| 𝐋𝐀 𝐑𝐈𝐕𝐀𝐋𝐈𝐃𝐀𝐃 𝐂𝐑𝐄𝐂𝐈𝐄𝐍𝐓𝐄/ 𝐔𝐍 𝐂𝐎𝐍𝐂𝐈𝐄𝐑𝐓𝐎 𝐈𝐍𝐄𝐒𝐏𝐄𝐑𝐀𝐃𝐎

Me levanté temprano, decidida a llegar puntual a la academia para nuestro ensayo. Me puse mi blusa blanca de seda y mi falda negra, que me hacía sentir elegante y segura. Mi cabello castaño oscuro caía en suaves ondas sobre mis hombros, y mis ojos verdes brillaban con determinación.

Llegué a la academia y encontré a Leonardo ya sentado al piano, con una expresión de concentración en su rostro.

Leonardo

Cuando llegué a la casa de Sofía para recogerla, me sorprendió verla salir vestida de una manera que nunca había visto antes. Llevaba un vestido hasta las rodillas y un recogido que resaltaba su belleza. Se veía diferente, más elegante y sofisticada. Me quedé un momento sin palabras, admirando su transformación.

Sofía

Me sentía nerviosa cuando Leonardo llegó a mi casa para recogerme. Me había esforzado por vestirme de una manera especial para la ocasión, y estaba ansiosa por ver su reacción. Cuando subí al coche, no pude evitar observarlo. Leonardo es un chico atractivo, con unos ojos grises que parecen ver derecho a través de ti. Su cabello oscuro y despeinado le da un aire de misterio. Pero es su sonrisa lo que realmente me hace sentir incómoda. Es como si supiera un secreto que yo no sé.

Esa noche, Leonardo y yo nos sentamos en la sala de conciertos, esperando a que Alejandro y Gabriela subieran al escenario.

El ambiente estaba cargado de emoción y anticipación. Las luces tenues y el murmullo del público creaban una atmósfera casi mágica. Sentía una mezcla de nervios y curiosidad. Cuando las luces se atenuaron y el escenario se iluminó, mi corazón comenzó a latir más rápido.

Alejandro y Gabriela subieron al escenario con una confianza palpable. Desde el primer acorde, supe que estábamos presenciando algo especial. La química entre ellos era innegable; se complementaban perfectamente, y su música era emocionante y apasionada. Cada nota parecía contar una historia, y no pude evitar sentirme inspirada y, al mismo tiempo, un poco celosa.

Miré a Leonardo y vi la admiración reflejada en sus ojos.

—Son increíbles —susurré, sin apartar la vista del escenario.

—Sí, lo son —respondió él, igualmente impresionado.

A medida que el concierto avanzaba, no podía dejar de pensar en cómo ellos lograban esa sincronización perfecta.

Sabía que Leonardo y yo éramos buenos, pero no entendía por qué no podíamos alcanzar ese nivel de conexión. Me frustraba ver cómo, a pesar de nuestro talento individual, no podíamos ser tan buenos juntos como Alejandro y Gabriela. Noté que Leonardo también compartía mi frustración.

Después del concierto, mientras esperábamos a que la multitud se dispersara, Leonardo y yo comenzamos a hablar sobre la música y nuestros propios objetivos. Fue la primera vez que hablamos sin la tensión y la frustración del ensayo.

—Me encanta la música —dije, sonriendo—. Me hace sentir viva.

Leonardo asintió, devolviéndome la sonrisa. —A mí también. Me ayuda a expresar mis emociones.

En ese momento, Alejandro y Gabriela salieron del escenario, aún radiantes por su impresionante actuación, y se acercaron a nosotros con una sonrisa confiada.

—Bueno, ¿qué les pareció el show? —preguntó Alejandro, con un tono arrogante.

Me encogí de hombros, tratando de mantener la calma.

—Fue bueno, pero no impresionante.

Gabriela frunció el ceño, claramente ofendida.

—¿No impresionante? ¡Fue increíble! ¡No pueden competir con eso!

Leonardo se unió a mí, y por primera vez sentí una conexión con él que nunca había sentido antes.

—No necesitamos competir con ustedes —dijo, con una sonrisa tranquila—. Tenemos nuestro propio estilo y talento. Alejandro se rió, despectivo.

—¿Estilo y talento? ¡Ja! ¡No tienen nada que ofrecer! Sentí la ira burbujear dentro de mí, pero mantuve la compostura.

—Eso lo veremos en el concurso —dije, con una sonrisa fría.

La tensión entre nosotros cuatro se intensificó. Leonardo y yo nos miramos, y supe que estábamos listos para enfrentar a nuestros rivales. Por primera vez, estábamos uniéndonos como equipo, y eso nos daba una nueva fuerza.

Comencé a afinar mi violín, preparándome para el ensayo.

Justo cuando empezamos a tocar, los profesores entraron en la sala.

Escucharon atentamente durante unos minutos antes de interrumpirnos.

—Es bueno, pero no están en sincronía —dijo uno de los profesores—. Necesitan trabajar en su comunicación y coordinación.

Leonardo saltó de su asiento, su rostro enrojecido.

—Es obvio que Sofía no puede seguirme el paso —dijo con desdén—. Está por debajo de mí.

Me sentí enojada y herida por sus palabras.

—¿Cómo te atreves? —comencé a decir—. El que se la pasa equivocándose eres tú, no yo. Y los profesores pueden verlo.

Los profesores intervinieron, sugiriendo que necesitábamos conocer más sobre el otro para trabajar en equipo.

—Deben dejar la rivalidad y la arrogancia entre ustedes dos —dijo uno de ellos—. Son un equipo ahora, y si siguen así, no ganarán el concurso.

Me sentí incrédula.

—No necesito conocerlo para saber cómo es —dije—. Es una persona con aires de superioridad esa arrogancia que no deja que vea sus propios errores.

Leonardo me atacó, su voz alta y furiosa.

—Lo mismo digo, no ocupo conocerla porque ya sé que es una niña débil y conformista.

Los profesores nos miraron con preocupación, sabiendo que teníamos un largo camino por recorrer para trabajar en equipo.

—Les sugiero que comiencen a conocerse más —dijo uno de ellos—. Vayan a tomar un café juntos, o algo así. Necesitan dejar la rivalidad y la arrogancia entre ustedes dos.

Leonardo se encogió de hombros, su expresión de indiferencia clara.

—Ni hablar —dijo, cruzando los brazos—. No necesito conocerla mejor para tocar música con ella.

—Lo mismo digo —agregué yo, sintiendo una mezcla de alivio y frustración—. No veo por qué tenemos que hacerlo.

Los profesores se miraron entre sí, claramente decepcionados.

—Les estamos diciendo que es necesario para que puedan trabajar en equipo —dijo uno de ellos, con un suspiro—. No pueden seguir tocando como si estuvieran en diferentes mundos.

Leonardo se encogió de hombros nuevamente.

—No es nuestro problema si no podemos tocar juntos. No necesitamos ser amigos para hacer música.

Me sentí tentada a agregar algo, pero me mordí la lengua. No quería darle la razón a Leonardo, pero tampoco quería parecer débil.

Los profesores suspiraron y se dieron por vencidos.

—Muy bien, si no quieren hacerlo, no lo harán. Pero no se quejen después si no ganan el concurso.

La tensión en la sala era palpable. Me sentí como si estuviera en una batalla perdida, y no sabía cómo salir de ella.

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