La habitación estaba a oscuras.
Un sonido metálico rompió el silencio. Ariadna parpadeó, sintiendo el peso de sus párpados mientras su mente intentaba despejarse. Algo crujió, una puerta abriéndose. Intentó enfocar la vista, pero todo era borroso. Buscó a tientas sus lentes en la mesilla, pero su mano no encontró nada.
El cansancio la venció y su cuerpo volvió a hundirse en la cama. Algo no estaba bien. Su pecho subía y bajaba con dificultad, como si cada respiración fuera una lucha. La seda fría bajo su piel desnuda le envió un escalofrío por la espalda. ¿Desnuda? Su mano se detuvo sobre su pecho, confirmando lo que ya sospechaba. No llevaba nada puesto.
Un torbellino de pensamientos la golpeó. ¿Cómo había llegado ahí? Recordaba estar en el bar con Aisha, su hermana gemela. Habían brindado, hicieron las paces, hablado, reído, y luego... Nada. Todo se desvanecía en un vacío angustiante. Recordaba haber dicho que se sentía mareada, luego un taxi, el hotel... ¿o no? Intentó sentarse, pero sus músculos no respondían.
—He esperado fuera como dijiste. —La voz masculina la sacó de sus pensamientos—. He mirado la hora, han pasado los diez minutos… creo que ya es tiempo.
Una luz tenue iluminó la habitación, lo suficiente para distinguir una figura alta, musculosa, acercándose. Ariadna intentó hablar, pero su voz no salió. El hombre estaba completamente desnudo, su piel bañada por la luz sutil de la lámpara. No lo reconocía. No tenía idea de quién era.
—¿Quién...? —susurró, su voz apenas un hilo. Aquello podía ser un sueño, era muy probable, todo era tan confuso para ella que sentía que aquellas cosas no era reales, ¿su mente estaba jugando con ella?
El hombre no respondió. Se inclinó hacia la cama, su peso haciendo que el colchón se hundiera bajo él. Su rostro estaba parcialmente oculto por las sombras, pero su mirada era intensa, fija en ella. Antes de que pudiera moverse, sus labios encontraron los suyos.
Ariadna intentó retroceder, pero su cuerpo no cooperaba. Su mente gritaba una cosa, pero sus sentidos traicionaban sus pensamientos. El calor, la suavidad, la presión firme. Algo en su interior despertó de una forma que nunca había sentido antes. Su resistencia se diluyó en un torrente de emociones nuevas, aterradoras y placenteras al mismo tiempo.
—No... —murmuró contra sus labios, pero el sonido se perdió en el aire cuando él deslizó una mano hacia su cintura y la acercó más a él.
El contacto la hizo gemir, un sonido involuntario que escapó de sus labios. El deseo la recorrió como un rayo, robándole la voluntad.
¿Por qué se sentía así? Intentó recordar a Víctor, su pareja. Su rostro, su voz, pero esos pensamientos se desvanecieron rápidamente, como un sueño que desaparece al despertar.
¿Era un sueño? Claro… debía ser eso. Todo lo que importaba era el hombre frente a ella, el calor de sus manos, la presión de su cuerpo contra el suyo.
—Ariadna... —susurró él, su voz grave, colmada de una sensualidad que la hizo temblar—. Ariadna.
Su nombre en sus labios la agitó. ¿Cómo sabía su nombre? Quería preguntarle, quería detenerlo, pero su cuerpo no obedecía. En su lugar, se aferró a sus hombros mientras él la besaba con más violencia, su aliento cálido combinándose con el suyo.
La presión en su vientre creció, una amalgama de dolor y placer que la hacía querer llorar.
Se estaba guardando para el matrimonio. Había hecho un pacto consigo misma, pero ahora... ahora todo se desmoronaba. Lágrimas rodaron por sus mejillas, pero no podía detenerse. No podía detenerlo.
Él movió sus labios hacia su cuello, su clavícula, mientras sus manos exploraban su cuerpo. Cada caricia encendía algo nuevo en ella, algo desconocido, pero aterradoramente irresistible. Quiso gritar, pero lo único que salió de su boca fueron más gemidos.
—No puedo... —murmuró, intentando aferrarse a un último hilo de cordura.
Pero ya era tarde. El peso de él, la firmeza de sus movimientos, la forma en que decía su nombre. Todo la envolvía en una vorágine que no podía controlar. Cada toque la empujaba más allá de lo que conocía, más allá de lo que creía posible.
Sus manos se aferraron a esos hombros mientras el resto daba vueltas.
—Valió la espera—dijo el hombre, sus manos clavadas a las caderas de la mujer mientras ella gemía con fuerza. Él tomó su pierna derecha, haciéndose espacio en medio de ella, el cuerpo de Ariadna comenzó a temblar, se mordió el labio, sus manos intentaron aferrarse a las sábanas, pero sentía que sus dedos no podían agarrar nada, salvo los hombros o brazos de aquel hombre.
Una mano de él se fue a su cuello, el toque era firme, deslizándose hacia su pecho, los dedos se cerraron alrededor de él y ella sintió aquel toque como nada en la vida, cada cosa que él hacía en su cuerpo era tan bueno como excitante, llevándola al extremo.
Cuando finalmente todo terminó, ambos quedaron tendidos sobre la cama, sus respiraciones entrecortadas llenando la habitación. Él apoyó su cabeza en su vientre, sus manos descansando a los lados de su cuerpo. Ariadna no podía moverse. Su cuerpo temblaba, sus músculos eran incapaces de responder.
Cerró los ojos con fuerza, intentando contener las lágrimas que seguían brotando. ¿Qué había pasado? ¿Qué había hecho? Su mente era un torbellino de preguntas sin respuesta. No tenía idea de nada, pero… aquella noche no dejaba de ser extraña.
Era la primera vez que tomaba, era la primera vez para muchas cosas ese día, como la primera vez que iba a Londres o que estaba con un hombre.
Y aquel hombre era un desconocido para ella.
¿Era un sueño?
Su cuerpo reaccionaba de manera extraña, sin responder a lo que de verdad ella quería. Y aquello no era lo que ella quería.
—Ariadna... —susurró él de nuevo, esta vez con un tono más suave.
Pero ella no respondió. Se concentró en su respiración, intentando calmarse mientras las emociones seguían recorriendo su cuerpo. Su mente no dejaba de volver a su hermana gemela. Aisha. ¿Dónde estaba? Iban a compartir habitación, ¿por qué en su lugar llegó aquel hombre?
La habitación parecía girar a su alrededor. La realidad la golpeó con una fuerza brutal. Estaba desnuda, en una cama, con un hombre al que no conocía. Todo su cuerpo tembló, pero no sabía si era de miedo, confusión o por las emociones que aún asaltaban su cuerpo. Cerró los ojos, deseando que al abrirlos todo se tratara de un sueño, un simple sueño.
No se sentía muy bien, sus latidos iban muy deprisa y su mente se sentía muy nublada, sin poder concentrarse en algo en específico, ni siquiera podía moverse bien.
Aquel hombre fue de nuevo a su lado y le dio un beso tan fuerte que sus labios temblaron. El calor seguía en su cuerpo y por lo visto también en el de aquel hombre. Empezó a besar más que sus labios, sus dedos volvieron a aprisionar sus pechos y un hormigueo fuerte se acumuló en su entrepierna.
Lo iban a hacer otra vez. ¿De verdad? El deseo bullía entre ellos dos.
—Ariadna—la voz ronca del hombre activó todos sus sentidos, haciéndola temblar.
Definitivamente algo no andaba bien con ella. Ella jamás actuaría de esa manera.
Momentos antes…El ascensor se detuvo con un leve sonido, y Aisha salió tomada de la mano de un hombre cuya mirada delataba más deseo que conciencia.Todo había sido tan fácil. Los hombres como él, desesperados y con unas cuantas copas de más, eran presas simples para alguien con su ingenio y su atractivo, ella siempre había sido muy astuta y sabía el arte de usar lo que tenía a su favor. La sonrisa de Aisha no tenía un atisbo de duda mientras lo llevaba hacia la habitación del hotel.Cuando llegaron a la puerta de la habitación, él se quedó a la espera de que ella abriera. Pero no lo hizo, Aisha lo atrajo hacia su lado. Sus labios se encontraron antes de que alcanzaran el pomo, y él la empujó contra la puerta, ansioso, mientras sus manos exploraban cada centímetro de su cuerpo.Aisha jadeó ligeramente cuando sintió su erección presionando contra ella, insistente, fuerte y tentadora. Era grande, demasiado cautivador. Por un momento, su cuerpo respondió a la situación sin necesidad de
Ya estaba despertando.Maximiliano abrió los ojos lentamente, sintiendo la suavidad de las sábanas bajo su cuerpo y el calor de alguien más a su lado. El cabello rojizo de la mujer hacía cosquillas en su pecho desnudo mientras sus brazos aún la rodeaban.Estaban tan cerca que parecían fundirse sus cuerpos.Su mente repasó los recuerdos de la noche anterior, y una sonrisa ladeada se formó en sus labios.Había sido increíble. Había sido una noche perfecta.No había estado con nadie desde que su prometida confesó todo aquello y se casó con otro. Desde entonces, su cuerpo jamás había respondido de tal manera a nadie más, además de que era incapaz de pensar en el deseo sexual, su corazón estaba herido, el placer era lo que menos le importaba. Pero aquella noche muchas cosas cambiaron, al menos en la parte física.Nunca pensó poder disfrutar con nadie más de aquel acto, pero Ariadna lo cambiaba todo.Esa noche cambiaba muchas cosas.Con cuidado, movió a la mujer, intentando no despertarla.
La luz fluorescente golpeó sus ojos cuando los abrió lentamente.El techo blanco y las paredes estériles le confirmaron dónde estaba antes de que su mente terminara de despertar.Un hospital.Ariadna sintió un nudo en la garganta, y el sonido de un monitor cardíaco acompañaba el creciente pánico en su pecho.Intentó moverse, pero su cuerpo estaba pesado, cada músculo parecía rehusarse a obedecer. Una sensación de frío recorrió su piel cuando notó que llevaba una bata de hospital. Su respiración se volvió errática, y las lágrimas comenzaron a brotar sin control. ¿Qué estaba pasando?—¿Hola? —logró susurrar, con la voz quebrada, mirando a su alrededor con desesperación. Su mente era un caos. Fragmentos de imágenes, sensaciones difusas, un rostro que no podía identificar. Todo era un rompecabezas al que le faltaban demasiadas piezas.La puerta se abrió, y un enfermero entró con una bandeja. Era un hombre joven, con una sonrisa amable que se desvaneció al ver el estado de Ariadna.—¿Señor
Maximiliano se detuvo frente a la entrada principal del hospital, contestando a la tercera llamada de la mañana con una voz rápida y cortante.—No, no puedo atender esto ahora. Hablaré contigo después. —Colgó sin esperar respuesta y soltó un suspiro, mirando la bolsa de papel en su mano. Había salido a comprar un desayuno ligero para calmar su mente tras la larga espera, pero al final terminó encontrándose con algunos colegas en la cafetería, intercambiando saludos y perdiendo la noción del tiempo.Treinta minutos. Esa era la cantidad de tiempo que llevaba fuera desde que dejó a Ariadna para que los médicos la atendieran. Había seguido la ambulancia en cuanto ella fue trasladada, preocupado por su estado. ¿Qué había pasado con esa mujer? Algo en su interior lo inquietaba, y no era solo la responsabilidad que sentía como médico. Era diferente. Con pasos rápidos y decididos, Maximiliano caminó por el pasillo hacia la habitación donde estaba Ariadna. Su mirada iba fija al frente, pero s
Aisha bajó del taxi con prisa, tropezando ligeramente con el bordillo mientras ajustaba su bolso al hombro. Su corazón latía con fuerza, más por la ansiedad que por el esfuerzo.¿Cómo había llegado todo tan lejos? Su plan, que debía ser perfecto, ahora parecía tambalearse en direcciones que no podía controlar. Las cosas no podían írsele de las manos.Todo aquello debía dirigirse al final de la vida perfecta de su hermana, la ruptura de su perfecta relación con su pareja y el caos en su vida. Lo complicado debía de ser para Ariadna, no el estrés que todo aquello ahora arrojaba en Aisha.¿Cómo fue que todo conducía a una sala de hospital? ¿Qué había pasado que ella no sabía?Siguió las instrucciones con la droga, aunque no tenía nada para medirlo y una cosa llevó a la otra, echando la cantidad que ella creyó correcta en ese momento.¿Le había dado una sobredosis a su hermana? Esperaba que no, había funcionado y eso era lo que le importó en ese momento.De todos modos, creyó que era mejo
Nadie imaginó jamás que Maximiliano Valenti podría estar metido en una situación como esa. Él mismo no lo creía. El médico brillante, admirado por su talento y su precisión, estaba ahora encerrado en una celda fría y opresiva. Las horas se sentían como días, cada minuto una muestra de lo absurdo de su situación. ¿Cómo había llegado a este punto?El ruido metálico de la reja al abrirse lo hizo levantar la mirada. Sus ojos, cansados y oscuros, se encontraron con la figura de una mujer que avanzaba con decisión hacia él. Amelie. Su ex prometida, ahora estaba ahí, con los ojos llenos de lágrimas y una mezcla de incredulidad y preocupación que se dejaba ver en cada pequeña parte de su rostro.—¿Amelie? —preguntó, sorprendido, mientras se levantaba del banco donde estaba sentado.Ella no le respondió. Sus pasos se aceleraron hasta llegar frente a él, y lo abrazó con fuerza, como si quisiera contenerlo todo en ese gesto. Maximiliano tardó unos segundos en reaccionar demasiado sorprendido de v
Ariadna caminaba por los pasillos del hospital con la mirada fija en el suelo, sintiendo cómo cada par de ojos se clavaba en ella. Eran como dagas, cortando su dignidad a cada paso. Las miradas no eran solo de curiosidad, sino también de juicio. Aunque nadie decía nada, el susurro de su propia conciencia era ensordecedor: “Esa es la chica que acusó al doctor Valenti.”A su lado, Aisha caminaba con la cabeza en alto, sin prestar atención a las miradas ni al murmullo que las seguía. Aisha siempre había sido así, segura, imperturbable. Su voz seguía resonando en la mente de Ariadna, repitiendo una y otra vez las mismas palabras que le había dicho antes de salir:—No hubo abuso, Ari. Tú misma entraste a esa habitación. Lo hiciste por tu propia voluntad. Tu conciencia quiere tergiversarlo todo, porque sabes que eso arruina tu relación con Víctor.Ariadna apretó los labios, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a acumularse nuevamente en sus ojos. ¿Por qué no podía recordar? Lo único que t
Ariadna se encontraba sentada en una de las sillas incómodas del pasillo de la comisaría, jugando nerviosamente con sus dedos. Aisha le había dicho que la esperara allí, pero no le explicó a dónde iba ni cuánto tardaría. Cada minuto que pasaba aumentaba su incomodidad. Solo quería irse, escapar de aquel lugar que le recordaba todo lo ocurrido.Miró a su alrededor, tratando de evitar las miradas de los pocos oficiales y personas que pasaban por allí. Su corazón latía con fuerza ante la posibilidad de cruzarse con Maximiliano o su abogado. Si lo volvía a ver, no sabría cómo reaccionar. Después de acusarlo de algo tan grave, ¿cómo podría enfrentarlo de nuevo? No quería volver a verlo en su vida.Con un suspiro, bajó la mirada hacia el suelo. Quería que todo aquello desapareciera, borrarlo de su mente como si nunca hubiera pasado. Quizás si se esforzaba lo suficiente, podría convencerse de que todo había sido solo una pesadilla. Pero no era tan fácil. Las palabras del abogado, las miradas