El sol apenas despuntaba en Valencia el 1 de enero, pero la casa de Camila y Ricardo ya vibraba con el recuerdo de la Nochevieja: platos sucios en la cocina, uvas aplastadas en la alfombra y Darcy durmiendo en el sofá, agotada tras su amenaza de no dejar dormir a nadie. Ariadna estaba en la cocina, removiendo un café con manos temblorosas, cuando el timbre sonó. Víctor, sentado en el salón con una taza en la mano, levantó la vista, y Camila salió disparada a abrir, su voz resonando con un “¡Ya están aquí!” que hizo que el estómago de Ariadna se apretara.Maximiliano entró con Eric y Marc pisándole los talones, los dos niños cargando mochilas repletas y hablando a gritos sobre su Navidad. Marc tenía el pelo revuelto y una energía que lo hacía parecer un tornado pequeño, mientras Eric arrastraba un coche teledirigido con una rueda rota, los ojos brillantes de emoción. Maximiliano, con ojeras marcadas y una chaqueta arrugada, dejó las mochilas en la entrada y cruzó los brazos, su mirada
Apenas habían pasado unos minutos desde que Ariadna plantó un beso a Víctor frente a Maximiliano, sellando su decisión, y Darcy la llamó “mamá” por primera vez, llenándola de lágrimas. Ahora, Víctor estaba en el sofá, Darcy a su lado abrazando al Señor Gris, mientras Maximiliano, todavía con la cara tensa, se apoyaba en la mesa, los brazos cruzados. Ricardo observaba desde una silla, una sonrisa discreta asomándole, cuando la puerta se abrió y Camila entró con Marc y Eric, los niños oliendo a vainilla y con manchas de helado en las mejillas.—¡Mamá, el helado era gigante! —gritó Marc, el pelo rojizo revuelto mientras corría al salón.Eric lamiendo los restos de un cono derretido, los ojos brillando de emoción.—¡Y yo comí más que Marc! —dijo, chocando contra las piernas de Ariadna antes de notar a Darcy y congelarse.Ariadna rió, limpiándole una mancha de helado a Eric con el pulgar, pero el corazón le latía rápido. Era el momento. Miró a Maximiliano, que gruñó pero asintió a regañadi
La casa estaba en calma, el bullicio del día desvaneciéndose en un silencio roto solo por el leve crujir de las guirnaldas navideñas. Ariadna entró en la habitación de invitados donde los niños dormirían, la luz tenue de una lámpara pintando sombras suaves en las paredes. Marc y Eric ya estaban en una cama grande, los cuerpos pequeños enredados bajo una manta azul, los ojos cerrándosele por el cansancio tras un día de helados, risas y la noticia de su nueva hermana. Marc murmuró algo sobre canguros, el pelo rojizo pegado a la frente, mientras Eric abrazaba un cojín como si fuera su coche teledirigido roto.Ariadna se arrodilló junto a ellos, el corazón lleno de un amor que dolía de tan grande. Les apartó el cabello con dedos suaves, besando primero la frente de Marc, luego la de Eric, sus respiraciones ya lentas y profundas.—Buenas noches, mis amores —susurró, ajustándoles la manta para que no pasaran frío.Marc abrió un ojo a medias, una sonrisa somnolienta cruzándole la cara.—Mamá
El avión aterrizó en Sídney el 10 de enero, con un traqueteo suave, y el caos estalló antes de que las ruedas tocaran el suelo. Darcy presionaba la nariz contra la ventanilla, gritando sobre canguros, mientras Marc y Eric peleaban por un paquete de galletas, migas volando por el pasillo. Ariadna intentaba calmarlos, la bufanda gris torcida, y Camila, sentada al fondo, reía con Ricardo, que murmuraba sobre cómo no había firmado para tanto ruido. Víctor, en cambio, estaba en su elemento, recogiendo mochilas, guiñando un ojo a Ariadna y prometiendo a todos una semana inolvidable.Estaba demasiado emocionado de tenerlos a todos allí, era una buena manera de darle un cierre a la vida en Australia. ¿Qué mejor que con su nueva familia?—Bienvenidos a mi mundo —dijo, cargando el conejo gris de Darcy mientras bajaban del avión, el aire cálido de Australia golpeándolos como un abrazo.La primera parada fue la casa de Víctor, un bungaló sencillo cerca de la playa, con un porche lleno de tablas d
Habían pasado cuatro años desde que Aisha Valdés salió de prisión.Cuatro años de completo silencio. Sin llamadas, sin visitas. Su padre le había cerrado todas las puertas. No había familia esperándola al otro lado del muro. Ninguna madre que la abrazara. Ningún apellido que la protegiera. Leonardo Valdés había sido claro: "A partir de hoy, no eres mi hija".Sola, marcada por un apellido que ya no la reconocía, Aisha hizo lo único que sabía hacer: sobrevivir. Y en su mundo, eso significaba una cosa. Casarse. No por amor. No por deseo. Sino por conveniencia. Encontró al mejor postor. Un hombre rico, influyente, veinte años mayor que ella. Viudo, con dos hijos adolescentes que la odiaban desde el primer día. Ella no los culpaba. Ella también se odiaba, a veces.Su nuevo apellido era pesado, lleno de promesas de eventos sociales, caridad fingida y apariencias perfectas. Nadie sabía de su pasado, al menos no en el círculo que ahora frecuentaba. Su esposo sabía, claro que sabía, pero no le
Una traición reciente lo empujaba a escapar, largarse de allí.Ella lo había engañado… destrozado.Para Maximiliano Valenti, esta no era una noche cualquiera: era su despedida.Se encontraba en un rincón del salón, rodeado de colegas y amigos que ofrecían las últimas palabras de aliento antes de su partida a Valtris, la ciudad donde había decidido comenzar de nuevo. Una elección que no era solo profesional, sino también emocional. Quizás empujado por el dolor, su deseo de alejarse. Irse tan lejos que no fuese capaz de recordarla, pero más importante, no verla.Todavía escuchaba su corazón romperse cuando pasó todo. Y lo recordaba con claridad.(Inicia flashback)Maximiliano estaba sentado junto a la mesa, con una copa de vino en la mano, mirando hacia la pista de baile donde los demás reían y se divertían. Era el aniversario de boda de sus suegros y, como siempre los habían invitado. Amelie, su prometida, se movía con demasiada cautela, sus manos jugando con el borde de su vestido.Fi
La habitación estaba a oscuras.Un sonido metálico rompió el silencio. Ariadna parpadeó, sintiendo el peso de sus párpados mientras su mente intentaba despejarse. Algo crujió, una puerta abriéndose. Intentó enfocar la vista, pero todo era borroso. Buscó a tientas sus lentes en la mesilla, pero su mano no encontró nada.El cansancio la venció y su cuerpo volvió a hundirse en la cama. Algo no estaba bien. Su pecho subía y bajaba con dificultad, como si cada respiración fuera una lucha. La seda fría bajo su piel desnuda le envió un escalofrío por la espalda. ¿Desnuda? Su mano se detuvo sobre su pecho, confirmando lo que ya sospechaba. No llevaba nada puesto.Un torbellino de pensamientos la golpeó. ¿Cómo había llegado ahí? Recordaba estar en el bar con Aisha, su hermana gemela. Habían brindado, hicieron las paces, hablado, reído, y luego... Nada. Todo se desvanecía en un vacío angustiante. Recordaba haber dicho que se sentía mareada, luego un taxi, el hotel... ¿o no? Intentó sentarse, pe
Momentos antes…El ascensor se detuvo con un leve sonido, y Aisha salió tomada de la mano de un hombre cuya mirada delataba más deseo que conciencia.Todo había sido tan fácil. Los hombres como él, desesperados y con unas cuantas copas de más, eran presas simples para alguien con su ingenio y su atractivo, ella siempre había sido muy astuta y sabía el arte de usar lo que tenía a su favor. La sonrisa de Aisha no tenía un atisbo de duda mientras lo llevaba hacia la habitación del hotel.Cuando llegaron a la puerta de la habitación, él se quedó a la espera de que ella abriera. Pero no lo hizo, Aisha lo atrajo hacia su lado. Sus labios se encontraron antes de que alcanzaran el pomo, y él la empujó contra la puerta, ansioso, mientras sus manos exploraban cada centímetro de su cuerpo.Aisha jadeó ligeramente cuando sintió su erección presionando contra ella, insistente, fuerte y tentadora. Era grande, demasiado cautivador. Por un momento, su cuerpo respondió a la situación sin necesidad de