| 𝐋𝐀 𝐒𝐎𝐌𝐁𝐑𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐃𝐔𝐃𝐀

Al entrar, no pude contener mi emoción al ver a mis papás y mi amiga Sofía, junto con los profesores Martínez y thomson y corrí a abrazar a mi profesor.

—Gracias, profe, por confiar en mí. Si no hubiera sido por su ayuda en estos años, no estaría aquí —dije, con lágrimas en los ojos.

Martínez sonrió y me abrazó con calidez.

—No, Sofía, las gracias se las dé a usted misma. Es por su esfuerzo y dedicación. Eres muy talentosa.

Me retiré, sonriendo, y me acerqué a mis padres y Valeria, que me recibieron con un abrazo y me felicitaban efusivamente. Sentía una mezcla de orgullo y alivio, como si un peso enorme se hubiera levantado de mis hombros.

Mientras tanto, vi a Leonardo acercarse a Thomson, quien le dijo:

—Estuviste excelente, Leonardo. Me encantó tu interpretación.

Pero antes de que Thomson pudiera continuar, el papá de Leonardo intervino, con una expresión de desaprobación.

—¿Excelente? Pudo haberlo hecho mucho mejor. Para eso le pago, para que no le enseñe a mi hijo a conformarse con eso.

La felicidad en el camerino se desvaneció gradualmente a medida que el padre de Leonardo comenzó hablar, su voz crítica y desaprobatoria cortando el aire como un cuchillo.

Leonardo, molesto por la intervención de su padre, lo interrumpió.

—Papá, no es necesario. Ya sé que puedo mejorar, pero esto es un logro importante para mí.

El papá de Leonardo se volvió hacia él, con una mirada crítica.

—¿Un logro importante? No es suficiente. Debes ser el mejor, siempre.

La tensión en el camerino era palpable. Me acerqué a Leonardo, preocupada por mi amigo.

—Leonardo, no le hagas caso. Lo hiciste genial.

Pero el papá de Leonardo no se detuvo.

—No, Sofía, no entiendes. Mi hijo tiene un talento increíble, y no voy a dejar que se desperdicie. — se dirigió a Leonardo.— Te lo dije desde un principio, esa violinista solo te iba a hacer conformista al quedarte en ese ritmo.

Sentí un hueco en el estómago por lo que dijo el papá de Leonardo. Mi papá intervino y le dijo:

—¿Pero de qué habla, señor? Los dos muchachos estuvieron excelentes. Su interpretación les fascinó a todo el mundo. Esas no son maneras de dirigirse a los muchachos.

El papá de Leonardo se rio sarcásticamente.

—No puedo tolerar este ambiente de conformistas —y con eso se retiró del camerino furioso, dejando un ambiente muy tenso.

Me acerqué a Leonardo, que tenía la mirada fija en el suelo. Coloqué mi mano en su hombro y lo saqué de su trance. Volteó a verme, sonriéndome, pero esa sonrisa no llegaba a sus ojos. En sus ojos se podía notar tristeza y mucha frialdad.

—No le hagas caso, Leonardo. Todos sabemos que estuviste excelente. Eres un gran pianista. Claro que puedes dar mucho más, eres muy talentoso, pero esta noche estuviste fabuloso. Eres un gran compañero.

Le sonreí, y Leonardo se quedó mirándome. Bajó su mirada a mis labios y tragó saliva antes de regresar la mirada a mis ojos. Volteó hacia la gente.

—Estoy bien, Sofía, no te preocupes. Sé que hicimos un excelente trabajo los dos —luego, me miró a los ojos y me susurró—: Somos un gran equipo —y me sonrió.

No sabía qué había pasado, pero sentía un remolino en mi interior.

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