| 𝐋𝐀 𝐂𝐄𝐋𝐄𝐁𝐑𝐀𝐂𝐈𝐎́𝐍

El sol de la mañana se filtraba por las cortinas, despertándome lentamente. Me quedé un momento mirando el techo, tratando de procesar los eventos de la noche anterior. De repente, escuché el sonido de un mensaje en mi celular.

Alcancé el teléfono en la mesa junto a mi cama y vi que era un mensaje de Valeria.

"¡Fiesta de celebración esta noche a las 8! 🎉🎉 Sofía, tú y Leonardo ganaron la competencia, ¡tenemos que festejar!"

Hice una mueca. Aunque estaba feliz por haber ganado, no estaba de humor para una fiesta. Le respondí a Valeria.

"No lo sé, Valeria. No estoy de humor para fiesta."

La respuesta de Valeria llegó de inmediato.

"¡Déjate de cosas! Esta fiesta es por tu gran esfuerzo y dedicación. ¡Necesitas festejarlo! No acepto un no por respuesta."

Suspiré y le contesté.

"Está bien."

Luego lancé el celular de vuelta a la mesa y me dejé caer en la cama, mirando el techo. No sabía si estaba lista para enfrentar a Leonardo de nuevo, pero tal vez la fiesta sería una oportunidad para aclarar mis pensamientos.

Luego lancé el celular de vuelta a la mesa y me dejé caer en la cama, mirando el techo. No sabía si estaba lista para enfrentar a Leonardo de nuevo, pero tal vez la fiesta sería una oportunidad para aclarar mis pensamientos.

Pasé toda la tarde en mi habitación viendo películas, tratando de distraer mi mente. Mis padres habían salido por la mañana a visitar a unos familiares y no regresarían hasta el día siguiente en la noche. No había querido ir con ellos, necesitaba tiempo para mí misma.

Al ver la hora, me di cuenta de que ya eran las seis de la tarde. Decidí que era momento de levantarme y darme un baño para comenzar a alistarme para la fiesta. El agua caliente del baño me relajó, y el vapor llenó el baño con un aroma a lavanda del gel de ducha. Al salir, me coloqué mi bata y me dirigí al tocador.

Me senté frente al espejo y comencé a desenredar mi cabello con cuidado. El sonido del cepillo deslizándose por mi cabello mojado era casi hipnótico. Luego, lo sequé con el secador, sintiendo el calor en mi cuero cabelludo. Decidí planchármelo para que quedara liso y brillante.

Después, me maquillé con un estilo sencillo, resaltando mis labios con un rojo intenso que contrastaba con mi piel. Me acerqué al clóset y decidí ponerme algo sexy: una falda de cuero súper corta, una blusa tipo corset blanca que resaltaba mis pechos, una cazadora negra y unas botas blancas. Antes de vestirme, me puse una lencería negra que me hacía sentir poderosa y segura.

Tomé una pequeña bolsa blanca y me miré en el espejo de cuerpo completo. Sonreí con la imagen que veía reflejada; me sentía hermosa y sexy. Miré la hora en mi celular y vi que ya eran las ocho. Le pedí la ubicación a Valeria y, cuando me la mandó, pedí un Uber con esa dirección. Mientras esperaba, sentí una mezcla de nervios y emoción. No sabía qué esperar de la noche, pero estaba decidida a disfrutarla.

El Uber llegó y me subí. Durante el trayecto, me sentí un poco ansiosa, pero traté de calmarme escuchando música. Las melodías suaves y familiares me ayudaron a relajarme, aunque mi mente seguía dando vueltas a lo que podría pasar en la fiesta.

Al llegar, me bajé del auto y me dirigí hacia la entrada. La música y las luces me envolvieron de inmediato, creando una atmósfera vibrante y un poco abrumadora. El aire estaba cargado con el olor a perfume y a la mezcla de bebidas derramadas. Sentí un nudo en el estómago, pero entonces vi a Valeria, que me esperaba con una sonrisa en la puerta.

—¡Sofía, estás hermosa y muy sexy! —exclamó Valeria, acercándose para darme un abrazo.

Me reí, sintiéndome un poco más segura.

—Gracias, Valeria.

De repente, vi a Leonardo acercándose. Su sonrisa era deslumbrante y me hizo sentir un remolino en el interior. Traté de ignorarlo y le sonreí.

—Hola, Sofía. Bienvenida a nuestra fiesta —dijo Leonardo, con esa voz que siempre lograba desarmarme.

—Nos la merecíamos —le respondí, tratando de sonar casual.

—Claro que sí —asintió él—. Iré a saludar a unos amigos. Más tarde nos vemos.

Asentí, levantando una ceja, un poco disgustada por su falta de atención.

¿Había sido tan tonta como para confundir las cosas?

Alejé esos pensamientos. Esta noche iba a disfrutar.

Valeria me tomó del brazo.

—Vamos por bebidas.

Nos dirigimos a la barra, donde nos dieron dos vasos de cerveza. Le di un buen trago, sintiendo el líquido frío bajar por mi garganta, y Valeria me jaló hacia la pista de baile. Me dejé llevar, riendo, mientras la música pulsaba a nuestro alrededor y las luces de colores bailaban sobre nuestras cabezas.

La música retumbaba en mis oídos, una mezcla de ritmos electrónicos y voces distorsionadas que me hacían sentir viva. Mientras bailaba, me sentí libre y feliz, olvidando por un momento mis sentimientos hacia Leonardo. Valeria, mi mejor amiga, me gritaba al oído.

—¡Esto es lo que necesitabas, Sofía! Olvidarte de todo y divertirte.

Asentí, sonriendo, y seguí moviéndome al compás de la música, dejando que el ritmo me llevara.

El ambiente estaba cargado de energía. Las luces de colores parpadeaban, creando sombras y destellos en la multitud que se movía frenéticamente. El aire estaba impregnado de una mezcla de perfume, sudor y la inconfundible esencia del alcohol. Podía sentir el calor de los cuerpos a mi alrededor, todos unidos en una danza colectiva de liberación.

De repente, sentí una mano en mi hombro. Me di la vuelta y vi a un chico guapo sonriendo hacia mí.

—Hola, soy Mateo —dijo, su voz apenas audible sobre la música—. No pude evitar notarte en la pista de baile. Estás increíble.

Me sonrojé y me reí, sintiendo una mezcla de timidez y emoción.

—Gracias, Mateo. Soy Sofía —respondí, tratando de mantener la compostura.

Mateo y yo comenzamos a bailar juntos. Sentía el alcohol en mi sistema, haciendo que mis movimientos fueran más fluidos y despreocupados. Me acerqué más a él, sintiendo su calor y su energía. Sus manos se posaron suavemente en mi cintura, guiándome al ritmo de la música. A mi lado, Valeria también estaba bailando muy pegada a un amigo de Mateo, ambos riendo y disfrutando del momento.

La conexión entre Mateo y yo era palpable. Cada movimiento, cada mirada, parecía sincronizado. Me perdí en sus ojos, en la sensación de sus manos en mi piel, en la música que nos envolvía. Por un momento, todo lo demás desapareció. No había Leonardo, no había preocupaciones, solo Mateo y yo, bailando en medio de la multitud.

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