Capítulo 20

Al amanecer, el piloto anunció nuestra llegada a México. La ciudad apareció ante nosotros como una extensión interminable de luces y sombras, un laberinto vivo. A nuestro arribo, nos esperaba un coche negro con dos hombres que, sin decir palabra, nos escoltaron hasta un hotel en el centro de la ciudad. Era un sitio lujoso, una fortaleza camuflada entre los altos edificios, como un recordatorio de que en ese territorio, cada detalle tenía un propósito oculto.

Pasamos unas pocas horas en el hotel, revisando una y otra vez cada aspecto del trato, pero mi mente estaba ya en la reunión que nos esperaba esa tarde. Cuando finalmente recibimos la llamada de confirmación, nos dirigieron a una mansión a las afueras de la ciudad, un símbolo de poder y territorio que no dejaba lugar a dudas sobre quién controlaba ese suelo.

La ciudad se deslizaba a través de la ventana del coche, como una secuencia de luces brillantes que no lograban disipar la oscuridad de la noche. Cada giro, cada cruce de call
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