Diana Maldonado es la CEO de una importante corporación dedicada a la venta de software contable. Es una mujer muy sagaz para los negocios, ha conseguido todo lo que una vez soñó: Dinero, fama, poder, sin embargo, eso no es suficiente. Lleva casada cinco años con Rodrigo Vidal, formaban un matrimonio feliz junto a su pequeña hija, pero un error de él, ha congelado esa relación, y el corazón de Diana se ha convertido en un témpano de hielo. Es una mujer solitaria, ávida de cariño, ya no confía en los hombres, hasta que un amor del pasado vuelve, y ella creyendo llenar aquel vacío en su alma: comete una infidelidad. Ese gran error le hace dar cuenta de quién es su verdadero amor, sin embargo, cuando cree recuperarlo, la noticia de un embarazo desmorona sus esperanzas, por qué no sabe si el bebé que espera es hijo del hombre que ama, o es producto de una noche de aventura. A Diana la han llamado mujerzuela, golfa, y un sinnúmero de calificativos despectivos, y han sido las mismas mujeres las que la han criticado. ¿Acaso una mujer no puede tener un momento debilidad? ¿Por qué a los hombres se los absuelve y justifica sus deslices? ¿Será capaz un varón de perdonar la falta de su mujer? Obra registrada en el Instituto de Propiedad Intelectual de Ecuador. ©Angellyna Merida, 2018. Registro de Safe Creative: 2011195935761 Prohibida su reproducción total, o parcial sin permiso de la autora.
Leer másMeses después. New York- Usa. Isabella corría por los amplios jardines de la mansión Vidal, jugaba feliz con su mejor amiga Katty, mientras esperaba la llegada de sus padres y su hermano recién nacido: Santiago. Un par de minutos después escuchó el motor de los autos, entonces a toda prisa ingresó por la cocina, y apareció en la sala, esbozó una amplia sonrisa cuando observó a su mamá entrar. La mirada de Diana se iluminó al ver a su hija, la llamó con la mano para que se acercara y la abrazara con cuidado, pues le dolía la herida de la cesárea que le practicaron. —Hola mami —expresó con cariño. —¿Puedo conocer a mi hermanito? —indagó con curiosidad.
Diana giró su rostro levantando su mirada, aquella voz hizo que su corazón diera un brinco dentro de su pecho, las lágrimas se apoderaron de su rostro, se llevó las manos a la boca sin poder dar crédito a lo que veían sus ojos, parpadeó varias veces para estar segura, mientras él la observaba con ternura, entonces deslizó su pañuelo para limpiar su hermoso rostro. Diana se puso de pie, y sin pensarlo, un segundo se lanzó a los brazos de él, rodeándolo por el cuello, volviendo a sentir el calor de su cuerpo, el aroma de su piel, y la seguridad que sentía estando en sus brazos. —¡Mi amor! —sollozó casi sin poder hablar. —¡Despertaste! ¡Regresaste conmigo! Rodrigo, la estrechó con fuerza entre sus brazos, aspirando de nuevo su exquisita fragancia, volviendo a sentir su calidez, sosteniendo el cuerpo de su esposa en sus brazos. — Sí, soy yo, tu gran amor. ¿Pensabas que me iba a rendir? —cuestionó, mientras le tomaba de la barbilla para mirarla a los ojos—
Seis meses después.Mar de las pampas— Argentina.La brisa del mar jugaba con el oscuro y hermoso cabello de Diana e Isabella, ambas corrían de la mano, sintiendo la calidez de la arena en sus pies mientras jugaban con las olas del mar.Gonzalo, observaba desde el balcón de su habitación aquel cuadro, que permanec&i
Eran casi las 5:00 pm cuando Diana, concluyó parte de su trabajo, les brindó un receso a sus gerentes para ella también descansar un poco, regresó a su oficina, llamando de nuevo a su casa para constatar que Isa, estuviera bien, habló varios minutos con la niña, luego de colgar la llamada se recargó en su sillón las lágrimas de emoción que había estado conteniendo durante la junta brotaron de sus ojos. Supo en ese momento que sus esfuerzos y sacrificios habían valido la pena, así como varios clientes se marcharon, otros vinieron y su empresa no se quebró, al contrario, resurgió, junto con ella y su equipo, sintió su pecho henchirse de orgullo, limpió sus lágrimas tomando entre sus manos el retrato de Rodrigo. —Valió la pena mi amor... ahora solo falta que despiertes, te necesitamos tanto —sollozó, en ese instante el intercomunicador sonó. Diana tomó un pañuelo facial para limpiar su rostro. —¿Qué sucede? —Señora, el agente García, desea verla. —Hazlo pasar po
New- YorkUna hora después los camarógrafos colocaron los micrófonos a Diana, y Christine, las dos mujeres ocuparon dos sillones como si fuera una charla de amigas.Las cámaras enfocaron a la rubia presentadora, para iniciar la entrevista:—Soy Christine Pierce, el día de hoy me encuentro con Diana Maldonado, la mujer que ha dado mucho de qué hablar en estos días, ella nos ha recibido en su oficina, y con gusto va a responder las preguntas que le pienso realizar esta mañana. —La mujer dirigió sus ojos azules a la luz de la cámara.—Diana, bienvenida a mi programa, agradezco que hayas aceptado concederme esta entrevista.—Buenas tardes —saludó con seriedad la elegante dama, quién esa mañana lucía una chaqueta a cuadros cruzada en su cintura, y unos pantalones de vestir negros, la mujer cruzó su pierna con sutil
Horas más tarde Diana, permanecía con los ojos cerrados, sosteniendo a Isabella, en sus brazos, mientras la pequeña dormía. La joven empresaria observaba el rostro angelical de su niña y no podía comprender la maldad y prejuicios de la gente. De repente su móvil sonó, lo tomó en sus manos mirando que la alerta era de un correo electrónico, lo abrió, alzando una de sus cejas con sorpresa. Se llevó el dedo índice a los labios, pensativa, dejó a Isabella, en la cama y se dirigió a su despacho, ahí reviso toda la información; sin embargo, no podía confiar, así que llamó a Gonzalo. —Buenas noches, disculpa interrumpir a esta hora —habló Diana. El abogado estaba recostado en su cama al momento que su móvil sonó al ver que era ella, se sentó de golpe para responder. —No te preocupes. ¿Tienes algún problema? —Acabo de recibir un correo y deseo corroborar
Diana, observaba con la mirada pérdida a través de los grandes ventanales de su oficina, su mundo se iba desmoronando con lentitud, pero ella no estaba dispuesta a rendirse. Con el dorso de su mano limpió las lágrimas que bajaban por sus mejillas, entonces el sonido de su intercomunicador la sacó de aquel trance en el que se encontraba.Caminó hasta su escritorio aplastando el botón del altavoz.—¿Qué sucede?—Señora Diana, la llaman de la escuela de la niña Isabella —comunicó su asistente. Ella cerró sus ojos, ya se imaginaba el motivo.—Comunícame por favor —solicitó, entonces la joven la comunicó.—Señora Vidal, buenas tardes, habla Glenda, la directora de la escuela, necesito que venga de inmediato a conversar conmigo sobre
En la tarde un gran despliegue de seguridad se montó en la empresa, poco a poco fueron llegando los empresarios que deseaban cancelar sus contratos, así como varios medios de comunicación, entre tanto Gonzalo, caminaba de un lado a otro, no estaba de acuerdo con lo que Diana, pensaba hacer que era exponer su vida, su intimidad, ante un grupo de personas que no la iban a comprender.A la hora indicada, la señora Maldonado, apareció caminando hacia la mesa en donde los micrófonos estaban listos, su imponente figura, y aquel andar tan elegante y a la vez sensual dejó sin aliento a varios caballeros, muchos murmuraban al ver su espectacular figura cubierta con un elegante vestido rojo vino que se amoldaba a su cuerpo como una segunda piel.Diana tomó asiento, junto a ella, su abogado, el jefe financiero y también la persona encargada de su imagen pública.
El joven abogado la observó perplejo, su corazón empezó a palpitar con fuerza a su mente, viejos recuerdos se vinieron a su memoria, tomó asiento sosteniéndose de la silla.—¿Te sientes bien? —cuestionó Diana, poniéndose de pie para servir un vaso con agua.Gonzalo ladeó su cabeza, de pronto un gran torrente de lágrimas empezó a correr por sus mejillas.—Mi esposa me dejó por otro hombre —exclamó cubriendo su rostro con ambas manos.Diana pasó la saliva con dificultad al escucharlo de sus labios.—Lo lamento... imagino que…Gonzalo la interrumpió.—Por favor, permíteme desahogarme —suplicó con su mirada cristalina.Diana asintió, tomó una silla y se sentó fren