New- York, Usa.
Época actual.
Diana limpió con el dorso de sus manos las gruesas lágrimas que corrieron por sus mejillas. Recordó la falta de Rodrigo, y su corazón tembló de dolor, cuan ciertas sonaban ahora los reproches de Luciano, quizás si se hubiera entregado a él esa noche, las cosas habrían sido distintas, y ella no se sentiría seca por dentro.
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Luciano, caminaba de un lado a otro como una fiera enjaulada, desesperado, ansiaba que Diana, acudiera a la cita, no perdía la esperanzas de que asistiera, y estar a solas, y poder explicarle todo lo que sucedió.
Había regresado con un solo propósito: Recuperarla.
Sabía que ella no era feliz en su matrimonio.
—Siempre l
La semana empezó de nuevo. Diana, estaba cansada de Nadia, no la soportaba, era fin de mes y día de pagos, cuando la joven Maldonado recibió su sueldo, se extrañó porque le entregaron una cifra menor.Frunció el ceño revisando el rol de pagos una y otra vez, pensó que se trataba de un error, porque los meses anteriores ganaba más de quinientos dólares, y con el dinero que le entregaron ese mes solo le iba a alcanzar para pagar la mensualidad del asilo de su abuela.Tomó la decisión de hablar con el dueño, golpeo la puerta de la oficina.—Adelante —escuchó la muchacha, entonces ingresó.—Señor Zanetti, disculpe interrumpir, necesito conversar con usted — pronunció nerviosa, entonces él levantó su mirada siniestra hacía ella, a la joven un e
Cuenca – Ecuador (Pasado) Al día siguiente, Diana se levantó con un dolor de cabeza terrible, los ojos los tenía hinchados y rojos de tanto llorar. De todos modos, no les iba a dar el gusto de verla derrotada. Sacó fortaleza de su interior y se enfrentó a las miradas inquisidoras de su madre y padrastro. Caminó hasta el infierno, porque así consideraba desde ahora en adelante su lugar de trabajo. Cuando llegó no entendía por qué sus compañeras hablaban a sus espaldas y la miraban como si le tuvieran lástima, eso era algo que Diana, no podía permitir. Cuando se disponía a enfrentar a toda esa gente, una llamada a su celular la hizo desistir de armar un escándalo, ya no le importaba nada. La noticia que recibió Diana, era tan terrible como lo que pudo haber ocurrido la noche anterior, su abuela acababa de fallecer. La pobre muchacha sintió su m
New York (Presente)Rodrigo caminaba de un lado a otro por su oficina, miraba el celular a espera de noticias de su esposa, pero no había ninguna, el personal de seguridad se puso a investigar entonces le informaron al ingeniero Vidal que las cámaras del edificio captaron el momento en que Diana tomó un taxi.«¿A dónde fue? ¿Por qué su celular está apagado?» Eran muchas de las interrogantes que el esposo de la gran empresaria se hacía, tenía miedo de que lo hubiera abandonado.«¿Será posible?» se preguntó en su mente: «Si eso fuera así se hubiera llevado a nuestra hija»Rodrigo, sacudió su cabeza desechando esa idea, aunque existía la posibilidad, la manera en la que empezaron su relación no
Cuenca-Ecuador (Pasado)Diana sollozaba abrazada a sus brazos, la jovencita temblaba atemorizada.—Necesito saber si ese hombre está muerto —suplicó apartando su rostro del fuerte pectoral de Rodrigo.Él se separó de ella y se reflejó en esa tierna y atemorizada mirada, su corazón se encogió al verla así de indefensa.—Iré a investigar —mencionó—, por ahora es mejor que no salgas de aquí —recomendó.Diana negó con la cabeza, deglutió con dificultad la saliva, aún su garganta estaba seca.—No deseo causarte problemas —repitió. —¿Quién curó mi herida, y me cambió de ropa? —investigó con timidez.
Cuenca- Ecuador. (Pasado) Dos días habían pasado desde aquel incidente con Alessandro. Rodrigo aún no había podido sacarle información a Nadia, él tenía que actuar con cautela para que esa astuta mujer no sospechara nada. Diana casi no podía conciliar el sueño, no sabía que le deparaba el futuro, en la oscuridad de la alcoba sollozaba llena de miedo e incertidumbre, se hacía un ovillo intentando cobrar fuerzas; sin embargo, se sentía atada de manos, además ya no quería seguir incomodando a Rodrigo, él dormía en un mullido sillón del sofá, y por su altura no descansaba con comodidad. —¿Qué voy a hacer virgencita? —susurró gimoteando—, por favor ayúdame —suplicó. Casi a la madrugada de tanto llorar se quedó dormida, al día siguiente despertó sobresaltada por qué escuchó voces en la sala del departamento. <
New – York – Presente. Rodrigo observaba a su hija con el corazón lleno de orgullo. De vez en cuando miraba a su esposa quien parecía ausente, no le sorprendía su actitud, después de todo lo ocurrido en el pasado ella se volvió así: fría, indiferente, solitaria, las pocas veces que la veía sonreír era cuando estaba junto a la pequeña Isabella. —Baila, muy bien —murmuró Rodrigo, acercándose al oído de Diana, ella se sobresaltó y giró, entonces sus rostros quedaron muy cerca, tanto que ambos podían sentir sus respiraciones y el calor de sus alientos. —Lo sé —respondió ella, y volvió a su lugar, cerró sus ojos intentando sobreponerse a su cercanía. Rodrigo, como siempre buscó un acercamiento con su esposa, pero ella volvió a rechazarlo. Mientras el programa de los pequeños continuaba los recuerdos volvieron a la memoria de ambos:
Diana negó con la cabeza, no podía comprender como su propia madre le deseaba el mal, se estremeció porque sintió esas palabras como si fueran una maldición, le dolió, sí, pero esta vez se armó de valor, y decidió no volver a derramar una lágrima. Rodrigo sacó a la chica de esa casa y ambos escucharon el fuerte azote de la puerta. —Vámonos —le dijo sintiendo como la adrenalina corría por sus venas. Ella subió al auto con él, Rodrigo acomodó las maletas en la cajuela mientras Diana abrazaba con fuerza el cofre de su abuela. —Debes esperara que se le pase el enojo a tu mamá, las cosas van a mejorar —indicó él con voz suave. Ella negó con la cabeza. —Tú no conoces a mi familia, mi madre me detesta, ella nunca amó a mi padre, y encontró el pretexto perfecto para echarme de la casa —manifestó, y esta vez no derramó una sol
En la suite del hotel Diana y Luciano estaban frente a frente, ella lo había abofeteado y él sin hacer nada soportó la afrenta, era consciente de que se lo merecía. —Ahora es mi turno de hablar Diana —increpó Luciano, mirándola a los ojos. Ella respiraba agitada, su pecho subía y bajaba. —Tienes cinco minutos —espetó—, debo llegar con puntualidad a mi empresa, no puedo andar perdiendo el tiempo —resopló. Luciano la contempló, sus iris aceitunas ya no tenían el mismo brillo de antes, y esa mirada que en el pasado mostraba luz, ahora se veía apagada. Seguía tan hermosa, o quizás más de lo que él la recordaba, pero su sonrisa se había borrado de su rostro, ya no era la misma jovencita llena de sueños e ilusiones que conoció en el pasado. Diana palmoteó frente de él para sacarlo de sus cavilaciones, él sacudió la cabeza.