| 𝐋𝐀 𝐂𝐎𝐋𝐀𝐁𝐎𝐑𝐀𝐂𝐈𝐎́𝐍

Entré en la cocina de mi casa, donde mis padres ya estaban sentados a la mesa, listos para cenar. Me senté en mi lugar habitual y comencé a servirme la comida.

—¿Cómo te fue hoy, hija? —preguntó mi madre, mientras me sonreía.

—Bien, mamá —respondí—. Tuve una reunión con los profesores Martínez y Thompson.

Mi padre se interesó.

—¿Y qué pasó?

Respiré profundamente antes de anunciar la noticia.

—Me pidieron que colabore con Leonardo en un proyecto especial para la próximo competencia de la academia.

Mis padres se miraron entre sí, sorprendidos, y luego volvieron a mirarme con sonrisas de felicidad.

—¡Eso es increíble, Sofía! —exclamó mi madre—. Estamos tan orgullosos de ti. Es una gran oportunidad para ti y para tu carrera musical.

—Es un desafío —agregué—. Pero estoy dispuesta a intentarlo.

Mi padre asintió.

—Sí, hija. Tienes mucho talento y esta es una oportunidad perfecta para demostrarlo. Estamos seguros de que lo harás muy bien.

Me sentí emocionada y agradecida por el apoyo de mis padres.

—Gracias, papá. Mamá. Me siento un poco nerviosa, pero también emocionada. Espero poder hacerlo bien.

Mi madre me abrazó.

—Lo harás, hija. Tienes nuestra confianza y nuestro apoyo. ¡Buena suerte!

Y así, me sentí más motivada y segura para enfrentar el desafío.

Al día siguiente, llegué a la sala de ensayo de la academia, lista para mi primer encuentro con Leonardo. Estaba un poco nerviosa, pero también emocionada de empezar a trabajar en el proyecto. La sala estaba iluminada por la luz del sol que entraba por las grandes ventanas, creando un ambiente cálido y acogedor.

Leonardo ya estaba allí, sentado al piano, con una partitura abierta frente a él. Me acerqué y me senté en la silla que había traído, sacando mi violín del estuche con cuidado. Sentí el peso de su mirada, aunque él no levantó la vista de inmediato.

—Hola —dijo Leonardo finalmente, sin mirarme.

—Hola —respondí, intentando sonar amigable mientras ajustaba las cuerdas de mi violín.

Leonardo finalmente me miró, con una expresión seria y concentrada.

—Empecemos. Tengo algunas ideas para la pieza. Quiero que sea algo innovador y revolucionario.

Asentí, aunque ya podía sentir la tensión en el aire.

—Estoy de acuerdo, pero también creo que debemos considerar la cohesión y la armonía en la pieza.

Leonardo se encogió de hombros, su desdén evidente.

—La armonía es aburrida. Quiero algo que rompa las reglas.

Fruncí el ceño, tratando de mantener la calma.

—Pero si no hay armonía, la pieza no tendrá sentido.

Leonardo se rió, una risa corta y sarcástica.

—Tú solo quieres hacer lo mismo de siempre. Yo quiero innovar.

Respiré hondo, recordando las palabras de apoyo de mis padres la noche anterior. No iba a dejar que su arrogancia me desanimara.

—No se trata de hacer lo mismo de siempre, Leonardo. Se trata de crear algo que sea memorable y que toque a la audiencia. La innovación y la armonía no son mutuamente excluyentes.

Leonardo me miró con una mezcla de sorpresa y desafío.

—Veremos si puedes mantener esa postura cuando empecemos a trabajar de verdad.

Me preparé, colocando el violín bajo mi barbilla, lista para enfrentar el desafío que teníamos por delante.

—Estoy lista cuando tú lo estés.

Probamos varias melodías, pero siempre terminábamos quejándonos de que uno iba muy adelantado o de que el otro no seguía el ritmo adecuado. La frustración comenzaba a hacerse palpable en el ambiente.

—Leonardo, creo que deberías ralentizar un poco en esta parte —sugerí, tratando de mantener la calma.

—Sé lo que estoy haciendo, Sofía —respondió él, con un tono cortante—. Si sigues mi ritmo, todo encajará.

Suspiré, intentando no dejarme llevar por la irritación.

—No se trata solo de seguir tu ritmo. Necesitamos encontrar un equilibrio.

Leonardo me miró con desdén.

—El equilibrio es para los mediocres. Yo busco la excelencia.

Apreté los labios, sintiendo cómo la tensión aumentaba.

—La excelencia también requiere colaboración. No podemos seguir así, peleando por cada nota.

Él se levantó del piano, cruzando los brazos.

—Entonces, ¿qué sugieres? ¿Que me adapte a tu estilo?

Negué con la cabeza, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—Sugiero que encontremos un punto medio. Algo que combine nuestras fortalezas.

Leonardo bufó, pero volvió a sentarse al piano.

—Está bien, intentémoslo a tu manera. Pero no prometo nada.

Tomé mi violín y comenzamos de nuevo, esta vez tratando de escuchar más al otro, de encontrar ese equilibrio que tanto necesitábamos. Pero cada vez que parecía que estábamos avanzando, surgía un nuevo desacuerdo.

—Sofía, esa nota debería ser más suave —dijo Leonardo, interrumpiendo la melodía.

—Estoy tocando como se indica en la partitura —respondí, tratando de no sonar defensiva.

—La partitura no lo es todo. Hay que sentir la música —insistió él.

—Y yo la siento, Leonardo. Solo que de una manera diferente a la tuya.

Nos miramos en silencio, ambos conscientes de la dificultad de nuestra colaboración. Pero también sabíamos que, si lográramos superar nuestras diferencias, podríamos crear algo verdaderamente especial.

—Vamos a intentarlo de nuevo —dije finalmente, levantando el arco del violín.

Leonardo asintió, colocando sus manos sobre las teclas del piano.

—De acuerdo. Una vez más.

Comenzamos a tocar, y aunque las tensiones seguían presentes, había un cambio sutil en nuestra dinámica. Cada uno de nosotros estaba haciendo un esfuerzo consciente por escuchar y adaptarse. Las notas empezaron a fluir con más armonía, y por primera vez, sentí que estábamos en el camino correcto.

Pero entonces, Leonardo se detuvo abruptamente, su expresión endurecida.

—No puedo seguir así, Sofía. Esto no está funcionando —dijo, levantándose del piano.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, sintiendo un nudo en el estómago.

—Nuestros estilos son demasiado diferentes. No hay manera de que podamos encontrar un punto medio —respondió, su voz cargada de frustración.

—¿Entonces te rindes? —mi voz temblaba ligeramente.

—No es rendirse. Es aceptar que esto no va a funcionar —dijo, antes de salir de la sala, dejándome sola con mi violín y una sensación de vacío.

Me quedé allí, mirando la puerta por donde Leonardo había salido, sintiendo una mezcla de frustración y tristeza.

Habíamos intentado tanto, pero nuestros egos y diferencias parecían insuperables. La sala de ensayo, que antes estaba llena de música y esperanza, ahora se sentía vacía y fría.

Me acerqué al piano y pasé los dedos por las teclas, recordando los momentos en que habíamos logrado sincronizarnos, aunque fueran breves. La música tenía el poder de unirnos, pero también de separarnos. Me senté en el banco del piano, dejando el violín a un lado, y cerré los ojos, tratando de calmar mis pensamientos.

¿Por qué tenía que ser tan difícil? Sabía que Leonardo era talentoso, pero su obstinación y mi propia terquedad nos estaban llevando al borde del abismo. Me pregunté si realmente valía la pena seguir intentándolo. ¿Podríamos alguna vez encontrar ese equilibrio que tanto anhelábamos?

Abrí los ojos y miré la partitura frente a mí. Las notas parecían burlarse de mí, recordándome nuestras fallas. Pero también me recordaban por qué había comenzado este viaje en primer lugar: la pasión por la música, el deseo de crear algo hermoso y único.

Tomé una profunda respiración y me levanté del banco. No podía rendirme ahora. Tal vez necesitábamos un tiempo separados para reflexionar y encontrar una nueva perspectiva. Tal vez, después de todo, podríamos volver a intentarlo con una mente más abierta y un corazón más dispuesto a colaborar.

Guardé mi violín en su estuche y salí de la sala, dejando atrás la tensión y la frustración. Mientras caminaba por el pasillo, me prometí a mí misma que no dejaría que este fracaso definiera mi amor por la música. La excelencia no solo se trata de perfección técnica, sino también de aprender a trabajar juntos, de encontrar armonía en medio del caos.

Quizás, algún día, Leonardo y yo podríamos volver a intentarlo. Pero por ahora, necesitábamos espacio para crecer y entendernos a nosotros mismos. Y eso también era parte del camino hacia la excelencia.

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