Diego y yo llegamos al pequeño café que había sugerido. Era un lugar acogedor, con mesas de madera y una atmósfera tranquila. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana, desde donde se podía ver la calle llena de vida.
—Entonces, cuéntame todo —dijo Diego mientras nos acomodábamos—. ¿Cómo fue el ensayo? Sonreí, emocionada por compartir mi experiencia. —Fue increíble. La señora García es una directora fantástica. Nos hizo trabajar en la sincronización y la armonía desde el principio. Me sentí un poco nerviosa al principio, pero luego me dejé llevar por la música. Los otros músicos son muy talentosos y me sentí muy bien acogida. Diego me escuchaba atentamente, asintiendo de vez en cuando. Su interés genuino me hacía sentir valorada. —Eso suena genial, Sofía. Estoy seguro de que te irá muy bien en esta orquesta. ¿Y qué tal la señora García? ¿Es tan estricta como dicen? —Es exigente, pero también muy comprensiva. Nos da muchas indicaciones para mejorar, pero siempre de una manera constructiva. Me siento muy afortunada de tenerla como directora. Diego sonrió y tomó un sorbo de su café. —Me alegra escuchar eso. Sabía que este sería un gran paso para ti. Mientras continuábamos hablando, me sentí cada vez más cómoda. Diego tenía una manera de hacerme sentir especial, y su compañía era justo lo que necesitaba después de un día tan intenso. —¿Y cómo te sientes con respecto a los otros músicos? —preguntó Diego, sacándome de mis pensamientos. —Son todos muy talentosos y apasionados. Me siento inspirada por ellos. Creo que vamos a hacer cosas increíbles juntos. Diego sonrió y tomó otro sorbo de su café. —Me alegra escuchar eso. Sabía que este sería un gran paso para ti. Mientras continuábamos hablando, me sentí cada vez más cómoda. Diego tenía una manera de hacerme sentir especial, y su compañía era justo lo que necesitaba después de un día tan intenso. Finalmente, decidí centrarme en el momento y en la compañía de Diego. Sabía que tenía que seguir adelante y disfrutar de las oportunidades que se me presentaban. Y en ese momento, estar con Diego, compartiendo mis experiencias, era exactamente lo que necesitaba. Mientras Diego y yo seguíamos conversando en el café, mi teléfono vibró con una notificación. Lo saqué de mi bolso y vi que era un mensaje de la academia. Lo abrí y leí rápidamente. —¡Habrá una fiesta esta noche en la academia para celebrar el inicio de la nueva temporada de la orquesta! Todos están invitados. ¡Esperamos verlos allí! Sonreí al leer el mensaje y miré a Diego con entusiasmo. —Acabo de recibir un mensaje de la academia —le dije—. Habrá una fiesta esta noche para celebrar el inicio de la nueva temporada de la orquesta. ¿Te gustaría ir conmigo? Diego sonrió ampliamente, sus ojos brillando con emoción. —¡Claro que sí! Me encantaría ir contigo. Sentí una oleada de alegría al escuchar su respuesta. La idea de asistir a la fiesta con Diego me emocionaba. Sería una oportunidad perfecta para relajarnos y disfrutar después de un día tan intenso. —Genial —dije, sonriendo—. Será divertido. Además, podrás conocer a algunos de mis compañeros de la orquesta. Pasamos el resto del tiempo en el café hablando sobre la fiesta y nuestras expectativas. Diego me contó algunas anécdotas divertidas de fiestas anteriores a las que había asistido, y no pude evitar reírme. —Recuerdo una vez —dijo Diego—, en una fiesta de fin de año, uno de mis amigos decidió que sería una buena idea hacer una competencia de baile. Al principio, todo iba bien, pero luego alguien puso una canción de salsa y, bueno, digamos que no todos tenían el mismo nivel de habilidad. Terminamos todos en el suelo, riendo a carcajadas. Me reí al imaginar la escena. —¡Eso suena divertido! Diego continuó con otra anécdota. —Y en otra ocasión, en una fiesta de cumpleaños, alguien trajo un pastel gigante. Pero lo que no sabíamos era que el pastel tenía una sorpresa dentro: ¡un montón de confeti! Cuando lo cortaron, el confeti salió volando por todas partes. Fue un desastre, pero también muy divertido. No pude evitar reírme de nuevo. —Definitivamente, parece que sabes cómo divertirte en las fiestas. Cuando terminamos de comer, Diego me acompañó de regreso a la academia para recoger algunas cosas antes de la fiesta. Mientras caminábamos, no pude evitar sentirme agradecida por tener a alguien como él a mi lado. Su apoyo y su entusiasmo eran exactamente lo que necesitaba en ese momento. De regreso a la academia, Diego y yo seguimos conversando y riendo sobre sus anécdotas. Su compañía me hacía sentir más relajada y emocionada por la fiesta de esta noche. Al llegar, recogí algunas cosas que necesitaba y nos dirigimos a mi casa para prepararnos. Una vez en casa, Diego me miró con una sonrisa. —Te dejo para que te alistes con calma. Pasaré por ti a las 8, ¿te parece bien? Asentí, agradecida por su consideración. —Perfecto. Nos vemos a las 8 entonces. Diego se despidió con un abrazo y se fue, dejándome tiempo para prepararme. Me apresuré a elegir un vestido adecuado para la ocasión, algo elegante pero cómodo. Mientras me arreglaba, no podía evitar sentir una mezcla de nervios y emoción. Quería que todo saliera perfecto. Finalmente, estuve lista. Me miré en el espejo una última vez, asegurándome de que todo estuviera en su lugar. Sentí una oleada de confianza y entusiasmo. Estaba lista para disfrutar de la noche. A las 8 en punto, escuché el timbre de la puerta. Abrí y ahí estaba Diego, con una sonrisa radiante. Sus ojos se iluminaron al verme y, por un momento, pareció quedarse sin palabras. —¿Lista? —preguntó finalmente, aunque su voz sonaba un poco más suave de lo habitual. —Lista —respondí, devolviéndole la sonrisa. Diego me miró de arriba abajo, y pude ver la admiración en sus ojos. —Sofía, luces hermosa —dijo, su voz llena de sinceridad. Sentí un rubor en mis mejillas y una cálida sensación en mi interior. Sus palabras me hicieron sentir especial y segura. —Gracias, Diego —dije, tratando de mantener la compostura—. Tú también te ves muy bien. Nos dirigimos de nuevo a la academia, donde la fiesta ya estaba en pleno apogeo. Las luces brillaban y la música llenaba el aire. Al entrar, fui recibida por varios de mis compañeros de la orquesta, quienes me saludaron con entusiasmo. —¡Sofía! —exclamó Ana, una de las violinistas—. ¡Qué bueno verte aquí! ¿Quién es tu acompañante? —Ana, él es Diego —dije, presentándolos—. Diego, ella es Ana, una de mis compañeras de la orquesta. —Mucho gusto, Ana —dijo Diego, estrechando su mano. La noche transcurrió entre risas, música y conversaciones animadas. Diego se integró fácilmente con mis compañeros, y me sentí feliz de verlo disfrutar tanto como yo. Bailamos, charlamos y compartimos anécdotas, creando recuerdos que sabía que atesoraría. En un momento, mientras Diego y yo estábamos en la pista de baile, él me hizo girar con gracia. Fue entonces cuando, al dar una vuelta, noté a Leonardo en una esquina del salón. Sostenía una copa en la mano y su mirada estaba fija en mí, feroz y penetrante. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda al ver la intensidad en sus ojos. Traté de concentrarme en el baile y en la compañía de Diego, pero la presencia de Leonardo me hizo sentir incómoda. No quería que nada arruinara la noche, así que decidí ignorarlo y seguir disfrutando del momento. Diego, ajeno a la situación, continuó bailando conmigo, su sonrisa y su entusiasmo contagiándome. Me aferré a esa energía positiva y dejé que la música me envolviera, tratando de olvidar la mirada de Leonardo. Después de un rato bailando, Diego y yo nos acercamos a un grupo de mis compañeros de la orquesta. La conversación fluyó fácilmente, y todos parecían disfrutar de la compañía y el ambiente festivo. Diego se integró perfectamente. En un momento, sentí la necesidad de tomar un respiro y decidí ir al baño. —Voy al baño —dije, dirigiéndome a Diego y al grupo. —¿Quieres que te acompañe? —preguntó Diego, siempre atento. —No hace falta, estaré bien —respondí con una sonrisa. Me dirigí al baño y, una vez dentro, me quedé observando mi reflejo en el espejo. Sentía una inquietud que no podía ignorar. La presencia de Leonardo en la fiesta, su mirada intensa, me había dejado intranquila. Me preguntaba qué significaba todo eso y por qué me afectaba tanto. Respiré hondo, tratando de calmarme. No quería que nada arruinara la noche, especialmente cuando estaba disfrutando tanto con Diego y mis compañeros. Me recordé a mí misma que estaba allí para celebrar y que debía concentrarme en lo positivo. Mientras me retocaba el maquillaje en el baño, escuché la puerta abrirse. Sin levantar la vista. —Está ocupado. Sin embargo, escuché pasos acercándose y el sonido del seguro de la puerta cerrándose. Un escalofrío recorrió mi espalda. Me giré rápidamente y el aire de mis pulmones me abandonó al ver quién era: Leonardo. —¿Qué haces aquí? —pregunté, confundida y asustada. Leonardo se acercó a mí con pasos lentos y una mirada feroz. —¿A qué estás jugando? —dijo, su voz llena de enojo. —Necesito regresar —respondí, intentando pasar a su lado para salir. Pero Leonardo me agarró del brazo y me arrinconó contra el tocador. Sofocada por el espacio y nerviosa, levanté la mirada y me perdí en esos ojos grises que, aunque odiaba admitirlo, me encantaban. Sin embargo, en su mirada se podía apreciar enojo. Leonardo me sostuvo la mandíbula con firmeza. —No vas a regresar con ese mojigato. Si tu plan era ponerme celoso, déjame decirte que has fracasado. Ese don nadie no estará a mi altura —dijo, acercándose peligrosamente a mi cara. Quería besarlo, pero al procesar lo que había dicho, fruncí el ceño e intenté apartarlo, sin éxito. —Yo no he planeado nada. No te sientas tan importante. Y ese mojigato que dices tú es mucho más hombre que tú —dije, mirándolo directamente a los ojos. Leonardo apretó la mandíbula y su mano que sujetaba mi cara. En un movimiento rápido, me volteó, dejándome frente al espejo con él detrás de mí. Me agarró del cuello, obligándome a no apartar la mirada del reflejo. —¿Estás segura de que él te hace sentir más mujer? ¿Qué te hace sentir lo que yo hago? —me susurró al oído mientras apretaba su agarre en mi cintura. Me sentía nerviosa, pero a la vez, una sensación de deseo incontrolable comenzaba a crecer en mi interior. Leonardo se acercó a mí, susurrándome al oído, Hasta aquí puedo ver tu deseo. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. Su aliento cálido en mi oído me hacía temblar. Leonardo comenzó a bajar sus manos, acercándose a mi intimidad. — Yo sé que ese mojigato nunca te hará mojarte a chorros— dijo con una sonrisa pícara. Me sentí avergonzada, pero a la vez, excitada. Cuando su mano llegó a mi entrepierna, sentí una oleada de calor. Leonardo notó lo húmeda que estaba y sonrió. — Como ahorita, con solo susurrándote, estás mojada para mí. — Eres tan hermosa, Sofi. — me dijo, su voz baja y sensual. Me sentí como si estuviera cayendo en un abismo, sin poder parar mientras él me acariciaba por encima de mi ropa interior. Pero de repente, volví en sí y recordé lo que él me había dicho en el parque. Enojada, aparté su mano y me alejé de él. —No te acerques a mí — le dije con firmeza. — Me das pena. Te creía diferente. Con eso, agarré mi pequeña bolsa y salí del baño, dejando a Leonardo solo y confundido. Lo miré mientras me alejaba, y vi la sorpresa en su rostro. No entendía qué había pasado, pero yo sí. Había recordado quién era realmente.Después de salir del baño, me dirigí de regreso a la fiesta, intentando olvidar lo que había pasado con Leonardo. Me sentía confundida y un poco nerviosa, pero también aliviada de haberme alejado de él.Cuando llegué a la pista de baile, vi a Diego bailando con Ana, una de mis compañeras de la orquesta. Me sonrió al verme y me hizo un gesto para que me uniera a ellos. Me sentí agradecida de verlo y me uní al baile.Diego me tomó la mano y me acercó a él.—¿Estás bien? —me preguntó, mirándome con preocupación.—Sí, estoy bien —le respondí, sonriendo—. Solo necesitaba retocarme un poco el maquillaje.Diego me creyó y continuamos bailando. Me sentía segura y protegida a su lado, y la música y la risa de los demás me ayudaron a olvidar lo que había pasado con Leonardo.Pero justo cuando pensaba que la noche iba a seguir sin incidentes, vi a Leonardo de nuevo. Esta vez, estaba en la barra, bebiendo un trago y mirándome con una expresión que me heló la sangre.Me sentí un escalofrío recorre
Diego y yo salimos de la academia y nos dirigimos a un café cercano para relajarnos después del ensayo. La tarde estaba fresca y agradable, y el ambiente del café era acogedor. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana, desde donde podíamos ver la calle llena de vida.—Me alegra que hayas venido al ensayo —dije, sonriendo a Diego mientras tomábamos asiento—. Tu presencia me dio mucha confianza.Diego sonrió y tomó un sorbo de su café.—Me alegra escuchar eso. Disfruté mucho viéndote tocar. Eres increíble, Sofía.Sentí un rubor en mis mejillas y bajé la mirada, agradecida por sus palabras.—Gracias, Diego. Significa mucho para mí.Pasamos un rato conversando sobre la música y nuestros planes para el futuro. Diego me contó sobre algunos proyectos en los que estaba trabajando, y yo le hablé de mis expectativas para la temporada con la orquesta. Su entusiasmo y apoyo me hacían sentir más segura y motivada.De repente, Diego cambió de tema, su expresión se volvió un poco más seria.—Sofí
Mientras caminaba hacia la puerta de mi casa, sentí una mezcla de emociones: enojo, confusión y algo más que no podía identificar. Me detuve antes de entrar y me giré para mirar a Leonardo, que seguía sentado en el coche, observándome con una expresión de arrepentimiento.Nos quedamos en silencio por un momento, simplemente mirándonos. Finalmente, Leonardo cambió su expresión endureciéndose. Sin decir una palabra más, se giró y encendió el motor, y justo cuando iba a abrir la puerta de mi casa, escuché el chirrido de las llantas del coche de Leonardo al alejarse rápidamente.Me quedé inmóvil por un momento, sintiendo una mezcla de tristeza y esperanza. Sabía que la noche había sido un torbellino de emociones y que las cosas no serían fáciles de ahora en adelante. Entré a mi casa, cerrando la puerta detrás de mí, y me apoyé contra ella, dejando escapar un suspiro. La incertidumbre sobre lo que vendría después me pesaba, pero también sentía una extraña sensación de alivio.Caminé hacia
Ajusté mi violín y cerré los ojos, dejando que la música fluyera a través de mí. Estaba decidida a ganar el concurso de música clásica que se acercaba, y sabía que mi mayor rival sería Leonardo, el pianista arrogante que siempre parecía creer que era el mejor. Mientras ensayaba, recordé la última vez que me enfrenté a Leonardo en un concurso. Él había ganado, pero yo estaba determinada a no dejar que eso volviera a suceder. De repente, escuché el sonido de un piano proveniente de la sala de ensayo vecina. Abrí los ojos y sonreí con ironía. Era Leonardo, ensayando como siempre. Me sentí motivada para ensayar aún más, para demostrarle a Leonardo que yo era la mejor. Pero mientras tocaba, no podía sacudirme la sensación de que Leonardo estaba escuchando, observando, esperando a que cometiera un error. Me concentré en la música, intentando bloquear la sensación de que Leonardo estaba observándome. Pero no podía evitar sentirme incómoda, como si él estuviera esperando a que fallara. D
Después de nuestro breve descanso, Valeria y yo decidimos dar un paseo por la academia, disfrutando del aire fresco y el sonido de las hojas bajo nuestros pies. Era un alivio bienvenido después de la intensidad de la práctica. —¿Sabes? —dijo Valeria, rompiendo el silencio—. Creo que deberías considerar hablar con el profesor Martínez sobre Leonardo. No es justo que tengas que lidiar con esto sola. Suspiré, sabiendo que tenía razón, pero también sintiendo la carga de la situación. —Lo sé, Valeria. Pero no quiero causar problemas. Además, el concurso es en unos días y no quiero distraerme. Valeria me miró con seriedad. —Sofía, tu bienestar es más importante que cualquier concurso. Si Leonardo sigue molestándote, necesitas hacer algo al respecto. Asentí, agradecida por su preocupación. —Prometo que lo pensaré. Pero por ahora, necesito concentrarme en la música. Ella sonrió y me dio un ligero empujón en el hombro. —Está bien, pero no lo dejes pasar demasiado tiempo. Continuamos cami
Me desperté temprano, sintiendo una mezcla de emociones en el estómago. El concurso estaba a solo un día de distancia, y me sentía más nerviosa que nunca. Me levanté de la cama y comencé a prepararme para el día, tratando de enfocarme en los detalles finales de mi presentación. Mientras me vestía, mi mente comenzó a divagar hacia todos los posibles errores que podía cometer en el escenario. Terminé de alistarme. Esta vez opté por unos jeans y una sudadera de color rojo junto unos tenis de color blanco, y tomé mi estuche con mi violín dentro y me dirigí a la academia. Mientras ensayaba mi pieza en la sala de práctica, no podía evitar sentir que algo estaba mal. Mi violín sonaba desafinado, y mis dedos parecían tener vida propia. Me detuve y tomé un profundo respiro, tratando de calmar mis nervios. "¿Qué pasa contigo, Sofía?", me pregunté a mí misma. "Has practicado durante meses, y sabes que estás lista. ¿Por qué te sientes tan insegura?" Me senté en una silla, cerré los ojos y tra
El día del concurso finalmente había llegado. Me desperté temprano, sintiendo una mezcla de emociones en mi estómago. Me levanté de la cama y comencé a prepararme para el día, tratando de enfocarme en los detalles finales de mi presentación. Mientras me vestía y desayunaba, no podía evitar pensar en todo lo que había trabajado para llegar a este momento. Los meses de práctica, las horas de ensayo, las dudas y los miedos... todo había llevado a este instante. Llegué al auditorio donde se llevaría a cabo el concurso y vi a muchos estudiantes y profesores reunidos. Mi corazón latía con fuerza mientras buscaba a Valeria y a mis otros amigos en la multitud. De repente, escuché una voz detrás de mí. —Sofía, ¡buena suerte! —Era Leonardo, mi rival. Me di la vuelta y lo miré, tratando de sonreír. Pero su sonrisa burlona me hizo sentir un escalofrío. Parecía disfrutar de mi nerviosismo. —Gracias, Leonardo. Tú también —respondí, tratando de parecer confiada. Pero su sonrisa me hizo duda
Después de que Leonardo terminó su presentación, el jurado se retiró a deliberar. Me sentí ansiosa, preguntándome quién sería el ganador. Valeria me tomó la mano y me sonrió. —No importa lo que pase, Sofía, tú ya has ganado —me dijo. Sonreí, agradecida por su apoyo. Pero dentro de mí, sabía que quería ganar. Quería saber que mi esfuerzo y dedicación habían valido la pena. Finalmente, el jurado regresó y el presidente del concurso se acercó al micrófono. —Y el ganador del concurso es... —hizo una pausa dramática— Leonardo. Me sentí un golpe en el estómago. No podía creerlo. Leonardo se levantó de su asiento, sonriendo, y se acercó al escenario para recibir su premio. Me levanté de mi asiento, tratando de sonreír y parecer feliz por él. Pero dentro de mí, sentía una mezcla de emociones: decepción, frustración y una sensación de que no había sido suficiente. Valeria me apretó la mano con fuerza. —Sofía, lo hiciste increíble. No dejes que esto te desanime. Asentí, aunque las