Momentos antes…
El ascensor se detuvo con un leve sonido, y Aisha salió tomada de la mano de un hombre cuya mirada delataba más deseo que conciencia.
Todo había sido tan fácil. Los hombres como él, desesperados y con unas cuantas copas de más, eran presas simples para alguien con su ingenio y su atractivo, ella siempre había sido muy astuta y sabía el arte de usar lo que tenía a su favor. La sonrisa de Aisha no tenía un atisbo de duda mientras lo llevaba hacia la habitación del hotel.
Cuando llegaron a la puerta de la habitación, él se quedó a la espera de que ella abriera. Pero no lo hizo, Aisha lo atrajo hacia su lado. Sus labios se encontraron antes de que alcanzaran el pomo, y él la empujó contra la puerta, ansioso, mientras sus manos exploraban cada centímetro de su cuerpo.
Aisha jadeó ligeramente cuando sintió su erección presionando contra ella, insistente, fuerte y tentadora. Era grande, demasiado cautivador. Por un momento, su cuerpo respondió a la situación sin necesidad de fingir. Pero rápidamente recordó su propósito. Este hombre no era para ella. Era para Ariadna.
Pero las ganas… podían traicionarla. Si lo miraba bien, era muy atractivo, llamativo, aunque esas no fueron las cualidades por las que lo eligió esa noche, pero al verlo de cerca bajo aquello luz del pasillo, no estaba mal, no estaba nada mal.
—Entremos —dijo él entre besos, su voz cargada de necesidad. Estaba cansado de los toqueteos y besos calientes, necesitaba entrar a la acción, su cuerpo se lo imploraba.
Aisha lo empujó ligeramente, colocando una mano sobre su pecho.
—Espera —susurró, lamiendo ligeramente su labio inferior para mantenerlo interesado—. Necesito unos minutos. Diez, para ser exactos. Déjame prepararme.
El hombre la miró con sorpresa y algo frustración, pero el deseo en sus ojos lo mantuvo en su lugar.
—¿Diez minutos? —preguntó con una sonrisa ladeada, como si aquello fuera un reto.
—Diez minutos —repitió ella, acariciando su rostro—. Quiero que esta noche sea perfecta. Vigila tu reloj, y cuando pasen los diez minutos, entras. Quiero que me tomes, que me hagas tuya. He esperado toda la noche para esto. Desde que te vi, te deseé y no te imaginas las ganas que traigo ahora mismo—tomó la mano del hombre y la llevó hasta sus bragas, el calor de su centro inundando su mano, él empezó a tocarla, haciéndola cerrar los ojos mientras se mordía el labio inferior, Maximiliano volvió a besarla y la mujer casi pierde la cordura.
“¡Concéntrate!”
No podía caer en sus provocaciones, no podía perder el norte, ese hombre debía entrar a esa habitación, pero no para ella, para su hermana. De todos modos, nada impedía que ella pudiese disfrutar un poco.
Pasaron varios segundos hasta que su cuerpo reunió las fuerzas para apartarlo, se estaba dejando llevar y eso era peligroso.
—¿Crees que puedas esperar? Te prometo que te lo recompensaré. Juro que valdrá la espera. Además, ¿podrás complacerme?
Sus palabras parecían alimentar su ego, porque el hombre se inclinó, tomando su rostro entre las manos.
—Claro que puedo —dijo con seguridad, su sonrisa ahora cargada de promesas.
—Otra cosa… ¿podrías quedarte hasta la mañana? Luego puedes irte si quieres, sin esperar a que yo despierte, pero me gustaría amanecer contigo.
—Eso no será un problema—le respondió, acariciándole la mejilla con algo de ternura.
Aisha le devolvió la sonrisa, una muy coqueta, dejando al hombre con las ansias que se esparcían por todo su ser. Luego se giró y entró en la habitación, asegurándose de cerrar la puerta tras de sí.
Sus pasos se volvieron apresurados mientras corría hacia la cama. Allí estaba Ariadna, tumbada e inmóvil, su cuerpo todavía enredado en las sábanas. Perfecto.
La había drogado y, por cómo estaba en ese momento, los efectos seguían intactos.
La desnudó por completo. Aisha ajustó la posición de su hermana, dejando su cabello pelirrojo extendido sobre la almohada y bajando ligeramente las sábanas para dejar al descubierto parte de su piel. Observó su rostro un momento, la calma en sus facciones, el peso del sueño que no se rompería gracias a lo que había puesto en su bebida.
Siempre tan perfecta, tan intocable. Pero no más.
Cuando todo estuvo listo, salió por la puerta que conectaba con la habitación contigua. Cerró la puerta con cuidado y se quedó allí, en la oscuridad, esperando.
Los diez minutos transcurrieron al fin.
Los sonidos no tardaron en llegar. Al principio fueron suaves, pero luego se hicieron más intensos. Los gemidos de aquel hombre se mezclaban con los suspiros y jadeos de Ariadna. Era hipnótico. Aisha sintió cómo el calor comenzaba a extenderse por su cuerpo mientras sus manos descendían lentamente por su cintura. Cerró los ojos, imaginando la escena al otro lado de la puerta con ella, desde luego, siendo la que disfrutaba de aquel hombre.
Sintió una enorme punzada de envidia, pero no podía hacer mucho más, sus dedos viajaron dentro de sus bragas, el calor arropándolos y la humedad dándoles un sutil abrazo.
Era tan injusto. Durante toda su vida, Ariadna había sido la niña buena, la intocable, la favorita. Incluso cuando Aisha hacía todo lo posible por sobresalir, su hermana siempre brillaba más. Pero esta vez sería diferente.
El cuerpo de Aisha tembló mientras los sonidos al otro lado de la puerta se volvían más intensos, más salvajes. Sus propios suspiros se mezclaron con los de ellos, y cuando todo culminó, su cuerpo cayó al suelo, agotado y satisfecho. Permaneció allí unos segundos, sintiendo una sonrisa extenderse por su rostro.
Todo estaba saliendo según lo planeado.
Al día siguiente, Víctor llegaría para pasar el día con ambas. Un hombre perfecto para Ariadna, el tipo de pareja que cualquier mujer soñaría tener. Pero Aisha no podía permitir que su hermana se lo llevara a Estados Unidos, donde ella seguiría siendo la estrella y Aisha quedaría relegada en la sombra. No, eso no podía pasar.
Aquel era plan, la hermosa pareja se iría a Estados Unidos con la beca que habían dado a Ariadna para estudiar medicina, Víctor era tan perfecto que la acompañaría también, allí terminaría su especialidad y los dos tortolitos seguirían siendo tan perfectos como siempre, mientras, de nuevo, Aisha se quedaba atrás.
Eso no iba a suceder.
Ahora, todo estaba listo. Ariadna había caído. Su reputación, su relación, todo estaba arruinado. Después de lo que había hecho, nadie la vería como la niña perfecta otra vez. Era el fin de Ariadna.
Aisha se levantó del suelo, alisando su vestido y acomodando su cabello frente al espejo. La sonrisa en su rostro era de satisfacción absoluta. Por fin, toda la atención sería para ella. Por fin, sería su turno de brillar.
Se acercó de nuevo a la puerta, dándose cuenta de que los gemidos habían comenzado de nuevo.
¿Otra vez?
Apretó los puños a su costado y pegó su frente a la puerta, al parecer su hermana iba a disfrutar más de lo que Aisha había previsto.
Esperó y esperó, hasta que el silencio lo llenó todo de nuevo. Abrió la puerta muy despacio, los dos cuerpos estaban en la cama, al acercarse pudo ver mejor la figura, cómo él la acurrucaba a su lado, el cuerpo de Ariadna parecía inconsciente, no dormida, las manos del hombre la rodeaban y ambos seguían desnudos. Deslizó la sábana hasta que el cuerpo de Ariadna pudiese quedar expuesto, entonces tomó varias fotografías. El collar con la media luna en su pecho no permitía dudas para reconocerla, era ella.
Salió de nuevo de la habitación, muy despacio, la sonrisa se expandía en su rostro pensando en todo lo que iba a pasar en un par de horas.
Quería ver el rostro de Víctor cuando se diera cuenta de que la pureza que él tanto apreciaba de Ariadna simplemente no existía, que la había perdido con un completo desconocido borracho que entró a la habitación de Ariadna.
Por si algunas cosas fallaban, todavía tenía un plan B.
De Londres no se iría sin destruir la vida de su hermana, hacerla miserable y humillarla.
¿Pero qué mejor humillación que despertar desnuda al lado de un completo desconocido que se adueñó de tu cuerpo y tu virginidad?
Ya estaba despertando.Maximiliano abrió los ojos lentamente, sintiendo la suavidad de las sábanas bajo su cuerpo y el calor de alguien más a su lado. El cabello rojizo de la mujer hacía cosquillas en su pecho desnudo mientras sus brazos aún la rodeaban.Estaban tan cerca que parecían fundirse sus cuerpos.Su mente repasó los recuerdos de la noche anterior, y una sonrisa ladeada se formó en sus labios.Había sido increíble. Había sido una noche perfecta.No había estado con nadie desde que su prometida confesó todo aquello y se casó con otro. Desde entonces, su cuerpo jamás había respondido de tal manera a nadie más, además de que era incapaz de pensar en el deseo sexual, su corazón estaba herido, el placer era lo que menos le importaba. Pero aquella noche muchas cosas cambiaron, al menos en la parte física.Nunca pensó poder disfrutar con nadie más de aquel acto, pero Ariadna lo cambiaba todo.Esa noche cambiaba muchas cosas.Con cuidado, movió a la mujer, intentando no despertarla.
La luz fluorescente golpeó sus ojos cuando los abrió lentamente.El techo blanco y las paredes estériles le confirmaron dónde estaba antes de que su mente terminara de despertar.Un hospital.Ariadna sintió un nudo en la garganta, y el sonido de un monitor cardíaco acompañaba el creciente pánico en su pecho.Intentó moverse, pero su cuerpo estaba pesado, cada músculo parecía rehusarse a obedecer. Una sensación de frío recorrió su piel cuando notó que llevaba una bata de hospital. Su respiración se volvió errática, y las lágrimas comenzaron a brotar sin control. ¿Qué estaba pasando?—¿Hola? —logró susurrar, con la voz quebrada, mirando a su alrededor con desesperación. Su mente era un caos. Fragmentos de imágenes, sensaciones difusas, un rostro que no podía identificar. Todo era un rompecabezas al que le faltaban demasiadas piezas.La puerta se abrió, y un enfermero entró con una bandeja. Era un hombre joven, con una sonrisa amable que se desvaneció al ver el estado de Ariadna.—¿Señor
Maximiliano se detuvo frente a la entrada principal del hospital, contestando a la tercera llamada de la mañana con una voz rápida y cortante.—No, no puedo atender esto ahora. Hablaré contigo después. —Colgó sin esperar respuesta y soltó un suspiro, mirando la bolsa de papel en su mano. Había salido a comprar un desayuno ligero para calmar su mente tras la larga espera, pero al final terminó encontrándose con algunos colegas en la cafetería, intercambiando saludos y perdiendo la noción del tiempo.Treinta minutos. Esa era la cantidad de tiempo que llevaba fuera desde que dejó a Ariadna para que los médicos la atendieran. Había seguido la ambulancia en cuanto ella fue trasladada, preocupado por su estado. ¿Qué había pasado con esa mujer? Algo en su interior lo inquietaba, y no era solo la responsabilidad que sentía como médico. Era diferente. Con pasos rápidos y decididos, Maximiliano caminó por el pasillo hacia la habitación donde estaba Ariadna. Su mirada iba fija al frente, pero s
Aisha bajó del taxi con prisa, tropezando ligeramente con el bordillo mientras ajustaba su bolso al hombro. Su corazón latía con fuerza, más por la ansiedad que por el esfuerzo.¿Cómo había llegado todo tan lejos? Su plan, que debía ser perfecto, ahora parecía tambalearse en direcciones que no podía controlar. Las cosas no podían írsele de las manos.Todo aquello debía dirigirse al final de la vida perfecta de su hermana, la ruptura de su perfecta relación con su pareja y el caos en su vida. Lo complicado debía de ser para Ariadna, no el estrés que todo aquello ahora arrojaba en Aisha.¿Cómo fue que todo conducía a una sala de hospital? ¿Qué había pasado que ella no sabía?Siguió las instrucciones con la droga, aunque no tenía nada para medirlo y una cosa llevó a la otra, echando la cantidad que ella creyó correcta en ese momento.¿Le había dado una sobredosis a su hermana? Esperaba que no, había funcionado y eso era lo que le importó en ese momento.De todos modos, creyó que era mejo
Nadie imaginó jamás que Maximiliano Valenti podría estar metido en una situación como esa. Él mismo no lo creía. El médico brillante, admirado por su talento y su precisión, estaba ahora encerrado en una celda fría y opresiva. Las horas se sentían como días, cada minuto una muestra de lo absurdo de su situación. ¿Cómo había llegado a este punto?El ruido metálico de la reja al abrirse lo hizo levantar la mirada. Sus ojos, cansados y oscuros, se encontraron con la figura de una mujer que avanzaba con decisión hacia él. Amelie. Su ex prometida, ahora estaba ahí, con los ojos llenos de lágrimas y una mezcla de incredulidad y preocupación que se dejaba ver en cada pequeña parte de su rostro.—¿Amelie? —preguntó, sorprendido, mientras se levantaba del banco donde estaba sentado.Ella no le respondió. Sus pasos se aceleraron hasta llegar frente a él, y lo abrazó con fuerza, como si quisiera contenerlo todo en ese gesto. Maximiliano tardó unos segundos en reaccionar demasiado sorprendido de v
Ariadna caminaba por los pasillos del hospital con la mirada fija en el suelo, sintiendo cómo cada par de ojos se clavaba en ella. Eran como dagas, cortando su dignidad a cada paso. Las miradas no eran solo de curiosidad, sino también de juicio. Aunque nadie decía nada, el susurro de su propia conciencia era ensordecedor: “Esa es la chica que acusó al doctor Valenti.”A su lado, Aisha caminaba con la cabeza en alto, sin prestar atención a las miradas ni al murmullo que las seguía. Aisha siempre había sido así, segura, imperturbable. Su voz seguía resonando en la mente de Ariadna, repitiendo una y otra vez las mismas palabras que le había dicho antes de salir:—No hubo abuso, Ari. Tú misma entraste a esa habitación. Lo hiciste por tu propia voluntad. Tu conciencia quiere tergiversarlo todo, porque sabes que eso arruina tu relación con Víctor.Ariadna apretó los labios, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a acumularse nuevamente en sus ojos. ¿Por qué no podía recordar? Lo único que t
Ariadna se encontraba sentada en una de las sillas incómodas del pasillo de la comisaría, jugando nerviosamente con sus dedos. Aisha le había dicho que la esperara allí, pero no le explicó a dónde iba ni cuánto tardaría. Cada minuto que pasaba aumentaba su incomodidad. Solo quería irse, escapar de aquel lugar que le recordaba todo lo ocurrido.Miró a su alrededor, tratando de evitar las miradas de los pocos oficiales y personas que pasaban por allí. Su corazón latía con fuerza ante la posibilidad de cruzarse con Maximiliano o su abogado. Si lo volvía a ver, no sabría cómo reaccionar. Después de acusarlo de algo tan grave, ¿cómo podría enfrentarlo de nuevo? No quería volver a verlo en su vida.Con un suspiro, bajó la mirada hacia el suelo. Quería que todo aquello desapareciera, borrarlo de su mente como si nunca hubiera pasado. Quizás si se esforzaba lo suficiente, podría convencerse de que todo había sido solo una pesadilla. Pero no era tan fácil. Las palabras del abogado, las miradas
Aisha subió al ascensor con una sonrisa que no podía ocultar.La relación de Víctor y Ariadna estaba destruida. Solo pensar en ello le provocaba una agradable sensación de satisfacción que se extendía por todo su cuerpo.Había interceptado a Víctor en la entrada del hotel, justo antes de que pudiera ver a Ariadna. Con su voz más dulce y un aire de preocupación fingida, le contó todo: cómo su querida novia había acusado a un hombre inocente de abuso sexual, cómo había usado esa mentira para encubrir que, en realidad, ella le había sido infiel. Las palabras de Aisha habían sido calculadas, cada una diseñada para herir. Víctor la miraba, incrédulo al principio, pero poco a poco, su rostro se llenó de dolor y decepción. Aisha disfrutó de cada segundo, viendo cómo el hombre que siempre había idolatrado a su hermana se desplomaba bajo el peso de sus palabras. Y las fotos no mentían."¿Qué clase de mujer hace algo así?" había dicho Víctor, más para sí mismo que para Aisha, pero esas palabr