La noche había dejado en todos un rastro de tensión, y al llegar a La Fortaleza, cada uno cargaba con la sombra de lo sucedido. Las enormes puertas de hierro se cerraron tras ellos, aislándolos del caos exterior, y el silencio de los pasillos resonaba con la seriedad de lo que estaba por discutirse.Mi padre, Alexey, se sentó en la cabecera de la sala de reuniones, rodeado de las figuras clave de la Bratva. A su derecha estaba Vicente, su leal mano derecha desde hacía años, un hombre imponente y sereno, con una mirada calculadora que observaba cada detalle con frialdad.Vicente me dirigió una inclinación leve de cabeza cuando ocupé mi lugar, un gesto de reconocimiento y de advertencia. Alonzo, con una expresión que oscilaba entre el control y la alerta, se sentó junto a mí, mientras los demás ocupaban sus posiciones estratégicas alrededor de la mesa.Después de unos minutos de intercambio entre murmullos, mi padre alzó una mano, ordenando silencio. Su voz resonó con la determinación q
Al amanecer, el piloto anunció nuestra llegada a México. La ciudad apareció ante nosotros como una extensión interminable de luces y sombras, un laberinto vivo. A nuestro arribo, nos esperaba un coche negro con dos hombres que, sin decir palabra, nos escoltaron hasta un hotel en el centro de la ciudad. Era un sitio lujoso, una fortaleza camuflada entre los altos edificios, como un recordatorio de que en ese territorio, cada detalle tenía un propósito oculto.Pasamos unas pocas horas en el hotel, revisando una y otra vez cada aspecto del trato, pero mi mente estaba ya en la reunión que nos esperaba esa tarde. Cuando finalmente recibimos la llamada de confirmación, nos dirigieron a una mansión a las afueras de la ciudad, un símbolo de poder y territorio que no dejaba lugar a dudas sobre quién controlaba ese suelo.La ciudad se deslizaba a través de la ventana del coche, como una secuencia de luces brillantes que no lograban disipar la oscuridad de la noche. Cada giro, cada cruce de call
La noche estaba impregnada de un silencio que parecía contener todo lo que no habíamos dicho en días. La ciudad afuera, con su bullicio distante, se desvanecía mientras caminábamos hacia la habitación. A medida que la puerta se cerraba detrás de Alonzo, la tensión entre nosotros se volvió insoportable, como si el aire mismo estuviera cargado de promesas no cumplidas.Él se detuvo frente a mí, observándome de una forma que me heló el alma y al mismo tiempo me quemó. La atmósfera estaba tan cargada que ni siquiera sabía por dónde empezar. Podía ver sus ojos fijos en los míos, como si estuviera esperando que yo dijera algo, pero las palabras se me atascaban en la garganta.—Dominika... —dijo, su voz baja y cargada de algo que no supe identificar al principio. No era solo deseo. Había algo más, algo más profundo que se desbordaba entre nosotros. Algo que ni siquiera él parecía entender completamente.Me acerqué un paso, mis piernas temblando ligeramente bajo la presión que sentía. Mis pal
La habitación estaba en penumbra, bañada por la tenue luz que se filtraba entre las cortinas. El aire tenía un peso extraño, cargado de todo lo que había ocurrido la noche anterior. Aún podía sentir su presencia en cada fibra de mi cuerpo, como si los eventos recientes no quisieran desvanecerse.Alonzo estaba de pie frente al espejo, ajustándose la camisa con movimientos precisos y controlados, como si su mundo entero dependiera de cada botón que cerraba. Parecía imperturbable, pero yo sabía que no era así. Nadie podía mantener tanta calma después de lo que habíamos compartido.—¿Qué sucede ahora? —pregunté, rompiendo el silencio opresivo que llenaba la habitación. Mi voz apenas fue un murmullo, un intento vacilante de entender qué pasaría entre nosotros.Él se detuvo un momento, inclinando ligeramente la cabeza hacia un lado antes de girarse para mirarme. Sus ojos, oscuros e insondables, estaban cargados de algo que no podía identificar del todo.—Ahora seguimos adelante. —Su tono er
—Hemos estado revisando los detalles del trato con los cárteles. —La voz de Alexey se mantuvo firme mientras señalaba los documentos frente a él. —Las negociaciones avanzan, pero requieren un toque final. Uno que tú, Dominika, estás perfectamente capacitada para manejar.Un silencio cayó sobre el salón mientras procesaba sus palabras. Sabía lo que significaban antes de que él lo dijera.—¿Qué quieres que haga? —pregunté con un tono neutral, aunque mi mente ya anticipaba su respuesta.—Quiero que regreses a México con Alonzo. —Se inclinó hacia adelante, apoyando ambas manos sobre la mesa, sus ojos clavados en los míos. —Deberán asegurarse de que las armas y los hombres estén listos para ser enviados en las próximas semanas. Además, necesitamos garantías de que cumplirán con los términos.Sentí un nudo en el estómago. No por la tarea, sino por la compañía.—¿Y si se niegan? —pregunté, manteniendo mi voz firme.Alexey sonrió, pero su sonrisa era como una hoja afilada: cortante, precisa y
—Entonces dime que pare. —Su voz era un reto, sus labios a centímetros de los míos. —Dime que no sientes lo mismo, y lo haré.Lo miré, mi mente luchando contra mi cuerpo, pero no pude decir nada. El silencio que siguió fue suficiente para que él se inclinara, sus labios encontrando los míos en un beso que no pedía permiso.El fuego que había intentado sofocar durante semanas estalló en llamas. Mis manos se aferraron a su camisa, tirando de él con la misma desesperación con la que él me sostenía. Nuestros movimientos eran bruscos, cargados de una urgencia que no podíamos contener.Finalmente, rompí el beso, respirando con dificultad, pero Alonzo no retrocedió.—Esto no cambia nada, —dije, intentando recuperar algo de control.—Lo cambia todo, Dominika. —Sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa. —No soy el tipo de hombre que deja ir algo que le importa. Y tú… —Hizo una pausa, su mano acariciando mi mejilla con sorprendente ternura. —Tú me importas más de lo que debería.Quise rep
El calor seco de México me envolvió apenas descendí del avión, pero esta vez no me desconcertó. Había caminado por esta misma pista antes, insegura, cuestionándome si realmente estaba preparada para enfrentar este mundo. Ahora, mis pasos resonaban con confianza, los tacones golpeando el asfalto como un recordatorio de cuánto había cambiado desde entonces.A mi lado, Alonzo caminaba con esa actitud relajada que parecía irritarme más que tranquilizarme. Su mirada recorría el horizonte, pero sabía que no estaba viendo el paisaje, sino calculando posibles amenazas.—Sigo sin entender por qué vinimos personalmente. —Su voz rompió el silencio con una mezcla de sarcasmo y preocupación.—Porque los cárteles no respetan la distancia. —respondí sin mirarlo, enfocándome en los autos blindados que esperaban al final de la pista. —Prefieren ver a las personas cara a cara antes de decidir si confiarán en ellas.—¿O matarlas? —replicó, su tono más ligero de lo que la situación ameritaba.Le lancé un
ALONZOLa fábrica se alzaba ante nosotros como una sombra amenazante bajo la luz de la luna. El lugar parecía desierto, pero sabía mejor que confiar en las apariencias. Los polacos no eran amateurs; si habían elegido este lugar, era por una razón.—Manténganse alerta. —susurré mientras avanzábamos, mis sentidos afinados por la urgencia de encontrarla.El primer disparo rompió la quietud, y el caos se desató.Los hombres de la Bratva reaccionaron con precisión, tomando posiciones y devolviendo el fuego. Vicente estaba a mi lado, cubriéndome mientras me movía hacia el interior de la fábrica.Cada paso era un recordatorio de lo que estaba en juego. Ella. Dominika estaba aquí, en algún lugar de este infierno, y no me detendría hasta encontrarla.Una ráfaga de disparos pasó cerca, y me cubrí detrás de una columna mientras evaluaba la situación.—¡Alonzo! —gritó Vicente desde detrás de un contenedor. —Creemos que está en el ala este.Asentí y comencé a moverme, eliminando a cualquiera que s