Maximiliano Valenti, un cirujano pediatra frío y ambicioso, está listo para dejar Londres y comenzar de nuevo en Valtris, dejando atrás un pasado que preferiría olvidar. Pero en su última noche en la ciudad, conoce a una mujer misteriosa de cabello rojizo que irrumpe en su vida con audacia. Lo que parece una noche efímera e intensa se convierte en un evento que cambiará su destino para siempre. Ariadna Valdés, una estudiante brillante, despierta en una cama desconocida, junto a un hombre al que jamás ha visto, y sin recuerdos claros de cómo llegó allí. Su mundo perfecto comienza a derrumbarse cuando descubre que su hermana gemela, Aisha, la ha traicionado de la peor manera: haciéndose pasar por ella, enamorando a Maximiliano y orquestando una trampa para arruinar su vida. Abandonada por su novio debido a aquella grave infidelidad, perdiendo su beca para estudiar medicina en Estados Unidos, con su vida arrojada al suelo y enfrentando un embarazo inesperado de trillizos producto de una noche que no recuerda, Ariadna es arrastrada a un matrimonio forzado con un hombre al que apenas conoce, pero que ahora está ligado a ella para siempre. -Una terrible acusación. - Una hermana gemela que se hace pasar por ella para manipular su destino. - Una noche borrosa que la deja marcada para siempre. - Tres bebés que la atan a un hombre que podría salvarla o hundirla. ¿Podría el amor nacer de esa unión o solo se verán atados por las vidas que crecen dentro de Ariadna?
Leer másAriadna despertó bastante tempano esa mañana, el silencio de la casa envolviéndola como una manta demasiado pesada.Era temprano, el reloj marcando apenas las siete, y lo primero que hizo fue estirar la mano hacia el teléfono en la mesita de noche. La pantalla estaba vacía de notificaciones, ningún mensaje, ninguna llamada. El texto que le había enviado a Víctor la noche anterior seguía sin respuesta, y un nudo se le formó en el estómago mientras lo miraba. Quería pensar que ese no era su número, que su amiga se había equivocado, pero en el fondo sabía la verdad: quizás él no quería saber nada de ella.Se levantó de la cama, el frío del suelo de madera calándole los pies descalzos, y caminó al baño con pasos lentos, casi mecánicos. Cerró la puerta tras de sí, el clic del pestillo resonando en el silencio, y se sentó en el borde de la tina vacía. Las lágrimas llegaron sin aviso, un torrente silencioso que le quemó los ojos mientras se rodeaba el pecho con los brazos, como si pudiera co
La puerta del apartamento se cerró con un leve clic. Víctor dejó las llaves en la mesita de la entrada, se deshizo del abrigo con un suspiro y alzó la mirada hacia el pasillo en penumbra. Darcy apretaba su mano con fuerza, arrastrando una pequeña maleta de ruedas con dibujos de ositos.Llevaban más de quince horas en movimiento, entre retrasos, escalas y un vuelo largo desde Washington. A pesar del cansancio, la niña seguía firme a su lado, con esa energía que solo los niños parecen tener a cualquier hora del día o de la noche.—¿Vamos a dormir aquí esta noche, papá? —preguntó con su vocecita dulce y un dejo de ilusión.—Sí, princesa —respondió él, con una sonrisa cansada—. Mañana empezamos nuestras vacaciones de Navidad. Madrid nos espera con luces, chocolate caliente y un árbol gigante que tenemos que decorar.Darcy sonrió ampliamente, revelando los pequeños huecos entre sus dientes de leche. Víctor apagó las luces del pasillo, encendió la lámpara de noche en su habitación y la leva
Se notaba el espíritu navideño, las calles de Alicante llenas de transeúntes con bolsas y risas que resonaban entre los puestos de adornos.Ariadna caminaba junto a Camila, su madre, el aire fresco de diciembre rozándole las mejillas mientras empujaba un carrito vacío que pronto llenarían de compras. Era una mañana tranquila sin los niños, que estaban con Maximiliano en Valtris, y habían decidido aprovechar el día para preparar la Navidad. Camila, con un abrigo gris y una bufanda roja, señaló una tienda al otro lado de la calle, los ojos brillándole con entusiasmo.—Vamos ahí, Ari —dijo, su voz cálida mientras ajustaba la bufanda—. Tienen vestidos preciosos, y te mereces algo especial para la cena.Ariadna sonrió, asintiendo mientras cruzaban la calle, el bullicio de la ciudad envolviéndolas como un abrazo. Entraron a la tienda, un espacio acogedor con paredes blancas y perchas llenas de ropa festiva. Mientras Camila revisaba bufandas, Ariadna se acercó a un perchero al fondo, sus ded
Valtris estaba envuelta en un caos de luces y alegría desbordante, las calles iluminadas con guirnaldas parpadeantes y el aire cargado del aroma a castañas asadas. Era mediados de diciembre y Maximiliano estaba en casa.La Navidad se acercaba, y esa mañana había decidido que iría a España a buscar a Eric y Marc para pasar las fiestas con él. Tenía planeado ir el día anterior, pero por una complicación tuvo que cambiar de planes.Caminó hacia la cocina donde Leticia fregaba platos con una eficiencia silenciosa.—Leticia —dijo, su voz grave cortando el sonido del agua—, organiza la habitación de los niños, por favor. Iré a buscarlos esta mañana donde Ariadna. Quiero que todo esté listo para cuando lleguemos.Ella asintió, secándose las manos en un delantal azul antes de responder.—Claro, señor. Pondré sábanas nuevas y sacaré los juguetes del armario. ¿Algo más?Maximiliano negó con la cabeza, una sonrisa tensa cruzándole el rostro.—Con eso está bien. Gracias.Salió del apartamento con
El aroma a tomate y queso fundido llenaba la cocina, un espacio amplio con azulejos blancos y una ventana que dejaba entrar la luz de la mañana. Ariadna estaba junto a la encimera, las manos cubiertas de harina mientras extendía una capa de pasta sobre un molde. Era el cumpleaños de Camila, y ella y Ricardo habían decidido hacerle una lasaña, su plato favorito.Ricardo, a su lado, revolvía la salsa boloñesa con una cuchara de madera, el vapor subiéndole al rostro mientras tarareaba una melodía suave.—No te olvides del queso, Ari —dijo, girándose con una sonrisa mientras ajustaba el fuego—. Tu madre siempre dice que la lasaña no es lasaña sin una montaña de mozzarella. Es muy exigente con eso.Ariadna rio, sacudiendo la cabeza mientras esparcía una capa generosa sobre la pasta.—No se preocupe, chef Ricardo —respondió, su voz ligera mientras le pasaba el molde—. Esto será una obra maestra.Eric y Marc, correteaban por la sala, sus risas resonando mientras jugaban con bloques de madera
El despertador sonó a las seis de la mañana, un pitido insistente que arrancó a Ariadna de un sueño ligero.La casa, una construcción más grande de paredes blancas cerca del campus de la Universidad de Alicante, estaba en silencio a esas horas, pero a lo lejos se podía escuchar vagamente el sonido de las olas.Habían pasado casi dos años desde que dejó Londres, emprendió su camino y empezó a vivir su vida bajo sus propias decisiones, y ahora, en octubre de 2027, estaba en su primer año de medicina, persiguiendo una pasión a la que se había aferrado en las noches de insomnio cuidando a sus hijos. Se levantó de la cama, el cuerpo protestando por las pocas horas de sueño, y se pasó las manos por el cabello rojizo antes de dirigirse al cuarto de Eric y Marc.Los gemelos ya estaban despiertos, sus voces pequeñas llenando la habitación con risas y balbuceos. Marc, con su cabello rojo brillante, estaba de pie en la cuna, sacudiendo un osito de peluche, mientras Eric intentaba trepar por los
Era un día caluroso sobre la Costa Blanca, tiñendo el mar de un azul intenso mientras Ariadna ajustaba las mantas de Eric y Marc en el coche doble.Los niños tenían dos meses, sus rostros redondos y sus cabellos asomando bajo las capuchas. Camila estaba en la puerta de la casa, una maleta pequeña en la mano, mientras Ricardo cargaba el auto con las cosas de los bebés.Ariadna respiró hondo, el aire salado llenándole los pulmones, y miró a sus hijos llena de orgullo y amor.Hoy viajarían a Valtris para la inauguración del hospital de Maximiliano, un evento que él había mencionado semanas atrás en una llamada breve y tensa.—¿Estás segura de esto, Ari? —preguntó Camila, su voz suave pero cargada de preocupación mientras se acercaba—. No tienes que ir si no quieres.Ariadna negó con la cabeza, enderezando los hombros mientras ajustaba una manta sobre Marc, que gorjeaba suavemente.—Quiero que los niños estén allí —dijo, su tono firme pero tranquilo—. Es importante para Maximiliano, y ell
Los niños estaban dormidos, parecían dos hermosos angelitos pelirrojos.Eric y Marc descansaban en sus cunas, los ositos de peluche que Maximiliano había traído colocados junto a ellos.Ariadna estaba sentada en el sofá, las manos cruzadas sobre las rodillas, mientras Maximiliano se inclinaba sobre la cuna de Marc, ajustando la manta con una sonrisa que se desdibujó cuando ella habló.—Maximiliano, ahora que están dormidos… debemos hablar de algo importante —dijo, su voz firme, clara, cortando el aire con una seriedad que lo hizo tensarse.Él se enderezó, el cuerpo rígido mientras la miraba, las manos quietas a los lados; una sombra de nerviosismo le cruzó el rostro, las cejas frunciéndose mientras asentía lentamente.—Claro —dijo, su voz grave pero cautelosa mientras se acercaba al sofá y tomaba asiento a su lado—. ¿De qué se trata?Ariadna giró el cuerpo hacia él, sus ojos verdes encontrándose con los suyos con una intensidad que lo hizo tragar saliva. Respiró hondo, enderezando los
Ella estaba sentada en el sofá de la sala, Marc descansando en sus brazos mientras succionaba con pequeños ruidos suaves cuando Maximiliano entró con Ricardo, la bolsa de regalos temblándole en las manos. Camila estaba de pie junto a la cuna de Eric, los brazos cruzados y la mirada dura, y Ricardo se sentó en una silla al fondo, fingiendo una calma que no sentía.Era la primera visita que Maximiliano les hacía.Respiró hondo, enderezando los hombros mientras miraba a su madre y a Ricardo.—Mamá, Ricardo… ¿pueden dejarnos a solas, por favor? —dijo, su voz firme pero suave, cortando el silencio como una brisa.Camila frunció el ceño, los ojos pasando de Ariadna a Maximiliano con una mezcla de desconfianza y preocupación. Ricardo se puso de pie, ajustándose la camisa con un movimiento rápido, y asintió apenas.—Estaremos en el patio si nos necesitas —dijo, su tono neutro pero cargado de advertencia mientras miraba a Maximiliano por el rabillo del ojo.Camila dudó un momento más, las mano