió. Era reconfortante, casi como un abrazo cálido después de un día largo.

—Me encanta este lugar —dije, mientras nos sentábamos a una mesa—. El olor a comida es increíble.

—Sí, es uno de mis lugares favoritos —dijo Leonardo—. Me encanta la comida rápida.

La mesera se acercó a tomar nuestro pedido. Pedí una hamburguesa con papas y un licuado de fresa. Leonardo pidió lo mismo, pero con una soda en lugar del licuado.

—Mmm, papas y licuado de fresa —dije, saboreando la combinación en mi mente.—. Mi combinación favorita.

—¿Por qué siempre pides lo mismo? —preguntó Leonardo, riendo.

—Porque es lo que me gusta —respondí, encogiéndome de hombros—. Y no veo por qué cambiar algo que funciona bien.

Mientras esperábamos la comida, charlamos sobre nuestros planes para después de la competencia.

—Si ganamos, vamos a celebrar con una fiesta —dije, imaginando la alegría de ese momento.

—Y si no ganamos, vamos a consolarnos con una pizza —agregó Leonardo.

—O con un helado —sugerí, riendo.

—O con ambos —dijo Leonardo, riendo también.

La comida llegó, y agarré una papa, llevándola a mi boca con una exclamación de placer.

—Esto es delicioso —dije, disfrutando cada bocado.

Leonardo me miró con una sonrisa, y comenzó a contar una anécdota sobre su infancia.

—Recuerdo cuando era niño —dijo—. Mi abuela me hacía hamburguesas en el jardín. Era lo mejor del verano.

Escuchaba atentamente, sonriendo. De repente, agarré una papita y la metí en mi licuado de fresa.

Leonardo se calló, observándome con una ceja levantada.

—¿Qué haces? —preguntó.

Me sonrojé, pero defendí mi costumbre.

—Lo he hecho desde niña —dije—. Sabe realmente bueno. La malteada agrega un toque dulce a la papa, deberías probarlo.

Leonardo se rió.

—No —dijo—. No voy a probar eso. Suena asqueroso.

—Vamos, solo un poco. Te juro que es bueno.— me reí.

Leonardo se negó, sacudiendo la cabeza.

—No, no, no. No voy a probar eso.

Me acerqué a él.— Vamos, Leonardo. Sé aventurero.  Prueba algo nuevo.

Leonardo se rió

—No, Sofía. No voy a caer en esa trampa.

—Pleeease... Solo un poco. — Hice un puchero.

Leonardo se rió y finalmente accedió.

—Está bien, está bien. Pero si me enfermo, te culpo a ti.

Me reí y le di una papá con licuado.

Leonardo lo probó, haciendo una cara de sorpresa.

—¿Sabes qué? No está mal —dijo.

—Te dije que era bueno.— me reí

Leonardo se rió.

—Sí, sí. Me has convertido. Ahora soy un fanático de la papa en el licuado.

—Te dije que era bueno. De lo que te has perdido

Mordí mi hamburguesa, saboreando el sabor.

Leonardo me miró con una mirada que reflejaba muchas cosas: sorpresa, admiración, y algo más profundo. Luego, sonrió.

—Créeme que me he perdido de muchas cosas.

Me sentí conmovida por sus palabras, y me di cuenta de que Leonardo estaba cambiando. Estaba aprendiendo a disfrutar de la vida, y a apreciar los pequeños momentos.

Leonardo continuó con su comida, pero su mirada seguía fija en mí. Me sentí un poco incómoda, pero también feliz de ver a Leonardo así.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo