El avión aterrizó en Sídney el 10 de enero, con un traqueteo suave, y el caos estalló antes de que las ruedas tocaran el suelo. Darcy presionaba la nariz contra la ventanilla, gritando sobre canguros, mientras Marc y Eric peleaban por un paquete de galletas, migas volando por el pasillo. Ariadna intentaba calmarlos, la bufanda gris torcida, y Camila, sentada al fondo, reía con Ricardo, que murmuraba sobre cómo no había firmado para tanto ruido. Víctor, en cambio, estaba en su elemento, recogiendo mochilas, guiñando un ojo a Ariadna y prometiendo a todos una semana inolvidable.Estaba demasiado emocionado de tenerlos a todos allí, era una buena manera de darle un cierre a la vida en Australia. ¿Qué mejor que con su nueva familia?—Bienvenidos a mi mundo —dijo, cargando el conejo gris de Darcy mientras bajaban del avión, el aire cálido de Australia golpeándolos como un abrazo.La primera parada fue la casa de Víctor, un bungaló sencillo cerca de la playa, con un porche lleno de tablas d
Habían pasado cuatro años desde que Aisha Valdés salió de prisión.Cuatro años de completo silencio. Sin llamadas, sin visitas. Su padre le había cerrado todas las puertas. No había familia esperándola al otro lado del muro. Ninguna madre que la abrazara. Ningún apellido que la protegiera. Leonardo Valdés había sido claro: "A partir de hoy, no eres mi hija".Sola, marcada por un apellido que ya no la reconocía, Aisha hizo lo único que sabía hacer: sobrevivir. Y en su mundo, eso significaba una cosa. Casarse. No por amor. No por deseo. Sino por conveniencia. Encontró al mejor postor. Un hombre rico, influyente, veinte años mayor que ella. Viudo, con dos hijos adolescentes que la odiaban desde el primer día. Ella no los culpaba. Ella también se odiaba, a veces.Su nuevo apellido era pesado, lleno de promesas de eventos sociales, caridad fingida y apariencias perfectas. Nadie sabía de su pasado, al menos no en el círculo que ahora frecuentaba. Su esposo sabía, claro que sabía, pero no le
Una traición reciente lo empujaba a escapar, largarse de allí.Ella lo había engañado… destrozado.Para Maximiliano Valenti, esta no era una noche cualquiera: era su despedida.Se encontraba en un rincón del salón, rodeado de colegas y amigos que ofrecían las últimas palabras de aliento antes de su partida a Valtris, la ciudad donde había decidido comenzar de nuevo. Una elección que no era solo profesional, sino también emocional. Quizás empujado por el dolor, su deseo de alejarse. Irse tan lejos que no fuese capaz de recordarla, pero más importante, no verla.Todavía escuchaba su corazón romperse cuando pasó todo. Y lo recordaba con claridad.(Inicia flashback)Maximiliano estaba sentado junto a la mesa, con una copa de vino en la mano, mirando hacia la pista de baile donde los demás reían y se divertían. Era el aniversario de boda de sus suegros y, como siempre los habían invitado. Amelie, su prometida, se movía con demasiada cautela, sus manos jugando con el borde de su vestido.Fi
La habitación estaba a oscuras.Un sonido metálico rompió el silencio. Ariadna parpadeó, sintiendo el peso de sus párpados mientras su mente intentaba despejarse. Algo crujió, una puerta abriéndose. Intentó enfocar la vista, pero todo era borroso. Buscó a tientas sus lentes en la mesilla, pero su mano no encontró nada.El cansancio la venció y su cuerpo volvió a hundirse en la cama. Algo no estaba bien. Su pecho subía y bajaba con dificultad, como si cada respiración fuera una lucha. La seda fría bajo su piel desnuda le envió un escalofrío por la espalda. ¿Desnuda? Su mano se detuvo sobre su pecho, confirmando lo que ya sospechaba. No llevaba nada puesto.Un torbellino de pensamientos la golpeó. ¿Cómo había llegado ahí? Recordaba estar en el bar con Aisha, su hermana gemela. Habían brindado, hicieron las paces, hablado, reído, y luego... Nada. Todo se desvanecía en un vacío angustiante. Recordaba haber dicho que se sentía mareada, luego un taxi, el hotel... ¿o no? Intentó sentarse, pe
Momentos antes…El ascensor se detuvo con un leve sonido, y Aisha salió tomada de la mano de un hombre cuya mirada delataba más deseo que conciencia.Todo había sido tan fácil. Los hombres como él, desesperados y con unas cuantas copas de más, eran presas simples para alguien con su ingenio y su atractivo, ella siempre había sido muy astuta y sabía el arte de usar lo que tenía a su favor. La sonrisa de Aisha no tenía un atisbo de duda mientras lo llevaba hacia la habitación del hotel.Cuando llegaron a la puerta de la habitación, él se quedó a la espera de que ella abriera. Pero no lo hizo, Aisha lo atrajo hacia su lado. Sus labios se encontraron antes de que alcanzaran el pomo, y él la empujó contra la puerta, ansioso, mientras sus manos exploraban cada centímetro de su cuerpo.Aisha jadeó ligeramente cuando sintió su erección presionando contra ella, insistente, fuerte y tentadora. Era grande, demasiado cautivador. Por un momento, su cuerpo respondió a la situación sin necesidad de
Ya estaba despertando.Maximiliano abrió los ojos lentamente, sintiendo la suavidad de las sábanas bajo su cuerpo y el calor de alguien más a su lado. El cabello rojizo de la mujer hacía cosquillas en su pecho desnudo mientras sus brazos aún la rodeaban.Estaban tan cerca que parecían fundirse sus cuerpos.Su mente repasó los recuerdos de la noche anterior, y una sonrisa ladeada se formó en sus labios.Había sido increíble. Había sido una noche perfecta.No había estado con nadie desde que su prometida confesó todo aquello y se casó con otro. Desde entonces, su cuerpo jamás había respondido de tal manera a nadie más, además de que era incapaz de pensar en el deseo sexual, su corazón estaba herido, el placer era lo que menos le importaba. Pero aquella noche muchas cosas cambiaron, al menos en la parte física.Nunca pensó poder disfrutar con nadie más de aquel acto, pero Ariadna lo cambiaba todo.Esa noche cambiaba muchas cosas.Con cuidado, movió a la mujer, intentando no despertarla.
La luz fluorescente golpeó sus ojos cuando los abrió lentamente.El techo blanco y las paredes estériles le confirmaron dónde estaba antes de que su mente terminara de despertar.Un hospital.Ariadna sintió un nudo en la garganta, y el sonido de un monitor cardíaco acompañaba el creciente pánico en su pecho.Intentó moverse, pero su cuerpo estaba pesado, cada músculo parecía rehusarse a obedecer. Una sensación de frío recorrió su piel cuando notó que llevaba una bata de hospital. Su respiración se volvió errática, y las lágrimas comenzaron a brotar sin control. ¿Qué estaba pasando?—¿Hola? —logró susurrar, con la voz quebrada, mirando a su alrededor con desesperación. Su mente era un caos. Fragmentos de imágenes, sensaciones difusas, un rostro que no podía identificar. Todo era un rompecabezas al que le faltaban demasiadas piezas.La puerta se abrió, y un enfermero entró con una bandeja. Era un hombre joven, con una sonrisa amable que se desvaneció al ver el estado de Ariadna.—¿Señor
Maximiliano se detuvo frente a la entrada principal del hospital, contestando a la tercera llamada de la mañana con una voz rápida y cortante.—No, no puedo atender esto ahora. Hablaré contigo después. —Colgó sin esperar respuesta y soltó un suspiro, mirando la bolsa de papel en su mano. Había salido a comprar un desayuno ligero para calmar su mente tras la larga espera, pero al final terminó encontrándose con algunos colegas en la cafetería, intercambiando saludos y perdiendo la noción del tiempo.Treinta minutos. Esa era la cantidad de tiempo que llevaba fuera desde que dejó a Ariadna para que los médicos la atendieran. Había seguido la ambulancia en cuanto ella fue trasladada, preocupado por su estado. ¿Qué había pasado con esa mujer? Algo en su interior lo inquietaba, y no era solo la responsabilidad que sentía como médico. Era diferente. Con pasos rápidos y decididos, Maximiliano caminó por el pasillo hacia la habitación donde estaba Ariadna. Su mirada iba fija al frente, pero s