Maximiliano Valenti, un cirujano pediatra frío y ambicioso, está listo para dejar Londres y comenzar de nuevo en Valtris, dejando atrás un pasado que preferiría olvidar. Pero en su última noche en la ciudad, conoce a una mujer misteriosa de cabello rojizo que irrumpe en su vida con audacia. Lo que parece una noche efímera e intensa se convierte en un evento que cambiará su destino para siempre. Ariadna Valdés, una estudiante brillante, despierta en una cama desconocida, junto a un hombre al que jamás ha visto, y sin recuerdos claros de cómo llegó allí. Su mundo perfecto comienza a derrumbarse cuando descubre que su hermana gemela, Aisha, la ha traicionado de la peor manera: haciéndose pasar por ella, enamorando a Maximiliano y orquestando una trampa para arruinar su vida. Abandonada por su novio debido a aquella grave infidelidad, perdiendo su beca para estudiar medicina en Estados Unidos, con su vida arrojada al suelo y enfrentando un embarazo inesperado de trillizos producto de una noche que no recuerda, Ariadna es arrastrada a un matrimonio forzado con un hombre al que apenas conoce, pero que ahora está ligado a ella para siempre. -Una terrible acusación. - Una hermana gemela que se hace pasar por ella para manipular su destino. - Una noche borrosa que la deja marcada para siempre. - Tres bebés que la atan a un hombre que podría salvarla o hundirla. ¿Podría el amor nacer de esa unión o solo se verán atados por las vidas que crecen dentro de Ariadna?
Leer másHabían pasado cuatro años desde que Aisha Valdés salió de prisión.Cuatro años de completo silencio. Sin llamadas, sin visitas. Su padre le había cerrado todas las puertas. No había familia esperándola al otro lado del muro. Ninguna madre que la abrazara. Ningún apellido que la protegiera. Leonardo Valdés había sido claro: "A partir de hoy, no eres mi hija".Sola, marcada por un apellido que ya no la reconocía, Aisha hizo lo único que sabía hacer: sobrevivir. Y en su mundo, eso significaba una cosa. Casarse. No por amor. No por deseo. Sino por conveniencia. Encontró al mejor postor. Un hombre rico, influyente, veinte años mayor que ella. Viudo, con dos hijos adolescentes que la odiaban desde el primer día. Ella no los culpaba. Ella también se odiaba, a veces.Su nuevo apellido era pesado, lleno de promesas de eventos sociales, caridad fingida y apariencias perfectas. Nadie sabía de su pasado, al menos no en el círculo que ahora frecuentaba. Su esposo sabía, claro que sabía, pero no le
El avión aterrizó en Sídney el 10 de enero, con un traqueteo suave, y el caos estalló antes de que las ruedas tocaran el suelo. Darcy presionaba la nariz contra la ventanilla, gritando sobre canguros, mientras Marc y Eric peleaban por un paquete de galletas, migas volando por el pasillo. Ariadna intentaba calmarlos, la bufanda gris torcida, y Camila, sentada al fondo, reía con Ricardo, que murmuraba sobre cómo no había firmado para tanto ruido. Víctor, en cambio, estaba en su elemento, recogiendo mochilas, guiñando un ojo a Ariadna y prometiendo a todos una semana inolvidable.Estaba demasiado emocionado de tenerlos a todos allí, era una buena manera de darle un cierre a la vida en Australia. ¿Qué mejor que con su nueva familia?—Bienvenidos a mi mundo —dijo, cargando el conejo gris de Darcy mientras bajaban del avión, el aire cálido de Australia golpeándolos como un abrazo.La primera parada fue la casa de Víctor, un bungaló sencillo cerca de la playa, con un porche lleno de tablas d
La casa estaba en calma, el bullicio del día desvaneciéndose en un silencio roto solo por el leve crujir de las guirnaldas navideñas. Ariadna entró en la habitación de invitados donde los niños dormirían, la luz tenue de una lámpara pintando sombras suaves en las paredes. Marc y Eric ya estaban en una cama grande, los cuerpos pequeños enredados bajo una manta azul, los ojos cerrándosele por el cansancio tras un día de helados, risas y la noticia de su nueva hermana. Marc murmuró algo sobre canguros, el pelo rojizo pegado a la frente, mientras Eric abrazaba un cojín como si fuera su coche teledirigido roto.Ariadna se arrodilló junto a ellos, el corazón lleno de un amor que dolía de tan grande. Les apartó el cabello con dedos suaves, besando primero la frente de Marc, luego la de Eric, sus respiraciones ya lentas y profundas.—Buenas noches, mis amores —susurró, ajustándoles la manta para que no pasaran frío.Marc abrió un ojo a medias, una sonrisa somnolienta cruzándole la cara.—Mamá
Apenas habían pasado unos minutos desde que Ariadna plantó un beso a Víctor frente a Maximiliano, sellando su decisión, y Darcy la llamó “mamá” por primera vez, llenándola de lágrimas. Ahora, Víctor estaba en el sofá, Darcy a su lado abrazando al Señor Gris, mientras Maximiliano, todavía con la cara tensa, se apoyaba en la mesa, los brazos cruzados. Ricardo observaba desde una silla, una sonrisa discreta asomándole, cuando la puerta se abrió y Camila entró con Marc y Eric, los niños oliendo a vainilla y con manchas de helado en las mejillas.—¡Mamá, el helado era gigante! —gritó Marc, el pelo rojizo revuelto mientras corría al salón.Eric lamiendo los restos de un cono derretido, los ojos brillando de emoción.—¡Y yo comí más que Marc! —dijo, chocando contra las piernas de Ariadna antes de notar a Darcy y congelarse.Ariadna rió, limpiándole una mancha de helado a Eric con el pulgar, pero el corazón le latía rápido. Era el momento. Miró a Maximiliano, que gruñó pero asintió a regañadi
El sol apenas despuntaba en Valencia el 1 de enero, pero la casa de Camila y Ricardo ya vibraba con el recuerdo de la Nochevieja: platos sucios en la cocina, uvas aplastadas en la alfombra y Darcy durmiendo en el sofá, agotada tras su amenaza de no dejar dormir a nadie. Ariadna estaba en la cocina, removiendo un café con manos temblorosas, cuando el timbre sonó. Víctor, sentado en el salón con una taza en la mano, levantó la vista, y Camila salió disparada a abrir, su voz resonando con un “¡Ya están aquí!” que hizo que el estómago de Ariadna se apretara.Maximiliano entró con Eric y Marc pisándole los talones, los dos niños cargando mochilas repletas y hablando a gritos sobre su Navidad. Marc tenía el pelo revuelto y una energía que lo hacía parecer un tornado pequeño, mientras Eric arrastraba un coche teledirigido con una rueda rota, los ojos brillantes de emoción. Maximiliano, con ojeras marcadas y una chaqueta arrugada, dejó las mochilas en la entrada y cruzó los brazos, su mirada
El tren de Madrid a Valencia llegó puntual la tarde del 31 de diciembre y Víctor, Ariadna y Darcy bajaron al andén entre el bullicio de viajeros cargados de maletas y bolsas de regalos.Víctor llevaba una sonrisa ancha, emocionado por ver de nuevo a los padres de Ariadna después de tantos años, mientras ajustaba la mochila de Darcy sobre su hombro. Ariadna, en cambio, apretaba la bufanda gris contra su pecho, los nervios revolviéndole el estómago al pensar en unir sus mundos bajo el mismo tejado. Darcy, ajena a todo, saltaba entre ellos, el conejo gris colgándole de una mano y la otra señalando las luces navideñas que brillaban en la estación.—¡Voy a quedarme despierta toda la noche! —anunció, girando como trompo—. ¡No voy a dejar dormir a nadie, papá!Víctor rio, atrapándola por la cintura para levantarla en el aire.—Claro, peque, pero primero tenemos que conquistar a los abuelos —dijo, guiñándole un ojo a Ariadna, que sonrió débilmente, el corazón latiéndole rápido.—Veo que están
Debajo del árbol, una montaña de regalos envueltos en papel rojo y dorado esperaba, y en el centro de la escena, un Santa Claus algo torpe se ajustaba la barba blanca con una mano mientras sostenía un saco con la otra.Era Maximiliano metido en un disfraz alquilado que le quedaba un poco grande: el traje rojo colgaba flojo en los hombros, la panza postiza se ladeaba bajo el cinturón negro, y las botas le hacían tropezar con cada paso. Su novia, una morena risueña con el móvil en la mano, grababa desde el sofá, mordiéndose el labio para no reírse.—¡Ho, ho, ho! —gritó Maximiliano, exagerando la voz grave mientras agitaba el saco—. ¡Santa ha llegado con regalos para los niños más buenos del mundo!Desde el pasillo, los pasos rápidos y desordenados de los niños resonaron como un pequeño terremoto.Entró uno detrás del otro, sus ojos abriéndose de par en par cuando vio aquello allí, era como un sueño convertido en realidad.No podían creerlo ni contener toda la emoción.—¡Santa! —chilló u
Ya había pasada la medianoche tras la cena en La Casa del Olivo, y el apartamento de Víctor estaba en calma. Al otro lado de la línea, la voz de su madre, Camila, vibraba con una emoción que no podía contener.—¡Ay, Ari, me tienes el corazón en la boca! —dijo Camila, su tono subiendo con cada palabra mientras Ariadna le contaba sobre la cena, el vestido verde de Darcy, el cochinillo crujiente y las miradas que había compartido con Víctor bajo las velas—. ¡Se escucha que estás brillando, hija!Ariadna sonrió, ajustando los lentes sobre su nariz mientras miraba su reflejo en el espejo, el cabello corto despeinado y las mejillas aún sonrojadas por el vino y el calor de la noche.—Lo estoy, mamá —respondió, la voz temblándole un poco—. No sé cómo explicarlo. Es como si… no sé, como si todo esto fuera un sueño del que no quiero despertar.—¿Y cómo no vas a estarlo? —preguntó—. Víctor, Darcy, esa cena… Veo que mi niña está siendo feliz otra vez. Dime, ¿te sientes bien después de todo lo que
Víctor caminaba por las calles del barrio de Salamanca, el móvil en la mano y una misión clara en la cabeza. Era el 23 de diciembre de 2024, y quería que la Nochebuena del día siguiente fuera especial, una primera cena inolvidable para él, Darcy y Ariadna.Las dos estaban de compras —Darcy había insistido en un vestido nuevo para la ocasión—, y él aprovechaba la tarde para encontrar el lugar perfecto, algo hermoso y privado donde pudieran estar los tres.Había pasado la mañana llamando a restaurantes, pero todos estaban llenos o eran demasiado ruidosos para lo que imaginaba: una noche tranquila, íntima, con una cena exquisita que marcara este nuevo comienzo. Finalmente, un amigo le había dado un dato: un pequeño hotel boutique cerca de Retiro, La Casa del Olivo, conocido por sus cenas privadas en Navidad. Víctor llegó a la fachada de piedra, las luces navideñas colgando en guirnaldas sobre la entrada, y entró, recibido por el calor de una chimenea crepitante y el aroma a canela.La du