Dominika Volkova: Hija del Boss, Princesa de la Bratva, belleza y letalidad combinada. Desde que nació ha regido su vida por medio de las leyes de la mafia: 《Somos la Bratva, nosotros establecemos el estándar.》 Su familia marca el estándar en el bajo mundo, el poder que el resto de los clanes quieren alcanzar. Y todo será suyo algún día, por eso es que ha entrenado con sudor y sangre. Nació dentro de la Bratva y moriría por esta, no hay punto medio. Es por eso que siempre ha tratado de ser perfecta. Un arma letal sin espacio para emociones tan básicas como el amor, lamentablemente se dejó llevar por algo mucho peor... La pasión. El odio que siente por el protegido de su padre solo es superado por el deseo que tiene de él. Alonzo Rinaldi ha sido criado por el Boss desde que su padre lo entregó a la Bratva. Dentro de su código solo existe la palabra lealtad hacía esta. Después de todo lo consideran un miembro más de la familia. Desde niño se crió con los hijos del Boss, incluida la llamada princesa de la Bratva: Dominika Volkova. Nunca se ha llevado bien con ella, lo único que existe entre ambos es rabia y desagrado. Así que no entiende porque parece no poder dejar de pensar en aquella rubia con cuerpo de infarto y lengua venenosa. Las cosas solo empeoraron el día que lo asignaron como guardaespaldas de esa chica malcriada. Era evidente que a ella tampoco le gustaba la idea Debido a un incidente ambos terminan comprometidos para mantener las apariencias y el honor de la Bratva. Las chispas empiezan a saltar entre ellos, descubriendo que debajo de todas esas miradas asesinas y comentarios hirientes, existen una pasión que arde con la fuerza para incendiarlos.
Leer másLa noche estaba impregnada de un silencio que parecía contener todo lo que no habíamos dicho en días. La ciudad afuera, con su bullicio distante, se desvanecía mientras caminábamos hacia la habitación. A medida que la puerta se cerraba detrás de Alonzo, la tensión entre nosotros se volvió insoportable, como si el aire mismo estuviera cargado de promesas no cumplidas.Él se detuvo frente a mí, observándome de una forma que me heló el alma y al mismo tiempo me quemó. La atmósfera estaba tan cargada que ni siquiera sabía por dónde empezar. Podía ver sus ojos fijos en los míos, como si estuviera esperando que yo dijera algo, pero las palabras se me atascaban en la garganta.—Dominika... —dijo, su voz baja y cargada de algo que no supe identificar al principio. No era solo deseo. Había algo más, algo más profundo que se desbordaba entre nosotros. Algo que ni siquiera él parecía entender completamente.Me acerqué un paso, mis piernas temblando ligeramente bajo la presión que sentía. Mis pal
Al amanecer, el piloto anunció nuestra llegada a México. La ciudad apareció ante nosotros como una extensión interminable de luces y sombras, un laberinto vivo. A nuestro arribo, nos esperaba un coche negro con dos hombres que, sin decir palabra, nos escoltaron hasta un hotel en el centro de la ciudad. Era un sitio lujoso, una fortaleza camuflada entre los altos edificios, como un recordatorio de que en ese territorio, cada detalle tenía un propósito oculto.Pasamos unas pocas horas en el hotel, revisando una y otra vez cada aspecto del trato, pero mi mente estaba ya en la reunión que nos esperaba esa tarde. Cuando finalmente recibimos la llamada de confirmación, nos dirigieron a una mansión a las afueras de la ciudad, un símbolo de poder y territorio que no dejaba lugar a dudas sobre quién controlaba ese suelo.La ciudad se deslizaba a través de la ventana del coche, como una secuencia de luces brillantes que no lograban disipar la oscuridad de la noche. Cada giro, cada cruce de call
La noche había dejado en todos un rastro de tensión, y al llegar a La Fortaleza, cada uno cargaba con la sombra de lo sucedido. Las enormes puertas de hierro se cerraron tras ellos, aislándolos del caos exterior, y el silencio de los pasillos resonaba con la seriedad de lo que estaba por discutirse.Mi padre, Alexey, se sentó en la cabecera de la sala de reuniones, rodeado de las figuras clave de la Bratva. A su derecha estaba Vicente, su leal mano derecha desde hacía años, un hombre imponente y sereno, con una mirada calculadora que observaba cada detalle con frialdad.Vicente me dirigió una inclinación leve de cabeza cuando ocupé mi lugar, un gesto de reconocimiento y de advertencia. Alonzo, con una expresión que oscilaba entre el control y la alerta, se sentó junto a mí, mientras los demás ocupaban sus posiciones estratégicas alrededor de la mesa.Después de unos minutos de intercambio entre murmullos, mi padre alzó una mano, ordenando silencio. Su voz resonó con la determinación q
Cuando la situación se calmó y el eco de la última detonación se disipó, Alonzo y yo salimos juntos, dejando atrás el salón que había sido el escenario de nuestro compromiso y ahora de una emboscada. El eco de los pasos se sentía en el vacío del vestíbulo, y aunque todavía sentía la adrenalina palpitando, comenzaba a darme cuenta de lo agotador que había sido enfrentar la amenaza con la tensión de nuestra relación a cuestas.Entonces, una figura elegante y etérea apareció al final del pasillo. La mujer caminaba con una gracia que parecía hacer eco de las sombras que la rodeaban. Alta y delgada, con el cabello dorado que caía en cascadas sobre su espalda y un vestido verde de terciopelo que se amoldaba a sus curvas como una segunda piel, se dirigía directamente hacia Alonzo. Él se tensó, casi imperceptiblemente, como si el peso de un viejo recuerdo lo golpeara. Y, con una intensidad que quemaba, mi atención se centró en esa desconocida.La mujer esbozó una sonrisa enigmática cuando lle
La música y el murmullo de los invitados llenaban la enorme sala de lujo. Aunque era mi fiesta de compromiso, el ambiente estaba cargado de una formalidad helada, recordando a todos la verdadera razón detrás de esta unión. Aquí no se trataba de amor, sino de poder, y cada persona en este salón lo sabía. A mi alrededor se reunía la élite criminal de distintos mundos: la Costa Nostra, la Familia, las mafias rumanas, polacas, e incluso cárteles de narcotráfico de América. Esta noche, bajo un mismo techo, estaban todos los líderes y representantes de mundos tan peligrosos como el nuestro.Los observaba con una mezcla de orgullo y cautela. Mi vestido negro me daba un aire de autoridad que no siempre sentía, aunque intentaba aparentarlo a la perfección. Con cada paso que daba, sentía el peso de las expectativas. Mi mirada buscó a mis padres entre la multitud de invitados. Estaban rodeados, conversando con varios de los líderes más influyentes. Cuando nuestros ojos se encontraron, mi padre,
Cerré la puerta de mi departamento tras de mí y dejé caer los tacones en el suelo de mármol, sintiendo el peso de la noche sobre mis hombros. Era como si toda la tensión de la reunión se hubiera pegado a mi piel. Al final, no habíamos encontrado a los culpables del sabotaje con la mercancía, pero Vicente y mis hombres seguían investigando.Solté un suspiro largo, dejando caer el bolso sobre la mesa antes de caminar hacia el ventanal. Las luces de la ciudad se extendían frente a mí como un manto de estrellas, y por un instante me quedé allí, buscando algo de paz en el silencio de mi hogar.Pero la calma fue fugaz. Escuché el clic de la puerta detrás de mí, y supe que no estaba sola. Alonzo había decidido seguirme hasta aquí, como si no hubiéramos tenido suficiente con la farsa en la fiesta. No me giré, mantuve la vista fija en las luces de la ciudad, fingiendo que su presencia no me afectaba.—Pensé que tendrías la decencia de darme al menos unos minutos de paz —murmuré sin voltear, co
La música resonaba en la gran sala, y el murmullo de risas y conversaciones llenaba el aire mientras las luces titilaban en un juego de sombras y colores. Caminaba entre los invitados con la mejor de mis sonrisas, fingiendo que disfrutaba cada momento, cada mirada de admiración. Sabía que destacaba, no era ajena a cómo todos me observaban cuando me movía entre ellos.De pronto, noté a Alonzo en un rincón, con un vaso en la mano, mirándome. Su mirada intensa me seguía a cada paso, y aunque trataba de ignorarlo, no podía evitar sentir un hormigueo bajo su escrutinio. No sé por qué, pero había algo en la forma en que me observaba que hacía que me sintiera vulnerable, expuesta, como si él fuera el único que podía ver más allá de mi fachada.Entonces, Dmitri, uno de los viejos amigos de la familia, se inclinó hacia mí para decirme algo en voz baja, algo sin importancia, pero lo suficientemente gracioso para arrancarme una sonrisa genuina. Sin pensarlo, giré hacia Alonzo, y nuestras miradas
La figura se movía con sigilo, apenas visible en la penumbra que reinaba en el muelle. Sentí un escalofrío en la nuca, pero mantuve mi postura. No podía dar señales de duda o debilidad frente a los demás.Alonzo también había notado la presencia y se adelantó en silencio, colocándose un poco más cerca de mí. Sus ojos se fijaron en el punto exacto donde yo había visto la figura, y sus manos se deslizaron hacia la funda de su arma, preparado para cualquier eventualidad.—¿Espera refuerzos? —pregunté al hombre que me había entregado la carpeta, sin apartar la vista de la sombra.El hombre negó con la cabeza, visiblemente nervioso.—No, señorita. No debería haber nadie más aquí aparte del equipo de seguridad.Asentí, evaluando la situación. Por un lado, podría tratarse de algún curioso que desconocía a quién estaba espiando; por otro, podría ser una amenaza real. En cualquier caso, no era el momento de arriesgarme.—Quiero que refuercen la seguridad en el perímetro —ordené en voz baja—. N
Mientras avanzábamos por los pasillos, sentía los ojos de todos sobre mí, como si evaluaran cada paso que daba. Sabía que muchos se preguntaban por qué el Boss me había convocado, considerando que recientemente se había mostrado tajante en mantenerme al margen. Podía oír murmullos apenas perceptibles, pero elegí ignorarlos. Alonzo se mantenía a mi lado, tan atento como siempre, aunque en esta ocasión lo noté algo tenso. Parecía entender que este encuentro tenía más importancia de lo que yo misma había imaginado.Finalmente, llegamos a las puertas del despacho de mi padre. Mi madre me miró con una sonrisa alentadora antes de dar unos golpecitos suaves y abrir las puertas.—Está aquí, Alexey.—Hazla pasar —su voz, profunda y solemne, resonó desde el otro lado.Respiré hondo y entré, dejando a mi madre y a Alonzo afuera. Sentía cómo el corazón me latía con fuerza; Alexey no era un hombre que mostrara sus emociones, pero ese día su mirada era aún más indescifrable. Estaba de pie junto a u